3 marcas que evidencian el crecimiento espiritual de una iglesia
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hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
La iglesia es un organismo vivo que debe crecer espiritualmente y cuya meta es «que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef 4:13).
La palabra «perfecto» podría traducirse también como «maduro» y contrasta con la frase «niños fluctuantes» (v. 14). Ese varón perfecto o maduro tiene como patrón o modelo a nuestro Señor Jesucristo; todos juntos avanzamos hasta alcanzar «la medida de la estatura de la plenitud de Cristo». Se trata de una medida a la que todos aspiramos llegar. Sabemos que esta meta es imposible de alcanzar por completo en esta vida; pero lo que Pablo nos presenta es que ese proceso de madurez y crecimiento ya está en acción y debe ser evidente aquí y ahora.
Surge la pregunta: ¿cómo se refleja este crecimiento en la vida y ministerio de la iglesia local? Estas son tres marcas que evidencian el crecimiento de una iglesia local, señaladas en Efesios 4:13-16.
1) Muestra estabilidad doctrinal
1) Muestra estabilidad doctrinal
para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,
La palabra «fluctuantes» significa «zarandeado y sacudido por las olas». Los creyentes inmaduros son llevados de un lado a otro por los vientos huracanados que producen las enseñanzas de los falsos maestros. La inestabilidad doctrinal y la falta de convicciones claras y firmes son una marca inequívoca de inmadurez espiritual.
Por el contrario, una persona madura conoce bien las Escrituras, entiende sus doctrinas y, por lo tanto, no se deja mover con facilidad debido a que puede discernir la verdad del error aun en sus aspectos más sutiles.
2) Busca el balance entre la verdad y el amor
2) Busca el balance entre la verdad y el amor
sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,
La frase «siguiendo la verdad» es en realidad la traducción de una sola palabra que encierra varias ideas a la vez: «aferrándonos a la verdad», «manteniendo la verdad» o «viviendo o hablando la verdad». Pablo quiere que la verdad de Dios revelada en Su Palabra nos gobierne en todo cuanto pensamos, decimos o hacemos, pero todo eso en un clima de amor. La ortodoxia sin amor es tan dañina como la pretensión de amar sin ortodoxia. No debemos extrañarnos al descubrir que en una carta tan doctrinal del Nuevo Testamento como Efesios nos encontremos también con un fuerte énfasis en el amor.
La iglesia es fruto del amor de Dios y columna y baluarte de la verdad (1 Ti 3:15). Por lo tanto, la verdad y el amor operan juntos y deben ser evidentes en la vida y el ministerio de toda iglesia local que está manifestando avances innegables hacia la madurez.
Debemos ser firmes en nuestra defensa y proclamación de la verdad; pero también debemos ser gobernados por el amor siempre. El impulso que nos mueve a defender la verdad y vivirla debe ser producto de nuestro amor a Dios y al prójimo. La carencia de la verdad es tan dañina para una iglesia como la carencia del amor, la misericordia y la compasión.
3) Promueve la ayuda mutua entre los miembros del cuerpo unidos y bien coordinados
3) Promueve la ayuda mutua entre los miembros del cuerpo unidos y bien coordinados
de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
El cuerpo recibe su crecimiento de Cristo, así como también recibe unidad y coordinación. Fue Cristo quien nos colocó en un cuerpo local de creyentes y también fue quien nos proveyó de los dones y las capacidades que poseemos para beneficio de los demás miembros del cuerpo. ¿Cuál es, entonces, nuestra responsabilidad en lo que respecta al crecimiento de la iglesia? Así como en el cuerpo humano todos los miembros están conectados unos con otros para formar un solo cuerpo, también ocurre algo similar en la iglesia.
La palabra griega que se traduce como «coyuntura» significa literalmente «punto de contacto». La coyuntura es básicamente el punto de conexión donde dos piezas se tocan. En el caso de la iglesia, la coyuntura funciona como un canal a través del cual la provisión que viene de Cristo como cabeza se traspasa a los demás miembros del cuerpo. Esa es la razón por la que Pablo dice que todas las coyunturas «se ayudan mutuamente». La idea es que cada una suministra a las otras lo que recibe de la cabeza.
Cada miembro del cuerpo está unido a Cristo como cabeza y, a la vez, todos los miembros están unidos entre sí por las coyunturas. En el mismo sentido, cada uno es colocado por Cristo en un lugar específico de ese cuerpo local para realizar funciones específicas, bajo el liderazgo de los pastores provistos por Él (vv. 11-12).
Cristo provee el alimento de Su Palabra a través de esos pastores y maestros, equipando así a los creyentes para que estos funcionen en el lugar en que fueron colocados por Cristo, conforme a los dones dados por Cristo. Cuando cada miembro se relaciona y opera con los otros miembros «según la actividad propia de cada miembro», entonces la iglesia crecerá y madurará.
Podemos inferir, entonces, que si un miembro no está creciendo y madurando de forma individual, se aísla de los demás, no pone sus dones y capacidades al servicio del cuerpo o desea hacer la labor que le corresponde a otro, entonces estará afectando la salud y el crecimiento de todo el cuerpo.
La conclusión es bastante clara y directa al punto de que ningún creyente puede obviarla: solo es posible que una iglesia avance hacia la madurez en un contexto de unidad y de amor, bajo un liderazgo bíblicamente establecido.
La casa de Dios, columna y baluarte de la verdad, es el lugar en donde el cristiano es equipado con la verdad; donde aprende del amor de Cristo; ejerce el amor a Cristo al amar a Su pueblo; es donde recibe de Cristo la provisión que Él da por medio de las coyunturas; y donde puede poner en operación sus dones para beneficio de otros, no como un miembro independiente o aislado, sino dentro de la estructura coordinada y provista por el mismo Cristo para Sus iglesias locales.
Si bien es cierto que tenemos una responsabilidad individual para con nuestra santificación progresiva, no debemos olvidar que esa santificación es un proyecto de comunidad. No existe el cristiano omnicompetente. Todos y cada uno de nosotros somos personas necesitadas y a Dios le ha placido suplirnos lo que necesitamos por medio de otros. Ese es el énfasis del Nuevo Testamento.
La santificación progresiva es un proyecto de comunidad
La santificación progresiva es un proyecto de comunidad
Hoy es muy común oír de supuestos cristianos que dicen que no necesitan de la iglesia para crecer espiritualmente. Sin embargo, el que piensa que no necesita la iglesia no piensa así porque sea un «súper santo», sino porque no se conoce a sí mismo. R. C. Sproul dice al respecto con bastante claridad:
“Es común escuchar a personas declarar que no necesitan unirse a una iglesia para ser cristianos. Ellos proclaman que su devoción es personal y privada, no institucional ni corporativa. Este no es el testimonio de los grandes santos de la historia… [sino] la confesión de un necio.”
Pablo describe a los corintios el funcionamiento práctico de la iglesia en una forma similar a como lo hace a los efesios (1 Co 12:12-26; Ef 4:13-16). Pablo lo presenta como la interacción de los miembros de un cuerpo, donde cada uno de ellos pone en funcionamiento los dones que el Señor le ha dado para beneficio de todos. Además, tenemos muchos pasajes del Nuevo Testamento que nos hablan de nuestros deberes corporativos en el cuerpo de Cristo.
Noten que Dios no supone en ningún momento que esa relación mutua entre los miembros estará exenta de problemas y dificultades. Por eso se nos manda a vivir en paz, soportarnos con paciencia, amonestarnos, perdonarnos. Buscar vivir este tipo de relación es estar abiertos a las heridas, los malentendidos y los inconvenientes, porque nuestras relaciones estarán inevitablemente influenciadas por nuestros pecados.
Pero a pesar de todo eso, el aislamiento nunca será una opción para el cristiano. De hecho, Dios usará esos mismos problemas, que seguramente surgirán en la medida en que nos acerquemos a nuestros hermanos en la fe, para pulirnos a la imagen de Su Hijo. La santificación progresiva no es individualista, es un proyecto de comunidad.
En resumen, ninguno de nosotros es autosuficiente, no podemos vivir nuestra vida cristiana independientes de los demás. Cristo coloca a los Suyos en una iglesia para que podamos ser de bendición a otros, mientras los otros son de bendición para nosotros. Pero si nos aislamos de los demás, eso no será posible. Una de las razones por las que el Mar Muerto está muerto, es porque allí termina el Río Jordán y el agua solo entra, pero no sale. Eso aumenta el nivel de salinidad del agua y, por lo tanto, no permite el desarrollo de la vida acuática.
El Mar de Galilea, en cambio, también recibe agua del Río Jordán por el norte, pero la desagua por el sur y está lleno de vida. De una manera similar, el creyente individual florece y crece cuando traspasa a otros lo que él recibe de Cristo, mientras se beneficia de otros que hacen lo mismo con él. La santificación progresiva no es individualista, es un proyecto de comunidad.