SOLO EN CRISTO HAY SALVACION
Introducción
En otras palabras, la persona que volvía a la sinagoga después de conocer y profesar fe en el evangelio, implícitamente se identificaba con el criterio de aquellos judíos que antes habían reclamado a Pilato la crucifixión de Jesús: ¡Fuera, fuera, crucifícalo!… ¡No tenemos más rey que César!… No deseamos que este llegue a reinar sobre nosotros (Juan 19:15; Lucas 19:14). Dadas las circunstancias en aquellos momentos, el retorno al judaísmo era claramente incompatible con la aceptación de la divinidad de Jesucristo y el carácter definitivo de su sacrificio. Era declarar públicamente que Jesús no era Dios, ni el Salvador del mundo, ni el Mesías. Era colocarse al lado de los que lo crucificaron.
De hecho, su pecado sería peor. Aquellos otros judíos podían excusarse diciendo que habían sido engañados por los sacerdotes y eran ignorantes en cuanto al evangelio. Estos, en cambio, han gustado la buena palabra de Dios y han probado los beneficios del Espíritu Santo; han participado durante tiempo en la enseñanza y comunión de la iglesia. Ahora, pues, si rechazan a Jesús, lo harán con los ojos bien abiertos y nunca podrán aducir la ignorancia como factor atenuante.
Por tanto, dice el autor, su rechazo a Jesús tiene la misma fuerza que si lo crucificaran otra vez para sí mismos. Su implícita validación del veredicto de los judíos hacía que las actitudes que lo llevaron a la cruz se repitieran en ellos. Por supuesto, no lo crucificaron de nuevo literalmente, pero sí lo hacían para sí mismos. Es decir, se apropiaban para sí aquel veredicto sobre la vida y obra de Jesús que los judíos habían gritado ante Pilato: ¡Crucifícalo!
El rechazo de Jesús por parte de los judíos no solamente tuvo el espantoso desenlace de la crucifixión; también fue en sí mismo la expresión del mayor insulto posible. Fue el equivalente de decir: Este hombre no viene de Dios, sino del demonio. La cruz fue una manera de atribuir al maligno lo que era de Dios y pisotear el buen nombre del Santo de Israel. Asimismo, aquellos que, después de haber participado en la comunión de la Iglesia, dan su espalda al evangelio y recaen en la apostasía vuelven a exponer a Jesucristo a la ignominia pública.