Los cristianos y el entretenimiento: Una mirada bíblica que todos necesitamos
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Asimismo, a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, y le da también facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios.
Dios es el comienzo y la medida del placer. Esto está testificado por el salmista que decía al Señor: «En Tu presencia hay plenitud de gozo / En Tu diestra hay deleites para siempre» (Sal 16:11). Dios es la fuente de los gozos terrenales y celestiales, temporales y eternos, físicos y espirituales.
Por eso, cuando hablamos del deleite, del placer o del entretenimiento, estamos en un terreno en el que Dios tiene mucho que decirnos. No solo porque Él es autor de la felicidad, sino porque el deleite es lo que ha caracterizado el estado del Padre, el Hijo y del Espíritu Santo desde antes de la fundación del mundo (cp. Jn 17:24; Mt 3:17). Como en todas las cosas, lo que Dios y la Biblia nos dicen acerca de este tema es lo más iluminador y definitivo.
El entretenimiento en la cultura
El entretenimiento en la cultura
Podemos definir el entretenimiento como toda actividad que nos produce una sensación de gozo, alivio o descanso, sea mental, físico o emocional. Es la búsqueda de la diversión con el fin de distraernos temporalmente de las preocupaciones y cargas diarias. Nos entretenemos para despejar la mente, descansar el cuerpo y así remover nuestra atención de los problemas que nos asedian. En otras palabras, lo utilizamos para olvidarnos temporalmente del mundo caído, pues no queremos ser consumidos por sus luchas y responsabilidades. Buscamos ser renovados y así continuar haciendo frente a la existencia.
No es un misterio que entretenerse se haya convertido en un valor absoluto de nuestra sociedad actual. La diversión es un bien preciado para el hombre moderno, y por eso se ha vuelto una industria rentable. Mario Vargas Llosa, quien es un crítico al respecto, dice que en nuestra sociedad «el cómico es rey». Hay una gran demanda por lo que entretiene y la oferta es mucha. Los programas de comedias, de concursos, de chismes, de farándula, los realities, los comediantes, la popularidad de los parques de diversión, y la tendencia de los noticieros de incluir en su programación noticias sensacionalistas y hasta divertidas son prueba de esto.
En nuestra cultura, lo que no entretiene se desecha y lo que divierte se vende bien. El entretenimiento es uno de los dioses de Occidente.
El entretenimiento y la iglesia
El entretenimiento y la iglesia
Lo preocupante de esto es que la iglesia no ha quedado inmune a esta situación. La estima por la diversión también ha permeado a muchas congregaciones. Esto se puede percibir en algunas decisiones, formas y prácticas ministeriales.
Muchas iglesias diseñan sus servicios con la única intención de no aburrir y mantener la atención de sus asistentes. Con este fin pueden incorporar luces sicodélicas y máquinas de humo, utilizan de forma desmedida imágenes y videos para ilustrar y matizar los sermones, reemplazan el púlpito tradicional con sillas y una mesa para transmitir una sensación más distendida o reducen la duración del servicio. Todas estas decisiones pueden ser movidas en el fondo por un deseo de divertir, entretener o proveer una experiencia libre de aburrimiento. En todo caso, el valor que se busca preservar es el entretenimiento. El deseo de atraer a inconversos a cualquier precio, o simplemente entretener, está teniendo un fuerte efecto negativo en los creyentes al promover una superficialidad en la fe. Es una pena que muchas iglesias se han postrado ante el ídolo actual del entretenimiento.
Sin embargo, el reposo y el sosiego que nos produce el entretenimiento son necesidades legítimas. Testifican de nuestra humanidad y vulnerabilidad, por eso buscarlos es comprensible y no supone un pecado en sí mismo. Al contrario, en la Biblia se nos exhorta al descanso y a disfrutar de las cosas que Dios nos da (Éx 20:8-10; Pr 5:18; Ec 7:14; 9:7).
No hay un texto bíblico que censure el deseo y la necesidad por el descanso y el deleite que experimentamos al entretenernos. Por eso, como cualquier práctica que no esté prohibida en la Escritura, esto debe ser observado de forma sabia y responsable, tomando en cuenta los principios bíblicos correspondientes. El entretenimiento puede ser practicado de forma legítima y sensata, de modo que nos edifique, nos sea de provecho y honre a Dios.
Nuestra actitud hacia el entretenimiento
Nuestra actitud hacia el entretenimiento
Actitud #1: Agradecimiento, pues es un don divino.
Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.
Como todo lo que recibimos de la mano de Dios, un tiempo de entretenimiento y distracción no es algo merecido sino un don (Stg 1:17; Hch 14:17). Fallamos al pensar que luego de un arduo día de trabajo «merecemos» reposar (cp. Ec 5:19). Esa disposición a sentirnos con derecho al descanso es contraria a la actitud que debe caracterizar a los redimidos.
Lo cierto es que no merecemos nada, pues todo lo que recibimos es fruto y expresión de la gracia de Dios. Los seres humanos no merecemos ni siquiera el trabajo que nos cansa y fatiga. Todo es gracia. Por eso, nuestra disposición hacia el entretenimiento debe ser de un humilde aprovechamiento y de gratitud a Dios por Sus dones. El cristiano bíblico sabe y celebra que entretenerse es un regalo del cielo.
Actitud #2: Responsabilidad, pues requiere mayordomía, moderación y prudencia.
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos.
Al ser una práctica que demanda el uso de tiempo y en ocasiones recursos (por no decir que hay entretenimiento que también implica esfuerzo), la diversión exige de nosotros una ponderación y una aplicación sabia y piadosa. En este sentido, se requiere aplicar el principio de la mayordomía. Administrar la duración, los recursos y las energías invertidas es necesario cuando nos entretenemos.
Tomemos en cuenta que no siempre podemos practicar todas las formas de entretenimiento. Disponer de recursos, del tiempo y de energías no debe ser el único criterio para entregarnos a la diversión. Nuestra libertad como creyentes debe gobernarse por los principios de mayordomía, la edificación de nuestros hermanos y la gloria de Dios. Asimismo, la moderación, la mesura y la prudencia deben ser observadas al respecto.
Es importante establecer límites y parámetros para que el entretenimiento sea provechoso y no de tropiezo. Esto se hace más necesario si consideramos que por nuestra inclinación al pecado y la maldad siempre estamos a un paso de los excesos y de la próxima necedad. Incluso los redimidos con frecuencia nos colocamos cerca de la siguiente insensatez. Entregarnos a una práctica sin ninguna consideración de sus implicaciones y posibles consecuencias no es propio de la sobriedad y sensatez que caracteriza a la piedad cristiana.
Actitud #3: Cautela, pues puede fomentar la dependencia.
Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.
Podemos caer en la tentación de vivir ansiosos anhelando la diversión. A veces transitamos la vida con la mente enfocada en esas horas de entretenimiento, buscándolo y anhelándolo como lo definitivo. Planificamos y nos preparamos como si fuese un encuentro indispensable para nuestra existencia y hasta lo usamos como un estímulo mental durante un día de trabajo y esfuerzo.
En momentos así debemos detenernos para considerar y evaluar nuestro corazón. En ese instante es tiempo de humillarnos y pedir perdón al Señor. Por eso los cristianos hacemos bien al evitar la dependencia excesiva del descanso, el alivio y el gozo que produce el entretenimiento. Esto es así, porque el verdadero reposo y deleite para los cristianos provienen del Señor (Mt 11:28-30; Sal 16:11).
Actitud #4: Regulación, pues es parte de la vida cristiana.
Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
A este respecto, es importante considerar el juego, el esparcimiento y la diversión como parte integral de la experiencia cristiana. Es decir, no podemos separar la experiencia del entretenimiento de la vida de fe.
Sin embargo, que algo sea un juego no supone tolerar conductas o actitudes condenadas en la Escritura. La ira, el enojo, la trampa y el engaño son vicios prohibidos para el creyente y nada de esto se suspende al jugar. A veces, al entretenernos nos damos licencias que justificamos diciendo «solo se trata de un juego». En muchos casos, nos permitimos emociones, reacciones y actitudes que rayan con lo indecente, lo vulgar y lo pecaminoso. No obstante, las mismas leyes prescritas para la piedad cristiana deben ser observadas incluso cuando jugamos y nos entretenemos. La diversión no suspende momentáneamente el llamado a la piedad.
3 Consejos prácticos
3 Consejos prácticos
Consejo #1: Revisemos lo que consumimos
Mucho de nuestro esparcimiento tiene que ver con programas de televisión, series en streaming y las redes sociales. Tenemos que ser responsables evaluando lo que consumimos, pues todo arte o contenido es una manifestación de una visión de la vida. Los programas, las películas, la música y los libros no solo expresan, también fomentan valores, ideales y aspiraciones.
Se requiere responsabilidad y cuidado para velar por nuestro corazón. No solo debemos guardarnos del lenguaje soez y de lo que es abiertamente inmoral. El único peligro no es el contenido profano y el lenguaje vulgar de lo que vemos y escuchamos. También es necesario considerar los ideales y valores comunicados por el escurridizo medio del arte y la cultura. Aceptemos que no hay entretenimiento neutral, ni siquiera el infantil.
La mentira, el engaño y una visión secular centrada en el ser humano también vienen empaquetadas en una buena canción o serie de televisión, aunque en muchos casos estén dirigidas al público general. No podemos participar de aquello que contradice la verdad de Dios. Hacerlo equivale a celebrar las cosas que Dios no celebra. El cristiano no se ríe de lo que Dios nunca se reirá, aunque parezca inocente o inofensivo.
Esto no siempre es sencillo de hacer y requiere discernimiento cristiano. Por eso, debemos ser celosos del contenido de nuestro entretenimiento.
Consejo #2: Tengamos cautela ante nuestra inclinación a la necedad
Pablo advirtió al jóven Timoteo del peligro de las conversaciones vacías y de las palabras irreverentes o profanas «porque los dados a ellas, conducirán más y más a la impiedad» (2 Ti 2:16). El diálogo profano y el hablar corrupto, tanto pronunciarlo como escucharlo, son peligros que debemos evitar por el bien de nuestras almas. Nos conducirán a la impiedad y a la degradación si nos exponemos a ello sin ninguna protección o restricción. Por eso, evaluemos nuestra tolerancia a la estupidez.
Sabemos que hay un tipo de entretenimiento que contiene una dosis de insensatez y torpeza: me refiero a los programas, películas, series y shows con contenido cómico. En realidad, es precisamente esto lo que los hace entretenidos y atractivos, pues nos divierte ver a otros hacer o decir cosas sin sentido. La comedia por lo general se alimenta de lo absurdo. Por eso disfrutamos y nos reímos al mirarla. Pero los creyentes debemos ser los primeros desconfiados de nuestra capacidad para ver y escuchar la banalidad, lo trivial y lo frívolo.
Seamos sospechosos de nuestra tolerancia a lo absurdo e insensato de la diversión. Hay un tipo de comedia y bromas que es banal, irreverente y profano (como el humor negro lleno de insensibilidad y sarcasmo). De esa clase de entretenimiento debemos guardarnos y marcar una distancia si no queremos ser partícipes. Esto, una vez más, se hace urgente si reconocemos nuestra propensión humana al error, al engaño y a la insensatez. No salimos ilesos estando tan expuestos a esta clase de bromas y entretenimiento. Causamos mucho daño a nuestra alma y conciencia si no somos sabios y celosos al respecto. Sospechemos y descofiemos de nuestra tolerancia a la estupidez.
Consejo #3: Incorporemos mejores alternativas
Pienso que siempre podemos encontrar distintas formas y mecanismos que nos ofrezcan el reposo y alivio que buscamos. Hacemos mucho bien en buscar alternativas legítimas, más sabias y provechosas para distraernos. Aquí algunas opciones:
Un momento de lectura o un tiempo de meditación y reflexión.
Una caminata en el parque o en la playa.
Tener conversaciones (sin celular) con la familia y los amigos alrededor de la mesa o ir a tomar un café con algún hermano o conocido.
Salir a correr, hacer ejercicios o practicar un deporte.
Practicar o aprender un instrumento musical.
Escribir un diario o escuchar música clásica.
Quizá se puede objetar que algunas de estas prácticas también exigen esfuerzo, cuando lo que buscamos es el descanso, pero la clase de cansancio que estas actividades pueden producir no se compara con el alivio que obtenemos de ellas.
Evitemos que el entretenimiento compita o se robe el tiempo y energías que debemos reservar para el cuidado de nuestras almas. Seamos diligentes y sabios para que la diversión y el juego no comprometan nuestra dedicación a las disciplinas espirituales. Recordemos que todos los beneficios del entretenimiento son sombras y anticipos del descanso y deleite disponibles hoy en Cristo y del que experimentaremos en gloria. La diversión y el entretenimiento son una señal tenue del gozo supremo que tenemos en el Salvador. ¡En Su presencia hay plenitud de gozo!