No te alejes de Dios
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No te alejes de Dios.
TEXTO: Lucas 15:11–32.
Santiago 4:8.
Te alejas porque te quieres poner bajo otro gobierno, el tuyo hacer lo que tu quieres
Porque estar bajo las ordenes del padre te es molesto porque son muy exageradas.
II. El cuadro del pecador que se aleja de Dios
A. Una decisión equivocada. (Lucas 15:12–13)
Se ve la insensatez de cada paso que dio el hijo pródigo en su decisión equivocada.
Pide su herencia, se va a una provincia lejana, vive perdidamente y derrocha todo lo que recibió de su padre.
“Dame la parte” (Lucas 15:12) Dame la herencia. Se dice que la ley sólo facultaba al hijo para pedir su porción en caso de que el padre fuese malo; pero en esta historia fue la bondad del padre la que proporcionó la petición del hijo. “Se fue lejos a una provincia apartada …” (Lucas 15:13). El hijo pródigo se separó y alejó de su padre. Se puso bajo otro gobierno. Como consecuencia nunca podía hablar con su padre, no lo oía ni veía.
Cuando alguien se aleja de Dios como consecuencia no tiene compañerismo con el.
No habla con el y no le puede escuchar sus consejos.
no toma en cuenta a Dios. 2 Cronicas 36:15,16.
Pr. 1:24-30. No desprecies el consejo no te alejes de Dios.
1 Ts. 4:6-8. Cuando alguien desprecia el consejo desprecia a Dios.
Si te alejas de Dios y si en verdad eres hijo o hija prepárate para la desgracia.
Porque Dios azota al que tiene por hijo. Hebreos 12:6-11.
III. El cuadro del verdadero arrepentimiento (Lucas 15:17)
En esta historia encontramos los cuatro pasos que todo pecador debe dar en el verdadero arrepentimiento.
A. Recobró el sentido
“Volviendo en sí”—Este es el gran punto de partida de la salvación. El hombre que ama el pecado está fuera de sí; porque sólo un loco puede amar lo que le hace daño.
Cristo dijo estas palabras: “Y el hijo pródigo, volviendo en sí …” Es decir, el hijo pródigo recobró el sentido, el conocimiento, el uso de las facultades, de que se hallaba privado (dormido, desmayado, loco).
Hay locos que vuelven en sí por un instante, que tienen momentos lúcidos, y luego recaen en su demencia. Así también hay hombres que se detienen por un instante en su carrera pecaminosa, reflexionan sobre sus errores, recuerdan que hay un Dios, que hay salvación y que hay perdición eternas; pero luego vuelven a la carrera del pecado con más deseos que nunca.
Santiago 4:8,9.
B. Una actitud humilde
“Padre, yo no tengo derecho de ser tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”. (Lucas 15:18, 19).
El segundo paso en el verdadero arrepentimiento es la humildad. No tenemos absolutamente nada en nosotros mismos que nos pueda recomendar a Dios, y hasta que no hayamos reconocido esto es inútil pensar en el verdadero arrepentimiento.
“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no provienen del padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16).
C. Una confesión sincera
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.
El tercer paso en el verdadero arrepentimiento es la confesión sincera. El hijo pródigo, con franqueza y sencillez, dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.
Así es preciso que digamos nosotros lo propio. Dios, he pecado con mis ojos; he pecado con mis labios; he pecado con mis manos y he pecado con mis pies.
Mientras que retengamos un solo pecado y no lo confesemos, él nos llevará a la miseria y a la muerte eterna, arrastrados por el lodo de este mundo.
D. Una firme resolución
“Y levantándose vino a su padre”. (Lucas 15:20).
Finalmente, el cuarto paso en el verdadero arrepentimiento es cuando nuestra voluntad se transforma en acción.
Reflexionar, humillarse y confesar no es suficiente; es preciso hacer lo que hizo el hijo pródigo.
“Y levantándose vino a su padre”. Necesitamos abandonar el pecado. Es preciso ponernos de pie y con firme resolución abandonar para siempre el pecado y dirigirnos a Dios para servirle por el resto de nuestra vida.
Se dice que de buenas resoluciones está empedrado el camino del infierno.
El hijo pródigo formó una buena resolución, resolvió confesar su pecado a su padre y pedirle asilo como jornalero, porque legalmente había perdido su posición.
“Y levantándose vino”. Este es el gran paso: Poner en práctica las buenas resoluciones, y aunque una y otra vez hayamos fracasado en ello, volvemos nuevamente a la carga con la vehemencia del que está pereciendo.
Aunque hayamos demorado, Dios nos recibirá. El Señor dice: “Por amor de mi nombre dilataré mi furor, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte” (Isaías 48:9).
IV. El cuadro de la bienvenida
A. Un cuadro conmovedor
El hijo pródigo ni aún soñaba que su padre lo amaba tanto y que por eso estaba esperando. Por fin llega el hijo pródigo, rendido, agotadas sus fuerzas, harapiento y descalzo.
El padre no se fijó en estas cosas, sino que se abalanzó, y abrazando a su hijo, las lágrimas de los dos se mezclaron.
El padre inmediatamente dice: Quitémosle estos trapos y pongámosle un vestido de gala. En esta mano que ha cometido tantas faltas, pongámosle el anillo de oro; y en éstos pies que lo llevaron tan lejos de su padre, pongámosle nuevos zapatos.