Jesús Sanador

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MEDICINA PARA TODA ENFERMEDAD

Aquí va a aprender cómo adquirir una supermedicina, una medicina para toda enfermedad, lo que es excelente dadas las circunstancias de estos tiempos.

Nos movemos en un mundo en donde la enfermedad causa los peores estragos, en donde muchos padecen de infecciones, virus antiguos y nuevos; en donde aparecen de un momento a otro enfermedades insospechadas que asesinan a muchos y causan pánico al resto. Vivimos en una época en donde, además, las políticas de salud pública son muy deficientes y el negocio de los medicamentos es el mayor del mundo, junto con el de las armas. Vivimos en un tiempo en el cual la gente está azotada, indiscriminadamente, por dolencias, padecimientos y afecciones que no son, de ninguna manera, el propósito de nuestro Dios Creador, ni mucho menos enviadas por Él para probarnos o dañarnos.

No. La enfermedad entró al mundo con la caída de Adán por su desobediencia. Su fuente es el pecado y el mismo Adversario quien, según la Biblia “no viene sino para hurtar y matar y destruir”; mientras Jesús ha venido para que quienes pongamos toda nuestra confianza en Él tengamos vida y para que la tengamos en abundancia.

Por todo esto, tenemos necesidad imperiosa de descubrir qué dice Dios el Señor acerca de la sanidad y qué esperanza tenemos en Él para sanarnos.

Precisamente sobre este tema hay en la Escritura, entre muchos, un pasaje que nos muestra aspectos interesantes e impactantes acerca del amplio tema de la sanidad y su estrecha relación con el Creador.

La revelación de esas verdades, a través de esta porción de la Escritura, causará en su vida un efecto infinitamente major que el de una medicina para toda enfermedad.

Nos narra la escritura que en una de las tantas veces que Jesús entró a Capernaum, vino a Él un centurión, rogándole, y diciendo: “Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado”. Cuando Jesús lo oyó, sin más ni más, le respondió inmediatamente: “Yo iré y le sanaré”. Entonces el centurión le respondió: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”. Cuenta enseguida la Biblia que al oír esas palabras, esas explicaciones y ese razonamiento del Centurión “Jesús se maravilló y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”.

El final feliz de la historia es que, después de lo anterior, Jesús concluye, diciéndole al centurión: “Ve, y como creíste, te sea hecho”. Y, maravillemosnos y regocijemosnos con la frase final de este pasaje: “su criado fue sanado en aquella misma hora”.

Cuando uno lee esta historia puede pasar por alto muchos detalles y explicaciones que aquí precisamente quiero resaltar.

Primero que todo pongamos nuestra atención en una verdad que aparece aquí aparentemente escondida pero que se levanta como un faro de esperanza.

JESÚS ES DIOS

Todo este suceso acontece en Capernaum. Capernaum era una ciudad junto al mar de Galilea, ubicada en esa época en el límite que separaba la jurisdicción de Herodes Antipas de la jurisdicción de su hermano Felipe. Había allí una guarnición dirigida por un capitán romano o centurión, el cual había edificado la sinagoga judía de la ciudad. Siempre será recordada esa ciudad pues, además de haber sido la ciudad de Pedro y Andrés, también es llamada la ciudad de Jesús por ser como el epicentro de Su ministerio, habiendo realizado allí muchos milagros y enseñado muchas veces en la sinagoga de la ciudad. También la recordaremos porque Jesús pronunció juicio tremendo sobre ella y otras ciudades por su falta de arrepentimiento cuando habían visto tantas señales en su tierra. En efecto Jesús dijo: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! que si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que sentadas en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido. Por tanto, en el juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida”.

Empiezo por esto porque seguramente la ciudad en la cual usted habita tendrá cosas en común con Capernaum. Muy seguramente ahí también se ha visto un montón de milagros del Señor. A la fija, su ciudad es un hermoso centro de operación de Jesús pues El habita en muchos corazones de residentes de esa ciudad. Muy seguramente, mientras en la ciudad que usted habita todos dicen creer en Dios, muchísimos en realidad están lejos de Él y se niegan a arrepentirse y reconocer que El es Señor de sus vidas.

Pues bien, en una ocasión de las muchas que Jesús entró en la ciudad de Capernaum, se acercó ese Capitán Romano o Centurión, cuyo nombre no se menciona en la Biblia, rogándole y diciéndole: “Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado”.

Recordemos que el centurión (en latín, centurio y en griego hekatontarchos) es el rango que ha recibido una mayor atención por parte de los estudiosos del ejército romano. Como leímos en Wikipedia, se trataba de oficiales «con un mando táctico y administrativo, siendo escogidos por sus cualidades de resistencia, templanza y mando. Comandaban una centuria, formada por 80 hombres, en función de las fuerzas en el momento dado y de si la centuria pertenecía o no a la Primera Cohorte (Agrupación)… Cada centurión era asistido en su centuria por un optio, un signifer y un tesserarius, suboficiales que reciben el nombre de “principales”. El primero era el lugarteniente del centurión –lo ayudaba en la táctica y en el mantenimiento de la disciplina y la forma física de los soldados…-, el segundo era el portaestandarte y tesorero de la centuria, y el último se encargaba de suministrar las contraseñas y de actuar de oficial de enlace».

Como ya habrán notado, no fue cualquier persona que se acercó a Jesús. El Centurión era una autoridad romana respetada, perteneciente a una Legión que es la unidad de guerra más efectiva que ha tenido la humanidad. Por supuesto, debía lealtad a su emperador (en esa época Tiberio, sucesor de Augusto) y su filiación religiosa era la politeista acostumbrada en Roma, imperio en el cual se practicó el culto, también, a algunos emperadores declarados dioses. Precisamente, el emperador Augusto había sido declarado dios en el año 14.

Este era el contexto histórico de la escena y lo resalto porque, como observan, la Biblia nos cuenta que el Centurión se le acercó a Jesús y “rogándole” le dijo “Señor…”

Si bien es cierto esta palabra “rogándole” no viene de la palabra griega “proskyneo” que significa adoración, sí podemos decir que el Centurión le imploraba (parakaleo) o le pedía fervorosamente a Jesús un favor inmerecido. Pero esa segunda palabra que trae la Biblia al mencionar que el Centurión le dijo a Jesús “Señor”, sí merece un comentario, pues esa palabra “Señor” fue traducida de la palabra griega originalmente escrita aquí que fue “Kyrios”. “Kyrios” significa nada más ni nada menos “amo soberano que gobierna toda la creación”.

Entonces el cuadro es impactante porque se trata de un romano con la importancia que hemos descrito, en un lugar donde ejercía plena autoridad pues el imperio había invadido y subyugaba a Israel, practicante de una religión que hacía culto a sus gobernantes y otros por ellos considerados “dioses”; quien en ese momento reconoce al autor de la creación del cielo y de la tierra y le declara Señor.

Con esa declaración, el Centurión da por entendido que se somete a Él. Da a entender que en su calidad de ser creado por Jesús, se somete al amo de toda la creación. Una tremenda enseñanza que fue plasmada en el Evangelio para darnos muestras de que ¡ante Su Nombre excelso se debe doblar toda rodilla!

¡Jesús es Dios y será Dios por los siglos de los siglos! Su autoridad y soberanía merecen ser reconocidas en nuestra vida. Mejor: es urgente que Su Autoridad y Soberanía sean reconocidas y aceptadas en nuestras vidas, pues debemos saber que la Biblia declara a Jesús como Dios al expresar que “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y aquel verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros”.

Ahora bien, Jesús, como lo dice la misma Biblia, “es el mismo ayer, hoy y por siempre”. Luego, lo primero que debemos hacer es aceptar la Soberanía de Jesús, aceptar que El es el mismo Dios hecho carne que habitó entre nosotros, vivió y murió en la cruz por nosotros y en el lugar nuestro, pagando el precio de nuestros pecados, resucitó al tercer día y nos ofrece un lugar en el cielo, la vida eterna que podemos solamente recibir por fe en Él, poniendo toda nuestra confianza totalmente en Él y arrepintiéndonos de todo corazón. Usted puede ahora mismo, sin más fórmulas sacramentales y con una sola oración, reconocer a Jesús como Dios y rendirse a Él. Si así lo quiere, repita en voz audible a Él esta oración: Amado Jesús. Hoy acepto que eres Dios. Confieso con mi boca que Tu Jesús eres de ahora en adelante mi Señor y Redentor, y creo en mi corazón que Dios te levantó de entre los muertos. Recibo de Tu mano la vida eterna que me ofreces y me arrepiento de todo corazón de todos mis pecados contra ti. Te doy gracias por tu infinito amor y perdón, amén.

Si usted ha hecho de corazón esta oración, usted ahora tiene un Dios que se identifica como Sanador.

JESÚS ES DIOS SANADOR

Habíamos dicho ahora que Jesús es Dios y es el mismo ayer, hoy y siempre. Pues bien la misma Biblia que hemos venido citando trae el siguiente pasaje que nos pone de presente la esencia de Su Ser Sanador: “E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara. Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador” (subrayado fuera de texto).

Dios era conocido como Jehová o Yahveh Rafa, como usted lo prefiera, en el Antiguo Testamento.

Esa misma esencia sanadora de Dios puede leerse en Deuteronomio: “Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría. Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados. Y quitará Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren” (subrayado fuera de texto). Y aun más, en el libro de los Salmos: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila” (subrayado fuera de texto).

Es de aclarar que en las Escrituras anteriormente citadas cuando se dice algo como “ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti”, el verbo original en hebreo es realmente “permitir enviar”.

Jesús es el mismo Jehová o Yahveh de quien hablan esas Escrituras.

Jesús se presentó varias veces a sí mismo con la fórmula del gran Yo Soy mientras estuvo entre los judíos. Esa misma fórmula fue empleada por Dios Yahveh, también, para nombrarse a sí mismo cuando Moisés le pidió que le dijera Su nombre. En la Biblia leemos: “Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”.

Jesús repitió esa fórmula varias veces para identificarse. Un día, por ejemplo, controvirtiendo con los judíos les dijo: “Vosotros

sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo” (énfasis fuera de texto).

Por otro lado, la Palabra Santa de Dios también es sanadora. La Palabra de Dios sana y así mismo lo declara el Creador para todos nosotros: “Pero clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones. Envió su palabra, y los sanó, y los libró de su ruina” (subrayado fuera de texto). El Evangelio de Mateo lo confirma respecto a la Palabra de Jesús: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos…” (subrayado fuera de texto).

Pues bien, ese mismo Jesús es el que manifiesta aquí, en el pasaje de Mateo que citamos al inicio, Su Voluntad indeclinable y siempre dispuesta para sanar. Fíjense que una vez el Centurión le ruega que sane su criado, Jesús inmediatamente le dice que El irá y le sanará. No hay duda ni condiciones de ninguna clase en su respuesta. No pregunta dónde está el criado, si está lejos o cerca, no pregunta quien es el criado, qué clase de persona es, ni siquiera pregunta por su nombre, simplemente manifiesta “Yo iré y le sanaré”.

Jesús es el mismo Dios Sanador del Antiguo Testamento. El tiene el Poder para sanar cualquier enfermedad, Su Nombre es sobre todo nombre y por eso todo nombre de enfermedad debe doblar su rodilla ante Jesús.

De Jesús, además, brotaba, salía poder sanador. Eso está escrito varias veces en la Biblia. En el Evangelio de Marcos se cuenta sobre una mujer que “desde hacía doce años padecía de flujo de sangre”, la cual fue testigo de primera mano de esa circunstancia. Ella, continua el relato, “había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder (sanador) que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?” (paréntesis fuera de texto).

En el evangelio de Lucas también se da cuenta del poder sanador que salía de Jesús. Leamos el pasaje: “Y descendió con ellos (Jesús), y se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que había venido para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades; y los que habían sido atormentados de espíritus inmundos eran sanados. Y toda la gente procuraba tocarle, porque poder (sanador) salía de él y sanaba a todos” (paréntesis fuera de texto).

Lo anterior es muy importante saberlo porque Dios quiere que conozcamos esas cualidades Suyas de sanador y que, sabiendo eso, tengamos plena confianza en que la enfermedad o dolencia no puede resistirle porque El tiene una autoridad y un poder que sobrepasa aun lo que no podemos imaginar.

JESÚS TIENE Y EJERCE TODA AUTORIDAD Y POTESTAD

Jesús mismo dijo que a Él había sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra. Toda, toda. Jesús tiene ese grado sumo de autoridad y la ejerce.

Enseñó con autoridad. Así lo vemos en el Evangelio de Mateo donde se nos cuenta que “la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”.

Ejercía y ejerce esa autoridad sobre la naturaleza, como cuando hizo calmar la tempestad en el mar de Galilea. ¿Recuerdan la historia? Cuenta Mateo que una vez Jesús iba con sus discípulos en una barca y “se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?”

Ejercía y ejerce esa autoridad sobre los espíritus. El es el Señor de los espíritus. El Evangelio de Marcos nos trae este relato asombroso: “Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le reprendió, diciendo: ¡Cállate, y sal de él! Y el espíritu inmundo, sacudiéndole con violencia, y clamando a gran voz, salió de él. Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen?”

Ejercía y ejerce esa autoridad y potestad sobre las enfermedades y dolencias, como lo hace acá en este pasaje que estudiamos de Mateo. Por eso mismo, cuando Jesús dice al Centurión que El irá a sanar al criado, el Centurión le replica: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”.

Aquí debemos aclarar algo al margen. El Centurión no se sentía digno de que Jesús visitara su casa y entrara en ella, pero ese no es el caso con usted. ¡Usted sí es digno! No porque usted lo merezca o haya hecho méritos y lo haya ganado. No. Usted es digno porque ¡Dios lo hizo digno al escogerlo desde antes de la fundación del mundo, al llamarlo, al salvarlo, al amarlo primero! Usted es digno porque Jesús el más Digno está en usted, es Su Señor. Jesús habita en su corazón, en su casa, en su hogar.

Pero sigamos con el Centurión. El conocía qué era la autoridad, la ejercía sobre los 80 legionarios soldados del ejército romano bajo su mando. El sabía que la autoridad se ejercía con la palabra, como la autoridad de cualquier emperador o rey o gobernante el cual decreta y eso que decreta se cumple. Pero aquí lo asombroso es que un impío romano supiera y confiara en que ese Jesús, a quien se dirigía, tenía y podía ejercer ese tipo de autoridad. Con estas palabras el Centurión declaraba abiertamente que creía en su corazón que Jesús era el Kyrios, Señor y Dueño de toda la creación, por encima de su emperador, quien también era un ser creado, y que podía ordenar sobre toda la creación, haciendo cumplir sus decretos. El Centurión estaba convencido en su espíritu que Jesús tenía el poder de la vida y la muerte, ¡que tenía todo el poder y autoridad en el cielo y la tierra! Que todo, seres animados e inanimados, sometidos a Su autoridad obedecían lo decretado por Jesús.

¡Tremendo eso! El centurión sabía perfectamente la relación entre autoridad, potestad y obediencia. Por eso dijo que cuando él mismo ordenaba al uno ir, ese iba y al otro venir, ese venía, pero cuando ordenaba a un siervo hacer, este hacía.

El centurión creía en su corazón que Jesús es Dios y lo declaró con su boca. Al actuar así, obró con fe, tuvo la certeza absoluta de la sanidad de su criado que el esperaba y la convicción de lo que no podía ver.

Eso mismo es lo que debemos hacer siempre: creer en nuestro corazón, declararlo con nuestra boca y pasar a la acción, dando pasos de fe.

Fue tanta la certidumbre que el hombre tenía de esas cosas y la fe de que el Señor podía sanar de esa manera a su criado que Jesús se asombró de él.

¡Imagínese al mismo Dios, creador del cielo y la tierra, maravillado, asombrado de un simple oficial romano! No en vano esta afirmación fue dejada escrita en la Biblia. Eso quiere decir que Dios se asombra, se maravilla y se agrada cuando tenemos fe, expresamos fe, ponemos en acción nuestra fe. ¡Sin fe es imposible agradar a Dios!

Jesús Dios, quien se asombró, se maravilló del romano por la fe que mostró, ¡también se asombrará y maravillará de usted, tenga usted el gentilicio que tenga, por la fe que usted ponga en práctica!

Y es precisamente esa fe la que le permitirá recibir ese regalo precioso de la sanidad.

UNO RECIBE SANIDAD POR FE

Dios es quien puede sanar y sana. De hecho ya ha sanado porque conocemos el pasaje de Isaías 53 que se cita parcialmente en el Nuevo Testamento en 1 Pedro 2: 24: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (subrayado fuera de texto).

Sabemos que los verbos en el anterior pasaje están en tiempo pasado, por lo cual podemos afirmar que Jesús ya proveyó sanidad en la cruz para que usted y yo seamos sanos ahora. Por eso no pida que Jesús lo sane más rato o mañana u otro día. Declare que ya está sano en el nombre de Jesús y que recibe ya esa sanidad que ya está dada en el cielo para usted o la persona que usted aprecie o ame.

Y si la sanidad ya ha sido provista, sólo basta recibir esa sanidad por medio de la fe. La sanidad es producto de la Gracia de Dios y todo lo que viene de Su Gracia es, como ese nombre lo indica, ¡Gratis! No merecemos esas cosas que El nos regala, ni podemos ganarlas. Pero Dios proveyó un medio, un instrumento que nos sirve como el brazo del mendigo que se estira para recibir. Así recibimos Su Gracia sanadora, al igual que recibimos Su Gracia Salvadora. Por medio de la fe.

Y, ¡ojo!, no necesitamos ser campeones de la fe, no necesitamos una fe grande como una montaña porque no es nuestra fe la que sana. No necesitamos una fe inmensa porque Inconmensurable es Dios para hacer lo que El quiere. Y el siempre quiso sanar y sanó a todos. ¡El que sana es Jesús! Por eso El dijo que «si tan sólo tuviéramos una fe tan pequeña como un grano de mostaza diremos a cualquier monte “Pásate de aquí allá”, y se pasará; y ¡nada nos será imposible!»

La gente se fija siempre en lo grande del monte y se pregunta cómo Él lo hará, se fija en la dimensión del monte, pero nadie se fija en que Jesús dice después algo más extraordinario: NADA NOS SERÁ IMPOSIBLE. Sólo teniendo fe como una grano de mostaza. Sólo esa pequeña fe es suficiente para recibir la Gracia abundante de Dios que es como la fuerza de Su Poder: ¡Supereminente!

Por eso Jesús, después de maravillarse por la fe del Centurión dice que ¡ni aun entre el pueblo suyo de Israel ha hallado tanta fe! Y profetiza que Su Salvación ¡llegará a todos los pueblos del mundo, lo cual sigue sucediendo en estos días!

Jesús, entonces, simplemente le dice al Centurión: “Ve, y como creíste, te sea hecho”.

Pero entendamos correctamente: Jesús le dijo al Centurión que ¡la sanidad de su criado fue concedida al Centurión! ¡Oh maravillosa Gracia del Salvador!

Cuando Jesús dice “como creíste, te sea hecho”, esa palabra “creíste”, proveniente del verbo creer, es traducida del griego “pisteuo” que significa “creer hasta el punto de confiar totalmente”.

Cuenta enseguida el pasaje analizado que el criado del Centurión fue sanado ¡en ese mismo momento en el cual Jesús pronunció esas palabras!

Cada vez que leo un versículo o pasaje que nos narra una sanidad hecha por Jesús ¡mi espíritu se conmueve, mi esperanza se fortalece, mi fe se agranda, mi gozo crece! Además, noto que no hay nunca en Jesús manifestaciones de teatro, no zapatea, no hay espectacularidad en la actuación sino solo en el resultado. Con actos sencillos, palabras en tono moderado pero con autoridad y poder, sin show, la gente es sanada. ¡Claro ejemplo para estas épocas!

Ahora bien: ¿quién se sanó? ¡El Criado! El ni siquiera se había enterado de todo eso, el estaba postrado, grave, a punto de morir. Muy seguramente no conocía a Jesús, nunca había hablado con Él. No se enteró de nada. ¡Sólo supo que estaba muy grave y de un momento a otro sanó! No merecía nada, no hizo nada, no podía ganar nada pues no se podía ni mover. Pero la Gracia de Dios se extendió hasta él. El Criado gozó de la Gracia de Dios porque su amo, su patrón, el hombre bajo autoridad del cual el permanecía creyó y confesó con fe que podía recibir del Señor la sanidad para él. Una enseñanza tremenda también, pues Dios nos dice aquí que cada vez que creemos y confesamos, que actuamos con fe, que nos movemos en fe, ¡nuestro entorno es afectado positivamente! ¡Nuestra casa se sana, se salva!

Oh maravilloso Dios, majestuoso Jesús, tu soberanía es sobre todo! ¡Que maravilloso saber que eres nuestro Dios!

TESTIMONIO

Soy testigo de un milagro igual. Lo hizo el mismo Jesús con mi papá en Julio de 2012. Mi papá sufrió un infarto mientras estábamos varios hijos suyos con mi mama haciéndole visita y no nos dimos cuenta porque el simplemente se durmió profundamente y después no lo pudimos despertar. Lo llevamos en ambulancia a urgencias de la clínica y seguidamente ellos ordenaron meterlo a la UCI. Cuando lo visité allí al día siguiente sentí mucho dolor al ver la gravedad de su estado. Todos estábamos seguros de que moriría. ¡Creo que todos alcanzamos a llorar su muerte inminente! Empezamos a orar con mi esposa para que Dios hiciera Su Voluntad y entregamos a mi papá en Sus manos. Pero Dios me dijo después “No se de por vencido, siga orando por él”. No entendí muy bien eso, pues era consciente de lo natural que era la muerte de mi padre, un hombre de 87 años, con complicaciones cardiacas, diabético, con cáncer de piel y quien hace varios años se deleitaba diciendo que iba a morir. Sin embargo le conté a mi esposa lo que Dios me había dicho y empezamos a orar diferente. Empezamos a enviarle a todos mis parientes cercanos los versículos de sanidad que Dios me mostraba para que oraran de acuerdo con ellos (Salmos 91:16; Jeremías 33:6, Hechos 4:30, Éxodo 23:25, Juan 11:4, Salmo 23, Mateo 12:20, Salmos 117:17). Le dije, también, a los niños de la familia que oraran con base en esos versículos. Ese lunes nos reunimos todos los miembros de mi familia, les hablé de lo que Jesús había hecho con el Centurión, les hablé de lo que significa la fe y cómo movernos en ella, les dije que Jesús era hoy el mismo que en aquella época, que si aceptábamos Su soberanía en nuestras vida, reconociéndole como nuestro Señor, arrepintiéndonos sinceramente de nuestros pecados seríamos salvos; que si además creíamos en nuestro corazón, confesando con nuestra boca que El es el mismo ayer, hoy y siempre, y además creíamos en nuestro corazón y confesábamos con nuestra boca que el haría con mi papá como hizo con el siervo del centurión, mi papá entonces saldría de la UCI.

Eso hicimos. Declaramos con autoridad en el nombre de Jesús que el era sano en esa hora, sabiendo que Jesús vive en nosotros y Su autoridad habita en nosotros. Al día siguiente, martes, mi papá fue sacado de la UCI a una pieza de la clínica. A veces estaba muy desanimado, otras bien, pero seguíamos orando para que Dios guardara su sanidad. Hoy (agosto de 2012), para la gloria del Hijo de Dios, mi padre está en casa, con las limitaciones de su edad, pero rodeado de los suyos quienes ahora reconocen que hay poder en Jesús y Su Palabra. Que Jesús es Soberano. Que Jesús es Dios. Que si la Biblia lo dice, lo debemos creer y confesarlo en Su Nombre, que si lo creemos y lo confesamos en Su Nombre, El, Jesús, lo hace, y ¡si El lo hace hecho está!

¡RECIBA SANIDAD YA!

¿Usted o alguna persona que usted aprecia o ama mucho está enfermo en estos momentos? Bueno, en esta Palabra usted tiene una ruta segura para recibir la sanidad que usted o esa persona necesita.

Simplemente Ore al Señor. Dígale a Jesús que de ahora en adelante Lo admite como Señor y Redentor personal. Dígale que Su Palabra lo reconforta a usted, es refrigerio a su vida y es verdad, que Su Palabra le hace libre a usted y a sus seres queridos de enfermedad, de dolencias, de virus, de daño producto de ataques del enemigo a su cuerpo o el de sus seres queridos. Dígale que tiene un corazón agradecido porque a El le ha placido darle esa provisión gratuita de sanidad para su vida yo la de sus seres queridos. Dígale que hoy reconoce la soberanía del Señor Jesús, reconoce Su Autoridad, reconoce que Su Nombre es sobre todo nombre que se nombra en la tierra y en el cielo. Que se rinde a Él. Que le recibe en su corazón como el único gobernante de su vida, arrepintiéndose de todos sus pecados. Declare en esta hora, con la autoridad delegada que Dios le ha dado, sabiendo que El habita en usted, que usted yo los suyos son sanos por Sus llagas en la cruz, que Jesús envía Su Palabra y sana ahora de toda enfermedad y dolencia a sus seres amados y a usted mismo. Declare que recibe esa sanidad con fe, sin dudar nada y que canta himnos de alabanza en honor a Su Nombre porque El es Santo y Su misericordia es para siempre, todo en el nombre de Jesús de Nazaret, amén.

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