Cómo lidiar con nuestro pecado
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El que encubre sus pecados no prosperará;
Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.
Hay momentos en los que nos encontramos lidiando con el mismo pecado.
Otra vez realizamos una compra compulsiva.
Otra vez tratamos a nuestros hijos con enojo.
Otra vez nos hemos vuelto a esa relación pecaminosa.
Y la lista podría continuar…
Podemos encontrarnos en prácticas en las que sentimos que el pecado se hace más fuerte y, a veces, hasta llegamos al punto de la resignación porque no sabemos qué más hacer.
El problema del pecado es complejo, pero hay algo que nos enseña la Palabra que es fundamental a la hora de lidiar con nuestro pecado. Proverbios 28:13 dice: «El que encubre sus pecados no prosperará, / Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia». Hay grandes verdades en este verso que me gustaría que veamos en diferentes partes.
1. El que encubre sus pecados no prosperará…
1. El que encubre sus pecados no prosperará…
Encubrir el pecado es una tendencia humana que viene desde el primer pecado en el jardín del Edén. Adán y Eva desobedecieron a Dios y su reacción inmediata fue esconderse. En lugar de correr hacia Dios, corrieron de Él.
Cuando Dios preguntó dónde estaban, Adán respondió: «Te oí en el huerto, tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí» (Gn 3:10). Adán y Eva escondieron su vergüenza de Aquel que la conocía a la perfección, del único que podía genuinamente hacer algo con ella.
Lo mismo tendemos a hacer en medio de nuestro pecado: escondernos. Callamos en lugar de hablar. Aparentamos en lugar de confesar. Por más absurdo que sea, tenemos esta tendencia a escondernos de Dios.
La realidad es que cuando tratamos de escondernos de Dios somos como un niño tratando de esconderse detrás de un árbol pequeño y delgado, ¡es algo inútil!. Pensamos que nos estamos escondiendo del Dios que todo lo ve, del Dios de cuya presencia no podemos huir, de Aquel que todo lo sabe, de quien aún no ha llegado la palabra a nuestros labios cuando Él ya la conoce (Sal 139:4). Tratamos de escondernos de Aquel que está presente en el momento justo en el que pecamos contra Él.
Pues aún no está la palabra en mi lengua,
Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.
Pero no solo nos escondemos de Dios, sino que también escondemos nuestro pecado de nuestro prójimo. Tenemos temor de los demás y por eso nos preocupamos por cómo nos verán si confesamos nuestro error, qué pasará con nuestra reputación o cuáles serían las consecuencias. Entonces preferimos esconder nuestro secreto. Sin embargo, ocultar nuestro pecado jamás nos llevará a prosperar.
A quien encubre su pecado no le irá bien, porque el pecado engendra más pecado (cp. Stg 1:14-15). El pecado no confesado se va volviendo cada vez más grande. Nos puede afectar incluso físicamente (Sal 32:3-4) y nos lleva por el camino opuesto a Dios y, por lo tanto, contrario al perdón y a la restauración.
No obstante, gracias a Dios, este proverbio no se queda ahí; hay un aliento de esperanza: «Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.». Comencemos con la primera parte de esa frase.
2.1. Mas el que los confiesa…
2.1. Mas el que los confiesa…
Lo opuesto a encubrir es confesar. En medio de nuestro pecado, necesitamos abrir las ventanas de nuestro cuarto oscuro y dejar que entre la luz. La confesión involucra al menos tres aspectos.
En primer lugar, debemos dirigir nuestra confesión a Dios. Es cierto que Dios ya conoce nuestro pecado, pero nos invita a ir a Él en arrepentimiento, reconociendo nuestra bancarrota espiritual y nuestra necesidad de Su perdón. Como enseñó Jesús:
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
En segundo lugar, debemos confesar nuestro pecado a los afectados. Generalmente, hay varios «otros» involucrados en este aspecto. Herimos a las personas con nuestro pecado. Puede que hayamos pecado contra nuestro conyuge, nuestros hijos, nuestros padres o algún amigo. Traer luz en medio de nuestro pecado requiere que confesemos y pidamos perdón a quienes ofendimos, y que lo hagamos reconociendo específicamente de qué forma fallamos.
«Perdóname si te ofendí» no es la forma correcta de reconocer nuestro pecado, porque esa supuesta confesión pone la culpa en el otro. Es como si dijéramos: «El problema no fue que yo hice algo, el problema fue que tú te ofendiste». Necesitamos llamar al pecado por su nombre y asumir aquello que hemos hecho. Debemos decir: «Perdóname porque reaccioné con ira», «Perdóname porque te mentí», «Perdóname porque fui egoísta». Pero hay otro aspecto importante de la confesión.
En tercer lugar, debemos compartir nuestras luchas con otros creyentes, para que nos acompañen en nuestro caminar en la fe y lucha contra el pecado. La Palabra nos dice que «si andamos en la Luz, como Él está en la Luz, tenemos comunión los unos con los otros» (1 Jn 1:7). De modo que, no hay verdadera comunión con otros mientras andamos en la oscuridad.
Necesitamos dejar las caretas de lado y tener a otros hermanos a nuestro alrededor que nos conozcan, oren por nosotros y nos ayuden a levantarnos cuando hemos caído.
2.2. … y se aparta alcanzará misericordia
2.2. … y se aparta alcanzará misericordia
No es suficiente solo con confesar nuestros pecados, porque el verdadero arrepentimiento implica un cambio de rumbo. Dejamos de escondernos y de ocultar nuestro pecado, pero también nos apartamos de él.
Ese «abandonar», al que nos llama este proverbio, no es algo que va a ocurrir de una manera pasiva. Necesitamos activamente, en dependencia del poder del Espíritu, alejarnos de ese pecado y correr en la dirección contraria. Pero no correremos sin rumbo, corremos hacia Jesús.
Adán y Eva se avergonzaron de su pecado. Tuvieron miedo y se escondieron. Sin embargo, Dios, en Su gran compasión, les salió al encuentro y, en medio de su vergüenza, les hizo vestiduras para cubrirlos. En Jesús Dios ha cubierto nuestro pecado con Su sangre, así que podemos confiar en que al confesar nuestros pecados, apartarnos de ellos y correr hacia Él encontraremos toda la misericordia que necesitamos.