Un valor que viene de Dios

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1 Thessalonians 2:1–2 NBLA
1 Porque ustedes mismos saben, hermanos, que nuestra visita a ustedes no fue en vano, 2 sino que después de haber sufrido y sido maltratados en Filipos, como saben, tuvimos el valor, confiados en nuestro Dios, de hablarles el evangelio de Dios en medio de mucha oposición.

Introducción

Hoy queremos continuar nuestra reflexión acerca de la primera carta del apóstol Pablo a los Tesalonicenses.
Luego de Pablo introducir esta carta (Capítulo 1) con palabras de celebración y gratitud a Dios por la fidelidad, el amor y el testimonio de los creyentes en Tesalónica, parece continuar la carta haciendo una defensa de su persona, de su equipo de trabajo y de su ministerio en Tesalónica.
Y la pregunta que nos surge es, ¿por qué Pablo se ve en la necesidad de hacer esta defensa?
Como en otras ocasiones, Pablo parece responder a ciertas críticas o dudas acerca de su ministerio.
Pero Pablo realmente no está preocupado por defender su reputación, sino por ser fiel testigo del Evangelio. Porque para Pablo el Evangelio es lo importante. Y Pablo no quiere que nada manche el mensaje.
¿Y sabes qué? Tú y yo tampoco somos lo importante. La Cumbre no es lo importante. Lo importante es el mensaje que cargamos. El Evangelio es lo importante.
Tú y yo hemos sido llamados por Dios para ser los custodios de un mensaje. Hemos sido llamados a ser los embajadores de un mensaje; de la Noticia más importante del mundo.
Por lo tanto, nuestra mayor preocupación debe ser la misma del apóstol, que nada manche el mensaje. Que nuestra manera de vivir no manche el mensaje. Que nuestro testimonio no manche el mensaje.
Hace unas semanas fuimos testigos de la controversia en la que se voy envuelto el pastor Cesar Vazquez con sus comentarios acerca del embarazo de la Comisionada Residente.
Y aunque sé que ofreció una disculpa pública, ¿cuál fue el resultado? Terminó manchando el mensaje del Evangelio, del cuál él también se supone que sea custodio y embajador.
Terminamos pagando justos por pecadores. Terminó manchando no solo su ministerio sino el de todo los creyentes en este país.
Por eso, cada día me convenzo más de que la política no es para los cristianos. Ese no es nuestro frente. Esa no es nuestra plataforma. Esa no es nuestra tarima.
Jesús nunca hubiese fundado un partido político. De hecho, hasta cierto punto esa era la expectativa de sus discípulos. Pero Cristo se resistió hasta el final.
Nuestra plataforma y nuestra tarima sigue siendo la proclamación del evangelio a través de la predicación, del discipulado, del evangelismo, de la vida en comunidad y del servicio de amor, en cada uno de nuestros contextos; donde vivimos, donde estudiamos, donde trabajamos y donde jugamos.
Nuestra respuesta a los políticos tiene que seguir siendo la misma respuesta de Jesús al político Pilato cuando lo estaba juzgando:
Juan 18:36 (NBLA)
...«[Es que] mi reino no es de este mundo. Si Mi reino fuera de este mundo, entonces Mis servidores pelearían para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero ahora Mi reino no es de aquí».
Nuestro reino tampoco es de este mundo.
La historia cuenta que Pablo y sus compañeros tuvieron que salir de Tesalónica en secreto debido al tumulto que algunos judíos habían provocado a causa de la predicación del Evangelio.
Y aparentemente, luego de su partida, algunos comenzaron a criticarlo debido a su repentina huida de la ciudad y a su negativa de volver a visitarlos.
Algunos quizás comentaban que Pablo no estaba verdaderamente comprometido con los tesalonicenses. Que tenía miedo de regresar a la ciudad.
Por eso en el verso 17 de este capitulo 2 Pablo dice:
1 Tesalonicenses 2:18 (NBLA)
...queríamos ir a ustedes, al menos yo, Pablo, más de una vez; pero Satanás nos lo ha impedido.
Algunos, no solo estaban esparciendo la idea de que Pablo no estaba verdaderamente comprometido con los tesalonicenses, sino que por tal razón su mensaje tampoco era verdadero.
Y aquí vemos entonces la verdadera preocupación de Pablo. No que hablaran mal de él sino que el mensaje del Evangelio comenzara a ser minado.
Entonces Pablo se ve en la necesidad de recordarles, en primer lugar, el trabajo y la obra que él y sus compañeros realizaron en Tesalónica. Y se los recuerda, de nuevo, no con el fin de defender su reputación, sino con el fin de animarlos a no desenfocarse, a no creerse las mentiras y a seguir su ejemplo de fidelidad, de servicio y amor aún en medio de la crítica y la oposición.
Por eso les dice:
1 Thessalonians 2:1–2 NBLA
Porque ustedes mismos saben, hermanos, que nuestra visita a ustedes no fue en vano, sino que después de haber sufrido y sido maltratados en Filipos, como saben, tuvimos el valor, confiados en nuestro Dios, de hablarles el evangelio de Dios en medio de mucha oposición.

Mi visita no fue en vano

Ustedes mismo saben que nuestra visita no fue en vano.
Esta en verdad es una continuidad de su argumento en los últimos versículos del primer capítulo.
En otras palabras, Pablo le dice a los tesalonicenses: cuando alguien dude de nuestro ministerio o nos critique recuérdenle que ustedes mismos son la mejor y contundente evidencia de nuestro ministerio.
Cuando alguien venga a criticarme a mí y a mis compañeros, ustedes tienen el mejor argumento para defendernos. Y el mejor argumento son ustedes mismos. Su fe, su testimonio, su amor y su servicio.
Ustedes son la evidencia de que nuestro ministerio fue genuino; de que lo que le enseñamos es la verdad; de que nuestro ministerio produjo frutos de salvación.
La mayor recompensa, que un pastor puede recibir de su iglesia, la mejor paga, la mayor alegría, lo más que le anima para seguir pastoreando, no es el salario, no son los beneficios, no son las condiciones de trabajo.
La mayor recompensa, la mejor paga, el mejor beneficio, la mayor alegría, lo más que le anima es ver vidas transformadas.
Es ver a su iglesia creciendo y madurando en su relación con Dios. Procurando y trabajando por una vida más profunda en el Espíritu. Viviendo en comunidad, multiplicándose en otros, amándose genuina y sacrificadamente, huyendo del pecado y sirviendo a los demás.
Esas son las cosas que le traen mayor satisfacción a un pastor. Porque uno dice, mi trabajo no es en vano. No estoy perdiendo el tiempo aquí. Veo el fruto de mi esfuerzo y de mi sacrificio.
Por eso más adelante Pablo les dice a los tesalonicenses:
1 Thessalonians 2:20 NBLA
Pues ustedes son nuestra gloria y nuestro gozo.
¡Amados! La mejor defensa del evangelio es nuestro testimonio. Es nuestra manera de vivir.
Pero tristemente, muchas veces también el mayor impedimento para que podamos compartir el evangelio, donde vivimos, donde trabajamos, donde jugamos o donde estudiamos, no es la persecución religiosa, es nuestro mal testimonio.
Cuando escuchamos expresiones como: Y eso que es cristiano.
O expresiones como: ¡Wow!Jamás hubiera pensado que era cristiano.
La realidad es que muchas veces no nos atrevemos hablarle a nuestros compañeros de trabajo o a nuestros vecinos, porque es que ellos me conocen demasiado bien. Ellos saben quién yo soy realmente. Ellos observan cómo actúo. Ellos saben cómo reacciono cuando me molesto. Ellos saben cómo hablo y cómo me expreso.
¡Amados! Recuerden que siempre estamos discipulando. Alguien siempre nos está observando. La pregunta es, ¿qué clase de discípulos estamos formando?
Y si ese es tu problema, hay una solución. La solución sigue siendo el arrepentimiento. La solución sigue siendo un cambio de actitud radical.
Y muchas veces va a requerir que vayamos a donde nuestro vecino o a donde nuestro compañero de trabajo y le digamos: Vengo a pedirte perdón porque me he dado cuenta que no me he comportado como un cristiano genuino. Como el cristiano que Dios quiere que yo sea.

A pesar del sufrimiento y el maltrato

La vida y el testimonio de los tesalonicenses no eran la única evidencia de la efectividad y de la autenticidad del ministerio de Pablo y sus compañeros. Sino también las condiciones en las que Pablo llegó a Tesalónica.
Pablo y sus compañeros llegaron a Tesalónica después de haber experimentado mucho sufrimiento en la ciudad de Filipos. Ciudad donde fueron acusados injustamente, azotados con varas, echados a la carcel, arrojados en el calabozo más profundo y amarrados con cadenas. Todo por causa de predicar el Evangelio de Jesucristo.
Entonces Pablo parece recordarles a los tesalonicenses que lo que él y sus compañeros experimentaron en Filipos era razón más que suficiente para dejar de predicar el Evangelio. Para no continuar.
¿Vamos nosotros a salir de una ciudad donde fuimos maltratados para ir a la próxima ciudad a predicar sin saber lo que nos vamos a encontrar allí?
O hay que estar loco, o hay que estar profundamente comprometido con una causa. O simplemente, estar comprometido con obedecer al mandato de nuestro Señor.
Hagamos un ejercicio y pongámonos en los zapatos de Pablo y de sus compañeros por un momento.
Imagine que por yo predicar desde esta plataforma me arresten, me acusen injustamente, no me permitan tener un juicio imparcial, me azoten y me metan en la cárcel de máxima seguridad, manteniéndome atado de pies y manos.
¿Qué ustedes creen que yo haría? ¿Me quedarían fuerzas o ánimo para continuar predicando? ¿Terminaría cuestionando mi fe? ¿Engancharía los guantes? ¿Acusaría a Dios de ser injusto conmigo por permitirme pasar por ese sufrimiento? ¿Diría: esto no vale la pena? ¿O: yo no firmé para esto?
Humanamente todas esas expresiones serían muy lógicas.
Pero no seamos tan dramáticos. Imagine que a usted lo despidan de su trabajo por simplemente hablarle a uno de sus compañeros acerca de su fe en la hora de almuerzo.
O que usted tenga de renunciar a su trabajo porque lo estén empujando a hacer algo que va en contra de su conciencia cristiana.
O que usted, estudiante, tenga que darse de baja de su clase porque su profesora no tolere que usted tenga un punto de vista diferente al de ella.
O que usted, papá, tenga que sacar a su hijo de la escuela porque la cultura escolar choca con sus principios cristianos.
¿Cómo reaccionaríamos? ¿Qué actitud tomaríamos? ¿Nos desanimaríamos? ¿Cuestionaríamos nuestra fe?
En el caso de Pablo y de sus compañeros no fue así. Ellos tomaron otra actitud. Ellos alabaron y adoraron a Dios aún en medio del sufrimiento. Ellos siguieron testificando del Evangelio aún estando encarcelados.
Y en medio del sufrimiento experimentaron el gozo y la fortaleza de Dios.
Y claro, su actitud y su obediencia produjo que Dios se glorificara y realizara milagros maravillosos en medio de ellos.
Estando en la cárcel, en Filipos, mientras adoraban en la oscuridad de la noche, de repente un terremoto y en un instante todas las puertas de la cárcel abiertas. El resultado: un carcelero convertido junto a toda su familia y una iglesia local fortalecida en el Señor.
¿Qué hizo que Pablo y sus compañeros tomaran esa actitud?
No fue porque eran super hombres.
La contestación creo que Pablo la da en el versículo 2.

Tuvimos valor, confiados en nuestro Dios

Tuvimos valor, confiados en nuestro Dios
Tuvimos valor, confiados en nuestro Dios de no solo predicarle al carcelero y a su familia en Filipos sino de tener el ánimo de salir de allí y llegar hasta Tesalónica para predicarles a ustedes, aún en medio de mucha oposición.
Un impostor no hace eso. Un impostor no hubiese arriesgado su vida. Un impostor no hubiera tenido el valor. Un impostor no hubiera atravesado por el sufrimiento y hubiera continuado. Un impostor no hubiera puesto su vida en la línea de fuego por gente que ni siquiera conocía.
Solo uno que ha recibido poder, cuando el Espíritu Santo vino sobre él y lo convirtió en testigo; en mártir; en uno que está dispuesto a entregar su vida por la misión de Dios.
Solo uno que hace tal declaración:
Acts 20:24 NBLA
24 »Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios.
La pregunta es si nosotros podemos declarar estas cosas o si estamos actuando como impostores.
Pero el valor del que habla Pablo no es cualquier valor. Es un valor específico. No es valor para pelear. No es valor para discutir. No es un valor que conduce a la violencia.
La palabra que en el versículo 2 se traduce con la frase tuvimos el valor, viene del griego parresiazomai que tiene el sentido de hablar con denuedo. De hablar con valentía, con ánimo, con determinación.
En otras palabras, Pablo es muy claro en decirle a los tesalonicenses que el valor que él y sus compañeros han recibido departe de Dios es, nada más y nada menos, que para predicar el evangelio.
No para discutir. No para pelear. No para insultar. No para hacer valer mis derechos. No para defenderme a mí mismo. Si no para predicar a Cristo y solo a Cristo.
¿Alguna vez te has armado de valor para decir algo que entiendes que es justo?
Pues es ese mismo valor pero para predicar la justicia de Cristo.
La palabra confiados que aparece en el verso 2 no aparece en el texto original. Como ya hemos señalado, estas son palabras que se añaden a la traducción, no al texto original, para ayudar al sentido.
Así que el verso original diría:
…como saben, tuvimos el valor...en nuestro Dios
En otras palabras, el valor no es nuestro. Ciertamente, nosotros somos los que lo ejercemos. Pero reconocemos que no se origina en nosotros. No viene de nuestras propias fuerzas. No viene de nuestras capacidades o habilidades.
Nuestro valor, para hablarles a otros de nuestra fe, solo viene de nuestro Dios. Solo tenemos que confiar en Él y ejercerlo. Solo tenemos que dar el primer paso e inmediatamente experimentaremos Su valor.
Muchas veces decimos que no tenemos el valor de hablarles a otros de nuestra fe. O que no nos sentimos preparados. O que no estamos lo suficientemente maduros en la fe.
Sin embargo, todas esas son mentiras que nos creemos. Porque todos esos son argumentos que parten de la premisa de que es nuestra capacidad o habilidad lo que lo logra.
No parte de la premisa de que es Su Evangelio, es Su mensaje, de que es Su valor.
Pablo y sus compañeros comprendieron el llamado, comprendieron la misión, comprendieron cuál era la meta, y comprendieron su responsabilidad. Pero también comprendieron que el valor no venía de ellos sino de aquel que los había llamado.
Ellos sabían que la misión no sería fácil. Que tendría un costo para ellos. Pero de nuevo, para ellos, ellos no eran lo importante. Lo importante era la misión. Ellos sabían que aunque la misión no sería fácil, aquel que los había llamado los respaldaría.
Ellos tuvieron el valor de hablarles con denuedo el evangelio aún en medio de mucha oposición.
La palabra que se traduce como oposición viene del griego agon que tiene el sentido de combate o de lucha. También nos recuerda la palabra agonía.
Muchas veces de primera instancia compartir el evangelio se va a sentir como una agonía. Se sentirá como una agonía luchar con el temor, con el qué dirán, con el temor al rechazo, o a la burla. Se sentirá como una agonía luchar contra el mundo espiritual.
(Ej: Invitados al grupo pequeño.)
Pero si a pesar del temor, reconocemos el valor que ya tenemos en Dios. No que vamos a recibir. Si no que ya tenemos. Veremos la gloria de Dios.

Conclusión

Entonces, ¿qué nos hace falta para imitar a Pablo y a sus compañeros?
La verdad es que no nos hace falta nada. La verdad es que ya hemos recibido todo lo que necesitamos.
La verdad es que lo único que hace falta es que confiemos en nuestro Dios y demos el primer paso. Que tomemos riesgos de fe. Que crucemos al otro lado. Que hagamos esa invitación. Que iniciemos esa conversación. Que confiemos en ese que es el Señor de la obra. Que es el Dueño de la misión. Ese que ama al perdido. Ese que ya está trabajando en los corazones. Ese que nos quiere usar para Su gloria.
¿Qué hace falta?
Reconocer que tenemos un arma poderosa. Reconocer que esa arma es nuestro testimonio de vida. Reconocer que nuestro testimonio es la mejor evidencia de nuestra fe. Reconocer que nuestro testimonio es la puerta que abrirá oportunidades para compartir nuestra fe.
Y si examinamos nuestra vida y nos damos cuenta que no hemos dado el mejor testimonio o que hemos manchado el evangelio con nuestra manera de vivir, con nuestras acciones, con nuestras desiciones o actitudes, aún hay esperanza.
El Señor sigue siendo el mismo de quien una ves se dijo:
1 John 1:9 NBLA
9 Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.
Él no quiere que vivamos en la oscuridad. Él quiere que vivamos en la luz.
Él no quiere que vivamos en el anonimato. Él quiere que seamos Sus testigos.
Él no quiere que vivamos en el silencio. Él quiere que vivamos para proclamar Su Verdad a tiempo y fuera de tiempo. Aquí, allá y en todo lugar.
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