MENSAJE IGLESIA VERDADERA
Sermon • Submitted • Presented
0 ratings
· 61 viewsNotes
Transcript
Advertencias a las iglesias (Capítulo 1: La Iglesia verdadera)
La Iglesia verdadera
“Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”
(Mateo 16:18).
Vivimos en un mundo en el que todo es pasajero. Los reinos, los imperios, las ciudades, las antiguas instituciones, las familias, todo es susceptible de cambio y corrupción. Parece como si prevaleciera una ley universal en todas partes. Todas las cosas creadas tienden a la decadencia.
Hay algo entristecedor y deprimente en esto. ¿Qué provecho obtendrá un hombre del trabajo de sus manos? ¿Acaso nada resistirá? ¿No hay nada que vaya a durar? ¿No hay nada de lo que podamos decir: esto continuará para siempre? La respuesta a estas preguntas la tenemos en las palabras de nuestro texto. Nuestro Señor Jesucristo habla de algo que continuará, que no pasará. Hay una cosa creada que constituye una excepción a la regla universal a la que acabo de referirme. Hay algo que jamás perecerá ni pasará. Se trata del edificio construido sobre la roca: la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo. Las palabras que has oído esta noche declaran: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
En estas palabras hay cinco cosas que exigen nuestra atención. Tenemos:
I. Un edificio: “Mi iglesia”.
II. Un constructor: Cristo dice: “Edificaré mi iglesia”.
III. Un fundamento: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”.
IV. Peligros implícitos: “Las puertas del Hades”.
V. Garantía de seguridad: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
Que Dios bendiga las palabras que se van a pronunciar a continuación. Que todos examinemos nuestros corazones esta noche y sepamos si pertenecemos o no a esta Iglesia única. ¡Que todos regresemos a nuestros hogares con la intención de reflexionar y orar!
I. En primer lugar, en el texto se menciona un edificio. El Señor Jesucristo habla de “mi iglesia”.
Ahora bien, ¿cuál es esta Iglesia? Pocas preguntas pueden plantearse de tanta importancia. Por falta de la debida atención a este asunto, los errores que se han filtrado en la Iglesia y en el mundo no han sido pocos ni pequeños.
La Iglesia de nuestro texto no es un edificio material. No es un templo hecho con las manos, de madera, ladrillo, piedra o mármol. Es una congregación de hombres y mujeres. No es ninguna iglesia visible en particular de la Tierra.
La Iglesia de nuestro texto está constituida por todos los verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo. Abarca a todos los que se han arrepentido del pecado y han acudido a Cristo por fe, siendo hechos nuevas criaturas en Él. Abarca a todos los elegidos de Dios, a todos los que han recibido la gracia de Dios, a todos los que han sido lavados por la sangre de Cristo, a todos los que han sido revestidos de su justicia, a todos los que han nacido de nuevo y han sido santificados por el Espíritu de Crist
Esta es la Iglesia a la que todas las iglesias visibles de la Tierra sirven y para las que trabajan. Ya sean episcopales, independientes o presbiterianas, todas ellas sirven a los intereses de la única Iglesia verdadera. Son el andamiaje tras el que se construye el gran edificio. Son el cascarón bajo el que crece el núcleo vivo. Tienen diversos grados de utilidad. La mejor y la más digna es la que capacita a más miembros para la verdadera Iglesia de Cristo. Pero ninguna iglesia visible tiene derecho a decir: “Somos la única iglesia verdadera. Somos únicos, y la sabiduría morirá con nosotros”. Ninguna iglesia visible debiera atreverse a decir: “Duraremos para siempre. Las puertas del Hades no prevalecerán contra nosotros”.
Aunque en este mundo la Iglesia verdadera pueda parecer pequeña y despreciada, es valiosa y honorable a los ojos de Dios. El Templo de Salomón, con toda su gloria, era pobre y despreciable en comparación con esa Iglesia edificada sobre la roca.
Es a la Iglesia en la que se incluyen todos los que se arrepienten y creen en el Evangelio a la que deseamos que pertenezcas. No habremos hecho nuestro trabajo ni nuestras almas estarán satisfechas hasta que seas hecho una nueva criatura y miembro de la única Iglesia verdadera. Fuera de esta Iglesia no puede haber salvación.
II. Paso ahora al segundo punto que he propuesto para tu consideración. Nuestro texto no solo habla de un edificio, sino también de un Constructor. El Señor Jesucristo declara: “Edificaré mi iglesia”.
La verdadera Iglesia de Cristo recibe el atento cuidado de las tres personas de la bendita Trinidad. En la economía de la redención, sin duda alguna, Dios el Padre elige y Dios el Espíritu Santo santifica a cada miembro del cuerpo místico de Cristo. Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios, cooperan en la salvación de toda alma que se salva. Esta es una verdad que jamás debemos olvidar. Sin embargo, existe un sentido especial en el que la ayuda a la Iglesia descansa en el Señor Jesucristo. Él es especial y preeminentemente el Redentor y el Salvador. Por eso vemos que dice en nuestro texto: “Edificaré: la obra de edificación es mi obra especial”.
Es Cristo quien llama a los miembros de la Iglesia a su debido tiempo: son “llamados a ser de Jesucristo” (Romanos 1:6). Es Cristo quien los aviva: “El Hijo a los que quiere da vida” (Juan 5:21). Es Cristo quien lava sus pecados: Él “nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5). Es Cristo quien les da paz: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). Es Cristo quien les da vida eterna: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás” (Juan 10:28). Es Cristo quien les concede el arrepentimiento: “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hechos 5:31). Es Cristo quien les capacita para convertirse en hijos de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Es Cristo quien prosigue la obra en ellos una vez comenzada: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14:19). En resumen, “agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Colosenses 1:19). Él es el autor y consumador de la fe. Él provee para todos los miembros y las coyunturas del cuerpo místico de los cristianos. A través de Él son fortalecidos para su tarea. Por medio de Él son protegidos de caer. Él los preservará hasta el final y los presentará libres de culpa ante el trono del Padre con gran gozo. Él es todas las cosas y todo en todo para los creyentes.
El poderoso instrumento mediante el cual el Señor Jesucristo lleva a cabo su tarea en las iglesias es, sin duda, el Espíritu Santo. Es Él quien aplica a Cristo y sus beneficios al alma. Es Él quien está siempre renovando, despertando, convenciendo de pecado, conduciendo a la Cruz, transformando y sacando del mundo una piedra tras otra para añadirlas al edificio místico.
Pero el gran Constructor que se ha encargado de ejecutar la obra de la redención y completarla es el Hijo de Dios, el Verbo que se hizo carne. Es Jesucristo quien “edifica”.
En la construcción de la Iglesia verdadera, el Señor Jesucristo condesciende en utilizar distintos instrumentos subordinados. El ministerio del Evangelio, la circulación de las Escrituras, la reprensión amistosa, la palabra en su momento adecuado, la influencia de las aflicciones: todo, todo son medios e instrumentos por medio de los cuales se lleva a cabo su obra. Pero Cristo es el gran arquitecto supervisor que ordena, guía y dirige todo lo que se hace. Cristo es para los miembros de la Iglesia lo que el Sol para el sistema solar. Pablo planta, Apolos riega, pero el crecimiento lo da Dios. Los ministros predican, los autores escriben, pero solo el Señor Jesucristo puede edificar. Y a menos que Él edifique, la obra queda paralizada.
Grande es la sabiduría con que el Señor Jesucristo edifica su Iglesia. Todo se hace a su debido tiempo y de la forma adecuada. Cada piedra es colocada cuando le corresponde en el sitio correcto. Unas veces elige grandes piedras y otras veces piedras pequeñas. Unas veces la obra avanza deprisa y otras avanza despacio. El hombre, a menudo, se impacienta y piensa que no se está haciendo nada. Pero el tiempo del hombre no es el tiempo de Dios. Mil años son para Él como un día. El gran Constructor no comete errores. Sabe lo que hace. Ve el final desde el principio. Obra en razón de un plan perfecto inalterable y cierto. Las ideas más grandiosas de arquitectos como Miguel Ángel y Wren no son sino un mero juego de niños en comparación con el sabio designio de Cristo con respecto a su Iglesia.
Grandes son la condescendencia y la misericordia que muestra Cristo en la edificación de su Iglesia. A menudo elige las piedras más bastas y menos apropiadas y las convierte en piezas excelentes. No desprecia a nadie, no rechaza a nadie por pecados y transgresiones que hayan cometido en el pasado. Se complace en mostrar misericordia. A menudo toma a los más desconsiderados e impíos y los transforma en las pulidas esquinas de su Templo espiritual.
Grande es el poder que demuestra Cristo en la edificación de su Iglesia. Lleva a cabo su obra a pesar de la oposición del mundo, la carne y el diablo. En la tormenta, en la tempestad, en tiempos turbulentos, el edificio progresa como el Templo de Salomón, silenciosa y calladamente, sin hacer ruido, sin bullicio. “Lo que hago —declara— nadie lo estorbará”.
Hermano, los hijos de este mundo se toman poco o ningún interés en la edificación de esta Iglesia. No se preocupan mucho por la conversión de las almas. ¿Qué son para ellos los espíritus quebrantados y las almas compungidas? Todo es locura a sus ojos. Pero si bien los hijos de este mundo no se preocupan en absoluto, hay gozo en la presencia de los ángeles de Dios. Para preservar esa Iglesia se han suspendido en ocasiones las leyes de la naturaleza. Todo el trato providencial de Dios con el mundo se arregla y dispone para el bien de esa Iglesia. Por amor a los elegidos se han terminado guerras y se ha dado paz a una nación. Los estadistas, los gobernantes, emperadores, reyes, presidentes y primeros ministros tienen sus planes y los consideran de gran importancia. Pero se está llevando a cabo otra obra infinitamente más importante para la que todos ellos no son sino hachas y sierras en las manos de Dios. Esa obra es la de reunir las piedras vivas en la única Iglesia verdadera. ¡Qué poco se nos dice en la Palabra de Dios acerca de los inconversos en comparación con lo que se nos dice acerca de los creyentes! La historia de Nimrod, el vigoroso cazador, se despacha en pocas palabras. La historia de Abraham, el padre de los fieles, ocupa varios capítulos. No hay nada en la Escritura que sea tan importante como lo relativo a la Iglesia verdadera. El mundo ocupa muy poco en la Palabra de Dios. La Iglesia y su historia ocupan mucho.
Demos siempre gracias a Dios, querido hermano, porque la edificación de la única Iglesia verdadera descansa sobre los hombros de Uno que es poderoso. Bendigamos a Dios porque no descansa en el hombre. Bendigamos a Dios porque no depende de misioneros, ministros o comités. Cristo es el Constructor todopoderoso. Él llevara a cabo su obra aunque las naciones y las iglesias visibles pasen por alto su tarea. Cristo no fallará jamás. Ciertamente, lo que ha empezado lo terminará.
III. Pasemos al tercer punto que he propuesto para su consideración: el fundamento sobre el que se construye esta Iglesia. El Señor Jesucristo nos dice: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”.
¿Qué quería decir el Señor Jesucristo cuando habló de este fundamento? ¿Se refería al apóstol Pedro, al que estaba hablando? Estoy seguro de que no. No veo razón alguna para que, si se hubiera referido a Pedro, no dijera: “Sobre ti” edificaré mi Iglesia. Si se hubiera referido a Pedro habría dicho “sobre ti edificaré mi Iglesia” tan claramente como dijo “a ti te daré las llaves del reino de los cielos”. ¡No!, no se refería a la persona del apóstol Pedro sino a la confesión que este acababa de hacer. No era a Pedro, el hombre inestable y falible, sino a la grandiosa verdad que había revelado el Padre a Pedro. Era la verdad concerniente a Jesucristo mismo lo que era la roca. Era el papel de mediador de Cristo, su obra mesiánica. Era la bendita verdad de que Jesús era el Salvador prometido, el verdadero Fiador, el auténtico Intercesor entre Dios y el hombre. Esa era la roca y ese era el fundamento sobre el que habría de construirse la Iglesia de Cristo.
Hermano, este fundamento se estableció a un elevado precio. Precisó que el Hijo de Dios tomara nuestra naturaleza y que con ella viviera, sufriera y muriera por nuestros pecados, no por los suyos. Precisó que Cristo fuera al sepulcro con esa naturaleza y resucitara posteriormente. Precisó que Cristo ascendiera al Cielo con esa naturaleza y se sentara a la diestra de Dios tras obtener la redención eterna de todo su pueblo. Ningún otro fundamento salvo este podría haber soportado el peso de esa Iglesia a la que se refiere nuestro texto. Ningún otro fundamento podría haber satisfecho las necesidades de un mundo de pecadores.
Ese fundamento, una vez obtenido, es muy fuerte. Puede soportar el peso del pecado de todo el mundo. Ha soportado el peso de todos los pecados de todos los creyentes que se han edificado sobre él. Los pecados del pensamiento, los pecados de la imaginación, los pecados del corazón, los pecados de la mente, pecados que todo el mundo ha visto y pecados de los que ningún hombre tiene conocimiento, pecados de toda clase y tipo: esa poderosa roca puede soportar el peso de todos esos pecados y no ceder. La función mediadora de Cristo es remedio suficiente para todos los pecados de todo el mundo.
Todo miembro de la Iglesia verdadera de Cristo está unido a este único fundamento. Los creyentes están desunidos y en desacuerdo en muchas cosas. Pero, en cuanto al fundamento de sus almas, todos son de un mismo sentir. Todos están edificados sobre la roca. Pregúntales de dónde obtienen su paz, su esperanza y la gozosa expectación de las cosas venideras. Descubrirás que todo fluye de esa gran y única verdad de que Cristo es el Mediador entre Dios y el hombre y del oficio de Cristo como Sumo Sacerdote y Fiador de los pecadores.
Aquí está el punto que exige toda nuestra atención personal. ¿Estamos sobre la roca? ¿Estamos verdaderamente unidos al único fundamento? ¿Qué dice el anciano y gran teólogo arzobispo Leighton? “Dios ha establecido esta piedra preciosa para este propósito: que los pecadores fatigados descansen sobre ella. La multitud de creyentes ficticios se encuentra a su alrededor, pero no por eso son mucho mejores que las piedras apiladas en montones junto al fundamento pero sin estar unidas a él. No obtenemos beneficio alguno de estar junto a Cristo si no hay unión con Él”.
Examina tu fundamento, querido hermano, si quieres saber si eres miembro de la única Iglesia verdadera. Es algo que tú mismo debes averiguar. Nosotros podemos ver tu adoración pública, pero no podemos saber si estás edificado personalmente sobre la roca. Podemos ver tu participación en la Cena del Señor, pero no podemos ver si estás unido a Cristo, si eres uno con Cristo y Cristo está en ti. Pero todo saldrá a la luz algún día. Los secretos de todos los corazones quedarán expuestos. Quizá vayas a la iglesia con regularidad, ames tu Libro de Oración, seas constante en participar de todos los medios de gracia que proporciona tu iglesia. Todo eso es correcto y bueno, dentro de lo que cabe. Pero, durante todo ese tiempo, cuídate de no cometer error alguno con respecto a tu salvación personal. Cuídate de que tu alma esté sobre la roca. Sin esto, todo lo demás no vale nada. Sin esto, jamás podrás sostenerte en el día del Juicio. ¡Es mil veces mejor encontrarse en una cabaña sobre la roca que en un palacio sobre la arena!
IV. En cuarto lugar, pasemos a considerar las aflicciones implícitas para la Iglesia a las que hace referencia nuestro texto. Se mencionan “las puertas del Hades”. ¡Con esa expresión se nos habla del poder del diablo!
La historia de la verdadera Iglesia de Cristo ha sido siempre de lucha y de guerra. Ha sido constantemente atacada por un enemigo letal, Satanás, el príncipe de este mundo. El diablo odia a la verdadera Iglesia de Cristo con un odio imperecedero. Está siempre suscitando oposición contra todos sus miembros. Está siempre apremiando a los hijos de este mundo a hacer su voluntad y dañar y acosar al pueblo de Dios. Si bien no puede herir la cabeza, sí herirá el calcañar. Si bien no puede arrebatarle el Cielo los creyentes, al menos les molestará por el camino.
Esta enemistad se ha prolongado durante 6000 años. Millones de inicuos han sido instrumentos del diablo y han hecho su obra aun sin saberlo. Los sucesores de Faraón, Herodes, Nerón, Juliano, Diocleciano, María la Sanguinaria, ¿qué eran todos ellos sino herramientas de Satanás cuando persiguieron a los discípulos de Jesucristo?
Todo el cuerpo de Cristo ha experimentado la guerra contra los poderes del Infierno. Ha sido siempre una zarza ardiente que no se consumía, una mujer que escapaba al desierto pero sin ser devorada. Las iglesias visibles tienen sus momentos de prosperidad y sus épocas de paz, pero la verdadera Iglesia jamás ha conocido un tiempo de paz. Su conflicto es perpetuo. Su batalla es interminable.
Cada miembro individual de la verdadera Iglesia experimenta la guerra contra los poderes del Infierno. Cada uno debe luchar. ¿Qué son las vidas de los santos sino testimonios de batallas? ¿Qué fueron hombres como Pablo, Santiago, Pedro, Juan, Policarpo, Ignacio, Agustín, Lutero, Calvino, Latimer y Baxter sino hombres enzarzados en una guerra constante? A veces fueron sus personas las que sufrieron los ataques, otras veces fueron sus propiedades. A veces se les acosó con la calumnia y la difamación y otras por medio de una persecución abierta. Pero, de una forma u otra, el diablo ha estado siempre batallando contra la Iglesia. Las “puertas del Hades” han estado atacando siempre al pueblo de Cristo.
Hermano, aquellos de nosotros que predicamos el Evangelio podemos ofrecer grandes y preciosas promesas a todos los que acuden a Cristo. Podemos ofrecerte en nombre de nuestro Señor la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Se ofrece misericordia, libre gracia y salvación plena a todo aquel que acude a Cristo y cree en Él. Pero no te prometemos paz alguna con el mundo o con el diablo. Al contrario, te advertimos que necesariamente ha de haber guerra mientras estés en el cuerpo. No querríamos echarte atrás o disuadirte de servir a Cristo. Pero sí que “calcules los gastos” y comprendas plenamente lo que conlleva servir a Cristo. El Infierno está a tu espalda. El Cielo está ante ti. El hogar se encuentra al otro lado de un mar turbulento. Miles, cientos de miles, han cruzado esas aguas turbulentas y, a pesar de toda la oposición, han alcanzado el puerto al que se dirigían. El Infierno les ha atacado, pero no ha prevalecido. Sigue adelante, querido hermano, y no temas al adversario. Solo permanece en Cristo y la victoria es segura.
No te sorprendas de la enemistad de “las puertas del Hades”: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo”. Mientras el mundo siga siendo mundo y el diablo siga siendo el diablo, necesariamente debe haber contienda y los creyentes en Cristo deben ser soldados. El mundo aborreció a Cristo y el mundo aborrecerá a los verdaderos cristianos mientras permanezca la Tierra. Como dijo Lutero, el gran reformador: “Caín seguirá asesinando a Abel mientras la Iglesia esté en la Tierra”.
Prepárate para la enemistad de las puertas del Hades. Ponte toda la armadura de Dios. La torre de David contiene 1000 escudos, todos a disposición del pueblo de Dios. Millones de pobres pecadores como nosotros han probado las armas de nuestra guerra y jamás les han fallado.
Sé paciente ante la enemistad de las puertas del Hades. Todo está obrando para tu bien. Conduce a la santificación. Te mantiene despierto. Te hace humilde. Te acerca al Señor Jesucristo. Te aparta del mundo. Te ayuda a orar más. Por encima de todo, te hace anhelar el Cielo y decir con el corazón así como con los labios: “Ven, Señor Jesús”.
No dejes que la enemistad del Infierno te doblegue. La guerra del verdadero hijo de Dios es una señal de la gracia tanto como lo es la paz interior que disfruta. ¡Sin Cruz no hay corona! ¡Sin conflicto no hay cristianismo salvador! “Bienaventurados sois —dice nuestro Señor Jesucristo— cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”.
V. Queda otra cosa más que considerar: la seguridad de la verdadera Iglesia de Cristo. El poderoso Constructor hace una gloriosa promesa: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. El que no puede mentir ha dado su regia palabra de que los poderes del Infierno no vencerán a su Iglesia. Esta proseguirá y se mantendrá a pesar de todos los ataques. Jamás será vencida. Todas las otras cosas creadas se deteriorarán y pasarán, pero no la Iglesia de Cristo. La mano de la violencia externa o la polilla de la decadencia prevalecen sobre todo lo demás, pero no sobre el Templo que edifica Cristo.
Se han levantado imperios que han caído uno tras otro. Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Tiro, Cartago, Roma, Grecia, Venecia: ¿dónde están ahora? Todos fueron creación del hombre y pasaron. Pero la Iglesia de Cristo sobrevive.
Las ciudades más poderosas se han convertido en montones de ruinas. Las fuertes murallas de Babilonia fueron derribadas. Los palacios de Nínive son montones de polvo. Las cien puertas de Tebas son historia. Tiro es un lugar donde los pescadores cuelgan sus redes. Cartago está desolada. Sin embargo, durante todo este tiempo, la verdadera Iglesia se mantiene. Las puertas del Hades no prevalecen contra ella.
Las primeras iglesias visibles han decaído y perecido en muchos casos. ¿Dónde están las iglesias en Éfeso y en Antioquía? ¿Dónde están la iglesias en Alejandría y en Constantinopla? ¿Dónde están las iglesias de los corintios, filipenses y tesalonicenses? ¿Dónde, ciertamente, están todas ellas? Se apartaron de la Palabra de Dios. Se enorgullecían de sus obispos, de sus sínodos y ceremonias, de su erudición, de su antigüedad. No se gloriaban en la verdadera Cruz de Cristo. No se asieron del Evangelio. No dieron a Jesucristo su función correcta ni a la fe su lugar adecuado. Ahora están entre las cosas que fueron. Pero, durante todo este tiempo, la verdadera Iglesia ha sobrevivido.
¿Ha sido oprimida la Iglesia verdadera en un país? Ha escapado a otro. ¿Ha sido pisoteada y oprimida en un terreno? Ha arraigado y florecido en otro clima. El fuego, la espada, las prisiones, las sanciones y los castigos jamás han podido destruir su vitalidad. Sus perseguidores han muerto y han ido al lugar que les correspondía, pero la Palabra de Dios ha vivido, ha crecido y se ha multiplicado. Aunque esta verdadera Iglesia pueda parecer débil a los ojos de los hombres, es un yunque que ha destruido muchos martillos en el pasado y que quizá destruya muchos más antes de que llegue el fin. El que pone sus manos sobre ella está tocando la niña de los ojos de Dios.
La promesa de nuestro texto es cierta de todo el cuerpo que es la verdadera Iglesia. Cristo no se quedará nunca sin testimonio en el mundo. Ha tenido un pueblo en los peores tiempos. Tenía 7000 en Israel aun en los tiempos de Acab. Creo que aun ahora hay algunos que, en los lugares oscuros de las iglesias romana y griega, a pesar de su gran debilidad están sirviendo a Cristo. El diablo puede enfurecerse terriblemente. La Iglesia puede quedar reducida a su mínima expresión en algunos países. Pero las puertas del Hades jamás prevalecerán por completo.
La promesa de nuestro texto es para cada miembro individual de la Iglesia. Algunos miembros del pueblo de Dios han llegado a lo más bajo y han dudado de su seguridad. Algunos cayeron tristemente, como fueron los casos de David y Pedro. Otros se apartaron de la fe durante un tiempo, como Cranmer y Jewell. Muchos fueron probados con crueles dudas y temores. Pero todos llegaron finalmente con bien al hogar, tanto el más joven como el más viejo, tanto el más débil como el más fuerte. Y así será hasta el fin. ¿Puedes evitar que mañana salga el Sol? ¿Puedes evitar la fluctuación de la marea? ¿Puedes detener el movimiento de los planetas en sus respectivas órbitas? Entonces, y solo entonces, podrás evitar la salvación de un creyente (no importa cuán débil sea), de una piedra viva en esa Iglesia edificada sobre la roca, por pequeña o insignificante que pueda parecer.
La verdadera Iglesia es el cuerpo de Cristo: Ni un solo hueso de ese cuerpo místico será jamás quebrantado. La verdadera Iglesia es la esposa de Cristo: Aquellos a los que Dios ha unido en un pacto eterno jamás serán separados. La verdadera Iglesia es el rebaño de Cristo: Cuando vino el león y tomó a un cordero del rebaño de David, este se levantó y libró al cordero de sus fauces. Cristo hará lo mismo. Él es el más grande hijo de David. No perecerá ni un solo cordero enfermo del rebaño de Cristo. En el último día dirá a su Padre: “A los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió”. La verdadera Iglesia es el trigo de la Tierra: Quizá sea cribado, aventado, golpeado y sacudido de un lado a otro. Se quemará la paja y la cizaña. El trigo será guardado en el granero. La verdadera Iglesia es el ejército de Cristo El Capitán de nuestra salvación no pierde a ninguno de sus soldados. Sus planes nunca son frustrados. Nunca le faltan existencias. Pasa revista y están los mismos al final que al principio. ¡Cuántos hombres que partieron gallardos de Inglaterra hace unos años con destino a la guerra de Crimea no volvieron nunca! Los regimientos que salieron fuertes y alegres, acompañados de orquestas y banderines, dejaron su sangre en tierra extranjera y jamás volvieron a su país natal. Pero no sucede así en el ejército de Cristo. Al final no faltará ninguno de sus soldados. Él mismo declara: “No perecerán jamás”.
El diablo puede mandar a la cárcel a algunos miembros de la verdadera Iglesia. Puede matar, quemar, torturar y ahorcar. Pero tras matar el cuerpo no puede hacer nada más. No puede dañar el alma. Cuando las tropas francesas tomaron Roma hace algunos años, encontraron las palabras de un prisionero en las paredes de una celda carcelaria perteneciente a la Inquisición. No sabemos quién era. Pero sus palabras son dignas de recordarse. Aun muerto sigue hablando. Había escrito en las paredes, muy probablemente tras un juicio injusto y tras haber sido excomulgado más injustamente aún, las siguientes palabras de un notable tenor: “Bendito Jesús, no pueden expulsarme de tu Iglesia verdadera”. Esa inscripción es cierta. Ni todo el poder de Satanás puede expulsar a un solo creyente de la verdadera Iglesia de Cristo.
Los hijos de este mundo pueden librar una fiera batalla contra la Iglesia, pero no pueden detener la obra de la conversión. Lo que dijo el despectivo emperador Juliano en los primeros tiempos de la Iglesia —“¿qué hace ahora el hijo del carpintero?”— recibió la respuesta de un cristiano anciano: “Está preparando el féretro para el propio Juliano”. Pasaron unos meses y Juliano, con toda su pompa y su poder, murió en una batalla. ¿Dónde estaba Cristo cuando se prendieron los fuegos de Smithfield y cuando Latimer y Ridley ardieron en la pira? ¿Qué estaba haciendo Cristo entonces? Seguía llevando a cabo su obra de edificación. Esa obra seguirá siempre, aun en tiempos difíciles.
No temas, querido hermano, empezar a servir a Cristo. Aquel al que entregas tu alma tiene todo el poder en el Cielo y en la Tierra y te guardará. Jamás te dejará desamparado. Puede que se oponga tu familia. Puede que tus vecinos se burlen. Puede que el mundo te calumnie y desprecie. ¡No temas! ¡No temas! Los poderes del Infierno no prevalecerán contra tu alma. Más fuerte es aquel que está a tu favor que todos los que están en tu contra.
No temas por la Iglesia de Cristo, hermano, cuando mueran ministros y se lleven a los santos. Cristo puede sostener su causa siempre y levantará estrellas mejores y más brillantes. Las estrellas están en su diestra. Desecha cualquier pensamiento de angustia con respecto al futuro. Deja de desanimarte por las medidas tomadas por los gobernantes o las maquinaciones de lobos disfrazados de ovejas. Cristo proveerá siempre para su Iglesia. Cristo se cuidará de que las puertas del Hades no prevalezcan contra ella. Todo va bien, aunque nuestros ojos no lo vean. Los reinos de este mundo se convertirán en reinos de nuestro Dios y de su Cristo.
Permítaseme ahora añadir unas breves palabras de aplicación práctica de este sermón. A muchos me dirijo por primera vez. A otros muchos, quizá, por última vez. Que este culto no termine sin un intento de que el sermón sea de provecho para cada corazón.
1. Mi primera aplicación vendrá en forma de pregunta. ¿Cuál es esa pregunta? ¿Con qué puedo dirigirme a ti? ¿Qué puedo preguntarte? Lo siguiente: ¿Eres miembro de la única Iglesia verdadera de Cristo? ¿Eres un fiel de la Iglesia a los ojos de Dios, en el mejor y más elevado sentido? Ya sabes a lo que me refiero. A algo muy por encima de la Iglesia de Inglaterra. Hablo de la Iglesia edificada sobre la roca. Te pregunto con toda solemnidad: ¿Eres miembro de esa única Iglesia de Cristo? ¿Estás unido al gran fundamento? ¿Has recibido el Espíritu Santo? ¿Da testimonio el Espíritu a tu espíritu de que eres uno con Cristo y de que Cristo está contigo? Te ruego, en el nombre de Dios, que tomes muy en serio esta pregunta y la ponderes bien.
Ten cuidado, querido hermano, si no puedes dar una respuesta satisfactoria a mi pregunta. Ten cuidado, ten cuidado de que no naufrague tu fe. Ten cuidado, no sea que las puertas del Hades prevalezcan contra ti, el diablo te reclame como suyo y seas rechazado para siempre. Ten cuidado, no sea que caigas al abismo desde la tierra de las biblias y bajo la plena luz del Evangelio de Cristo.
2. Mi segunda aplicación es una invitación. La dirijo a todos los que aún no son verdaderos creyentes. A ti te hablo: Ven y únete a la verdadera Iglesia sin dilación. Ven y únete al Señor Jesucristo en un pacto eterno que no se olvidará. Ven a Cristo y sé salvo. El día de la decisión debe llegar en algún momento. ¿Por qué no esta noche? ¿Por qué no hoy, mientras siga siendo hoy? ¿Por qué no esta misma noche, antes que salga el Sol por la mañana? Ven a Él, a Aquel al que pertenezco y al que sirvo. Ven a mi Señor, a Jesucristo. Ven, te digo, porque todo está dispuesto. La misericordia está dispuesta para ti, los ángeles están dispuestos a regocijarse por ti, Cristo está dispuesto a recibirte. Cristo te recibirá alegremente y te dará la bienvenida entre sus hijos. Ven al Arca —el diluvio de la ira de Dios caerá pronto sobre la Tierra—, ven al Arca y ponte a salvo.
Ven al barco de salvamento. ¡El viejo mundo pronto se romperá en pedazos! ¿No oyes cómo tiembla? El mundo no es sino un buque naufragado apenas sobre un banco de arena. La noche está cerca, las olas comienzan a elevarse, los vientos se levantan, la tormenta destruirá pronto el viejo barco naufragado. Pero el barco de salvamento está de camino y nosotros, los ministros del Evangelio, te rogamos que entres en él y te salves.
¿Te preguntas cómo puedes hacerlo si tus pecados son tantos? ¿Te preguntas cómo puedes venir? Escucha las palabras de este bellísimo himno:
Tal como soy, sin una sola excusa,
porque tu sangre diste en mi provecho,
porque me mandas que a tu seno vuele,
¡oh Cordero de Dios, acudo, vengo!
Esa es la forma de ir a Cristo. Debes hacerlo sin esperar ni un momento, sin tardar. Debes ir como un pecador hambriento para ser saciado, como un pecador pobre para ser enriquecido, como un pecador malo e indigno para ser revestido de justicia. Si vas así, Cristo te recibirá. “Al que a mí viene —a Cristo—, no le echo fuera”. ¡Oh, ven, ven a Cristo!
3. En último lugar, permítanseme unas palabras para mis oyentes creyentes.
Vive una vida santa, hermano. Camina de una forma digna de la Iglesia a la que perteneces. Vive como un ciudadano del Cielo. Que tu luz brille ante los hombres para que el mundo se beneficie de tu conducta. Que sepan a quién perteneces y a quién sirves. Sé una carta de Cristo conocida y leída por todos los hombres; escrita con letras tan claras que nadie pueda decir: no sé si es un miembro de Cristo o no.
Vive una vida valiente, hermano. Confiesa a Cristo ante los hombres. No importa el lugar que ocupes, confiesa a Cristo en ese lugar. ¿Por qué habrías de avergonzarte de Él? Él no se avergonzó de ti en la Cruz. Está dispuesto a confesarte ahora ante su Padre en el Cielo. ¿Por qué habrías de avergonzarte de Él? Sé valiente. Sé muy valiente. El buen soldado no se avergüenza de su uniforme. El verdadero creyente no debiera avergonzarse nunca de Cristo.
Vive una vida gozosa, hermano. Vive como alguien que mira hacia esa bendita esperanza: la Segunda Venida de Cristo. Ese es el porvenir que todos debiéramos aguardar. Lo que debe ocupar nuestras mentes no es tanto el pensamiento de ir al Cielo como el de que el Cielo viene a nosotros. Se acercan buenos tiempos para todo el pueblo de Dios, buenos tiempos para toda la Iglesia de Cristo; malos tiempos para los impenitentes y los incrédulos, malos tiempos para todos los que sirven a sus propios deseos y dan la espalda al Señor; pero buenos tiempos para los verdaderos cristianos. Esperemos, aguardemos y oremos por esos buenos tiempos.
Pronto se retirará el andamio, pronto se depositará la última piedra, la piedra que corona el edificio. Solo un poco, y toda la belleza del edificio quedará a la vista.
El gran Constructor vendrá pronto en persona. Se mostrará un edificio a la asamblea del mundo donde no habrá imperfección. El Salvador y los salvados se regocijarán juntos. Todo el universo reconocerá que, en el edificio de la Iglesia de Cristo, todo se hizo bien.