Mentiras que los jóvenes Creen

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#1. Si tengo buenas intenciones eso basta

Para ti y para mí, dada nuestra inclinación natural a «solucionar esto más tarde», nuestro incumplimiento es a menudo: «Lo siento, pero mi intención era buena».
Has escuchado la expresión: «El camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones». Esto es tan popular porque «mi intención era buena» es nuestra racionalización usada más a menudo por nuestros pecados. En ocasiones nos volvemos más audaces con la tonta expresión: «Dios conoce mi corazón». Por supuesto que así es. Mejor que nosotros. Y conoce todo lo malo que contiene. Lamentablemente, no estoy en menos, sino en más peligro porque Él conozca mi corazón.
Hay un principio legal en la ley estadounidense que empuja en esta misma dirección. A fin de ser considerado legalmente culpable de un delito deberá demostrarse que he tenido intención dolosa, una mente culpable. Si le disparo a alguien, y puedo demostrar que en ese momento creí que esa persona era un asesino con siniestras intenciones inmediatas y amenazantes, no soy culpable.
Lo cual significa que mientras yo pueda convencerme de que mi intención es realmente buena cuando peco, no tengo necesidad de temer consecuencias de parte de Dios. Después de todo, Él acepta mis intenciones. ¿Verdad?
Conoce a Nadab y Abiú. Estos hermanos no consumen mucha tinta bíblica, pero su historia ilustra poderosamente lo equivocados que estamos en cuanto a la seriedad que Dios da a sus propias normas… y cómo «mis intenciones eran buenas» no cuenta. Estos hombres eran hijos de Aarón, hermano de Moisés. Sobrinos del gran libertador de Israel. Se les encomendó la responsabilidad de llevar fuego al tabernáculo para facilitar la adoración. Y así lo hicieron.
¿Te has visto alguna vez leyendo libros del Antiguo Testamento como Levítico, solo para encontrarte atascado en todas las reglas supuestamente secretas que Dios estableció? Tal vez eso es lo que sucedió con estos dos jóvenes sacerdotes.
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová (Lv. 10:1-2).
Ellos sabían que estaban violando la ley. Debieron haber imaginado que sus buenas intenciones contaban. Pero en una dramática exhibición pirotécnica, Dios los derribó. Los «tostó» en el acto. Inmediatamente. No los reprendió ni los animó a portarse bien la próxima vez. No declaró: «Voy a contar hasta tres, y es mejor que hayan corregido esto para cuando haya terminado de contar». Tampoco expresó: «No me importa qué clase de fuego traigan delante de mí. Lo único que me importa es que sus intenciones sean buenas». No, los mató al instante.
¿Por qué? Los eruditos bíblicos han reflexionado en esta pregunta durante siglos. Se han propuesto diversas teorías. Algunos han sugerido que los hermanos usaron el fuego equivocado por algún motivo nefasto. Otros han especulado que, sin saberlo, consiguieron material explosivo que se les escapó. Sin embargo, no hay necesidad de descifrar por qué Dios hizo esto. El texto nos lo dice. Es probable que Aarón, el padre, aturdido y quizá enojado por el mal genio de Dios, acudiera a Moisés para preguntarle: ¿Por qué? Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado (10:3).
Hay una respuesta clara. Dios trata sus reglas conforme a quién es Él: santo. El versículo termina con la apropiada respuesta de Aarón a este mensaje del Señor. «Aarón calló».
Dios determina su ley. Determina cuán importante es. Él juzgará lo que juzgará. Y no somos libres para convertirnos en sus jueces. Tú y yo no tenemos derecho a indicar que Dios es demasiado exigente o que trata como algo importante lo que carece de importancia.
No obstante, esto no significa que nuestro Dios sea cascarrabias o caprichoso, dado a perder los estribos. La ley de Dios es clara. Es vinculante para todos. Y Él requiere obediencia, no solo por su causa, sino también por la nuestra. La ley de Dios siempre está diseñada para ayudarnos y bendecirnos. No suele imponernos obligaciones onerosas. Sus reglas son una invitación al gozo. Desobedecemos bajo nuestro propio riesgo, no solo porque lo ofendemos sino porque su ley refleja lo mejor de cómo nos hizo.
Si me perdonas una ilustración de un perro, las reglas de Dios son algo como pequeñas jaulas que compramos para nuestros cachorros. Por supuesto, esas estructuras les impiden correr libres en nuestras casas o que entren al tráfico. Pero también proporcionan un lugar seguro, libre del peligro exterior. Así sucede con las leyes de Dios.
A veces la imagen del vaquero estadounidense se ve como el último ícono de la libertad. Bueno, solo en caso de que te ganes la vida como vaquero, permíteme decir rápidamente que algunos de mis amigos más cercanos son vaqueros. Pero cuando se trata de nuestras almas, el campo abierto y vivir sin restricciones ni cuestionamientos es realmente esclavitud. La verdadera felicidad en nuestros corazones se encuentra en la obediencia. Al final, esto resulta en pura alegría.
Jesús, el Hijo perfecto de Dios, se sometió a las reglas de su Padre. Y como nuestro abogado, nuestro ejemplo perfecto, Jesús estableció la norma elevada de obediencia perfecta; el camino al cielo está pavimentado con su cumplimiento voluntario a la ley de Dios. Y su sufrimiento fue en lugar nuestro debido a nuestro fracaso en obedecer. El fuego de Dios eliminó a su Hijo en lugar de eliminarnos a nosotros.
LA VERDAD
Dios se preocupa por sus reglas. Debemos hacer lo mismo, por nuestro propio bien.
REFLEXIONA: Al igual que las rayas en un campo de fútbol americano, ¿por qué es buena idea tener reglas en la vida? ¿Por qué son tan importantes las reglas de Dios?
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