LA FE QUE ASOMBRA

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Que mi audiencia aprenda como luce una fe de la cual Cristo se asombra, para que la imite poniendola en practica en su diario vivir.

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INTRODUCCIÓN

Ilustración:
La fe de un niño: Un pobre muchacho alemán, que deseaba ser recibido en una escuela morava, escribió una carta, la cual dejó en el correo, dirigida al “Señor Jesús en el cielo.” La carta decía más o menos como sigue: “Mi Señor y Salvador Jesucristo: he perdido a mi padre. Somos muy pobres, pero yo sé que tú dices en tu palabra que lo que pidiéramos a Dios en tu nombre, él nos lo dará. Yo creo lo que tú dices, Señor. Ruego pues, a Dios, en tu nombre Señor Jesús, que dé a mi madre los medios necesarios para colocarme en la escuela morava: ¡Me gustaría mucho seguir estudiando! Te lo ruego; y te amaré aun más.”
El administrador de correos, viendo la dirección tan extraña, abrió la carta. Fue leída en una reunión de la Sociedad Morava, y la baronesa de Leppe aceptó la responsabilidad de ser la protectora del muchacho y lo envió a la escuela como él deseaba.[1]
Tengo que admitir, delante de ustedes mis hermanos, que no sé qué me asombra más, si la fe del niño y el hecho de que el niño quiera seguir estudiando.
Ciertamente esta historia de fe nos recuerda que Dios es asombrado y movido por aquella fe incondicional en él. No hay un solo caso de fe extraordinaria que no haya recibido la respuesta de nuestro Señor.
Hoy estudiaremos, precisamente sobre un hombre que asombró al Señor Jesús con su fe. Por esto nuestro sermón se titula “La Fe que Asombra”.

LA FE DEL CENTURIÓN (VER V. 5-9)

Un centurión (ἑκατοντάρχης, hekatontarchēs; κεντυρίων, kentyriōn). Un oficial del ejército romano al mando de una unidad de aproximadamente 80 soldados.[2] Los centuriones siempre eran elegidos entre los romanos que fueran estables, fiables, que hubieran demostrado valor y madurez, y parecen haber gozado del respeto de los escritores del N.T.[3]
En la Biblia, nosotros encontramos varios centuriones que mostraron fe en el Señor Jesús:
Cornelio (Hechos 10-11).
El centurión que estuvo en la crucifixión de Jesús (Marcos 15:30; Mateo 27:54; Lucas 23:47).
El centurión a quien Jesús sanó su criado, que es nuestro caso de estudio.
El texto paralelo a nuestra porción de estudio es Lucas 7:1-10. Mateo presenta una versión resumida; a menudo prefiere un estilo abreviado. Pero Lucas nos ofrece mucho más detalle, en especial sobre este hombre, el centurión:
Resalta el gran aprecio que tenía este hombre con su siervo o esclavo (Lc. 7:2a).
Puntualiza que el siervo “estaba a punto de morir” (Lc. 7:2b).
Lucas detalla que un grupo de “ancianos de los judíos” fueron a interceder ante Jesús en nombre del Centurión (Lc. 7:3).
Lucas describe que este hombre gozaba del aprecio del pueblo judío, porque este “amaba” al pueblo y le “había edificado una sinagoga” (Lc. 7:4-5).
Con los detalles anteriores podemos inferir que “el centurión está interesado en el culto judío. Incluso puede ser un “temeroso de Dios”, un gentil que se unió a la sinagoga y adoró a Dios, pero sin ser circuncidado ni convertirse en prosélito judío”.[4]
Este centurión tenía una situación que necesitaba de ayuda urgente. Algo que se le escapaba de las manos. Una situación en la que no estaba en capacidad de solucionar. Pero Lucas nos brinda, una vez más, un detalle que nos ayuda a entender la fe de este hombre: “Al oír hablar de Jesús”.
Al escuchar sobre Jesús y sus obras, Dios produjo fe en su corazón, de tal manera que se convirtió en un ejemplo de fe en el NT.
“Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo.” (Romanos 10:17, NBLA)
Por tanto, esta fe que asombró a Jesús, se manifestó de tal manera que podemos aprender algunas lecciones sobre como obra una fe que asombra al maestro:
Una fe que asombra sabe dónde buscar ayuda (v. 5)
Salmo 121 (NBLA)
1 Levantaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi ayuda? 2 Mi ayuda viene del Señor, Que hizo los cielos y la tierra. 3 No permitirá que tu pie resbale; No se adormecerá el que te guarda. 4 Jamás se adormecerá ni dormirá El que guarda a Israel. 5 El Señor es tu guardador; El Señor es tu sombra a tu mano derecha. 6 El sol no te herirá de día, Ni la luna de noche. 7 El Señor te protegerá de todo mal; Él guardará tu alma. 8 El Señor guardará tu salida y tu entrada Desde ahora y para siempre.
Una fe que asombra sabe suplicar (v. 5)
La palabra “le suplicó” es παρακαλέω (parakaleō): pedir fervorosamente, rogar, implorar.[5]
Es la misma palabra usada por los demonios que poseían al gadareno “y los demonios le rogaban…”(Mt. 8:32)
Luego de caminar sobre las aguas, cuando pisaron la tierra de Genesaret, “Y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de Su manto; y todos los que lo tocaban quedaban curados.” (Mateo 14:36, NBLA)
Jairo, un oficial de la sinagoga, “… Cayendo a los pies de Jesús, le rogaba que entrara a su casa.” (Lucas 8:41, NBLA)
Una fe que asombra reconoce su indignidad (v. 8a)
Un comentarista dice sobre esta porción: “Pero el centurión, al oír la respuesta de Cristo, se siente abrumado por el sentido de indignidad. Después de todo, ¿quién es él en comparación con el Excelso, esta encarnación personal de la majestuosa autoridad, del poder que todo lo abarca, y de amor condescendiente, un amor que cubre todo abismo y salta todo obstáculo de raza, nacionalidad, clase y cultura? ¿Quién es él para hacer que este misericordioso Maestro realice un acto que lo pondría en conflicto con la venerable costumbre de su pueblo, según la cual un judío no entra en casa de un gentil para no ser contaminado (Jn. 18:28; Hch. 10:28; 11:2, 3)? Así que, Jesús no debe entrar en la casa, ni siquiera aproximarse demasiado; que solamente diga la palabra de curación. Eso es todo lo que se necesita para producir una completa curación.”[6]
Una fe que asombra sabe que Dios obra de múltiples maneras (v. 8b)
“solamente di la palabra (λόγῳ) y mi criado quedará sano” apunta a varias cosas:
1. Que Cristo tiene el poder para sanar.
2. Que puede hacerlo de diversas maneras.
3. Que el centurión estaba consciente de esto.
“Porque Él habló, y fue hecho; Él mandó, y todo se confirmó.” (Salmo 33:9, NBLA)
“Él envió Su palabra y los sanó Y los libró de la muerte.” (Salmo 107:20, NBLA)
Una fe que asombra sabe sobre el principio de la autoridad (v. 9)
La cereza del pastel es precisamente este razonamiento sobre la autoridad. Por su experiencia, él sabe lo que es tener autoridad y lo que es estar bajo autoridad.
“Una persona con autoridad no necesita estar presente en el lugar específico para que se lleve a cabo una determinada tarea. Sus órdenes pueden ser cumplidas por otros, incluso a distancia.”[7]
La fe de este centurión, una fe que busca ayuda en el lugar correcto, sabe suplicar y rogar, reconoce su indignidad y está consciente de que Dios obra de múltiples formas, como también conoce el principio de autoridad, es una fe que nos recuerda a lo que Santiago dice:
“Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta.” (Santiago 2:17, NBLA)
Mi amado hermano:
Cuando tienes una gran necesidad, ¿A dónde acudes primero? ¿Te lleva tu fe a Cristo?
En medio de esa necesidad por la que estás pasando, ¿has rogado fervientemente hasta que tu súplica sea escuchada por Dios?
Cuando oras al Señor, ¿lo haces reconociendo tu miseria e indignidad delante de Dios? ¿O lo haces como señor, haciendo a Dios tu súbdito?
¿Puedes reconocer que Dios no está obligado a obrar de las maneras que tú consideres, sino que él tiene múltiples formas de llevar a cabo sus respuestas a nuestras necesidades?
¿Estás consciente de que Dios tiene toda autoridad para hacer tanto lo imposible posible como para determinar cuándo y dónde lo hace?

EL ASOMBRO DE JESÚS (VER V. 10-13)

Con la cantidad de personas que Jesús ministraba diariamente, a quienes él podía leer por dentro y por fuera, es mucho decir que el Maestro “se maravilló” o se asombró. Por cierto, solo hay dos ocasiones en las que se dice que Jesús se maravilló:
1. En nuestro caso con el Centurión.
2. Con la incredulidad en Nazaret: “Y no pudo hacer allí ningún milagro; solo sanó a unos pocos enfermos sobre los cuales puso Sus manos. Estaba maravillado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor enseñando.” (Marcos 6:5–6, NBLA)
Esto nos muestra que tanto una gran fe, como, una gran incredulidad, puede asombrar a nuestro Señor.
Nuestras obras no lo impresionan, porque pueden ser hipócrita.
Nuestra religiosidad no lo impresiona, porque solo pueden ser acciones huecas, sin contenido.
Nuestras posiciones y éxito no lo impresionan, porque son pasajeros y efímeros.
Solo la fe, que está puesta en él, le asombra y le motiva a responder y acudir a quien la profesa.
“Porque: «TODO AQUEL QUE INVOQUE EL NOMBRE DEL SEÑOR SERÁ SALVO».” (Romanos 10:13, NBLA)
Pero hay tres cosas que no podemos dejar pasar por alto sobre lo que dice Jesús.
En primer lugar, la fe que lo “asombró” o “maravilló” (ver v. 10) superaba la fe de muchos en Israel, quienes tenían los privilegios del pacto, mientras que esta fe viene de un gentil, que era estaba ajeno a los pactos y oráculos de Dios.
Efesios 2:11–16 (NBLA)
11 Por tanto, recuerden que en otro tiempo, ustedes los gentiles en la carne, que son llamados «Incircuncisión» por la tal llamada «Circuncisión», hecha en la carne por manos humanas, 12 recuerden que en ese tiempo ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa, sin tener esperanza y sin Dios en el mundo. 13 Pero ahora en Cristo Jesús, ustedes, que en otro tiempo estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. 14 Porque Él mismo es nuestra paz, y de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, 15 poniendo fin a la enemistad en Su carne, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Él mismo de los dos un nuevo hombre, estableciendo así la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la enemistad.
En segundo lugar, el Señor nos revela que el resultado de la predicación del evangelio se verá evidenciada aquel día en el reino de Dios, donde también se encontrarán personas gentiles que estuvieron lejos de Dios (ver v. 11).
Romanos 1:16–17 (NBLA)
16 Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío primeramente y también del griego. 17 Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.
En tercer lugar, “los hijos del reino”, los judíos a quienes se les confirieron las bendiciones al final quedaran excluidos “del reino”. Jesús con mucha frecuencia utiliza la expresión “tinieblas de afuera” (ver v. 12):
En la parábola del gran banquete dice: “El rey entonces dijo a los sirvientes: “Atenle las manos y los pies, y échenlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes”. Porque muchos son llamados, pero pocos son escogidos.” (Mateo 22:13–14, NBLA)
En la parábola de los talentos dice del que enterró el talento: “Y al siervo inútil, échenlo en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes.” (Mateo 25:30, NBLA)
En la parábola del trigo y la cizaña dice: “El Hijo del Hombre enviará a Sus ángeles, y recogerán de Su reino a todos los que son piedra de tropiezo y a los que hacen iniquidad; y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes.” (Mateo 13:41–42, NBLA)
En la parábola de la red: “y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes.” (Mateo 13:50, NBLA)
En la parábola del siervo fiel e infiel: “vendrá el señor de aquel siervo el día que no lo espera, y a una hora que no sabe, y lo azotará severamente y le asignará un lugar con los hipócritas; allí será el llanto y el crujir de dientes.” (Mateo 24:50–51, NBLA)
El Señor hablando sobre la puerta estrecha: “Allí será el llanto y el crujir de dientes cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero ustedes echados fuera. »Y vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. »Por tanto, hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».” (Lucas 13:28–30, NBLA)
Amados hermanos, la incredulidad es uno de los pecados más rechazados por el Señor. La incredulidad lleva a la perdición del alma.
Tanto el verso 7 como el verso 13 nos muestran la disposición de nuestro Señor de obrar a favor de quienes tiene fe en él. También nos muestra su disposición a hacerlo en las maneras en las que él este de acuerdo.
Si te gustaría asombrar a Jesús, como lo hizo la fe de este centurión, solo imitemos su fe, acercándonos a Jesús, en suplica y plena convicción de nuestra indignidad y su gran misericordia, sabiendo que él tiene la autoridad para hacer lo que se disponga a hacer, incluyendo, responder a nuestra necesidad.

CONCLUSIÓN

Recordemos que la fe, junto con el arrepentimiento, es la respuesta que Dios espera al evangelio. La mayor necesidad de todo hombre es la solución de su situación legal con Dios. El hombre sin Cristo se encuentra en un estado de enemistad para con Dios y condenación. Solo Cristo es la solución a esa realidad, porque él es el puente para reconciliar al hombre con Dios y el acceso para pasar de condenación a vida eterna. La respuesta necesaria a esto: arrepentimiento y fe.
Levantémonos en fe hermanos y acerquémonos a Dios con nuestras múltiples necesidades. Él es rico en misericordia y espera que sus hijos tengan la confianza y certidumbre de acercarse a él.
[1] Lerı́n, Alfred. 2000. 500 ilustraciones. El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones. [2] Major Contributors and Editors. 2014. «Centurion». En Diccionario Bíblico Lexham, editado por John D. Barry y Lazarus Wentz. Bellingham, WA: Lexham Press. [3] Rı́os, Asdrúbal. 1994. Comentario bı́blico del continente nuevo: San Mateo. Miami, FL: Editorial Unilit. [4] Comentario R. C. Sproul en La Biblia de la Reforma, pág. 1726. [5] Swanson, James. 1997. En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento), Edición electrónica. Bellingham, WA: Logos Bible Software. [6] Hendriksen, William. 2007. Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio según San Mateo. Grand Rapids, MI: Libros Desafío. [7] Walvoord, John F., y Roy B. Zuck, eds. 1995. El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Nuevo Testamento, tomo 1: San Mateo, San Marcos, San Lucas. Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C.
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