DÍA 31: Mi unión con Cristo
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“Porque somos miembros de su cuerpo. Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia”.
Efesios 5:30-32
“Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío”. Este fue el pacto que se hace el día de la boda. ¿Qué sucede a través de esta unión matrimonial? Dos personas se fusionan en una. ¿En qué sentido? Por lo menos en tres. A nivel legal se unen los patrimonios y apellidos. A nivel físico se unen los cuerpos (1 Corintios 7:4). Y, a nivel espiritual, hay un compromiso a formar un vínculo emocional único y exclusivo entre ambos. Entrega del corazón entre ambos. ¿Puedes ver lo que sucedió? lo mismo habría sucedido si ella hubiera tenido deudas; ¡sus deudas hubieran sido mías!.
Dos personas en una situación social y económica relativamente similar forman un nuevo vínculo; una nueva unión. Pero piensa qué distinto fue el caso de Letizia Ortiz, la actual reina de España. ¿Sabes a qué se dedicaba antes de casarse con el rey Felipe VI? Era periodista; trabajaba para una cadena de televisión. Ahora piensa unos instantes en el cambio de estatus que ella experimentó producto de su unión con Felipe. ¿Era noble? No. ¿Tenía algún derecho a la corona y a ser considerada reina de España? No. ¿Podía entrar y salir a su gusto del Palacio de la Zarzuela en Madrid? No. ¿Podía disponer de los bienes reales? Tampoco. Sin embargo, ¿qué sucedió en el mismísimo instante en que ella se unió en matrimonio con Felipe? Todo lo que era de él pasó a ser de ella.
El día que tú y yo nos convertimos sucedió algo similar. Dios no nos ofreció un simple indulto (como pueden ofrecer un rey o un presidente), Dios nos unió a una persona: su Hijo. Al unirnos a él, Pablo nos informa que sucedió lo mismo que sucede en toda unión matrimonial; todo lo suyo pasó a ser nuestro y todo lo nuestro pasó a ser suyo (1 Corintios 3:21-23). ¡Las implicaciones de esta verdad son enormes!
La primera que debemos mencionar es que el novio, Jesús, ¡absorbió todas nuestras deudas! Pero no solo eso, sino que, además, por estar unidos a él, nos dio el acceso pleno a su infinita riqueza. Como nos deja ver 2 Corintios 5:21; todo lo que era mío (mi pecado) pasó a ser de él y todo lo que era suyo (su justicia) pasó a ser mío. De esta forma, desde el día de nuestra conversión, nuestro estatus delante de Dios ha cambiado para siempre. Desde ese momento y hasta que el Señor vuelva estaremos siempre “unidos” a Jesús (Juan 10:28-30). Y al estar unidos a él, ¡todo lo que es de él es también nuestro para siempre! Amor incondicional, oraciones contestadas, intimidad con el Padre; ¡todo en nuestra vida espiritual es resultado de esta unión!
Aunque nos cueste interiorizarlo, por estar unidos a Cristo, todos sus privilegios son nuestros. Ahora somos aceptados, no en el Palacio de Madrid, sino en el palacio celestial (Efesios 2:18). Ahora tenemos acceso, no al trono de España sino al trono de gracia (Hebreos 4:16). Ahora tenemos confianza, no para tener intimidad con el rey Felipe, sino con el Dios del universo (Efesios 3:11). Ahora somos herederos, no de una corona corruptible, sino de “una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos…” (1 Pedro 1:4). Al estar unido a Cristo, soy todo lo que él es y tengo todos los privilegios que él tiene; y, puesto que nada puede “desunirme” de él, nada ni nadie puede quitármelos (Romanos 8:38,39).
Para orar y meditar a lo largo del día:
¿Cómo me ve Dios? ¿Cómo me evalúa? ¿Qué determina su trato hacia mí?