La verdadera adoración
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¿Qué es lo que más amas en la vida?
¿De qué manera lo expresas?
¿Se nota que eso o esas personas son tu pasión?
Nuestro mayor amor tendría que ser Dios, ¿se nota eso en tu vida?
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
¿De qué manera te hace reaccionar la persona de Jesús? ¿Cómo procuras comportarte en su presencia? ¿Qué experiencias y situaciones quisieras compartir con Él?
A lo largo del ministerio del Maestro, muchas personas tuvieron el privilegio de ponerse en contacto con Él. Le vieron, hablaron con Él, fueron testigos de sus milagros y escucharon sus preciosas enseñanzas. Lamentablemente, muchos de los que le vieron cara a cara no creyeron en Él, pero otros sí, y expresaron su asombro y su devoción ante Él de diferentes maneras.
¿De qué manera te relacionarías tú con Jesús si tuvieras la oportunidad de tratar con Él materialmente, en la carne?
¿Te sentarías a conversar con el Maestro? (Interminablemente, tendría muchas preguntas que hacerle).
¿Caminarías con Él?
¿Prestarías atención a lo que hiciera?
¿Prestarías cuidadosa atención a sus enseñanzas?
¿Lo invitarías a comer en tu casa?
Esto último es lo que hizo “uno de los fariseos” que más adelante aprendemos que se llamaba Simón: invitó a Jesús a comer. ¿Te imaginas tú en esa situación?
Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa.Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume;y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume.Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro.Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies.Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.
Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora.»
Entonces Jesús le dijo a manera de respuesta:
—Simón, tengo algo que decirte.
—Dime, Maestro—respondió.
—Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más?
—Supongo que aquel a quien más le perdonó—contestó Simón.
—Has juzgado bien—le dijo Jesús.
Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón:
—¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.
Entonces le dijo Jesús a ella:
—Tus pecados quedan perdonados.
Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
—Tu fe te ha salvado—le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz.
Uno de los fariseos invitó a Jesús a cenar, así que Jesús fue a su casa y se sentó a comer. Cuando cierta mujer de mala vida que vivía en la ciudad se enteró de que Jesús estaba comiendo allí, llevó un hermoso frasco de alabastro lleno de un costoso perfume. Llorando, se arrodilló detrás de él a sus pies. Sus lágrimas cayeron sobre los pies de Jesús, y ella los secó con sus cabellos. No cesaba de besarle los pies y les ponía perfume.
Cuando el fariseo que lo había invitado vio esto, dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría qué tipo de mujer lo está tocando. ¡Es una pecadora!».
Entonces Jesús respondió a los pensamientos del fariseo:
—Simón —le dijo—, tengo algo que decirte.
—Adelante, Maestro —respondió Simón.
Entonces Jesús le contó la siguiente historia:
—Un hombre prestó dinero a dos personas, quinientas piezas de plata a una y cincuenta piezas a la otra. Sin embargo, ninguna de las dos pudo devolver el dinero, así que el hombre perdonó amablemente a ambas y les canceló la deuda. ¿Quién crees que lo amó más?
Simón contestó:
—Supongo que la persona a quien le perdonó la deuda más grande.
—Correcto —dijo Jesús.
Luego se volvió a la mujer y le dijo a Simón:
—Mira a esta mujer que está arrodillada aquí. Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para lavarme el polvo de los pies, pero ella los lavó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me saludaste con un beso, pero ella, desde el momento en que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no tuviste la cortesía de ungir mi cabeza con aceite de oliva, pero ella ha ungido mis pies con un perfume exquisito.
»Te digo que sus pecados —que son muchos— han sido perdonados, por eso ella me demostró tanto amor; pero una persona a quien se le perdona poco, demuestra poco amor.
Entonces Jesús le dijo a la mujer: «Tus pecados son perdonados».
Los hombres que estaban sentados a la mesa se decían entre sí: «¿Quién es este hombre que anda perdonando pecados?».
Y Jesús le dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado; ve en paz».
Uno de los fariseos pidió a Jesús que comiera con él; y entrando Él en la casa del fariseo, se sentó a la mesa.
Había en la ciudad una mujer que era pecadora, y cuando se enteró de que Jesús estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume;
y poniéndose detrás de Él a Sus pies, llorando, comenzó a regar Sus pies con lágrimas y los secaba con los cabellos de su cabeza, besaba Sus pies y los ungía con el perfume.
Pero al ver esto el fariseo que lo había invitado, dijo para sí: «Si Este fuera un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, que es una pecadora»
Y Jesús le dijo*: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro», le contestó.
«Cierto prestamista tenía dos deudores; uno le debía 500 denarios y el otro cincuenta;
»y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó generosamente a los dos. ¿Cuál de ellos, entonces, lo amará más?».
«Supongo que aquel a quien le perdonó más», respondió Simón. Y Jesús le dijo: «Has juzgado correctamente».
Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: «¿Ves esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para Mis pies, pero ella ha regado Mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos.
»No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar Mis pies.
»No ungiste Mi cabeza con aceite, pero ella ungió Mis pies con perfume.
»Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama».
Entonces Jesús le dijo a la mujer: «Tus pecados han sido perdonados».
Los que estaban sentados a la mesa con Él comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es Este que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa.
Compartir una comida siempre es un momento especial en el que compartimos nuestra vida, nos identificamos unos con otros, aprovechamos para bromear, darnos a conocer, expresar lo que sentimos y mucho más. Imagina lo especial que podría haber sido para aquel hombre recibir a Jesús en su casa, elegir lo que comer juntos, preparar el lugar, experimentar la emoción de tener al Hijo de Dios ante él.
El Maestro acepta la invitación de aquellos que lo llevan a su vida. ¿Tú lo has hecho? ¡Comparte todos tus momentos, los mejores y los peores, con el Autor de la salvación!
¿Alguna vez te ha sucedido que preparas un momento especial para compartir con alguien que te importa mucho, a quien realmente quieres conocer, y que alguien de alguna manera interrumpa o se entremeta?
Una sana recomendación que necesitamos tomar en cuenta es que cuando le dedicamos tiempo al Señor, a nuestro amado Salvador, no permitamos que nada ni nadie se interponga.
Sin embargo, a pesar de que esta parece ser la historia de una “interrupción de un buen momento”, este evento tiene mucho para enseñarnos. Lo que aquí tenemos es un contraste entre dos personas y su relación, su manera de trato, con Jesús.
Ya hemos hablado del dueño de casa, un fariseo llamado Simón, que le había rogado a Jesús para que comiese con él. Aquella tendría que haber sido una experiencia especial e inigualable para aquel hombre.
Pero aparece una segunda protagonista de aquel encuentro.
Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume;y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume.
Observa de qué manera se nos presenta la segunda protagonista de la historia, y trata de imaginar el momento. Jesús se había sentado a la mesa con su anfitrión. Entonces ella hizo su aparición.
¿Quién era?
...una mujer de la ciudad...
Simple, era simplemente una vecina, alguien que vivía en la misma ciudad. No era “un fariseo”, un líder, un personaje importante.
...pecadora...
Resulta llamativo e interesante que se identifique a una persona de esta manera. No se habla de su trabajo, de sus estudios, de su posición en la sociedad, de su belleza, de su capacidad para comunicarse… Simplemente se dice que era pecadora. Hoy en día también, muchas veces, catalogamos así a las personas. Las podemos llegar a catalogar de acuerdo con su estilo de vida, su apariencia, sus acciones evidentemente contrarias a lo aceptable. ¿Conoces pecadores? ¿Se dan a conocer por su aspecto? Sí, sucede, y se produce hoy en día más que nunca en la historia. Su apariencia parece comunicar claramente un mensaje: “No me importa (tu opinión)”. No son gente “respetable” o “de confianza”. Se los identifica como representantes de comportamientos vergonzosos, de los que tal vez otros también participan pero que no se hacen tan públicos. Aquella mujer era evidentemente juzgada por sus vecinos y conocidos por lo que hacía. Sus errores y fracasos estaban a la vista de todos.
Esta señora simplemente supo que Jesús iba a comer con aquel hombre. ¿Cómo tuvo acceso a su casa? Buena pregunta. Tal vez no fuera la primera vez que entraba a aquel lugar.
Ahora considera por un momento lo que esta mujer y el fariseo tenían en común, más allá de su prestigio: los dos querían acercarse a Jesús, querían tratar con Él, querían conocerlo.
El hombre invitó al Maestro a comer y Él aceptó. La mujer se presentó sin aviso, sin invitación. Probablemente no se sintiera digna de un trato formal con Jesús.
El hombre se sentó a comer con el Hijo de Dios (¡qué privilegio!). La mujer hizo algo muy diferente.
...trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume.
La mujer trajo lo mejor que encontró, lo más valioso que pudo encontrar, un caro perfume contenido en un frasco de alabastro.
Dice en Wikipedia:
El alabastro, palabra que proviene del latín alabastrum,1 es una variedad de sulfato de calcio, del aljez o de piedra de yeso (sulfato cálcico hidratado) que se presenta bajo forma compacta, contrariamente a la selenita, que es una variedad fibrosa. Su nombre proviene del griego antiguo αλάβαστρος («alabastros»), que designaba una vasija sin asas, pues el alabastro era utilizado para elaborar vasijas de perfume sin asas.
El alabastro, como el aljez, o piedra de yeso, se raya con la uña (dureza Mohs 1,5 a 2). Su sistema cristalino es monoclínico. Esta variedad de aljez de grano fino se extrae de canteras españolas, inglesas o de la Toscana. El alabastro se emplea como piedra decorativa. Su blandura permite tallarlo con formas muy elaboradas. Soluble en el agua, no puede emplearse en el exterior.2
No quedan dudas de que aquella mujer trajo lo mejor que encontró. ¿Podemos identificarnos con su actitud al acercarse a Jesús? ¿Notas la diferencia con la posición de Simón?
La mujer no reparó en gastos. No sabemos cuál sería su posición económica, pero sí sabemos que estuvo dispuesta a invertir (a ofrendar) al acercarse a Jesús. Lo que ella trajo era caro no solamente por el contenido (el perfume) sino por el propio frasco. Además el frasco, una vez usado ya no podría ser utilizado para otra cosa, dado que para vertir su contenido tenía que ser quebrado (Marcos 14:3).
¿Qué traerías tú para honrar a Jesús en el caso de que pudieras estar con Él en persona, materialmente? ¿Qué traes al presentarte ante la presencia del Señor?
La pecadora, como la identifica el evangelista, quiso honrar a Jesús. ¿Qué habría hecho el Maestro por ella? Sus acciones manifiestan a una persona agradecida, muy agradecida. Trajo lo mejor, y simplemente no podía llegar delante de Él con las manos vacías. ¿Puedes tú?
La mujer llora, se conmovió al estar ante Jesús. Ella sí había descubierto que Jesús no era un hombre más en su vida, sino que era el Hijo de Dios. Parece que para Simón también era importante, pero la mujer se conmovió hasta las lágrimas, consideró aquel momento el mayor privilegio de su vida. Aquel hombre había cambiado su vida, aunque no conocemos los detalles.
Hay un detalle interesante, tal vez una parábola, en cuanto a lo que aquella mujer hizo al perfumar los pies de Jesús, besarlos y secarlos con sus propios cabellos. Ella tuvo que romper el frasco de alabastro. Así sucede cuando llegamos a Jesús reconociendo lo inmenso de la obra que Él hace en nosotros: nos quebrantamos completamente ante Él, no volvemos nunca más a ser los mismos luego de ese encuentro, y vertimos todo nuestro contenido en su presencia. -Aquello que hizo la mujer nos representa.
Ella representa la actitud de completa humillación ante el Maestro, lo que implica la completa exaltación de Él. ¿Sabes cómo se llama esto? Adoración. ¿Estaba ella cantando o danzando? ¡No! ¡De ningiuna manera! Pero estaba adorando, derramando su vida entera ante el Autor de la salvación.
Esa es la adoración que Él se merece.
¿Qué ves cuando miras a las personas que te rodean? Muchas veces nos limitamos a ver apariencias, aspectos, superficialidades de la gente. Necesitamos adquirir una mirada más profunda, más real, porque lo superficial es pura fachada, mientras que lo real va por dentro.
Observa lo que aquel hombre veía en aquella mujer:
Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.
Esto ocurrió cuando el fariseo “vió”. ¿Qué vió? Vió el aspecto exterior de la mujer, y probablemente recordó su comportamiento, sus pecados, sus errores, su mala fama, las historias que se contaban a su respecto.
Aquí estamos teniendo una aproximación a sus pensamientos, que incluyen un reproche, o más bien una palabra de duda con respecto a Jesús.
Aquel hombre todavía dudaba que Jesús fuera un verdadero profeta, algo que la mujer ya no dudaba en absoluto. ¿Sería Jesús un verdadero enviado de Dios?
Considera su razonamiento: “Si de verdad viniera de Dios sabría quién lo ha estado tocando”, y la añadidura era que un verdadero enviado de Dios jamás se dejaría tocar por semejante ejemplo de decaimiento moral como aquella mujer.
Lo cierto es que Jesús sí se dejó tocar por ella. El Maestro en ningún momento censuró o resistió sus acciones. Así nos ama el Señor.
Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Dios no nos ama porque nosotros merezcamos ser amados ni porque hayamos hecho los méritos suficientes como para merecer su amor. Él nos ama porque nos ama, porque nos quiere salvar, porque no quiere nuestra condenación y destrucción. No nos creó para eso, sino para que estemos y tengamos compañerismo con Él.
Dios te amó aún conociendo y habiendo sido testigo de tus peores momentos, y se ha puesto a tu alcance en Cristo Jesús para que tengas vida eterna.
No, no te lo mereces. Mereces la condenación eterna, pero Dios abrió la puerta de la salvación en Jesús.
Siempre me he quedado cuestionándome cómo fue que aquella mujer tuvo acceso a la casa del fariseo. Se me ocurre que tal vez él “la dejó entrar” en algún momento.
Los seres humanos podemos llegar a tener el descaro de acusar a los que nos rodean de sus errores y pecados como si nosotros nunca hubiéramos fallado.
¿Eres mejor que otros? Sí, es posible que no hayas cometido los delitos que otros cometieron, que no te hayas desviado tanto como otros. Me alegro que haya sido así, pero eso no te hace mejor. A veces las circunstancias llevaron a otros por el camino que tú también hubieras seguido si hubieras tenido que enfrentar sus mismas circunstancias.
Dejemos de mirar alrededor en busca de peores pecadores, personas que confirmen que nosotros sí somos mejores, aunque sea en apariencia.
Jesús sí conoce el corazón, los hechos, los pensamientos y cada detalle de la vida de cada uno.
Son muchas las cosas que cada uno de nosotros piensa, pero son pocas las que expresamos, las que nos animamos a confesar en voz alta. ¿Qué estarás pensando en este momento? Yo no lo sé, pero sí conozco a alguien que sí lo sabe.
Nuestros pensamientos pueden estar ocultos de las otras personas, pero Dios los conoce todos.
Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro.Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
Jesús le responde a Simón. ¿A qué le responde? A sus pensamientos. Sí, Simón no había pronunciado en voz alta su juicio contra aquella mujer pecadora (Lucas 7:39), pero Jesús conoció lo que había pensado y le responde.
Jesús tiene respuestas para lo que estás pensando justo ahora, y tiene mucho para decir y enseñar, sin duda alguna. Esta no es la única ocasión en que el Maestro responde a los pensamientos de las personas.
Como tantas veces, Jesús convierte sus comentarios en una historia que transmita lo que quiere comentar. Esta historia se trata de dos deudores, uno que debía mucho y otro mucho menos (el diez por ciento que el otro, el primero debía literalmente diez veces más).
Los dos debían.
Ninguno de ellos podía pagar.
Ellos nos representan a todos nosotros ante Dios. No importa si asesinaste a alguien o si solamente te quedaste con el lápiz de tu compañero de escuela. Todos estamos en deuda con Dios.
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
No importa cuál haya sido el pecado, la paga es la misma. No dice que haya una paga diferente para los peores pecados. La paga es la misma. La consecuencia es la misma para el asesino múltiple que pasa parte de su vida en prisión que para ti que dijiste algunos cientos de mentiras.
Pero, ¿qué hizo aquel señor de la historia? Los perdonó. Perdonó al que le debía más y al que le debía menos.
¿Cómo te sentirías tú si te perdonaran una deuda? ¡Por lo menos aliviado!
Jesús detiene allí su historia para introducir la pregunta:
¿Cuál de ellos le amará más?
¿Cuál habría sido la reacción de cada uno de los deudores perdonados? ¿Habrían reaccionado de manera diferente? El fariseo respondió con buen criterio:
Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
En el razonamiento del fariseo, aquella persona a la que se le perdonó la deuda más grande va a sentirse más agradecida, más conmovida, más aliviada, más perdonada. Y amará más en respuesta.
El propio Jesús estuvo de acuerdo.
Parece que los seres humanos vivimos casi constantemente bajo la presión de competir unos con los otros. Nos observamos y nos comparamos, nos medimos unos a los otros. Consideramos nuestra apariencia, nuestras acciones, nuestras virtudes y nuestros defectos, nuestros logros y nuestros fracasos. Y tratamos de vernos siempre mejores que otras personas, mejores que los demás.
Una cosa es cuando estamos bajo la mirada de otras personas a nuestro alrededor, y otra muy diferente cuando estamos ante la poderosa y escudriñadora mirada de nuestro Dios y Creador. A los humanos los podemos impresionar con nuestra postura y el fingimiento de que nuestros defectos son pocos y muchas nuestras virtudes. Pero delante de Dios no podemos esconder nada.
Observa lo que sucede cuando dos personas están ante la mirada de Jesús:
Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies.Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.
Jesús habló mirando directamente a la mujer y refiriéndose a ella. No escondió que hablaba de ella, siendo que ella también estaba escuchando.
¿Qué hace el Maestro?
¡Comparó a Simón y a aquella mujer!
En sus pensamientos, Simón se había considerado merecedor de la visita de aquel probable profeta, mientras que estaba seguro de aquella señora no se merecía nada. Él era mejor, superior, más merecedor que ella. ¿Lo era? No. Era el deudor al que se le perdonarían cincuenta denarios de deuda.
Jesús lo había observado todo, con detalles.
Simón no le había dado agua a Jesús para limpiarse los pies - Aquella mujer le había lavado los pies con sus lágrimas y los había secado con sus cabellos. ¡Y las mujeres siempre se cuidan muy bien el cabello!
Simón no había recibido a Jesús con un beso, un gesto de aprecio, cercanía y valoración - La mujer no había dejado de besar sus pies desde que había llegado.
Simón no había ungido su cabeza con aceite - La mujer había ungido sus pies con un caro perfume.
Había un resultado de aquellas acciones. El que se había considerado mejor se quedaría vacío, mientras “la indigna” se retiraría con la vida cambiada, llena de vida eterna, y un día la veremos celebrando en la presencia del Todopoderoso.
¡Cómo quiero que Jesús hable así de mí!
...sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho...
Así se ve la fe a veces, como mucho amor. Así fue que aquella señora expresó su fe, su necesidad de la salvación que Jesús venía a traer.
Jesús pronunció lo impronunciable para los religiosos de cualquier época.
Aquella mujer representa la salvación por la fe, en la práctica.
¿Qué es lo que la caracteriza?
Ella estaba muy consciente de su culpabilidad, de su indignidad ante Jesús.
Así como ella, tú y yo también somos culpables, indignos de acercarnos siquiera a Él. Sin embargo, Él se acercó a nosotros, se hizo accesible al toque de nuestra fe.
¿Cuánto te ha sido perdonado a ti?
Honestamente, ¿cuánto le debes a Dios, de acuerdo a tus acciones, decisiones y actitudes?
Yo también quiero escuchar
Tus pecados te son perdonados.
Una vez más, eso es lo que escuchamos cuando Dios nos revela su amor por medio de Jesús.
Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Con otras palabras, pero allí dice “Tus pecados te son perdonados” cuando crees en Jesús.
No se nos dice cuál fue la reacción de Simón, que acababa de ser confrontado con su falta de amor y fe, que debería estar avergonzado.
Sin embargo, aquí está registrada la reacción de los otros comensales que compartían la mesa con ellos. ¿Qué hacían? Cuestionaban a Jesús por su acción de perdonar los pecados de aquella mujer. Y hacían bien. Jesús acababa de hacer algo que solamente, únicamente, Dios podía hacer.
Jesús se estaba revelando, mostrando, como el único Dios verdadero, capaz de salvar y perdonar pecados.
Como siempre, el Maestro no le dio importancia a la opinión o el comentario de la gente.
Considera este momento, en el que Jesús protegió una vez más a aquella mujer, dándole la indicación de que saliera antes de ser expuesta a vergüenza una vez más por aquellos que la consideraban “pecadora”, inferior e indigna.
Tu fe te ha salvado, ve en paz.
Así como algún tiempo después el Salvador le anunció al ladrón de la cruz que aquella misma tarde estaría con Él en el Paraíso, Jesús le anunció su salvación a aquella mujer.
A veces nos podemos preguntar cuál es la “manera correcta” de expresar nuestra fe en Jesús. No hay tal cosa como una “manera correcta”. La manera correcta tiene que brotar desde el corazón.
¿De qué manera le expresas a Jesús tu gratitud por su amor, por el perdón de tus pecados, por tu salvación?
Aquella mujer
dio
se humilló
adoró
se quebrantó
renunció a su dignidad
se expuso
Creo que tenemos mucho que aprender de ella.
No dejes que tu acercamiento a Dios al creer en Jesús sea pura apariencia o te haga ver bien, como merecedor de la salvación que solamente la sangre de Jesús es capaz de pagar.
Dejemos que el Espíritu nos muestre cuánto le debemos a Dios, y que podamos llegar ante Él para darle, para entregarlo todo, quebrantados, genuinamente arrepentidos y dispuestos a vivir enteramente para Él cada instante hasta que nos llame a su presencia.