La Crucifixión del Señor

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I. La Cena del Señor

Marcos 14:32–36 NBLA
32 Llegaron* a un lugar que se llama Getsemaní, y Jesús dijo* a Sus discípulos: «Siéntense aquí hasta que Yo haya orado». 33 Tomó* con Él a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a afligirse y a angustiarse mucho. 34 «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte», les dijo*; «quédense aquí y velen». 35 Adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba que si fuera posible, pasara de Él aquella hora. 36 Y decía: «¡Abba, Padre! Para Ti todas las cosas son posibles; aparta de Mí esta copa, pero no sea lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieras».
El significado de la Cena del Señor es complejo, rico e íntegro. En la Cena del
Señor hay varios símbolos y cosas que se declaran.

1. La muerte de Cristo.

Cuando participamos en la Cena del Señor simbolizamos la muerte de Cristo porque nuestras acciones dan una imagen de su muerte por nosotros. Cuando se parte el pan, esto simboliza el quebrantamiento del cuerpo de Cristo, y cuando la copa se vierte, esto simboliza la sangre de Cristo que se derramó por nosotros.

2. Nuestra participación en los beneficios de la muerte de Cristo.

Jesús mandó a sus discípulos: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo» (Mateo 26.26). Cuando individualmente tomamos la copa, cada uno de nosotros proclama con esta acción: «Me apropio de los beneficios de la muerte de Cristo». Con esto simbolizamos el hecho de que nos apropiamos de los beneficios ganados para nosotros por la muerte de Jesús.

3. La unidad de los creyentes.

Cuando los creyentes participan juntos en la Cena del Señor también dan una clara señal de unidad de unos con otros. De hecho, Pablo dice en: (1 Corintios 10:17)
1 Corintios 10:17 NBLA
17 Puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo; porque todos participamos de aquel mismo pan.

4. Yo afirmo mi fe en Cristo.

Por último, cuando tomo el pan y la copa, por mis acciones proclamo: «Te necesito y confío en ti, Señor Jesús, para que perdones mis pecados y concedas vida y salud a mi alma, porque solo por tu quebrantado cuerpo y tu sangre derramada puedo ser salvado». De hecho, al participar en la partición del pan cuando lo como y en el verter la copa cuando bebo de ella, proclamo una y otra vez que mis pecados fueron en parte la causa del sufrimiento y la muerte de Cristo. De esta manera, la pena, el gozo, la acción de gracias y un profundo amor por Cristo se entremezclan ricamente en la belleza de la Cena del Señor.
¿De qué forma está Cristo presente entonces?
Ciertamente hay una presencia simbólica de Cristo, pero ella es también una presencia espiritual y hay una genuina bendición espiritual en esta ceremonia.
¿Quién debe participar en la Cena del Señor?
Pese a diferencias sobre algunos aspectos de la Cena del Señor, la mayoría de los protestantes estarían de acuerdo, primero, que solo aquellos que creen en Cristo deben participar en ella, pues es una señal de ser un cristiano y permanecer en la vida cristiana. Pablo advierte que quienes comen y beben de manera indigna enfrentan serias consecuencias: «Porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena. Por eso hay entre ustedes muchos débiles y enfermos, e incluso varios han muerto» (1 Corintios 11:29-30). Segundo, muchos protestantes argumentarían a partir del significado del bautismo y el significado de la Cena del Señor que, normalmente, solo aquellos que han sido bautizados deben participar la Cena del Señor. Esto se debe a que el bautismo es claramente un símbolo de iniciar la vida cristiana, mientras la Cena del Señor es claramente un símbolo de mantenerse en la vida cristiana. Por esto si alguien toma la Cena del Señor y con ello proclama públicamente que ella o él se mantienen en la vida cristiana, entonces se le debe preguntar a esa persona: «Sería bueno ser bautizado ahora y en consecuencia ofrecer un símbolo de que usted comienza la vida cristiana?»

II. La Oración en Getsemaní

Marcos 14:32–36 NBLA
32 Llegaron* a un lugar que se llama Getsemaní, y Jesús dijo* a Sus discípulos: «Siéntense aquí hasta que Yo haya orado». 33 Tomó* con Él a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a afligirse y a angustiarse mucho. 34 «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte», les dijo*; «quédense aquí y velen». 35 Adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba que si fuera posible, pasara de Él aquella hora. 36 Y decía: «¡Abba, Padre! Para Ti todas las cosas son posibles; aparta de Mí esta copa, pero no sea lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieras».
Marcos 15:22–41 NBLA
22 Lo llevaron* al lugar llamado Gólgota, que traducido significa Lugar de la Calavera. 23 Trataron de dar a Jesús vino mezclado con mirra, pero Él no lo tomó. 24 Cuando lo crucificaron*, se repartieron* Sus vestidos, echando suertes sobre ellos para decidir lo que cada uno tomaría. 25 Era la hora tercera cuando lo crucificaron. 26 La inscripción de la acusación contra Él decía: «EL REY DE LOS JUDÍOS» 27 Crucificaron* con Él a dos ladrones; uno a Su derecha y otro a Su izquierda. 28 Y se cumplió la Escritura que dice: «Y con los transgresores fue contado» 29 Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Bah! Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, 30 ¡sálvate a Ti mismo descendiendo de la cruz!» 31 De igual manera, también los principales sacerdotes junto con los escribas, burlándose de Él entre ellos, decían: «A otros salvó, Él mismo no se puede salvar. 32 »Que este Cristo, el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos». Y los que estaban crucificados con Él también lo insultaban. 33 Cuando llegó la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena. 34 Y a la hora novena Jesús exclamó con fuerte voz: «Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?», que traducido significa, «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?». 35 Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: «Miren, está llamando a Elías» 36 Entonces uno corrió y empapó una esponja en vinagre, y poniéndola en una caña, dio a Jesús a beber, diciendo: «Dejen, veamos si Elías lo viene a bajar» 37 Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró. 38 Y el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. 39 Viendo el centurión que estaba frente a Él, la manera en que expiró, dijo: «En verdad este hombre era Hijo de Dios» 40 Había también unas mujeres mirando de lejos, entre las que estaban María Magdalena, María, la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, 41 las cuales cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían y le servían; y había muchas otras que habían subido con Él a Jerusalén.
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