DÍA 26: Abrazando mi incapacidad
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“¡Miserable de mí!”
Romanos 7:24a
Para crecer en nuestra vida cristiana necesitamos que las palabras de Pablo se conviertan en nuestras palabras. ¿Has notado los signos de admiración de la frase? Aunque no forman parte del original griego, los signos de admiración son la manera en la que los traductores intentan expresar lo que Pablo quiso comunicar: “¡Siento esto en lo más profundo de mi ser! ¡Necesito gritarlo a los cuatro vientos! ¡Sin ningún lugar a duda, esta es mi condición!”. Estas breves palabras del apóstol son extremadamente significativas para el inicio del cambio; incluso yo diría que estas palabras de Pablo son el inicio del cambio.
En los últimos días hemos estado meditando en una verdad clave; todos (cristianos y no cristianos) tenemos un amor egoísta. ¿Podemos amar a otros? ¡Claro que podemos! Pero, solo con esa clase de amor; con un amor incurablemente autocentrado. Como nos deja ver el apóstol, cuanto más te conoces a ti mismo más te das cuenta de que tus motivaciones al amar son increíblemente oscuras, centradas en ti mismo y egoístas. Pregúntale a cualquier “santo” de la historia de la iglesia y encontrarás la misma respuesta. Cuanto más conoces tu propio corazón, más llegas a ver que lo que una vez llamaste “amor por otros” (incluso por tus seres más queridos) tenía un porcentaje abrumador de inconsciente “amor por ti”.
Al estudiar la vida de Pablo, varios eruditos bíblicos han notado un patrón muy revelador. Considéralo conmigo.
¿Cómo se percibía Pablo a sí mismo a comienzos de los años 50? En sus propias palabras: “Soy el más insignificante de los apóstoles” (1 Corintios 15:9). No está nada mal, ¿verdad? Aunque no entraba en el “top 10” de las personas más espirituales del mundo estaba convencido de que se encontraba en el puesto número 13. Bastante bien, ¿no?
Avancemos en el tiempo. ¿Cómo se vería a sí mismo diez años después? Luego de caminar todo este tiempo con Jesús afirmó: “Soy el más insignificante de todos los santos” (Efesios 3:8 NVI). ¿En serio, Pablo? ¿En vez de avanzar en el ranking caes al último puesto? ¿El último de todos los cristianos? No es muy alentador, ¿verdad?
Vayamos al final de su vida para ver si la cosa mejora. “Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15).
¿Cómo es eso, Pablo? Estás al final de tu peregrinaje y
¿eres peor que cualquier pecador que jamás haya vivido?
¿Peor que los fariseos a los que Jesús condenaba?
¿Peor que Nerón?
¿Peor que una persona que está entregada a sus ídolos?
¿Peor que un manipulador compulsivo?
¿Peor que un adicto a la pornografía?
¿Peor que un asesino en serie?
¿Peor que un pederasta?
¿Peor que Hitler?
¿Peor que yo?
La respuesta a todas estas preguntas es la misma: ¡sí! Y no; esto no significa que después de creer en Cristo Pablo actuaba peor que otros pecadores, sino que después de caminar con Cristo él se percibía como el peor de ellos.
¿Qué es avanzar en la vida cristiana? ¡Comprender mejor tu propio corazón! ¿Te das cuenta qué es lo que cambia al crecer en santidad? ¡Tu nivel de luz y tu nivel de sensibilidad! Ahora, por obra del Espíritu, puedes ver cosas que antes no veías y puedes sentir cosas que antes no sentías.
Cuando avanzas en la vida cristiana te encuentras a ti mismo pronunciando más y más: “¡Miserable de mí!” O, como diría Isaías: “¡Ay de mí!” (Isaías 6:6). O como diría Pedro: “¡Soy hombre pecador!” (Lucas 5:8). Esto no se debe a que con el correr del tiempo te estás transformando en una peor persona, sino a que al caminar cerca de Cristo estás descubriendo más y más que siempre lo fuiste.
Para orar y meditar a lo largo del día:
Conocer mi propio corazón no debe llevarme a la desilusión, ni al desánimo, ni a una autocondenación insana; conocer mi propio corazón debe llevarme a los brazos de Aquel que, lejos de condenarme, desilusionarse o desanimarse, vino a rescatarme de este estado.