La fe de la mujer cananea
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· 43 viewsLa fe de la mujer cananea es un ejemplo de perseverancia y humillación.
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La fe de la mujer cananea
La fe de la mujer cananea
Mateo 15:21–28
Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. 22 Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. 23 Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. 24 El respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 25 Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! 26 Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. 27 Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. 28 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.”
Introducción
Introducción
¿Cuantas veces hemos orado sin recibir una respuesta inmediata?
La oración parece no llegar a Dios a pesar de lo grande de nuestra necesidad.
La mujer cananea conocía este sentimiento. Su hija era afligida por un demonio. ¡Que dolor sentía esta madre!, que impotente se sentía.
Escuchó que Jesús estaba cerca, una chispa de esperanza iluminó su corazón.
Solamente eso se necesita, una pequeña chispa de esperanza, una pequeña semilla de mostaza, un poco de fe.
Había probado de todo para que su hija fuera sana, pero no había logrado nada.
El Silencio del Señor
El Silencio del Señor
Buscó al Señor con urgencia y cuando lo encontró derramó su alma delante de Él: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Reconocía la realiza de Cristo.
Pero el Señor guardó silencio y la ignoró.
Había puesto toda su fe y esperanza en el Señor pero parecía que no quería ayudarla.
¿Hablamos del mismo Señor que preguntó al paralítico de Betesda “¿Quieres ser sano?”, sin que el paralítico lo pidiera, (Juan 5)?
¿De aquel Señor que se compadeció del dolor de la viuda de Naín y resucitó a su hijo sin que se lo pidiera? (Lucas 7)
Ahora ante la angustia de esta mujer guarda silencio y una actitud de indiferencia.
¿Cuantas veces has buscado pero no encuentras, llamas y nadie abre, pides y no recibes? ¿Qué haces?... ¿te rindes?
Clamamos como Job: “¡Cómo quisiera yo que Dios hablara!... Job 11:5”, pero Él guarda silencio.
El primer desprecio
El primer desprecio
Los discípulos piden al Señor que la despida.
Entonces El Señor se detiene y se dirige hacia ella, pero las palabras del Señor no fueron las que ella esperaba: “24… No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”
¿Qué hacía ahora la mujer? ¿indignarse?, ¿ofenderse?, ¿insultar a Jesús y regresar a casa?
¿Qué haríamos nosotros?¿crees que es suficiente… te resignas y te conforma con la idea de que al menos lo intentaste? ¿ya no es necesario seguir orando, clamando o buscando?
La necesidad de la mujer tenía mucho más peso que la dignidad o el orgullo, no le importaba humillarse con tal de recibir la respuesta a su necesidad.
El que realmente está necesitado no se rinde fácilmente, ahí radica el valor de nuestra petición.
Si tenemos fe en Cristo, estamos dispuestos a despojarnos y humillarnos delante de Dios, entonces perseveraremos.
El segundo grado de humillación
El segundo grado de humillación
La mujer no estaba dispuesta a rendirse, corrió a estorbar el paso del Señor y se humilló a tierra, su rostro bañado en lagrimas mezclado con polvo clama: “25 Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme!”
Ante esta humillación esperaríamos de Jesús un poco de compasión, pero aun faltaba.
Aquel Señor que lloró en la tumba de Lázaro, y se compadeció de las multitudes que vagaban como ovejas sin pastor, como no se compadecía de la humillación de esta mujer.
Sorprendentemente le responde con frialdad: “26… No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”.
Le decía que su poder sanador era para otros pero no para ella. La comparaba con un perro, sin ningún derecho más que conformarse con las migajas.
humillación empapada de fe
humillación empapada de fe
Ante esta respuesta, se esperaría que la mujer se apartara y los dejara en paz, sola, llorando su desgracia, resignándose a su destino y con una tremenda amargura en su corazón.
Pero El Señor había llegado a este grado de indiferencia porque conocía el corazón y la fe de esta mujer.
Quizá nosotros le hubiésemos echado en cara al Señor nuestra devoción, servicio, oración, ofrendas o años de ser cristianos.
Sorprendentemente ella estuvo de acuerdo con el Señor, reconoció su condición de indigna, pero apeló a la misericordia del Señor, no a su propia justicia.
Ella vio una pequeña puerta abierta, ¡podía pedir las migajas! Le dice: “pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”.
Una migaja del cielo es más que suficiente para el que ora con fervor y perseverancia.
Ante tal humillación y fe, El Señor se maravilla y concede a la mujer su petición. Mateo 15:28 “Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.”
Es de notar que ella no esperó que Jesús fuera a su casa, creyó la Palabra antes de ver el milagro y corrió a casa con su hija. Juan 20:29 “bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”
Conclusión
Conclusión
El Señor sabía cómo terminaría esto, y permitió todo esto para darnos una lección de fe y humildad.
A través del silencio Dios nos hace evaluar la urgencia de nuestra necesidad, la preferencia que tiene Él en nuestra necesidad sobre otras soluciones.
Si nuestras oraciones fueran inmediatamente respondidas, tomaríamos el mérito nosotros y no daríamos la gloria a Dios.
El silencio de Dios nos enseña que no tiene la obligación de responder al pecador, pero Él ha abierto la puerta de la gracia. Por eso debemos presentarnos con humildad, clamando y no exigiendo porque si nos responde es por su grande amor.
No dejes de perseverar, de clamar y de humillarte ante tu Dios.
Mateo 7:7–8 “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”
Pero sobre todo, perseverar en la oración para que se cumpla la voluntad de Dios. Lucas 22:42 “diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”