SECRETOS DE LA ORACIÓN

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ORACIONES ROBADAS

ESTE MENSAJE CADA VEZ QUE SOY MÁS CONSCIENTE DE LAS COAS DE DIOS, ME HACE SABER LO GRAVE Y Y AL MISMO TIEMPO LO IMPORTANTE QUE ES DAR EL MENSAJE QUE DIOS QUIERE DAR A SU IGLESIA, LOS ERRORES DE LOS MÉDICOS TE LLEVAN A L MUERTE, LOS ERRORES DE LOS ARQUITECTOS PUEDEN CAUSAR MULTIPLES MUERTES, HERIDOS Y PERSONAS SIN HOGAR, LOS ERRORES DE UN ABOGADO LLEVAN A SU DEFENDIDO A LA CÁRCEL , PERO LOS ERRORES DE UN PASTOR PUEDEN LLEVAR A ALGUIEN A LA CONDENACIÓN ETERNA.
“Jesús entró en el Templo y echó de allí a todos los que compraban y vendían. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas. «Escrito está —dijo—: “Mi casa será llamada casa de oración”, pero ustedes la han convertido en “cueva de ladrones”». Pero, cuando los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley vieron que hacía cosas maravillosas y que los niños gritaban en el Templo: «¡Hosanna al Hijo de David!», se indignaron.”
‭‭Mateo‬ ‭21‬:‭12‬-‭13‬, ‭15‬ ‭NVI‬‬
INTRODUCCION
ORACIÓN. I. Antiguo Testamento. (1) La visión del AT acerca de la oración se deriva de un alto concepto de Dios. Orar a Dios implica que éste piensa, quiere y siente; sin embargo, es omnipotente, omnisciente, santo y clemente. La comunión entre Jehová y el pueblo de su pacto era natural, real e íntima. (2) El AT enfatiza el aspecto individual de la oración. En Abraham, Moisés, Samuel, Jeremías, la devoción religiosa alcanza alturas destacables a un nivel individual. Así ocurrió especialmente en la intercesión: Abraham intercediendo por Sodoma (Gn. 18); Moisés, por Israel (Ex. 32:10–13); Job, por sus amigos (42:8–10). La impresión es que únicamente personalidades destacadas participaron de la intercesión; probablemente porque era un ministerio poco común. Sin embargo, a un nivel individual, la oración es común en los Salmos (p. ej., 31, 86, 123, 142) como lo es la adoración, la alabanza y la acción de gracias. (3) Pero en razón de que Israel era la comunidad del pacto, la oración social es también prominente en el AT. Incluso algunos ejemplos de oración individual tenían un pronunciado acento social. Moisés, Samuel y Salomón oraron en representación de la comunidad (Ex. 33:7ss.; 1 S. 7:2ss.; 1 R. 8:22). El aspecto corporativo es también prominente donde la oración está unida al sacrificio: esto evitaba que el sacrificio se transformara en una mera matanza y comida. En esta conjunción de oración y sacrificio, Israel ofreció su servicio más sublime al Señor. Los legisladores, profetas y salmistas estaban interesados en enseñar a Israel que la oración involucraba un dar y recibir; el ofrecimiento, tanto de corazón y labios como de corderos, para el sacrificio.
II. La enseñanza de Jesús. (1) El factor más importante en la doctrina de Cristo acerca de la oración es su insistencia sobre la paternidad de Dios (véase). Dios es esencialmente el Padre Santo quien, en tanto que actúa paternalmente con todos los hombres, es el verdadero Padre únicamente de aquellos que son sus hijos por medio de su gracia y del arrepentimiento y fe. (2) Jesús también enfatizó el valor del individuo delante de Dios en oración. No solamente se le asegura al hijo que el Padre le da la bienvenida delante de su presencia; también se le asegura que el Padre se preocupa de llevarle al hogar junto a él. (3) Cristo también enseñó a los hombres que la oración verdadera es espiritual, no formal. En Mateo 6:5–8 expone los peligros de la formalidad en la oración; a la vez que su oración sacerdotal de Juan 17 enfatiza la intimidad de la comunión. La espontaneidad, por lo tanto, debería ser también una característica de la oración verdadera. (4) El énfasis acerca del poder de la oración que el Señor hace se deduce de su intimidad o espiritualidad; sobre todo, cuando la oración es derramar el corazón delante del Padre Celestial en una actitud de fe (Mr. 11:20–24). Jesús, por tanto, insta a los creyentes a que oren con perseverancia, e incluso con insistencia (Lc. 18:1–8). Aparte de la fe, Cristo destacó otras dos condiciones para tener respuesta a la oración. La oración debe darse en una disposición de amor y perdón (Mt. 18:21–35), y debe ofrecerse en el nombre de Cristo (Jn. 16:23s.) (5) Pero la oración debe orientarse hacia las cosas prácticas. Él nos enseña a orar por pan, perdón, victoria en la tentación, poder sobre las fuerzas espirituales de maldad, la obra misionera, los enemigos, el Espíritu Santo. Jesús mismo hizo peticiones a su Padre en oración. Por ejemplo, en Juan 17 él ruega al Padre que mantenga unidos a los creyentes en la verdad y que los guarde del mal. Esto no significa, sin embargo, que esta petición sea la única, o el elemento principal de la oración, como se deduce de la fórmula de oración que él enseñó a sus discípulos. (6) En realidad, la oración del Señor es una síntesis de la enseñanza de Jesús sobre la materia. El Dios a quien oramos es un Padre que, morando en el cielo, recibe nuestra adoración. El objetivo principal en la oración no es la imposición de nuestras voluntades sobre la de Dios, sino la santificación de su sagrado nombre, la extensión de su reino, nuestra sumisión a su voluntad. Sólo, entonces, Cristo lleva nuestra petición al Padre. Luego, la oración termina, no con nuestras necesidades o deseos sino con Dios, con quien comenzó; con su reino, su poder, su gloria. Verdaderamente, «cuando oramos correcta y apropiadamente, no oramos por nada más de lo que está contenido en la Oración del Señor»
Mateo 21:12–14 ((null)): Si la entrada en Jerusalén había constituido un desafío, aquí tenemos otro desafío que se añadió al anterior. Para contemplar la escena que se desarrolla ante nuestros ojos tenemos que visualizar la forma del templo.
En el Nuevo Testamento griego hay dos palabras que se traducen por templo. Y con propiedad. Pero hay una clara diferencia entre ellas. El templo mismo se llama el naós. Era un edificio relativamente pequeño, que contenía el Lugar Santo, y el Lugar Santísimo en el que solamente entraba el sumo sacerdote una vez al año el solemne Día de la Expiación. Pero el naós mismo estaba rodeado de un amplio espacio que ocupaban los atrios de manera sucesiva y ascendente. En primer lugar desde fuera estaba el Atrio de los Gentiles, en el que podía entrar cualquiera, pero más allá del cual no podían pasar los gentiles bajo pena de muerte. A continuación estaba el Atrio de las Mujeres, al que se entraba por la Puerta Hermosa del templo, en el que podían entrar todos/as los/las israelitas. Después estaba el Atrio de los Israelitas, al que se entraba por la llamada Puerta de Nicanor, una gran puerta de bronce corintio para abrir y cerrar la cual se necesitaban veinte hombres. Era en este atrio donde se reunían los varones para los cultos del templo. Por último estaba el Atrio de los Sacerdotes, al que solo los sacerdotes podían entrar. En él se encontraban el gran altar de los holocaustos, el altar del incienso, el candelabro de los siete brazos, la mesa de los panes de la proposición y el gran estanque de bronce; y en la parte posterior de este atrio se encontraba el naós propiamente dicho. Toda esta área, incluyendo todos los atrios, también se llama en las traducciones de la Biblia templo; la palabra griega es hierón. Sería mejor conservar la diferencia del original, y retener la palabra templo para el templo propiamente dicho, es decir, el naós, y usar la expresión el recinto del templo para toda el área, es decir, el hierón.
El escenario de este incidente fue el Atrio de los Gentiles, en el que cualquiera podía entrar. Siempre había gente y actividad en él; pero en la Pascua estaba abarrotado a más no poder de peregrinos de todo el mundo. Habría allí, en cualquier época, muchos gentiles, porque el templo de Jerusalén era famoso en todo el mundo, hasta tal punto que hasta los escritores latinos lo describían como uno de los edificios más maravillosos del mundo.
En este Atrio de los Gentiles se llevaban a cabo dos clases de transacciones. Una era el cambio de dinero. Todos los judíos tenían que pagar el impuesto del templo de medio siclo, y ese impuesto se pagaba poco antes de la Pascua. Un mes antes, se instalaban puestos en todos los pueblos y aldeas, donde se podía pagar en dinero; pero después de una cierta fecha solo se podía pagar en el templo mismo; y sería allí donde lo pagaría la inmensa mayoría de los peregrinos judíos de otras tierras.
Este impuesto tenía que pagarse en cierta moneda en curso, aunque para los propósitos generales se usaba en Palestina toda clase de monedas. No se podía pagar en lingotes de plata, sino en moneda en curso; no se podía pagar en monedas de aleaciones inferiores o que estuvieran deformadas, sino solo en monedas de plata pura. Se podía pagar en los siclos del santuario, en los medios siclos galileos y especialmente en la moneda tiria, que era de calidad reconocida.
La función de los cambistas era cambiar la moneda no aceptable por otra aceptable. Esa parecía ser a todas luces una función necesaria; pero el problema era que estos cambistas cargaban el equivalente de 2 céntimos por hacer el cambio; y, si la moneda era de más valor que el medio siclo, cargaban otros 2 céntimos por devolver el cambio. Es decir: muchos peregrinos tenían que pagar, no solo su medio siclo —el equivalente de unos 9 céntimos—, sino otros 2 céntimos de comisión; y esto hay que compararlo con el salario de un trabajador que sería de unos 6 céntimos al día.
Esta comisión se llamaba el qolbón. No todo se lo embolsaban los cambistas. Una parte se consideraban ofrendas voluntarias; parte de ello se dedicaba a mantener las carreteras en buen estado; parte se dedicaba a la compra de planchas de oro con las que había la intención de cubrir totalmente la techumbre del templo propiamente dicho, y parte de ello se ingresaba en el tesoro del templo. El asunto no era necesariamente un abuso en su totalidad; pero el problema era que se prestaba al abuso. Se prestaba a la explotación de los peregrinos que habían venido a adorar a Dios, y no cabe duda de que los cambistas obtenían pingües beneficios.
La venta de palomas era peor. Para la mayor parte de los visitantes del templo alguna clase de ofrenda era esencial. Las palomas, por ejemplo, se necesitaban cuando una mujer venía a purificarse después de tener un hijo, o cuando un leproso venía a que se le diera el certificado de curación (Levítico 12:8; 14:22; 15:14, 29). Era fácil comprar animales para el sacrificio fuera del templo; pero los animales que se ofrecieran tenían que ser sin defecto. Había inspectores oficiales de animales, y era de temer que, por lo que fuera, rechazarían los animales comprados fuera, y dirigirían a la persona a los puestos del templo.
Eso no tendría por qué causar un gran perjuicio si los precios hubieran sido iguales dentro y fuera del templo; pero un par de palomas podía costar 5 céntimos fuera del templo, y tanto como 150 dentro. Este era un abuso antiguo. Un cierto rabino, Simón Ben Gamaliel, era recordado con gratitud porque «había hecho que se vendieran palomas por monedas de plata en lugar de de oro». Está claro que había atacado un abuso. Además, estos puestos donde se vendían las víctimas se llamaban los bazares de Anás, porque eran propiedad privada de la familia del sumo sacerdote de ese nombre.
Aquí tampoco había por qué cometer abusos. Tiene que haber habido muchos comerciantes honrados y comprensivos. Pero los abusos se introdujeron rápida y fácilmente. Burkitt decía que «el templo se había convertido en el lugar de reunión de los mangantes», la peor clase de monopolio comercial e intereses económicos. Sir George Adam Smith escribía: «En aquellos días, cada sacerdote tiene que haber sido un comerciante». Por todas partes acechaban a los pobres y humildes peregrinos toda clase de peligros de explotación desvergonzada —y fue esa explotación lo que puso al rojo vivo la indignación de Jesús.
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