Sermón sin título (3)

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Pero Marta se preocupaba con todos los preparativos; y acercándose a Él, le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”. Lucas 10:40
Pataleta. Berrinche. Rabieta. No, no estoy describiendo la reacción de un niño caprichoso al que le acaban de poner un límite; estoy describiendo la reacción de una persona adulta (Marta) cuando siente que el Dios de toda justicia ha tenido un trato injusto con ella.
¿Qué es lo que activa la queja? ¿Qué la dispara? ¿Qué la origina?
Toda queja nace con la percepción de que se ha cometido un acto de injusticia contra nosotros. La persona que se queja siente que no ha recibido algo que “se merece” o que ha dejado de recibir algo que “le corresponde”. La queja es la voz de un corazón que grita: “¡Esto no es justo!”. ¿Puedes verlo? La queja siempre es una cuestión de justicia.

Si lo analizas un momento, te darás cuenta de que siempre que nos quejamos asumimqos un triple rol de víctima, juez y verdugo. Miremos brevemente estas tres ideas.

En primer lugar, al examinar la reacción de Marta llama la atención su actitud victimista (v40). Déjame parafrasear su pensamiento: “¡Estoy cansada de tanta injusticia! Soy la única que se ocupa de servir en esta casa. Encima a ti, Jesús, esto ‘no te importa’ (verso 40). ¡Qué mala es mi hermana, María! Y, discúlpame por decirlo, pero ¡qué malo eres tú también, Jesús! Pobre de mí, que soy tan buena, tan servicial y tan incomprendida”. ¿Puedes verlo? Toda persona que se queja se siente una víctima, cree que ha sido afrentada y está convencida de que sus derechos han sido violados; es como un niño que mira el tamaño de su helado y lo compara con el de su hermano. La queja es incapaz de gozarse con lo que tiene. ¿Por qué? Porque la queja es lo opuesto al contentamiento. En su esencia, la queja es autocompasiva y autocentrada. Al compararse con otros, la persona que se queja se siente celosa y esos celos generan resentimiento, ira y amargura.
En segundo lugar, la persona que se queja se pone en una posición de juez. ¿Por qué? Porque:
se siente plenamente capaz de evaluar, juzgar y emitir un veredicto tanto de sus circunstancias como de las acciones de los demás. ¿Has notado cómo lo hace Marta? No solo pone en el banco de acusados a su hermana, sino que además
se cree capacitada para juzgar el corazón del mismísimo Jesús: “¿no te importa que mi hermana me deje servir sola?”. Si lo examinas en detalle, aunque no siempre tengamos conciencia de ello, toda queja es una queja contra Dios. Piénsalo un momento; ¿qué significa que Dios es soberano? Que Él lo gobierna todo y lo controla todo. Que nada en este universo sucede por azar. Que no se te cae un cabello de tu cabeza sin que Él lo disponga (Mateo 10:30). En otras palabras, aunque Dios no sea el autor directo de todo lo que nos pasa, Él sí permite (y recicla) todo lo que nos sucede. Como nos recuerda el famoso pasaje de Romanos 8:28,29 cada situación que te desagrada es permitida por un Dios que busca cambiarte; todo lo que nos pasa “coopera para bien” porque el propósito de Dios es usarlo todo para ayudarte a desarrollar el carácter de Jesús.
¿Qué es la queja? ¡La queja es revelarse contra ese objetivo! La queja es quitar a Dios del estrado del juez y colocarlo en el banco de acusados. Es ponerme a mí mismo en su sitio y ¡juzgar sus acciones!
Finalmente, la persona que se queja se viste de verdugo puesto que ella misma ejecuta su sentencia. ¿Cómo?
Levantando la voz,
hablando con sarcasmo o
utilizando alguna forma “creativa” de expresar su disconformidad con el objetivo de “castigar” al responsable y, por medio de su queja, intentar manipularlo para cambiar lo que le desagrada. ¿Acaso no es justamente eso lo que busca Marta con Jesús al exigirle que su hermana la ayude? —¡Díselo, Jesús! ¡Díselo! —expresa Marta con un claro tinte de demanda.
¿Qué nos ayuda a eliminar la queja? Isaías 53:7 nos lo recuerda: “[Cristo] Fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca; como cordero que es llevado al matadero, y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, no abrió Él su boca”. ¿Cómo respondió Jesús frente al mayor acto de injusticia de la historia? ¿Cuál fue su reacción cuando, como dice 1 Pedro 3:18, “el justo [fue entregado] por los injustos”? Silencio. Aceptación. Mansedumbre. No hubo queja en su boca.
¿Conclusión? Si él toleró semejante acto de injusticia por amor a mí, yo puedo aprender a hacer lo mismo por amor a él.
Para orar y meditar a lo largo del día:
¿Qué situaciones “injustas” me tientan a quejarme? ¿Son realmente “injustas” esas situaciones cuando recuerdo que lo único que merezco es el infierno y lo que he recibido en su lugar ha sido el amor incondicional de un Dios que ha sufrido injustamente por mí?
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