¡Grande Es Cristo A Los Efesios!
INTRODUCCIÓN: La idolatría se ha definido como el poner nuestros anhelos en las manos de una criatura en lugar de ponerlas en las del Creador. Dicen las leyendas de la antigüedad que Artemisa, reina de Halicarnoso, estaba tan locamente enamorada de su esposo Mausoleo, que cuando éste falleció inesperadamente, mandó a quemar su cadáver y con las cenizas mezcladas con su licor, compuso un brebaje que ella bebió. Deseaba así conservar a su esposo dentro de ella misma y no perder para siempre aquel que tanto había amado. Después ordenó construir un monumento funerario en honor de su fallecido esposo. Resultó una obra de arte tan extraordinaria que se constituyó en una de las Siete Maravillas del mundo antiguo y dio nombre a los monumentos funerarios, pues desde entonces se llaman “mausoleos”. Aquella pobre mujer había hecho de su marido un ídolo sin el cual apenas podía vivir… (Tomado de 502 Ilustraciones, pag. 29. CBP). Esta artemisa vino a ser también la diosa Diana de los Efesios, conocida como la “diosa de la fertilidad” y “madre de la naturaleza”. El culto a esta diosa había llevado a sus artífices a la construcción de uno de los templos más suntuosos de la antigüedad. Entre las prácticas permitidas estaba la prostitución sagrada en honor a su propia diosa Diana, que fomentaba la fertilidad. Así que la idolatría era un hecho notable en Éfeso. El avivamiento que trajo Pablo a la ciudad habla de la conversión de mucha gente que vivía de las artes mágicas y brujerías. Semejante cambio trajo la ira en los que tenían el negocio de los ídolos. La furia y la confusión fue tan grande que por espacio de dos horas, toda aquella multitud enardecida, gritaba: “¡Grande es Diana de los Efesios!”. Y aunque esto manifestaba su ignorancia e idolatría, a Éfeso llegó el mensaje de la cruz; el evangelio de la gracia, y desde entonces se cambiaria aquel grito idolátrico y blasfemo por uno nuevo que podría decir: “¡Grandes es Cristo a los Efesios!”. Con este impacto la de la predicación en la ciudad “era magnificado el nombre del Señor Jesús” (Hch. 19:17). El reto de toda evangelización es hacer que los hombres cambien su adoración de cualquier ídolo que tengan en su corazón por nuestro Señor Jesucristo. De eso hablaremos hoy.
I. LA PREDICACIÓN DE CRISTO TRAE UNA CONFRONTACIÓN CON EL NEGOCIO DE LA IDOLATRÍA
1. “Un disturbio no pequeño acerca del camino” v. 23. El último versículo del mensaje pasado nos dejó esta nota de victoria: “Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor” v. 20. Este testimonio, aunado al gran golpe que el evangelio les había dado a los practicantes de todas aquellas artes mágicas junto con la quema de sus libros, parecía obligar una revuelta en la ciudad de Éfeso. Era mucho lo que estaba en juego. Las pérdidas ya eran cuantiosas. El negocio se estaba viniendo abajo. Lucas nos dice que la razón del alboroto era “acerca del camino”. Ya esta era la forma de identificar lo que muchos daban por llamar la “religión de un tal Jesús”. Pero la palabra “Camino” le da una distinción especial al evangelio, pues esto fue lo que Jesús vino a dejarnos. El mundo de la idolatría plantea muchos “caminos” para ir al cielo. Lo mismo hace las religiones y las modernas filosofías. Pero lo cierto es que sólo hay un Camino para ir al cielo, “porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos.”. Cuando Cristo cambia el corazón siempre habrá disturbio “acerca del camino”. Jesucristo vino para deshacer todo lo que el hombre ha hecho para reemplazar a Dios. De eso se trata la palabra.
2. “Varones, sabéis que de este oficio obtenemos nuestra riqueza…” v. 25. Ahora aparece en escena un tal Demetrio, conocido como uno de los grandes comerciantes de la figura de la diosa Diana. Él es el generador del pánico económico con la caída de las ventas de su producto. La “Bolsa de Valores de Éfeso” ha recibido una caída abrupta en los últimos días como resultado de pocas “transacciones” y la ausencia de sus “inversores”. El evangelio llegó y está afectando las ventas de los “templecillos de Diana” que la gente compraba para mantener su idolatría. Demetrio reveló las ganancias de la idolatría a quienes la dirigen, algo que el evangelio jamás haría. Así que de una forma muy persuasiva, como si fuera “dueño del negocio”, busca crear una reacción colectiva, apelando al sentimiento nacional (v. 26). Demetrio, en medio de la defensa del oficio, reconoce el trabajo persuasivo de Pablo como lo hizo el demonio, en llevar a la gente de la idolatría al Señor Jesucristo. Pero como en todos los casos, existe una resistencia muy notoria en la gente por dejar la idolatría. La renuncia a ello tiene un “costo” para los que por tanto tiempo han vivido practicándola. Pero Cristo vino para quitar el culto que el hombre le da a la criatura y comience a dárselo a Dios, su Creador y Salvador.
3. “…comience a ser destruida la majestad…” v. 27. Si Pablo ejercía la persuasión a través de la palabra denunciando que los dioses que ellos adoraban eran hechos por las manos de los hombres, y por lo tanto sin poder, Demetrio también ejercía la persuasión, pero con la intención de hacer que la gente regresara a sus “sendas antiguas”. Valiéndose de argumentos que tocaban lo más hondo de la devoción religiosa, despertó en ellos el “amor” por su diosa. De modo, pues, que dejando al lado la pérdida de las ganancias, apeló a una defensa de lo que hasta ahora era su “inquebrantable fe”: la gran Diana de los Efesios. Observe en la categoría a la que este devoto interesado eleva a la diosa Diana: “Aquella a quien venera toda Asia, y el mundo entero”. Es como si hoy se hiciera una afrenta a la virgen María, a quien tanta gente en el mundo venera, a quien también han llamado “madre de Dios”, “reina del universo” y “reina del cielo”. ¿A caso esta distinción no tiene su origen en estas prácticas paganas? Aquí vemos, como en tantos casos, que la idolatría tiene sus más firmes defensores, pero cuando el poder del evangelio llega a un corazón idólatra, lo transforma porque Cristo satisface la búsqueda del adorador.
II. LA PREDICACIÓN DE CRISTO DESPIERTA UN FANATISMO IRRACIONAL EN LOS AMANTES DE LA IDOLATRÍA
1. “¡Grande es Diana de los efesios!” v. 28. Demetrio logró el objetivo de exacerbar a la multitud de seguidores de la diosa Diana, a tal punto que se encolerizaron y gritaron frenéticamente hasta por dos horas que ellos no estaban dispuestos a cambiar su creencia por otra. ¿Por qué era tan amada aquella diosa? Para que tengamos una idea, el templo que retenía su imagen era estimado como una de las Siete Maravillas del mundo. Fue edificado por el año 550 a. de C., de puro mármol blanco. Medía 130 metros de largo por 67 metros de ancho, y sus columnas en número de 127, eran de 18 metros de altura, siendo cada una la donación de un rey, treinta y seis de las mismas hermoseadas de ornamentación y color. Tan celosos eran los que guardaban la imagen y el templo, que se negaron a poner la inscripción de Alejandro el Grande dentro de ella, aunque le había ofrecido el botín de sus conquistas. ¿Qué sucedió con aquel revuelo en la ciudad? ¿Hasta dónde la acción de un hombre solitario con el mensaje del evangelio pudo trastocar el corazón mismo de la idolatría a los Efesios? Sabido es que el fanatismo religioso llega a niveles de intolerancia. Sin embargo, Cristo levanta a su iglesia en medio de esas condiciones, porque ni las “puertas del Hades prevalecerán contra ella”.
2. “Se lanzaron al teatro, arrebatando a Gayo y a Aristarco…” v. 29. Si bien es cierto que Jesucristo trae paz al corazón que le recibe, también es cierto que su presencia causa reacción de odio y violencia en aquellos que se han mantenido por años apegados a un ídolo, aunque este ni hable ni oiga como lo hace el Señor. Las víctimas del fanatismo religioso son aquellos que se consideran una “amenaza” para su creencia. Así que los que estaban subidos de ánimo buscaron al responsable de la desacreditación de la gran diosa Diana, que en este caso sería Pablo, pero no hallándole fueron por Gayo y Aristarco, sus compañeros y testigos del avivamiento que se estaba dando en la ciudad. La actuación irracional de los fanáticos religiosos cuando son tocados sus intereses, es la misma. Por lo general las víctimas no poden resistencia. En el caso de un creyente, él jamás usaría las “armas de la carne” para defenderse; de allí que no han sido pocos los que mueren por la violencia de los que pretenden imponer su “fe”, sobre todo si hay una amenaza seria a ella. Los idólatras no conocen de tolerancia ni del “amaos los unos a los otros”.
3. “Y queriendo Pablo salir al pueblo, los discípulos no le dejaron” v. 30. Pablo reconocía que la conmoción que ahora hay en la ciudad se debía, en gran parte, a la predicación que había traído. Ahora pretendiendo calmar los ánimos, y con un noble olvido de sí mismo, por cuanto se exponía a un eventual linchamiento, se proponía con mucha intensidad llegar al corazón mismo donde se estaban dándose los hechos, pero fue impedido por los discípulos y por algunas de las autoridades que eran sus amigos, de no presentarse porque aquello sería adelantar su muerte, y Dios todavía le necesitaba como su vocero de su palabra. Pablo sabía que en el anfiteatro había por los menos unas 30 mil personas y aquella sería una gran oportunidad para predicar el evangelio a todos reunidos. Cuando se tiene una pasión por Cristo, se estará siempre dispuesto a enfrentar todos los riesgos, “porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mr. 8:35), como lo había anticipado el Señor. Todos los riesgos por causa de Cristo tienen un valor eterno.
III. LA PREDICACIÓN DE CRISTO PRODUCE LA PAZ FRENTE A LA CONFUSIÓN QUE CREA LA IDOLATRÍA
1. “Unos… gritaban una cosa…la concurrencia estaba confusa…” v. 32. La otra parte del texto nos dice que “los más no sabían por qué se habían reunido”. Este versículo es muy elocuente, pues nos muestra cómo actúa la gente cuando sus mentes están ciegas y sugestionadas por el culto a las deidades hechas por los hombres, en lugar de la adoración del Dios verdadero. Hasta ahora ninguna veneración hecha a los ídolos produce hombres y mujeres felices. No hay libertad, sino esclavitud en los que se aferraban en dar culto a la criatura en lugar del Creador. Esta confusión que se dio acá ya el profeta Isaías la había descrito, cuando dijo: “Los formadores de imágenes de talla, todos ellos son vanidad, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos mismos son testigos para su confusión, de que los ídolos no ven ni entienden” (Is. 44:9). Aunque los hombres gritaban frenéticamente: “¡Grande es Diana de los efesios!”, ella no les hablaba, no les consolaba, ni se manifestada con su presencia como lo hacia el Dios todopoderoso. Nuestro Dios es un Dios de orden. A él no habrá que gritarle, ni él creará en nuestras vidas confusión. Él, por ser un Dios de paz, nos da la paz y un culto racional.
2. Jesús no puede ser culpado de sedición v.35-40. Jesús es el “príncipe de paz”, por lo tanto, ni él ni sus seguidores podrán ser culpados de crear todo lo opuesto a la paz que vino a dar. La intervención que hace el escribano que apaciguó el motín, es muy elocuente. Por un lado admite que nadie se ha metido con su diosa, a quien él dice que es “la imagen venida de Júpiter” v. 35. Por otro la do, el escribano reconoce que los hombres que están siendo cuestionados, como si fueran “provocadores de oficio”, no han incurrido en ningún perjurio contra su venerada v. 37. En la apelación final que hace a la calma, el escribano reconoce que la confusión allí reinante se debía a la reacción colectiva y desmesurada de la gente, pero que los portadores del nuevo mensaje del evangelio son personas pacíficas. En todo caso, los pendencieros venían de ellos mismos, y corrían el peligro de ser tildados de sediciosos v. 40. ¿Qué comprueba toda esta intervención del escribano? Que el evangelio de Cristo es de paz. Que la confusión, el desorden y los pleitos son de aquellos en quienes no está el Señor y en lugar de él hay la presencia de otros dioses. Al final no es Diana, la grande de los efesios, sino Cristo. El poder del evangelio tiene la misión de cambiar a los hombres idólatras por la presencia del Cristo de la paz.
CONCLUSIÓN: Hace un tiempo atrás un periódico publicaba un artículo en el que hablaba acerca de un incendio ocurrido en una casa del Oriente Medio. El dueño de la casa corrió adentro de su vivienda en llamas para obtener sus objetos de valor, pero al no poder hacerlo, intentó regresar siendo alcanzado por las llamas. Después fue encontrando en medio de las cenizas agarrando un ídolo de marfil. El titular del periódico decía: "Un hombre muere tratando de salvar a su dios”. La verdad del evangelio es otra: Dios dio a su Hijo para salvarnos a nosotros. La ciudad de Éfeso era guardiana de la gran diosa Diana. Pero allí llegó el evangelio. El poder transformador de Cristo hizo que multitudes se convirtieran de sus brujerías y de sus ídolos, dando inicio con esto a la iglesia de Éfeso. Después Pablo escribiría su célebre carta a esta iglesia, “la reina de todas sus cartas”, como la han definido, y en su saludo se dirigió a los hermanos así: “A los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso” (Ef. 1:1). ¿No es maravilloso ver cómo los que antes veneraban a la gran Diana de los Efesios, ahora forman parte de los santos y fieles? El evangelio cambian el grito de los hombres, por: ¡Grande es Cristo! ¿Cuál es el ídolo que hay en su corazón? Es hora de sustituirlo por Cristo. Ven ahora mismo a Él.