NUESTRA PARTICIPACIÓN HACÍA EL QUE NOS PASTOREA

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En consecuencia, los que reciben instrucción en la Palabra deben compartir (véase también Ro. 15:26; 2 Co. 9:13; y Heb. 13:16) con su instructor toda cosa buena, incluyendo las cosas materiales. HENDRIKSEN, W

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LA IGLESIA DEBE COMPARTIR CON EL PASTOR (Gálatas 6:6–10)

6El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye.

7No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. 8Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. 9No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. 10Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.

Los historiadores nos informan que en siglo XVIII de una Secta que se fortaleció en la fría Escocía llamada “Sandemanismo” y entre sus herejías… ellos enseñaban a la Iglesia que los Ministros del Evangelio (Pastores, Maestros, Diacónos, Ancianos) no se les debía pagar (entregar) un salario o sueldo; que ellos debían depender de la caridad esporádica de la gente o en su caso, depender por fe “algo así como el alimento milagrosamente caído del cielo”. Y ésta vieja herejía revivida y manipulada a conveniencia de algunos cuantos; en las Sectas principalmente del Pentecostalismo y Carismatismo hacen necesario volver a las Escrituras buscando la enseñanza de la Doctrina Sana para nuestras Iglesias Locales Reformadas.
Así como los unos a los otros es una frase clave en el vocabulario cristiano, también lo es la palabra comunión. En el versículo 6 “haga partícipe” es la traducción de la palabra griega koinonia que significa tener en común, y se refiere a todo lo que tenemos en común en Cristo (Gálatas 2:9), nuestra común salvación (Judas 3), e incluso nuestra participación en los padecimientos de Cristo (Filipenses 3:10). Desde los albores de la iglesia, los creyentes se han destacado por su generosidad en compartir con otros (Hechos 2:41–47). A menudo en el Nuevo Testamento, koinonia se refiere a compartir las bendiciones materiales unos con otros (Hechos 2:42; 2 Corintios 8:4; Hebreos 13:16 [koinonia]). Esto es lo que Pablo tiene en mente en Gálatas 6:6–10).
Empieza con un precepto (v. 6), instándonos a que compartamos los unos con los otros. El que enseña la Palabra de Dios comparte tesoros espirituales, y los que son enseñados deben compartir tesoros materiales. (Pablo usa un método similar cuando explica por qué las iglesias gentiles deben ofrendar para ayudar a los creyentes judíos [Romanos 15:27].) Debemos recordar que lo que hacemos con las cosas materiales es una evidencia del valor que damos a las cosas espirituales. “Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).
Siendo que el apóstol Pablo no quería que el dinero fuera piedra de tropiezo a los que no eran salvos, trabajó para mantenerse (ve 1 Corintios 9), pero varias veces enseñó que el líder espiritual en la iglesia debe ser sostenido por las ofrendas de la congregación. Cristo dijo: “el obrero es digno de su salario” (Lucas 10:7), y Pablo hace eco a esta declaración (1 Corintios 9:11, 14).
Pero debemos darnos cuenta de que hay un principio espiritual detrás de este precepto. Dios no manda a los creyentes a que den a los pastores, maestros y misioneros, (Filipenses 4:10–19) sólo para suplir sus necesidades materiales, sino para que el dador pueda obtener una bendición mayor (Gálatas 6:7, 8). El principio básico de sembrar y cosechar se encuentra a través de toda la Biblia desde Abel y Caín los primeros hombres, luego Abraham pagando sus diezmos al Señor en Melquisedec, y en Moisés instruye al pueblo para sostener a Sacerdotes y Levitas al servicio del templo y del pueblo judío; se remarca y específica éstas ofrendas materiales; luego los Jueces, Reyes, Profetas y en todo el Nuevo Testamento comenzando con las ofrendas que daban voluntariamente las personas al Señor Jesucristo que se beneficiaban por la predicación y enseñanza, junto con sus discípulos y que recaudaban en una bolsa para su propio sustento y para ayudar a los necesitados y afligidos.
Dios ha establecido que uno va a cosechar lo que siembra. Si no fuera por esta ley, el principio de causa y efecto se vendría por tierra. El campesino que siembra trigo puede esperar cosechar trigo. Si así no fuera, en nuestro mundo habría caos.
“Discursos a mis estudiantes (Discurso 2: El llamamiento al ministerio)
En esta clase, sin embargo, no me refiero a la predicación ocasional, ni a cualquier otra forma de ministerio común a todos los santos, sino a la tarea y al cargo de obispo, que incluye tanto la enseñanza como el gobierno de la iglesia, lo cual exige la dedicación de toda la vida de un hombre al trabajo espiritual y el abandono por su parte de cualquier llamamiento secular (2 Ti. 2:4), y le da derecho a depender de la Iglesia de Dios para la provisión temporal de sus necesidades, puesto que entrega todo su tiempo, sus energías y esfuerzos en beneficio de aquellos a quienes preside (1 Co. 9:11; 1 Ti. 5:18). A los hombres así, Pedro les dirige estas palabras: «Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella» (1 P. 5:2). Spurgeon.”
Pero Dios también nos advierte que debemos fijarnos dónde sembramos, y este es el tema que Pablo trata aquí. Dios mira nuestras posesiones materiales como a una semilla, y ve dos clases posibles de tierra: la carne y el Espíritu. Podemos usar nuestros bienes materiales para promover la carne, o las cosas del Espíritu. Regularmente el creyente no suele pensar en ésto: que es su deber proveer para el ministerio pastoral y descuidando la instrucción del Señor al respecto de ésta responsabilidad, es propenso a dar más importancia a las cosas temporales y carnales que a los asuntos eternos y espirituales. Por lo que es capaz de pagar un curso de inglés (o idiomas) del que nunca se beneficiará; o la suscripción al Gimnasio o Salón de Estética para fortalecer el ego y la vanidad de nuestros días; que al pastor que constantemente le ministra en la Palabra de Verdad y en el Glorioso Evangelio de la Gracia de Dios. -Al final de cuentas el Pastor depende de Dios y de su fe y no de mis ofrendas monetarias, así que el pastor entenderá si no ofrendo hoy- (es Corvan) este es el pensamiento herético pentecostal. Así que detengámonos y pensemos: una vez que hemos sembrado, no podemos cambiar lo que se va a cosechar.
El dinero sembrado para la carne traerá una cosecha de corrupción (Gálatas 5:19–21). Ese dinero se ha ido y nunca puede recuperarse. El dinero sembrado para el Espíritu (tal como el compartirlo con aquellos que enseñan la Palabra) producirá vida, y en la cosecha habrá mucha semilla para sembrar y cosechar vez tras vez hasta que Cristo venga. Si cada persona tan sólo mirara su riqueza material como semilla, y la sembrara apropiadamente, no faltaría dinero para la obra del Señor. Es triste decirlo, pero mucha semilla se desperdicia en cosas carnales que jamás podrán glorificar a Dios.
Por supuesto, hay una aplicación mucho más extensa de este principio en nuestras vidas; porque todo lo que hacemos es una inversión en la carne o en el Espíritu. Cosecharemos lo que hayamos sembrado, y en proporción con lo sembrado. “El que siembra escasamente, también segará escasamente” (2 Corintios 9:6). El creyente que anda según el Espíritu y siembra según el Espíritu va a tener una cosecha espiritual. Si ha sembrado generosamente, la cosecha será abundante en la vida venidera, y quizá en la presente.
Los enemigos de Pablo, los judaizantes, no tenían esta actitud espiritual en cuanto a dar y recibir. Pablo se sacrificó y trabajó para no ser una carga a las iglesias, pero los falsos maestros usaron a las iglesias para promover sus propios planes y llenar sus propios cofres. Lo mismo pasó en la iglesia de Corinto, y Pablo se vio obligado a escribirles: “Pues toleráis si alguno os esclaviza, si alguno os devora, si alguno toma lo vuestro, si alguno se enaltece, si alguno os da de bofetadas” (2 Corintios 11:20).
Cuántas veces hemos visto al piadoso y sacrificado pastor ser perseguido y echado fuera, mientras que el arrogante y codicioso es venerado y consigue todo lo que busca. El creyente carnal vive contento bajo la dictadura espiritual de aquel pastor que promueve el legalismo, porque esto le hace sentirse seguro y espiritual. El creyente carnal sacrificará lo que tiene con tal de hacer su obra más grande, pero descubrirá al fin que sembró para la carne y no para el Espíritu.
Habiéndonos dado el precepto (Gálatas 6:6) y el principio en que se basa ese precepto (vs. 7–8), Pablo ahora nos da una promesa (v. 9): “a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. Detrás de esta promesa hay un peligro: fatigarse en la obra del Señor, y finalmente desmayar y dejar el ministerio.
A veces el desmayo espiritual es causado por una falta de devoción al Señor. Es interesante hacer el contraste entre dos iglesias que son alabadas por su “obra”, “trabajo”, y “constancia” (1 Tesalonicenses 1:3; Apocalipsis 2:2). La iglesia en Éfeso había dejado su primer amor y se había enfriado (Apocalipsis 2:4–5). ¿Por qué? La respuesta se halla en la palabra de alabanza a la iglesia de Tesalónica: “la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza”. No tan sólo la obra, el trabajo y la constancia, sino el motivo apropiado: “fe, amor y esperanza”. Cuán fácil es, aun en nuestro trabajo para el Señor, permitir que la motivación espiritual muera. Como los sacerdotes de Israel a quienes Malaquías predicó, servimos al Señor quejándonos: “¡Oh, qué fastidio es ésto!” (Malaquías 1:13). Y de ésta manera nos volvemos idénticos al pueblo judío del pasado es bonito pensar en que la Iglesia tiene Pastor, alguien que enseñe a nuestra gente; pero “que fastidio cuando se nos insta, se nos exhorta a compartir con él o ellos de nuestros bienes materiales y económicos, -siempre los pastores hablando de dinero; éstos ya no andan en el espíritu; la iglesia que habla de dinero ya es carnal; Cristo nunca pidió dinero, siempre ayudo gratuitamente.- “¡Oh, qué fastidio es ésto!” (Malaquías 1:13).
Algunas veces desmayamos por falta de oración. Debemos “orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1). La oración es para la vida espiritual lo que es la respiración para la vida física. Si dejas de respirar desmayará. También es posible que desmayes por falta de alimento. “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Si tratamos de seguir trabajando sin la alimentación y el descanso adecuados, desmayaremos. Qué importante es esperar en el Señor para obtener de él la fuerza que necesitamos para cada día (Isaías 40:28–31).
Pero la promesa que Pablo da nos ayudará a seguir trabajando: “A su tiempo segaremos”. La semilla que se siembra no da fruto inmediatamente. Hay estaciones para el alma así como las hay en la naturaleza, y debemos dar a la semilla tiempo para germinar y llevar fruto. Qué hermoso es cuando el que ara alcanza al segador (Amós 9:13). Cada día debemos sembrar la semilla para que un día podamos cosechar (Salmo 126:5–6). Pero debemos recordar que el Señor de la mies es el responsable de dar la cosecha y no los trabajadores.
Compartir las bendiciones implica mucho más que enseñar la Palabra y dar de nuestros bienes materiales; también implica hacer el bien “a todos” (Gálatas 6:10).
Debemos hacer el bien “a todos”, y así dejar que nuestra luz brille y glorifique a nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5:16). No es sólo por medio de palabras que testificamos a los perdidos, sino también por medio de nuestras obras. De hecho, nuestras obras preparan el camino para que nuestro testimonio sea oído. El asunto no es preguntarse: “¿Merece esta persona mis buenas obras?, merece el pastor ésta semana mi ofrenda?, no mejor sería controlar las tentaciones del pastor no dando mis ofrendas?”
Al hacer bien a todos debemos dar preferencia a los de “la familia de la fe”,—los hermanos en Cristo. Esto no quiere decir que la iglesia local debe ser una sociedad en que sus miembros se aislan del mundo sin hacer nada para ayudar al perdido. Más bien, es cuestión de prioridad. Ciertamente, los creyentes en los tiempos de Pablo tenían mayores necesidades que los de afuera, ya que muchos de los creyentes sufrieron por su fe (Hebreos 10:32–34). Además, un padre siempre provee para su propia familia antes de proveer para los vecinos (1 Timoteo 5:8).
Debemos recordar, sin embargo, que compartimos con otros hermanos para que todos podamos compartir con el mundo necesitado. Cada miembro de la familia de la fe es un receptor con el fin de que sea un transmisor. Cuando abundamos en amor los unos por los otros, tenemos amor por todos los hombres (1 Tesalonicenses 3:12).
Los líderes dotados deben equipar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (traducción literal). Los creyentes no eligen a un pastor y le pagan para que haga la obra él solo. Ellos lo eligen y siguen su liderazgo mientras él, a través de la Palabra, los equipa para trabajar en la obra (2 Timoteo 3:13–17). Los miembros de la Iglesia crecen alimentándose de la Palabra y sirviéndose los unos a los otros. La primera evidencia de crecimiento espiritual es la semejanza a Cristo.
Así como el Pastor se presenta cada Día del Señor para reunir a la Iglesia en el servicio de Adoración; y se coloca detrás del púlpito para alimentarlas con una actitud de gratitud, de alegría y de esperanza al volver a ver a la congregación que el Señor le ha dado para apacentar y está dispuesto a no retener el aprendizaje y conocimiento y aquellos tesoros espirituales que adquirió durante la semana de arduo estudio y oración, y con diligencia y esfuerzo se dispone a proveer, administrar y compartir incondicionalmente a su pueblo; así el pueblo debiera corresponderle compartiendo con él las bendiciones materiales, temporales y económicas. Y de ésta manera aliviar las cargas, y aflicciones que éste mundo tiene para ambos peregrinos: LA IGLESIA Y EL PASTOR... Así quiere el Señor y así debe ser.
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