Un día como hoy…
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Lucas 23:26-49 (NBLA)
Un día como hoy…
26Cuando [te] llevaban, tomaron a un tal Simón de Cirene que venía del campo y le pusieron la cruz encima para que la llevara detrás de [ti].
Se supone que tú cargaras la cruz. Pero estabas tan débil. No habías comenzado a marchar hacía el lugar de tu crucifixión y ya habías recibido tanto maltrato, tanto castigo, tantos latigazos, tantos golpes. Tanta sangre ya derramada.
Pero la verdad es que nadie detendría el plan divino que ya se había puesto en marcha. Por eso te proveíste de uno para que te ayudara a llegar a la meta. Uno que cargara la cruz detrás de ti.
Como siendo este el primero en ilustrar tus palabras cuando le dijiste a tus discípulos: Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga.
27 Y [te] seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por [ti].
Se lamentaban porque para ellas era evidente la gran injusticia que estaban cometiendo contra ti. Se lamentaban porque recordaban tus palabras de amor, tus milagros, tus abrazos, tu manso y humilde corazón. Se lamentaban porque era totalmente inconcebible ver al ser más puro siendo condenado a la muerte.
28Pero, [volviéndote] a ellas, [dijiste]: «Hijas de Jerusalén, no lloren por Mí; lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos.
No se lamenten por lo que está sucediendo conmigo. Laméntense más por lo que va a suceder con ustedes. Laméntense más por lo que va a suceder con este pueblo incrédulo. Por no haberme reconocido como el Mesías prometido. Por no haber reconocido al Principe de Paz. Por no haber reconocido el tiempo en que Dios mismos los visitó.
29»Porque vienen días en que dirán: “Dichosas las estériles, los vientres que nunca concibieron y los senos que nunca criaron”.
Dichosas aquellas que no tendrán que ver a sus hijos ser aplastados y aniquilados por sus enemigos. En esos días será menos vergonzoso no poder concebir hijos.
30»Entonces comenzarán a decir a los montes: “Caigan sobre nosotros”; y a los collados: “Cúbrannos.”
Porque en esos días la condición espiritual de la gente será tan terrible, estarán tan lejos de Dios, que preferirán ser sepultados por los montes en vez de humillarse y rendirse ante Mí.
Y me imagino que eso te rompe el corazón. Despreciar de tal manera al Dador de la vida. Despreciar de tal manera el regalo de tu salvación.
31»Porque si en el árbol verde hacen esto, ¿qué sucederá en el seco?».
Porque si los romanos hacen esto con el Hijo de Dios, imaginen lo que harán con un pueblo que ha rechazado e ignorado a su Dios.
32También llevaban a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos [contigo].
Entre malhechores, como si fueras uno de ellos. Como si hubiese cometidos los mismos crímenes. Como si merecieras la misma condena.
Pero es que eso fue lo que precisamente viniste a hacer. Esa era tu misión. Ese era el plan divino. Tomar nuestro lugar. Hacerte como uno de nosotros; malhechores. Ser contado entre los pecadores.
Porque es que esa era la única manera de salvarnos. Haciéndote como nosotros. Tomando nuestra pobre y desgraciada condición. Experimentando nuestro fracaso y bancarrota. Sintiendo nuestro dolor.
Porque sin derramamiento de sangre no podía haber perdón de pecados.
33Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», [te] crucificaron allí y a los malhechores, uno a [tu] derecha y otro a [tu] izquierda.
La Calavera. Qué nombre tan apropiado. Es que el cinismo de los romanos no tenía comparación. Un monte con la forma de un craneo humano. Un lugar de muerte. Un lugar idóneo para asesinar criminales.
Y como si esto fuera poco, mira dónde te crucificaron. En el centro de los otros dos malhechores. Como diciendo: el del medio es el peor. De los criminales el del medio es el rey.
Pero irónicamente no estaban tan lejos de la verdad. Aquellos dos malhechores estaban muriendo por sus propios pecados. Pero Tú estabas muriendo por los pecados de toda la humanidad. Por eso tu cruz tenía que estar en el centro.
34Y [desde allí decías]: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y los soldados echaron suertes, repartiéndose entre sí Sus vestidos.
¿Perdónalos? ¿En serio, Jesús? ¿Cómo que no saben lo que hacer? ¿No hubiese sido mejor exclamar: Padre, aniquílalos porque están cometiendo el peor crimen de la historia de la humanidad? ¿Padre, aniquílalos, no ves que están matando a Tu Hijo?
Pero es que tu compasión no tiene comparación. Es que es incomprensible. Es que no podemos comprender su altura, su anchura, ni su profundidad.
La verdad es que no sabían lo que estaban haciendo. Porque es que estaban muertos en sus delitos y pecados. La verdad es que no sabían que estaban matando al Hijo de Dios. No sabían que estaban matando a su Creador. Al único que podía salvarlos. No sabían que estaban matando al Tesoro Escondido, a la Perla de Gran Precio, a la Moneda Perdida.
Pero tampoco sabían que al matarlo estaban siendo los instrumentos para que se cumpliera el grandioso y soberano plan redentor de Dios. No sabían que tu muerte producirá vida. Olvidaron que la semilla de trigo tiene que caer en tierra y morir para entonces producir mucho fruto. No sabían que tu muerte salvaría a muchos.
35El pueblo estaba allí mirando; y aun los gobernantes se burlaban de [ti], diciendo: «A otros salvó; que se salve Él mismo si Este es el Cristo de Dios, Su Escogido»
36Los soldados también se burlaban de [ti], y se acercaban a [ti] y [te] ofrecían vinagre,
37diciendo: «Si Tú eres el Rey de los judíos, sálvate a Ti mismo»
No solo tuviste que soportar el maltrato físico, sino también la burla. Todos se burlaban de ti. Judíos y romanos por igual. No le bastó con verte sufrir allí en la cruz; sangrante y desfigurado. Tu agonía, tus gemidos, tu dolor, tu dificultad para respirar ni siquiera ablandaron sus duros corazones.
Los líderes judíos no sabían que con sus burlas te tentaban para que acabaras de una vez y por todas con aquella injusticia. Para que detuvieras aquel sufrimiento. Para que evitaras la muerte. Para que convocaras a las huestes celestiales y vinieran a tu rescate.
Pero a pesar de la burla no flaqueaste ni titubeaste. Te mantuviste firme, obediente, perseverante. Recordando, aun en medio de tu agonizante dolor, el gozo que te esperaba. El gozo de ver a tu Padre exaltado y glorificado. El gozo de ver tu creación restaurada y el gozo de salvar a muchos para ti.
38 Había también una inscripción sobre [ti], que decía: «ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS»
¿Qué ironía, verdad? Pusieron sobre la cruz, como acostumbraban, el delito por el cual estabas siendo condenado. Para que todos fueran testigos.
Pero lo que ellos no sabían era que este es precisamente tu título. Esa es tu identidad. Tú eres el rey de los judíos. Pero no solo de los judíos sino de toda la humanidad. Y ellos no sabían que aquella cruz estaba siendo tu iniciación. La inauguración de ese reinado.
Ellos no sabían, a pesar de haber sido anunciado por los profetas, que tu reino sería muy diferente a todos los reinos de este mundo. Porque tu reino no es de este mundo. Ellos no sabían que era necesario entrar en tu reino a través del sufrimiento.
39Uno de los malhechores que estaban colgados allí [te] lanzaba insultos, diciendo: «¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a Ti mismo y a nosotros!».
40Pero el otro le contestó, y reprendiéndolo, dijo: «¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena?
41»Nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho»
Allí crucificados a tu lado, estaban dos hombres que representan dos tipos de personas. La diferencia: la manera en que respondieron al verte crucificado.
El primero: ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! O sea, líbranos de la condena que justamente nos merecemos. Has que de alguna manera nos salgamos con la nuestra. Has que no afrontemos las consecuencias de nuestros pecados. Has que no paguemos nuestra deuda. Has que no se haga justicia.
En el corazón de este primero no hay convicción de pecado, no hay arrepentimiento, no hay humillación. Simplemente quiere utilizarte como una vía de escape. El resultado: perdición y muerte eterna.
El segundo: Temor de Dios. Convicción de pecado. Arrepentimiento. Humillación. Reconocimiento de que ciertamente se merecía el castigo. De que se debía hacer justicia. Y sobre todo: Nosotros nos merecemos esto, pero este nada malo ha hecho.
Nosotros somos completamente malos; Él es completamente bueno. Nosotros merecemos morir; Él merece vivir. El resultado: gracia, misericordia, perdón, salvación y vida abundante.
Estas siguen siendo los mismos dos tipos de personas que se encuentran contigo hoy. El primero quiere utilizarte para su propio beneficio. Realmente no reconoce quién eres.
El segundo se humilla ante ti y reconoce que eres el Señor. Que fuera de ti no hay nada.
42[El segundo] añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino»
¿Pero de qué reino está hablando este? ¿Si el resultado de la cruz es muerte?
Es que este segundo miró su propia maldad y no vio manera de salvarse. Pero te miró a ti y no vio manera de perderse. Miró su condición y vio completa oscuridad. Pero te miró a ti y su corazón se llenó de esperanza.
¿Habrá escuchado este que habías anunciado que en tres días resucitarías?
¿Habrá estado este en el lugar donde le dijiste a los líderes judíos: “y a ustedes les digo que desde ahora verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder, y viniendo sobre las nubes del cielo”?
43«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Pero Jesús, ¿tan fácil? ¿Tan fácil borras la maldad de un hombre? ¿Tan fácil lo perdonas? ¿Tan fácil lo recibes en tu presencia? ¿Tan fácil lo haces uno de los tuyos?
Entonces, ¿no importa la gravedad de mi pecado? ¿No importa cuán bajo he caído? ¿No importa cuán perdido me encuentre?
¡Ah! Ya sé. No. No importa. Ahora recuerdo. Es que Tú fuiste el sacrifico perfecto. El Justo por los injustos. Es que de esto se trata el Evangelio; la Buena Noticia de salvación: el increíble y milagroso poder de Dios para salvar a todo el que cree. Y este segundo, simplemente, creyó.
44Era ya como la hora sexta, cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena,
45al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos.
Cómo no iba a oscurecerse el día si estaban crucificando a la Luz del Mundo; a la Estrella Resplandeciente de la Mañana; a la Aurora; al Sol de Justicia; el Padre de las luces. Hasta el sol, la luna y la tierra se pusieron de acuerdo para lamentar tu muerte.
Pero algo maravilloso ocurrió aquel día con tu muerte. El muro que nos separaba de ti se derribó para siempre. Y fue tu mismo Padre quien lo derribó. Ya no hay obstáculo. Ya no hay excusa. El camino fue despejado. Ahora hay acceso directo a ti.
Y ahora, el requisito para llegar a ti: solo la fe. Como aquel malhechor.
46Y [Tú], clamando a gran voz, [dijiste]: «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu.” Habiendo dicho esto, [expiraste].
Ciertamente tenías muy claro a quién pertenecías y que ese no abandonaría tu alma en el Hades, ni permitiría que Su santo viera corrupción.
47Al ver el centurión lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: «Ciertamente, este hombre era inocente»
¿Pero cómo pudo llegar este a esa conclusión? ¿Cómo pudo glorificar a Dios? ¿Si este ni siquiera era judío? ¿Si este pertenecía a la maquinaria diabólica que te estaba crucificando?
¿Sería al ver la manera en que moriste? ¿Sería al escuchar tus palabras desde la cruz? ¿Sería al ver tu mirada desfigurada pero compasiva?
Creo que simplemente pusiste fe en su corazón y abriste sus ojos. Igual que el malhechor, este también miró a la cruz y no vio manera de perderse. Y así tu salvación comenzó a esparcirse por todas las naciones de la tierra.
Con este se cumplió tu palabra de que a los tuyos viniste, y los tuyos no te recibieron. Pero a todos los que te recibieron, les diste el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en tu nombre.
48Todas las multitudes que se habían reunido para presenciar este espectáculo, al observar lo que había acontecido, se volvieron golpeándose el pecho.
49Pero todos los conocidos de Jesús y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, estaban a cierta distancia viendo estas cosas.
Un espectáculo. Eso es lo que la gente fue a ver. Pero lo menos que consiguieron fue entretenimiento. En vez de entretenidos y satisfechos, regresaron a sus casas lamentándose profundamente; golpeándose el pecho.
¿Quién me mando a venir a ver esto? Se decían. Ahora no hay manera de que pueda quitar esa imagen de mi mente.
Pero esto no es arrepentimiento. Esto es amargura; remordimiento. Un gran contraste con la actitud del centurión.
Y hasta los que te conocieron y caminaron contigo, aquellos a quienes les mostraste tu corazón, que vieron tus milagros, con quienes conviviste y con quienes te sentaste a la mesa, se quedaron a la distancia, observando estas cosas.
Como si mientras observaban todas estas cosas sus corazones se hubiesen entumecido, se hubiesen vuelto inertes y fríos.
Conclusión
¿Y tú, al observar estas cosas, cómo vas a reaccionar? ¿Cómo vas a responder? ¿Qué decisión vas a tomar hoy? ¿Con que personaje te vas a identificar?
¿Harás como aquellos conocidos de Jesús y te quedarás a cierta distancia, como tratando de ignorar lo que acabas de escuchar?
¿Harás como las multitudes y saldrás de aquí esta noche golpeándote el pecho, lleno de amargura y remordimiento?
¿Quizás harás como el primer malhechor y tratarás de utilizar a Jesús para tu propio beneficio?
¿Quizás harás como los gobernantes y los soldados y no creerás realmente que Jesús es el Cristo, el Escogido de Dios para salvar a la humanidad y a tu propia alma?
¿O en cambio, harás como aquel centurión, que al ver la cruz confesó y glorificó a Dios diciendo: ciertamente, este hombre era inocente?
¿O harás como el segundo malhechor y dirás: ciertamente yo merezco morir por mis pecados? ¿Y al darte cuenta de esto puedas exclamar: ¡Jesús, acuérdate de mí!?
¿O, serás como aquel tal Simon de Cirene y dirás, desde hoy en adelante me negaré a mí mismo, tomaré mi cruz y seguiré a Cristo?
Hoy te invito a que respondas de esta segunda manera. Ven a Cristo. Hoy es el día de tu salvación. No permitas que tu corazón se endurezca. No rechaces la vida que Él te está ofreciendo. Él sigue esperándote con los brazos abiertos. Para recibirte, para perdonarte, para amarte y darte un futuro y una esperanza.