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Cap. 4. Fe y razón Fe y razón
1795 [DS 3015] [El doble orden del conocimiento]. La Iglesia católica ha sostenido y sostiene, por permanente acuerdo, que hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo en el principio, sino también en el objeto: (1) en el principio, en efecto, porque conocemos de una manera por la razón natural, de otra por la fe divina; (2) en el objeto, sin embargo, porque, además de las cosas a las que puede llegar la razón natural, se nos proponen para la creencia misterios ocultos en Dios que, si no hubieran sido divinamente revelados, no podrían llegar a ser conocidos [c. 1]. Por lo cual, el Apóstol, que atestigua que Dios fue conocido de los gentiles "por las cosas hechas" [Rom. 1,20], sin embargo, al discurrir sobre la gracia y la verdad que "fue hecha por medio de Jesucristo" [ct. Jn. 1,17] proclama: "Hablamos de la sabiduría de Dios en un misterio, una sabiduría oculta, que Dios ordenó antes que el mundo, para nuestra gloria, que ninguno de los príncipes de este mundo conoce.... Pero a nosotros Dios nos las ha revelado por su Espíritu. Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios" [1 Cor. 2:7, 8, 10]. Y el Unigénito mismo "confiesa al Padre, porque ocultó estas cosas a sabios y prudentes, y las reveló a pequeños" [cf. Mt. 11, 25].
1796 [DS 3016] [El papel de la razón en la enseñanza de la verdad sobrenatural]. Y, en efecto, la razón ilustrada por la fe, cuando busca celosa, piadosa y sobriamente, alcanza con la ayuda de Dios alguna comprensión de los misterios, y muy provechosa, no sólo por la analogía de las cosas que conoce naturalmente, sino también por la conexión de los misterios entre sí y con el fin último del hombre; sin embargo, nunca es capaz de percibir esos misterios como percibe las verdades que constituyen su objeto propio. En efecto, los misterios divinos, por su naturaleza, sobrepasan de tal modo el intelecto creado que, aun transmitidos por la revelación y aceptados por la fe, permanecen, sin embargo, cubiertos por el velo de la fe misma y envueltos en una cierta niebla, por así decir, mientras en esta vida mortal "estamos ausentes del Señor, pues andamos por fe y no por vista" [2 Cor. 5, 6 ss].
1797 [DS 3017] [Imposibilidad de oposición entre fe y razón]. Pero, aunque la fe está por encima de la razón, sin embargo, entre la fe y la razón no puede existir jamás una verdadera disensión, puesto que el mismo Dios, que revela los misterios e infunde la fe, ha otorgado al alma humana la luz de la razón; además, Dios no puede negarse a sí mismo, ni contradecir jamás la verdad con la verdad. Pero, una vana apariencia de tal contradicción surge principalmente de esto, de que o los dogmas de fe no han sido entendidos e interpretados según la mente de la Iglesia, u opiniones engañosas son consideradas como determinaciones de la razón. Por tanto, "toda afirmación contraria a la verdad iluminada por la fe, la definimos del todo falsa" [Concilio Lateranense V, ver n. 738].
1798 [DS 3018] Además, la Iglesia que, junto con el deber apostólico de enseñar, ha recibido el mandato de custodiar el depósito de la fe, tiene también, de la divina Providencia, el derecho y el deber de proscribir "la ciencia así llamada falsamente" [1 Tim. 6, 20], "para que nadie sea engañado por la filosofía y el vano engaño" [cf. Col. 2, 8; c. 2]. Por tanto, a todos los fieles cristianos no sólo les está prohibido defender como legítimas conclusiones de la ciencia opiniones de este género, que se sabe que son contrarias a la doctrina de la fe, sobre todo si han sido condenadas por la Iglesia, sino que estarán totalmente obligados a considerarlas más bien como errores, que presentan una falsa apariencia de verdad.
1799 [DS 3019] [La ayuda mutua de la fe y la razón, y la justa libertad de la ciencia]. Y, no sólo la fe y la razón nunca pueden estar en desacuerdo entre sí, sino que también se prestan mutua ayuda, ya que el recto razonamiento demuestra el fundamento de la fe e, iluminado por su luz, perfecciona el conocimiento de las cosas divinas, mientras que la fe libera y protege a la razón de los errores y le proporciona múltiples conocimientos. Por tanto, la Iglesia está tan lejos de oponerse al cultivo de las artes y ciencias humanas, que ayuda y promueve este cultivo de muchas maneras. En efecto, no ignora ni desprecia las ventajas que de ellas se derivan para la vida humana; es más, confiesa que, así como proceden de "Dios, Señor de la ciencia" [1 Re 2,3], así también, si se manejan rectamente, conducen a Dios con la ayuda de su gracia. Y ella (la Iglesia) no prohíbe que las disciplinas de esta clase, cada una en su propia esfera, usen sus propios principios y su propio método; pero, aunque reconoce esta libertad, les advierte continuamente que no caigan en errores por oposición a la doctrina divina, ni, habiendo transgredido sus propios límites, se ocupen y perturben los asuntos que pertenecen a la fe.