5 razones para no seguir a tu corazón
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El que confía en su propio corazón es necio;
Mas el que camina en sabiduría será librado.
El cofundador de Apple, entusiasta de las camisas con cuello de tortuga y expresidente de Pixar, Steve Jobs, dijo una vez: «No hay razón para no seguir a tu corazón».
En la mayor parte de la historia de la humanidad, los sentimientos se podían abrazar, resistir, ignorar, celebrar, castigar, silenciar, entrenar o desafiar. Nuestros antepasados podían hacer mucho con sus emociones. La «libertad» actual es mucho más limitada. Cuando se trata de tu corazón, tienes una sola opción: seguirlo.
Bajo la moda del individualismo expresivo, la vida ya no se trata de llevar nuestro yo interior al ritmo y tono de la belleza, la bondad y la verdad. Se trata de encontrar nuestra propia melodía interior, marchar a nuestro propio ritmo y dirigir a los que nos rodean para que toquen nuestros himnos de autonomía.
La verdad es que, respondiendo a Steve Jobs, hay muchas razones buenas para no seguir tu corazón. Estas son cinco.
1. Nuestros corazones son demasiado torpes
1. Nuestros corazones son demasiado torpes
Validar cada uno de nuestros sentimientos parece estimulante al principio. Pero acabamos atrapados en nuestras propias construcciones mentales. Nos convertimos en lo que David Foster Wallace llamó «señores de nuestros pequeños reinos del tamaño de un cráneo, solos en el centro de toda la creación». Mirar dentro de nuestros corazones no nos da libertad ilimitada, sino un caso grave de claustrofobia.
No me malentiendas: no me cabe duda de que tu corazón es fascinante. Pero comparado con seguir el corazón de Dios —el Dios que ha sido descrito como un «océano infinito e ilimitado del ser»—, nuestro corazón tiene toda la emoción de una pecera mohosa.
2. Nuestros corazones son demasiado titubeantes
2. Nuestros corazones son demasiado titubeantes
El filósofo griego Heráclito dijo que nunca te metes dos veces en el mismo río porque siempre está fluyendo. Nuestros corazones también fluyen constantemente. Algunos pueden ser tan turbulentos como el Motagua en época de lluvias intensas, mientras que otros se mueven como la miel en un día frío, pero todos los corazones humanos están en movimiento.
Lo que Dios dice sobre ti es infinitamente más digno de confianza que lo que digan tus sentimientos de un momento a otro. Si no quieres acabar en una crisis de identidad crónica, no te tomes al pie de la letra lo que te digan tus sentimientos caídos. En cambio, tómate al pie de la letra lo que te diga Dios. Su veredicto gozoso sobre ti es digno de confianza y sólido como la piedra.
3. Nuestros corazones están demasiado divididos
3. Nuestros corazones están demasiado divididos
El dogma «sigue a tu corazón» supone ingenuamente que nuestro corazón es como un coro: cada emoción armoniza con todas las demás. En realidad, el corazón se parece menos a un coro y más a una tienda de guitarras en la que cincuenta guitarristas con cincuenta guitarras y amplificadores intentan imponerse unos sobre otros. En La abolición del hombre, C. S. Lewis lo explica con el lenguaje del instinto:
Decirnos que obedezcamos al instinto (o al corazón) es como decirnos que obedezcamos a las «personas». Las personas dicen cosas distintas: los instintos también… Cada instinto, si le haces caso, pretenderá ser gratificado a costa de todos los demás.
Incluso el supervillano Síndrome de Los Increíbles, entiende el punto. «Siempre dices: “Sé fiel a ti mismo”», se queja Pine a su antiguo ídolo, Mr. Increíble, «¡pero nunca dices a qué parte de ti mismo debes ser fiel!».
4. Nuestros corazones son demasiado depravados
4. Nuestros corazones son demasiado depravados
El llamado a la obediencia cardiaca tiene sentido únicamente si seguimos al revolucionario francés Jean Jacques Rousseau en su dogma, según el cual «no hay perversidad original en el corazón humano»; o a Celine Dion en su afirmación: «Si sigues a tu corazón, no creo que puedas equivocarte»; o a Joel Osteen en su enseñanza de que «el corazón tiene razón».
La Biblia, por su parte, nos ofrece una dosis de realismo que nos llena de humildad.
Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?
Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol, que un mismo suceso acontece a todos, y también que el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal y de insensatez en su corazón durante su vida; y después de esto se van a los muertos.
Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre.
5. Nuestros corazones son demasiado ilusos
5. Nuestros corazones son demasiado ilusos
Uno de los hallazgos mejor documentados de las ciencias sociales es un fenómeno conocido como «sesgo de beneficio propio». Como documenta el psicólogo David Meyers, la mayoría de los estadounidenses se consideran más inteligentes, más éticos y con menos prejuicios que sus vecinos y compañeros. La impresionante cifra del 94 % de los profesores universitarios se cree superior a la media de sus colegas. En una encuesta del College Board se pidió a 829,000 estudiantes de último año de secundaria que calificaran su capacidad para llevarse bien con los demás. Efectivamente, el 100 % se clasificó «por encima de la media». Es la ciencia poniéndose al día con las Escrituras:
Todo camino del hombre es recto en su propia opinión;
Pero Jehová pesa los corazones.
Este sesgo de beneficio propio explica por qué el llamado a seguir nuestros corazones no nos parece tan absurdo como en realidad es. Pero las evidencias se acumulan en nuestra contra.
En 1961, en un sótano de la Universidad de Yale, Stanley Milgram descubrió que la mayoría de las personas comunes y corrientes estarían dispuestas a electrocutar el cuerpo de un desconocido con un voltaje potencialmente letal (afortunadamente, las víctimas de las descargas eran actores y no estaban realmente siendo freídas vivas). Una década más tarde llegó el controvertido experimento de la prisión de Stanford. Philip Zimbardo seleccionó a dos docenas de jóvenes psicológicamente aptos para un estudio de dos semanas en un entorno carcelario simulado. En veinticuatro horas, los «guardias» rociaron a los «presos» con extintores, los desnudaron, les quitaron los colchones y arrojaron a los revoltosos al confinamiento solitario. Los días siguientes fueron tan brutales que las autoridades tuvieron que detener el experimento.
Si aún dudas de la capacidad de inhumanidad de la humanidad, asiste a una venta de viernes negro a medianoche después de acción de gracias. Los corazones humanos pueden pasar de la gratitud a la codicia en milisegundos. ¿Aún no estás convencido? Ve un episodio de Dance Moms. O asiste a una búsqueda de huevos de pascua patrocinada por la iglesia. O haz una introspección honesta de quince segundos.
Amigos, convirtámonos en herejes contra el culto actual a la adoración del yo y al individualismo expresivo. No sigas a un corazón torpe, titubeante, dividido, depravado e iluso. Sigue el corazón de Dios.