La cruz desde cuatro ángulos
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Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.
¿Qué logra la cruz? ¿Por qué ocupa un lugar tan central en la mente de los escritores del Nuevo Testamento?
La Biblia nos da muchas respuestas a estas preguntas. Estas son algunas, desde cuatro ángulos distintos:
1. La perspectiva de Dios
1. La perspectiva de Dios
En la Biblia, la ira de Dios es una función de Su santidad. Su ira o enojo no es la explosión de un mal genio, sino más bien una oposición justa contra el pecado. La santidad de Dios es tan gloriosa que demanda Su ira contra aquellos que lo desafían, menosprecian, se burlan de Sus palabras y obras, e insisten en su propia independencia; a pesar de que cada aliento que respiran depende de Su cuidado providencial.
Es una verdad gloriosa que, aunque Dios está enojado con nosotros, en Su carácter mismo es un Dios de amor. A pesar de Su ira, Dios es un Dios amoroso y por lo tanto provee un medio para perdonar los pecados, uno que dejará la integridad de Su gloria sin mancillar.
Él viene a nosotros en la persona de Su Hijo. Su Hijo muere como propiciación por nuestros pecados. Muere para asegurar que Dios se vuelva favorable hacia nosotros.
El apóstol Pablo escribe:
a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.
Observa cómo Pablo insiste repetidamente en que Dios envió a Su Hijo a la cruz como demostración de «su justicia». La cruz une el amor de Dios y Su perfecta santidad.
2. La perspectiva de Cristo
2. La perspectiva de Cristo
Uno de los grandes temas olvidados sobre lo que significa la cruz para el Hijo es la obediencia del Hijo. Este tema aflora con especial fuerza en la epístola a los Hebreos y en el Evangelio de Juan.
Allí aprendemos repetidamente que el Padre envía y el Hijo va; el Padre comisiona y el Hijo obedece. El Hijo siempre hace lo que agrada al Padre (Jn 8:29). El encargo más asombroso que el Padre da al Hijo es que vaya a la cruz para redimir a una raza de rebeldes. Y el Hijo sabe que ese es el encargo que se le ha hecho. Jesús vino, insiste, no «para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr 10:45).
Pero el conocimiento del encargo que había recibido no hizo fácil la obediencia. Afrontó Getsemaní y la cruz con una agonía de intercesión caracterizada por la repetida petición «Pero no sea lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieras» (Mr 14:36).
Para Jesús, la cruz no solo fue el medio por el que se sacrificó a Sí mismo, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios (1 P 3:18); también fue el punto culminante de Su obediencia sin reservas a Su Padre celestial (cp. Fil 2:8).
3. La perspectiva de Satanás
3. La perspectiva de Satanás
Apocalipsis 12 es uno de los capítulos más importantes del Nuevo Testamento para entender la perspectiva del diablo sobre la cruz. Satanás aparece lleno de ira porque ha sido desterrado del cielo y sabe que le queda poco tiempo. No ha podido aplastar a Jesús, así que descarga su furia contra la iglesia. Es el «acusador de [los] hermanos» (v. 10) que quiere al mismo tiempo sacudir sus conciencias y acusar a Dios de impiedad porque Dios acepta a pecadores tan miserables como estos. Pero los creyentes, se nos dice, derrotan a Satanás sobre la base de «la sangre del Cordero» (v. 11), una referencia inequívoca a la cruz.
Esto significa que estos creyentes escapan de las acusaciones de Satanás, ya sea en sus propias mentes y conciencias o ante el tribunal de la justicia de Dios, porque apelan instantáneamente a la cruz.
Ante esa apelación, Satanás no tiene réplica. Dios ha conservado Su honor al redimir a una raza rebelde. Podemos liberarnos de la culpa no porque nosotros mismos estemos libres de culpa, sino porque Jesús «llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por Sus heridas [fuimos nosotros] sanados» (1 P 2:24).
4. Nuestra perspectiva
4. Nuestra perspectiva
La cruz es el punto culminante de la demostración del amor de Dios por Su pueblo. Es un símbolo de nuestra vergüenza y de nuestra libertad. Es la medida definitiva de cuán grave es nuestra culpa y la seguridad reconfortante de que hemos sido liberados de ella. En el Nuevo Testamento, la cruz está ligada a muchas de las palabras y conceptos más importantes: justificación, santificación, el don del Espíritu, etc.
Pero en el Nuevo Testamento, la cruz también sirve como norma suprema de nuestro comportamiento. Tal vez sea el apóstol Pedro quien más dramáticamente dibuja este tema en el Nuevo Testamento:
Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente;