El Fruto del Espiritu

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El Contraste- Obras y Fruto

El pasado Domingo estuvimos hablando sobre la enseñanza del apóstol Pablo a la iglesia de Galacia relacionado a las obras de la carne. Estas obras pueden ser manifestadas cuando no estamos actuando en el Espíritu, aun dentro de la Iglesia.
La practica de las mismas vimos que era una señal para evaluar lo que hemos creído y como lo hemos recibido. Notemos que las obras de la carne son muchas porque son hechas por nuestro propio esfuerzo (en la carne) y son diversas.
1. En contraste con las «obras de la carne», Pablo describe ahora
(A) (vv. 22, 23) el «fruto del Espíritu». Aquí no hay obra, sino actuación de nuestro espíritu regenerado e impulsado por el Espíritu Santo, por lo que Pablo lo llama fruto, pura consecuencia del «estar en Cristo» (comp. con Jn. 15:1–5). Además, las obras de la carne eran muchas porque, al ser efecto de nuestro extravío por multitud de caminos (Is. 53:6), son desintegradoras, mientras que el fruto es uno solo, como un racimo de santas disposiciones que brotan y se desarrollan al mismo nivel; en otras palabras, al crecer el amor, crecen también el gozo, la paz, etc. Esta especie de racimo que es el fruto del Espíritu contiene tres grupos de tres virtudes cada uno:
(B) El primer grupo contiene tres virtudes que, dentro de su expansión general, en las tres dimensiones hacia Dios, hacia el prójimo y hacia sí mismo, dicen especial relación a Dios, pues capacitan especialmente para una santa comunión con Él: «Amor a Dios, Gozo en Dios, Paz con Dios».
(C) El amor es como el primogénito entre todas las virtudes del fruto (comp. con 1 Co. 13:13).
Para el creyente genuino, que de veras ama al Señor, el gozo es, no sólo una consecuencia necesaria del amor, sino hasta un deber (v. Fil. 3:1; 4:4).
«Un santo triste, decía Teresa de Ávila (más conocida como Santa Teresa de Jesús), es un triste santo». Y todo el que ha aceptado la reconciliación con Dios (2 Co. 5:19, 20),
¿cómo no va a gozar de entera paz, sabiendo a quién ha creído? (2 Ti. 1:12).
(D) El segundo grupo abarca tres virtudes que guardan especial relación con nuestro prójimo: «Longanimidad» (lit. largura de ánimo) es la paciencia que se ejercita en relación con personas, y ayuda a soportar, sin rencor vengativo, la conducta perversa de parte de otras personas hacia nosotros. «Benignidad» (gr. khrestótes) viene de una raíz que significa ser útil y servicial; se muestra en particular en la bondad práctica que se ejercita en el trato con las personas necesitadas (pobres, enfermos, niños, drogadictos y caídos—muchas veces, por culpa de otros—, en vicios degradantes). El vocablo agathosúne, bondad, sale cuatro veces en todo el Nuevo Testamento, siempre de la pluma de Pablo, y comporta la idea de nobleza de carácter (v. Ro. 5:7) y es como una combinación de justicia y amor.
(E) El tercer grupo contiene tres virtudes que dicen especial relación hacia sí mismo, y son como un broche de oro en la calidad del carácter del cristiano:
«Fe» tiene aquí el sentido de «fidelidad», por la que una persona es digna de crédito y de fiar, pues se ejercita tanto en lo que se dice como en lo que se promete a otros.
«Mansedumbre» es una virtud difícil por la tensión psicológica que supone entre los dos extremos de la impulsividad y la cobardía. No tiene nada que ver con la debilidad, pues es una cualidad viril por excelencia; se manifiesta especialmente en la disposición a ceder de los propios derechos por amor a los demás, en provecho de otros (v. por ej. 1 Co. 9:18). Romanos 14 es toda una disertación del apóstol sobre esta virtud.
Cerrando toda la serie está el dominio propio (gr. enkráteia, como en 2 P. 1:6). El vocablo «templanza» es ambiguo a este respecto y no refleja bien lo que el vocablo griego significa.
(F) Al final de esta lista, Pablo hace la siguiente observación (v. 23b): «contra las tales cosas no hay ley» (literalmente) «Como si dijese (Pablo): Quien tiene este fruto del Espíritu, tiene la verdadera libertad, no necesita ninguna ley, puesto que la función de la ley es restringir, mientras que este fruto surge incontenible de la misma acción del Espíritu y se desborda desde el amor, al cumplir de sobra y rebasar todas las obligaciones que la Ley pueda imponer».
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