9. El mal del favoritismo en la iglesia: Segunda parte
Epístola de Santiago • Sermon • Submitted • Presented
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5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? 6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? 7 ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?
8 Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; 9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. 10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. 11 Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. 12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. 13 Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.
Dios es imparcial y así debe ser su pueblo. Para ayudar a los creyentes a desarrollar la imparcialidad, Santiago presenta cinco características de la imparcialidad divina. El último capítulo presentó el principio y el ejemplo. Este capítulo presenta la inconstancia, la violación y la apelación.
LA INCONSTANCIA
Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros? (Santiago 2:5-7)
En este pasaje Santiago está señalando la inconsistencia entre el carácter de Dios y la actitud de un creyente que no respeta a los pobres. Su primer consejo es para sus lectores, sus hermanos… amados, de que simplemente escuchen. Es una amorosa exhortación, dirigida al corazón y a la mente, dada no solo desde el punto de vista de la verdad, sino también desde el punto de vista del afecto. Tan directa, práctica y aguda como es esta carta, Santiago no es una persona de corazón duro ni abastecedor desinteresado de la verdad de Dios. Él claramente tiene un corazón de pastor, una pasión no solo por corregir, sino también por edificar a los demás creyentes.
En realidad aquí Santiago está diciendo: “Piensen en esto por un momento. Parcializarse con los ricos y volver la espalda a los pobres no puede corresponderse con el carácter de Dios o con su Palabra y voluntad”.
En primer lugar, la parcialidad no es compatible con el hecho de que Dios haya elegido a los pobres;
y en segundo lugar, los ricos, a quienes están favoreciendo, no solo por lo general no respetan la fe de ustedes, sino que se inclinan a blasfemarla.
Cuando se actúa en contra los pobres y los menospreciados, se actúa contra aquellos a quienes el Señor ha escogido; y cuando se actúa a favor de los ricos, a menudo se está poniendo de parte de los blasfemos.
LA DIVINA ELECCIÓN DE LOS POBRES
Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. (Santiago 2:5-6a).
Santiago NO está refiriéndose a los humildes, los “pobres en espíritu” (Mt. 5:3), sino a los económicamente pobres, los que viven en la pobreza y a quienes el mundo los considera inferiores. A lo largo de la historia de la redención, Dios ha mostrado especial interés en llamar a los desprovistos de recursos económicos. Por medio de Moisés, le dijo al antiguo Israel:
“No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto” (Dt. 7:7-8).
Como se ha dicho en el capítulo anterior, hay varias notables excepciones, pero los elegidos por Dios son, en su mayoría, de los pobres de este mundo. David declara: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová” (Sal. 41:1).
Y: “….Por tu bondad, oh Dios, has provisto al pobre” (Sal. 68:10; cp. Salmo 113:7). En otras palabras, si usted se preocupa por los pobres, Dios tendrá cuidado de usted, porque usted refleja su corazón.
Salomón aconsejaba a los reyes que imitaran el interés del Señor para “[juzgar] a los afligidos del pueblo, [salvar] a los hijos del menesteroso, y [aplastar] al opresor… [y librar] al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra” (Sal. 72:4, 12).
También advierte que “el que escarnece al pobre afrenta a su Hacedor” (Pr. 17:5)
y “el que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído” (Pr. 21:13; cp. Pr. 28:27; 31:9).
Si menospreciamos a los pobres y no ayudamos a satisfacer sus necesidades, menospreciamos a Dios mismo. Si nuestras oraciones no tienen respuesta, haremos bien en repasar nuestro trato hacia los que nos rodean, que están en aprietos económicos.
En el sistema expiatorio del Antiguo Testamento, Dios proveyó de forma especial para aquellos que eran demasiado pobres, cada siete años todas las deudas serían canceladas, a fin de que una persona no cayera de forma permanente en una deuda que no pudiera nunca pagar (Deuteronomio 15:1–2 “1 Cada siete años harás remisión. 2 Y esta es la manera de la remisión: perdonará a su deudor todo aquel que hizo empréstito de su mano, con el cual obligó a su prójimo; no lo demandará más a su prójimo, o a su hermano, porque es pregonada la remisión de Jehová.” ).
Las cosechas en los campos y los viñedos no debían recogerse por completo, a fin de que los pobres pudieran recoger alguna comida para ellos (Levítico 19:9–10 “9 Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. 10 Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios.” ).
Debido a que, como creyentes, hemos nacido de nuevo, con la propia naturaleza de Dios, debemos reflejar su gran amor y cuidado por los que están en necesidad. Esa es la esencia de quienes somos. Ser de otra manera es contrario, no solo a nuestra propia nueva naturaleza, sino a la naturaleza de Dios, y por lo tanto conlleva su juicio.
Jesús le dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mt. 19:21). El propósito fundamental de aquel encuentro era probar la disposición de aquel hombre de seguir a Jesús a toda costa. Pero los requisitos que Jesús le hizo también reflejan la continua preocupación del Señor por el bienestar de los pobres.
Tan pronto como Zaqueo se convirtió, el Espíritu Santo lo convenció de su necesidad de restituir a aquellos a quienes había defraudado, muchos de los cuales pudieran haber empobrecido por su poder y avaricia (Lucas 19:8 “8 Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.” ).
Jesús entonces le dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham” (Lc. 19.9).
El nuevo corazón redimido de Zaqueo se evidenció por su preocupación por los que estaban en necesidad. Todo el espíritu opuesto caracterizaba a Judas.
Judas Iscariote demostró Su impío corazón se puso de manifiesto al objetar que María ungiera los pies de Jesús con un perfume caro, sugiriendo que se vendiera y que el dinero se diera a los pobres, “….no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella” (Jn. 12:6).
Pablo informó que, cuando él y Bernabé estuvieron en Antioquía, los pastores de la iglesia, Jacobo, Pedro y Juan “..nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gá. 2:10).
Algunos años después, elogió a las iglesias de Macedonia y Acaya por su generosidad al hacer “una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén” (Ro. 15:26).
En su misericordioso amor, nos dice Santiago, Dios [elige] a los pobres… para que sean ricos en fe y herederos del reino. Pablo dijo:
“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co. 1:26-29).
Aunque la mayoría de su pueblo nunca será rico en bienes materiales, Dios les asegura que serán ricos en fe, es decir, tendrían la fe necesaria para creer el evangelio y ser salvos, así como para perseverar hasta tener la vida eterna.
Todo el que es de Cristo ha sido bendecido “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3), “porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Ro. 10:12).
Las riquezas espirituales del Señor sobreabundan para nosotros. Más adelante en Romanos, Pablo exclama: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Ro. 11:33).
Les dijo a los creyentes de Corinto que, como apóstol, era pobre en las cosas materiales, pero había tenido el privilegio de “[enriquecer] a muchos” en las cosas espirituales, y que, “no teniendo nada”, poseía todas las cosas (2 Corintios 6:10 “10 como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo.”).
HEREDEROS DEL REINO
En segundo lugar, Dios elige a los pobres de este mundo para que sean… herederos del reino que ha prometido.
Santiago 2:5 “5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?”
El reino representa toda la esfera de la salvación, todo lo que esta incluye e implica.
Aquí Santiago describe el reino en su sentido presente de la esfera de la salvación, aquellos sobre los que Cristo gobierna, así como en su futura, milenaria y eterna gloria. Es una verdad bíblica fundamental que llamar a alguien al reino es llamarlo a salvación, y viceversa.
Cuando el joven rico le preguntó a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?”, Él le respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt. 19:16-17). Entonces Jesús les explicó a sus discípulos:
“De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios… De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Mt. 19:23-24, 28-30, énfasis añadido).
Como lo indican las palabras en cursiva, Jesús muestra la unidad del reino de los cielos, el reino de Dios, y la vida eterna. Reflejando esa misma realidad, cada uno de estos pertenecen a los que le aman, los que han puesto su fe en Él, quienes por ese modo son salvos y quienes heredarán la plenitud de eterno cielo de Dios.
No habrá pobres en el cielo en ningún sentido, ni ciudadanos de segunda clase. Todos serán ricos en las cosas que tienen valor eterno.
Todos los creyentes recibirán la misma vida eterna, la misma ciudadanía celestial en el reino de Dios, y la misma justicia perfecta de Cristo atribuida a ellos por el Padre. Cada uno de sus hijos vivirá en su casa y se alegrará en su presencia y su amor (Jn. 14:1-3).
Pero vosotros, sigue diciendo Santiago, a diferencia de Dios, habéis afrentado al pobre, despreciando y rechazando a aquellos a quienes el Señor ha escogido. “¿Cómo pueden afirmar ustedes”, pregunta en realidad, “que son hijos de Dios y siguen pensando y actuando de manera tan diferente de Él?”
LA BLASFEMIA DE LOS RICOS
¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros? (Santiago 2:6b-7 )
¿No os oprimen los ricos, continúa preguntando, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? oprimen es del término griego katadunasteuō, que significa tiranizar, ejercer un poder desmedido sobre otros. ¿No son los ricos los que se aprovechan económicamente de ustedes y los arrastran a los tribunales civiles para demandarlos y quitarles todo lo que tienen? ¿No son ellos los que los menosprecian y no valoran su valía como seres humanos?
Aun peor, ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros, despreciando la fe religiosa de ustedes? el buen nombre, por supuesto, se refiere al nombre de Cristo, que fue difamado y blasfemado por los enemigos de la iglesia. “No entienden que los ricos profanan el nombre de su Señor, fomentan la hostilidad civil y religiosa y les causan increíbles penas y miserias?“
Como los saduceos eran ricos, aristocráticos y muy secularizados, y como perseguían activamente a la iglesia primitiva, Santiago pudiera haber estado haciendo referencia específica a ellos. Aunque decían estar estrictamente apegados a la ley mosaica, no creían en los ángeles ni en otros seres espirituales, ni en la resurrección, ni en la inmortalidad del alma, ni por lo tanto en el cielo, el infierno o el juicio venidero.
Y, al igual que los fariseos, los saduceos se opusieron furiosamente a Jesús cuando estaba vivo, vituperaron su nombre (vea Mt. 16:1-12; 22:23-32), y difamaron y persiguieron a la iglesia primitiva (vea Hch. 4:1-3; 5:17-18). que fue invocado sobre vosotros subraya la relación personal del creyente y su identidad con Jesucristo.
Cada referencia en las epístolas del Nuevo Testamento a la palabra invocar se refiere al llamado eficaz de salvación de Dios, por el cual Él salva a los pecadores (cp. Ro. 8:28-30). El propio nombre “cristianos” significa “los de Cristo”, aquellos que pertenecen a Cristo, se identifican con Él y tienen el gran privilegio de expresar su amorosa imparcialidad.
LA VIOLACIÓN
Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. (Santiago 2:8-11)
La parcialidad, el favoritismo, no solo es contraria al carácter de Dios, incompatible con la fe cristiana y con la elección de Dios a los pobres (y, por el contrario, compatible con la persecución de los ricos a los pobres y a los justos), es también contraria a la ley real de Dios. En sí, es pecado, una transgresión de la ley divina.
El versículo Sant. 2:8 tiene gran alcance y va más allá del asunto del favoritismo.
En el griego, la cláusula que se introduce por un Si es condicional primera clase, lo que significa que Si pudiera traducirse “Dado que”o “Como”. Tal cláusula representa una realidad que se supone y se hace evidente de por sí. Por lo tanto, el sentido es: Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura, y ustedes lo hacen, entonces, como lo requiere la ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
LEY real lleva la idea de supremo y soberano, indica la autoridad absoluta y obligatoria de la ley. Cuando un rey soberano lanza un edicto, es incuestionablemente obligatorio para todos sus súbditos. No hay tribunal de apelación o arbitraje.
Conforme a la Escritura, la Ley real y soberana de Dios y sus Mandamientos bíblicos son sinónimos.
Lo que Santiago llama la ley real es, en esencia, la suma y sustancia de toda la Palabra de Dios, resumida en Mateo 22:37-40 como un perfecto amor a Dios y al prójimo.
Pablo dice: “El cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:10; cp. vv. Ro. 13: 8-9). Cuando se ama a Dios con devoción perfecta, no se quebranta ninguno de sus mandamientos. Cuando se ama al prójimo, no se viola a otra persona. De modo que el perfecto amor guarda todos los mandamientos, cumpliendo así toda la ley.
“Un mandamiento nuevo os doy”, dijo Jesús: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Jn. 13:34). Con el mismo tono, explica Pablo que “el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:8-10).
Juan aconseja: “Amados, amémonos unos a otros”, recordándonos que “el amor es de Dios”y que “todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Jn. 4:7).
La ley real particular en la que Santiago se concentra es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que se encuentra en Levítico 19:18 y es lo que Jesús mismo dijo que era el segundo más grande mandamiento, después de “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37-39; Dt. 6:5; Lv. 19:18).
También Jesús pone en claro quién es nuestro prójimo. Es cualquiera cuya necesidad podamos satisfacer, tal como el buen samaritano desinteresada y generosamente satisfizo la necesidad del hombre con el que se encontró en el camino a Jericó, al que habían robado y golpeado (Lc. 10:30-37). El samaritano le sirvió personalmente y también proveyó para su posterior cuidado por otros, hasta que estuviera totalmente restablecido.
El propósito detrás de esta ley es obvio. Como nos amamos a nosotros mismos, no queremos que nos maten, que se nos mienta, que nos roben o que abusen de nosotros. Y si amamos a los demás con ese mismo grado de amor e interés, nunca les haremos esas cosas, cumpliendo así la ley real de Dios.
Más importante, amar a otros de esta forma refleja la naturaleza misma y el carácter de nuestro Padre celestial. “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios”, dice Juan. “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn. 4:7-8; cp. v. 1 Juan 4:11 ).
En contra de lo que afirman hoy día muchos maestros, la Biblia NO enseña que debemos aprender a amarnos antes de poder amar debidamente a otros.
Por el contrario, sencillamente reconoce que es parte esencial de la naturaleza humana el amarse a sí mismo, ya que “nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida” (Ef. 5:29).
Como naturalmente nos amamos tanto, nos preocupamos por alimentarnos, por vestir nuestro cuerpo, por nuestra apariencia, por nuestros trabajos y carreras, y por hacer feliz y placentera nuestra vida, esta es la misma preocupación que debemos tener por otros.
Y cuando decidimos ocuparnos en este tipo de amor por otros, cumpliendo así la ley soberana de Dios, no tendremos problema con la parcialidad (cp. Fil. 2:3-4).
La imparcialidad amorosa y piadosa no está asociada a la muy popular autoestima ni a la narcisista admiración de uno mismo que tanto se fomenta hoy, presuntamente en nombre del cristianismo bíblico.
El cristiano que conoce, entiende y acepta plenamente las Escrituras comprende que, en sí mismo, es un vil y miserable pecador que solo merece la condenación y el infierno, y que es solo por la inmensurable gracia de Dios que obtiene la salvación, seguridad, bendición y su destino eterno en los cielos con el Señor. El amor del que hablan Moisés, Jesús y Santiago tiene que ver con un amor dado por Dios y bendito por Dios, que se interesa en suplir las verdaderas necesidades humanas de otros. Sus necesidades físicas, su protección, su crecimiento en la gracia, santidad y semejanza a Cristo, en la misma forma práctica y benefactora en la que de forma natural y legítima buscamos suplir nuestras propias necesidades. bien hacéis pudiera tal vez traducirse mejor: “Lo están haciendo de forma excelente”. Amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos es hacer más que solo amar satisfactoriamente. Es amar como ama nuestro Padre celestial y como quiere que sus hijos amen. El escritor de Hebreos nos dice que, al mostrar hospitalidad “algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (He. 13:2). Pero sean ángeles o no, cuando de manera imparcial ayudamos a otros creyentes, el Señor nos dirá, “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt. 25:40). Y si un día el Señor nos dice, “Bien, buen siervo y fiel” (Mt. 25:21, 23), no será por nuestros talentos, por nuestro dar generoso, por nuestra capacidad de liderazgo, o por alguna otra cosa, sino por nuestro amor a Él y a otros, en especial a otros creyentes, mostrando nuestra fidelidad y obediencia a su Palabra.
Como el anterior, el versículo 9 de Santiago 2 comienza con una cláusula condicional griega de primera clase: pero si hacéis acepción de personas, lo que significa: “Si usted muestra parcialidad, y usted lo hace, [está cometiendo] pecado, y [es] [convicto] por la ley como [transgresor]. Como se ha dicho, algunos creyentes de las iglesias a las que Santiago escribió, obviamente eran culpables de tal acepción de personas. Pero como se verá a continuación, aquí la arremetida principal es contra los incrédulos de la iglesia, los seudocristianos que estaban disfrazados de creyentes.
hacéis acepción de personas es una forma verbal (empleada solo aquí en el Nuevo Testamento) del sustantivo traducido “acepción de personas”en el versículo 1. La forma indica que Santiago no está hablando de un favoritismo ocasional, sino de algo habitual, de una patente acepción de personas. Quienes la practicaban estaban cometiendo un serio pecado y por lo tanto, eran hallados culpables por la ley como transgresores (cp. Dt. 1:17; 16:19). La vida de ellos se caracterizaba por quebrantar la ley de Dios, dando testimonio de su incredulidad. Y tal como amar al prójimo como a uno mismo cumple “la ley real, conforme a la Escritura”y da testimonio de ser un hijo de Dios, así mismo la acepción de personas habitual quebranta esta ley divinamente revelada y ofrece una segura evidencia de lo contrario.
La acepción de personas no es simplemente un asunto de desconsideración o falta de cortesía, sino que es un grave pecado. En este versículo Santiago habla de esto en dos formas o aspectos. Hamartia, traducido simplemente pecado, se aplica al no cumplimiento de la norma de justicia de Dios, mientras que parabatēs (transgresores) se refiere a alguien que deliberadamente va más allá de los límites establecidos por Dios. En el primer caso, la persona no llega; en el otro, va más allá. Ambos son pecadores, tanto por añadir como por sustraer de la Palabra revelada de Dios ambos son pecadores (Ap. 22:19).
Más que eso, cualquiera que guarda toda la ley, pero ofende en un punto, se hace culpable de todos. Para llegar a ser un quebrantador de la ley y un pecador, solo es necesario desobedecer un mandamiento, ya que estamos obligados a guardar toda la ley de Dios, no simplemente parte de ella. Si fallamos, como todos fallamos, somos culpables de quebrantar toda la ley. Incumplir uno de sus mandamientos es desafiar su voluntad y su autoridad, que es el fundamento de todo pecado. La ley de Dios está unida y es inseparable. Es como golpear una ventana con un martillo. Pudiera darle una sola vez, y más bien ligeramente, pero toda la ventana se hace añicos. De igual manera, algunos pecados son relativamente ligeros y algunos son viles en extremo. Pero quebrantar incluso “uno de estos mandamientos muy pequeños” (Mt. 5:19) hace añicos la unidad de la santa ley de Dios y hace de la persona culpable un transgresor. Pablo escribió acerca de esta misma verdad en Gálatas 3:10-13:
“Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)”.
Como ilustración, Santiago citó de Éxodo 20:13-14 y de Deuteronomio 5:17-18 . Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley.
Santiago escogió dos de los pecados sociales más graves, en ambos casos el incumplimiento exigía el castigo de muerte. Tal vez los escogiera a fin de ilustrar el carácter sumamente pecaminoso de la parcialidad. Pero pudo haber empleado cualquiera de las leyes de Dios para llegar al mismo punto. Para hacerse transgresor de la ley solo se necesita incumplir un mandamiento, cualquiera de ellos. “Porque de cierto os digo que”, dijo Jesús:
“hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mt. 5:18-19; cp. 23:23; Gá. 5:3).
Los judíos tendían a observar a la ley como una serie de mandamientos aislados. Obedecer alguno de esos mandamientos era ganar crédito. Incumplir uno era incurrir en deuda. Por lo tanto, un hombre podía sumar los que cumplía y restar los que quebrantaba y, por decirlo así, tener un balance de crédito o débito moral.
Desde luego que esa filosofía es común para cualquier sistema religioso en el que la justicia sea por obras. La idea es que la aceptación o el rechazo por parte de Dios depende esencialmente de la situación moral de la persona misma. Si hace más bien que mal, Dios lo acepta. Si la balanza se inclina hacia el otro lado, lo rechaza.
Muchas personas, entre ellas muchas que usan el nombre de Cristo, creen firmemente en esta idea totalmente antibíblica. Sin embargo, la norma de Dios es la perfección. Jesús declaró: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:48). Dios no aceptará nada menos. Pero como ningún ser humano pecador tiene la posibilidad de alcanzar esa perfección, Dios ha provisto que misericordiosamente le sea atribuido a través del sacrificio vicario de su Hijo, que no cometió pecado.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo… Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos… Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros… Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Ro. 5:1, 6, 8, 10-11).
Muchos líderes judíos en la época del Nuevo Testamento habían tratado de usar la verdad de la gracia de Dios para pervertir su ley. Al reconocer que ninguna persona puede cumplir cada mandamiento durante toda la vida, ellos llegan a la conclusión de que por esta razón, la gracia de Dios le hace pasar por alto la mayoría de las desobediencias. Algunos rabinos incluso enseñaban que la obediencia a solo un mandamiento fundamental era suficiente para satisfacer a Dios. Tal tergiversado e impío razonamiento quita el carácter perverso del pecado y corrompe no solamente la ley de Dios, sino también su gracia. El creerse justos les impedía ver su necesidad de un Salvador, y esta es la razón por la que aquellos líderes judíos se opusieron tan vehementemente a Jesucristo y al evangelio del sacrificio expiatorio que Él proclamó y cumplió.
Sin embargo, ambos testamentos afirman claramente que no hay gracia alguna en la ley de Dios. Sin excepción, quebrantar su ley implica juicio y el castigo correspondiente. No hay tal cosa como un pecado pequeño, intrascendente o exento de castigo.
LA APELACIÓN
Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio. (Santiago 2:12-13 )
Como la parcialidad es un pecado tan grave, Santiago concluye esta sección con un llamado a los creyentes a que consideren plenamente el peligro del juicio divino. Y es obvio que significa que debían abandonar el pecado de la parcialidad, pidiendo el perdón y la limpieza del Señor. La amonestación a así [hablar], y así [hacer], como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad es equivalente a decir: “Vivan y obren como verdaderos creyentes que han sido salvos por la gracia de Dios y que serán juzgados sobre la base de la justicia de Cristo que les ha sido imputada”. Esta justicia libra al creyente de la ley de esclavitud y lo juzga según la redentora ley de libertad, la Palabra de Dios del evangelio, el Nuevo Testamento en Jesucristo, que libera al pecador arrepentido de la esclavitud del pecado (cp. Jn. 8:31-32).
Dios “pagará a cada uno conforme a sus obras”, afirma Pablo:
“vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios” (Ro. 2:6-11).
Uno de los temas principales de Santiago es que la verdadera fe de una persona se manifestará en sus obras y por medio de ellas, “porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (2:26). Si Dios mira nuestra vida y ve que hemos pasado por pruebas y tentaciones de una forma piadosa, que recibimos y obedecimos su Palabra y que no hemos vivido con favoritismos, esto será prueba de nuestra salvación. Pablo declara inequívocamente que “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Las buenas obras no pueden producir redención; pero la genuina redención produce una vida obediente y santa que se caracterizará por las buenas obras. La fe viva se mostrará en una vida santa.
El evangelio es la ley de la libertad, porque libera a los que ponen su fe en Jesucristo, de la esclavitud, del juicio y del castigo del pecado, y finalmente les ofrece libertad y gloria eternas. Nos libra a nosotros, pecadores, de la falsedad y el engaño y de la maldición de la muerte y el infierno. Aun más maravilloso es que nos hace libres para obedecer y servir a Dios, para vivir fiel y justamente conforme a su Palabra y por el poder de la presencia interior de su Espíritu. Y nos hace libres para seguir a nuestro Señor voluntariamente por amor, y no de mala gana o por temor. En todo sentido, es la “ley real”de Dios (v. 8), la divina y maravillosa ley de la libertad.
Como una palabra adicional de advertencia, Santiago dice que juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia. En este contexto, el que no ha mostrado misericordia obviamente se refiere a los incrédulos. La vida de ellos se caracteriza por la parcialidad, dureza, egoísmo y desinterés por los demás; en resumen, falta de amor. Están lejos de amar a los demás como se aman a sí mismos, no reflejando nada del amor de Dios y del interés por los necesitados. No recibirán bendición ni misericordia, porque ellos no han sido misericordiosos (Mt. 5:7).
Cuando un hombre vive sin compasión por los demás en el mundo de Dios, sencillamente da evidencia de que él mismo nunca ha respondido acertadamente a la inmensurable misericordia de Dios. La misericordia que un hombre muestra a otros como fruto de una vida alcanzada por la misericordia salvadora de Dios, triunfará sobre el juicio. Sus propios pecados, dignos de juicio, son quitados por la obra de Dios en su vida, eliminando todas las acusaciones que la justicia rigurosa pudiera tener en su contra. Así que el mostrar misericordia no es una manera de acumular méritos personales para merecer la salvación por sus propias buenas obras. La misericordia que muestra es en sí misma una obra de Dios por la que no podemos obtener mérito alguno.
Santiago nos lleva al punto culminante de su gran argumento. La parcialidad es incompatible con la fe cristiana, porque la fe cristiana es compatible con el carácter de Dios, y Dios es completamente imparcial. La parcialidad es incompatible con el propósito y el plan de Dios al escoger a los pobres de este mundo para que sean espiritualmente ricos. La parcialidad no es compatible con el amar al prójimo como a sí mismo. Aun cuando este fuera el único pecado que una persona cometiera, la parcialidad, como el resto de los pecados, quebranta toda la ley de Dios y hace que una persona sea transgresora, condenada al infierno para siempre. Si usted llega ante el tribunal de Dios y Él ve que usted ha vivido haciendo misericordia a los demás, Él le mostrará misericordia, porque su misericordia dará testimonio de su fe salvadora. Será realidad en su caso que la misericordia triunfa sobre el juicio. Por el contrario, una persona que ha vivido carente de misericordia hacia los demás, mostrará que no tiene la fe salvadora.