3 razones por las que evitamos el evangelismo

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Marcos 16:15–18 RVR60
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
No es fácil iniciar conversaciones sobre el evangelio en una era secular. Puede que en tu vida sean raras las interacciones sin prisas, que el ambiente no sea serio, o que caigamos en rutinas conversacionales que hacen que la idea de ir allí nos resulte dolorosamente incómoda.
Pero ¿qué tal si las razones de nuestro silencio son más profundas?
Una forma de revitalizarnos para una tarea es reflexionar sobre lo que nos impide hacerla en primer lugar. Estas son tres razones habituales por las que nos quedamos callados.

1. Ignoramos nuestro contexto.

No asumir nada en aquellos a los que intentamos alcanzar con el evangelio. Así que debemos buscar prestar atención y escuchar bien, adentrarnos en la forma que nuestro prójimo tiene de ver y habitar el mundo. De lo contrario, estaremos hablando de términos, incluso bíblicos, que serán simplemente malinterpretados o rechazados de inmediato.
«Dios te ama» es una gran noticia, pero carece de sentido si no se comprende la naturaleza de Dios (o, para el caso, del amor).
«Eres un pecador» es cierto, pero carece de sentido si no sabes lo que es el pecado o no te sientes tan mal por ello.
«Necesitas un Salvador» es cierto, pero carece de sentido si no comprendes de qué necesitas ser salvado.
«La Biblia dice…» es estupendo, a menos que la Biblia se considere un cuentos de hadas.
Cuando se trata del evangelio, no necesitamos disfrazarlo para que parezca genial. Tenemos que desgranarlo para que quede claro. Ese es el propósito de estudiar la cultura que te rodea a la luz de la Palabra de Dios. ¿Cuáles son los valores, esperanzas y temores predominantes en la gente? ¿De qué manera la historia del evangelio satisface sus anhelos más profundos y desafía sus ídolos más preciados?
Por tanto, para ser eficaces en nuestro momento cultural, debemos sobresalir en la formulación de preguntas. Si tu principal objetivo en el evangelismo es oírte a ti mismo hablar, especialmente con jerga bíblica de alto nivel, entonces muchos escépticos huirán o, en el mejor de los casos, se alejarán confundidos. Pero si tu objetivo es ser efectivo, entonces escucha para entender, habla para que te entiendan y aborda respetuosamente a tu prójimo —un portador de la imagen de Dios— con las mejores noticias que jamás escuchará.
De lo contrario, solo estarás hablando al aire.

2. Fallamos en amar.

Escribiendo a los tesalonicenses, el apóstol Pablo dijo:
1 Tesalonicenses 2:8 RVR60
Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos.
Amar a los perdidos no es una simple virtud espiritual. También tiene sentido práctico, porque donde no se siente amor, es poco probable que se escuche el mensaje. La confianza es esencial y fluye de la sensación de que te importan. No amar no solo obstaculizará tus propios esfuerzos por transmitir el evangelio, sino que también puede endurecer el corazón de tu oyente hacia los cristianos en general y dificultar la tarea del próximo creyente que le testifique.
Pero amar a los perdidos nunca debe limitarse a la categoría de estrategia práctica; de hecho, es la prueba de fuego más saludable para saber si tú conoces al Dios que profesas. En 1 Corintios 13, Pablo afirma:
1 Corintios 13:1–3 RVR60
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
Puede que seas el evangelista más consistente del mundo. Incluso puede que veas conversiones. Pero si te falta amor —no pierdas esto de vista— eres «como metal que resuena… nada… de nada [te] aprovecha». Los riesgos, y lo que está en juego, no podrían ser mayores.
Una de las formas más concretas de amar bien es escuchar bien. No es solo un buen consejo para los romances en apuros; es inteligencia emocional básica. Ser escuchado está tan cerca de ser amado que la mayoría de las personas no pueden notar la diferencia. No extraña que las Escrituras nos exhorten a ser «prontos para oír y tardos para hablar» (Stg 1:19). Sin embargo, ¿cuántas veces hacemos lo contrario y nos arriesgamos a alejar a las personas de la voz de Dios porque estamos demasiado enamorados de la nuestra?
Necesitamos hablar a los demás como si recordáramos cómo era estar también perdidos. En una época de indignación, un mensaje contracultural no será convincente sin un tono contracultural.

3. Nos inclinamos ante el miedo.

No es ningún secreto que una de las principales razones por las que nos retraemos a la hora de testificar es el miedo. Tal vez sea el miedo a una interacción incómoda, o el miedo al rechazo o a la vergüenza, o el miedo a no estar preparados, al no tener una respuesta lista para la objeción de un escéptico. La lista es interminable.
Algunos de nuestros miedos pueden parecer débiles, pero son reales. Solo Dios sabe cuántas oportunidades de evangelizar he desaprovechado por culpa de un miedo que me paralizó.
Pero el evangelismo no es complicado; si esperamos hasta que nuestros miedos se hayan evaporado por completo para compartir nuestra fe, nunca la compartiremos. Tampoco esperes el escenario «perfecto»: nunca llegará. Simplemente decídete a aprovechar y administrar el que Dios te ha dado.
Cuando llegue el momento —de repente, intuyes que podrías redirigir la conversación hacia cosas espirituales— puede que te sientas físicamente miserable. ¿Un nudo en el estómago? Es normal. ¿Corazón acelerado? Normal otra vez. ¿Voz temblorosa? Bienvenido al evangelismo. Pero estos sentimientos desagradables no son una señal para escapar, para posponer, para abandonar el camino con un resignado suspiro de «la próxima vez». No, este es el momento de enfrentar el miedo de frente y ponerlo en su lugar: «Sí, Miedo, eres real y poderoso, pero no eres omnipotente. No eres mi rey. No respondo ante ti; respondo ante el Rey Jesús. Voy a apoyarme en Él y dar un paso de fe».
Imagina, especialmente si no creciste en un hogar cristiano, si la persona que te habló por primera vez del evangelio se hubiera quedado paralizada por el miedo. ¿Qué pasaría si hubiera concluido: ¡No, Señor, yo no! Aún no estoy equipado, aún no estoy preparado. Además, el entorno no es el ideal? ¿Dónde estarías hoy?
En el Evangelio de Lucas, Jesús exhorta a Sus discípulos a no angustiarse, pues su Padre celestial es a la vez grande y bueno. Luego pronuncia una de las afirmaciones más hermosas de los evangelios: «No temas, rebaño pequeño, porque el Padre de ustedes ha decidido darles el reino» (Lc 12:32).
¿Lo viste? Pastor. Padre. Rey. Un pequeño versículo, tres grandes verdades. El Dios que encontramos en las páginas de las Escrituras —y solo ese Dios— es el Pastor que nos busca, el Padre que nos adopta y el Rey que nos ama.
Y hace dos mil años, en el Señor Jesucristo, el Rey Pastor se convirtió en el Cordero inmolado. Por muy reconfortante que sea oír «El Señor es mi pastor» (Sal 23:1), hay una promesa aún mejor: el Cordero es mi pastor (Ap 7:17). Antes de ascender a la gloria, nos dejó esta seguridad indomable: «¡Recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:20).
Puede que tengas miedo en el evangelismo, pero nunca estarás solo.
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