Llamados por el Espiritu
Comisionados por el Espíritu
El poder espiritual viene cuando entendemos que nuestros ministerios no provienen de los hombres sino de Dios. El predicador necesita de alguna forma sentir que Dios lo ha llamado a esta tarea sagrada. Él puede hacer lo que nadie más puede hacer. Este llamado necesita no solamente sentirlo en lo personal, sino que debe ser afirmado por la iglesia. El llamado del Espíritu Santo al ministerio de predicar está abierto a la discusión. Algunos nos colocarían a todos en el mismo nivel, poniendo el sacerdocio de todos los creyentes como prueba suficiente de que no solo una clase particular de individuos tiene un llamado distinto de Dios. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que hay ocasiones en que Dios “aparta” a hombres para un ministerio específico (Hch. 13:2: “Mientras ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado”). Hay en realidad un oficio de pastor o anciano con cualidades específicas (1 Ti. 3:1–13; 1Ti. 5:17–20; He. 13:7, 17).
A través de las edades, la iglesia ha buscado y reconocido a los que Dios ha escogido y llamado para tareas especiales. El poder en el púlpito se eleva o recae sobre el reconocimiento, por el predicador y las personas por igual, de que Dios llama a un hombre para predicar. Un predicador que duda de su llamado tendrá suficiente razón para dudar de sus mensajes, y quienes no reconocen que tal hombre ha sido llamado por Dios se resistirán a oír y obedecer.
Usted está condenado al fracaso si no está seguro del llamado de Dios. Considere lo que Charles Bridges ha dicho con respecto al llamado del predicador:
Nosotros podemos trazar a veces el fracaso ministerial desde el umbral del inicio del ministerio. ¿Fue el llamado al sagrado oficio claro en el orden de la iglesia, y de acuerdo a la voluntad de Dios? Esta pregunta le da una vasta importancia al tema. Donde el llamado es manifiesto, la promesa es segura. Pero si nosotros corremos sin ser enviados, nuestras labores no serán bendecidas. Muchos, nosotros tememos, nunca hemos ejercitado nuestras mentes para indagar. ¿Pero no vemos la ordenanza escrita de la posición de la iglesia sobre sus estériles ministraciones: “Yo no los envié ni les di órdenes, ni son de provecho alguno para este pueblo, declara el Señor” (Jer. 23:32)?
Spurgeon dice:
Que cientos de personas han perdido su camino y tropiezan con el púlpito es la evidencia más triste de los ministerios inútiles e iglesias decadentes que nos rodean…. No todos son llamados a trabajar en la palabra y la doctrina, o para ser ancianos, o ejercer el oficio de obispo; no todos deben aspirar a todo; sino aquellos que son adictos a tan importantes compromisos y que sienten, como el apóstol, que ellos han “recibido este ministerio” (2 Co. 4:l).
“El llamado viene de Dios y no del hombre”, dice el famoso expositor, W. H. Griffith-Thomas. “Debe ser en alguna manera la apelación inmediata de Dios al alma: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en Mi viña.’ Este llamado no es primeramente a través de la Iglesia o una denominación en particular, sino la obra interna del Espíritu Santo. Y como tal será un ‘llamado eficaz’; tal hombre inevitablemente alcanzará el ministerio”.
D. Martyn Lloyd-Jones afirma:
Un predicador no es un cristiano que se decide a predicar, él no decide hacerlo; ni siquiera decide tomar la predicación como un llamado.
El hombre que es llamado por Dios es un hombre que se da cuenta de que es llamado para hacerlo, y se da cuenta de lo pesado de la tarea que hasta se retrae de ella. Solamente esta abrumadora sensación de satisfacción de ser llamado, y la obligación, debería impulsar a alguien a predicar.
El Dr. John F. MacArthur advierte a todos diciendo:
El pastorado es un llamamiento a hombres que tienen un deseo apasionado para ministrar. Nunca obligo nadie a entrar al ministerio. Un hombre debe sentir el llamado de Dios como un deseo que consume en el corazón. Él no es apto para el ministerio si no tiene la sensación de ser llamado o si el pecado en su vida opaca ese llamado.
Esta comisión de Dios es un ingrediente indispensable en un predicador apasionado para declarar la Palabra del Señor. Si duda que Él lo envió, estará presionado tanto por la magnitud de la tarea como por la reacción de la audiencia. Solo los que son comisionados pueden declarar con convicción y apasionadamente: “¡Así dice el Señor!”
El llamado de Dios debe ser reconocido también por la iglesia. Cuando Dios llama a un hombre, El informa también a la iglesia (Hch. 6:1–6; 13:1-3). El valor de la aprobación de la iglesia sirve para confirmar el llamado. ¡Ay del pobre predicador que insolente desprecia el rito de ordenación! La aprobación de la iglesia no es la última prueba del llamado, pero sirve para dar luz verde al ministerio público. Con el llamado de Dios y el apoyo de la iglesia, podemos actuar como embajadores del Rey e implorar la las personas que se reconcilien con Dios.
¿Quiere usted predicar con pasión? ¿Lo ha llamado Dios para predicar? Entonces obedezca el llamado y vaya en la confianza de que Dios le suplirá todo. ¿Lo ha ordenado la iglesia para predicar? Entonces hable con autoridad eclesiástica. Yo soy tímido por naturaleza, pero mi audacia procede de estos dos apoyos: el llamado de Dios y la confirmación de la iglesia. Puedo declarar la Palabra de Dios con seguridad total, sin reservas y con el entendimiento de que Dios bendecirá mi ministerio.
Controlado por el Espíritu