Vana confesión Santiago 2:14
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VANA CONFESIÓN
14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?
Tal vez Hermanos míos se refiera en especial a los compatriotas judíos de Santiago, pero también se está dirigiendo a la iglesia en general. si alguno dice es la frase que rige la interpretación de todo el pasaje. Santiago no dice que esta persona tiene realmente una fe salvadora, sino que dice tenerla.
No se menciona ninguna clase particular de fe, pero el contexto indica que se refiere al reconocimiento de que uno cree las verdades fundamentales del evangelio. Una persona que afirma eso creería en cosas como la existencia de Dios, la Biblia como la Palabra de Dios, y presuntamente en la condición de Mesías de Cristo y en su muerte expiatoria, en su resurrección y en su ascensión.
En todo caso, no está en duda la ortodoxia teológica de la fe de tal persona; el asunto es que no tiene obras. La forma verbal en esta frase describe a alguien que nunca da evidencia de apoyar la fe que habitualmente dice tener.
De igual modo, no se especifican tipos particulares de obras; pero el significado obvio es que la conducta recta, en conformidad con la Palabra revelada de Dios, es la que le agrada y Él acepta. Algunas de las obras rectas y piadosas que Santiago ya ha mencionado son:
paciencia (1:3),
soportar las tentaciones (1:12),
pureza de vida (1:21),
obediencia a las Escrituras (1:22-23), c
ompasión por los necesitados (1:27),
e imparcialidad (2:1-9).
Más adelante menciona tales cosas como obras de piedad (2:15), dominio de la lengua (3:212), humildad (4:6, 10), veracidad (4:11) y paciencia (5:8).
La pregunta ¿Podrá la fe salvarle? NO se plantea para considerar la importancia de la fe, sino la idea opuesta de que cualquier tipo de fe puede salvar (cp. Mt. 7:16-18).
La forma gramatical de la pregunta exige una respuesta negativa: “No, no puede salvar”. Una profesión de fe carente de buenas obras no puede salvar a una persona, no importa con cuánta vehemencia se proclame. Como se ha observado, no es que algunas buenas obras añadidas a la verdadera fe puedan salvar a una persona, sino más bien que la fe que es genuina y salvadora inevitablemente producirá buenas obras.
Ningún escritor del Nuevo Testamento es más inflexible que Pablo en cuanto a que la salvación es únicamente por la gracia de Dios obrando por la fe del hombre, y ningún escrito de Pablo resalta esto de forma más evidente que su carta a la iglesia de Roma. Pero en esa carta inequívocamente afirma que Dios:
“el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego…. porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Ro. 2:6-10, 13-16).
Por lo tanto, es obvio que Santiago no está en conflicto con Pablo acerca del fundamento de la salvación, como han sostenido algunos intérpretes. No están frente a frente en confrontación, sino que están combatiendo a dos enemigos comunes.
Pablo se opone al legalismo de las buenas obras; Santiago se opone a la creencia fácil.
Pero ambos hombres ponen en claro que vamos a ser juzgados sobre la base de lo que hayamos hecho, ya que eso es un indicador seguro de la salvación genuina. “No os maravilléis de esto”, dijo Jesús; “porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5:28-29).
En un pasaje ya citado, Pablo resume de la forma más clara posible la correcta relación entre la fe y las obras.
Después de afirmar que “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”, inmediatamente añade: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:8-10).
En otro lugar, dice que los creyentes deben “presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras” (Tit. 2:7). Dicho negativamente: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Ti. 2:19b), y los que “profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tit. 1:16).
Donde hay verdadera salvación, donde se extiende para alcanzar, regenerar y transformar a una persona de pecador a santo, Dios creará en el alma de esa persona nuevos anhelos de abandonar el pecado y de servir gozosa al Señor Jesucristo y obedecer sus normas divinas de justicia.
En el momento que Zaqueo creyó en Jesús, dijo: “…….He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lc. 19:8).
Cuando los paganos de Éfeso confiaron en Cristo y estaban “confesando y dando cuenta de sus hechos… muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata” (Hch. 19:18-19).
Por la presencia interior del Espíritu obrando en su nueva naturaleza, sabían instintivamente que las prácticas ocultas eran malas y no tenían lugar alguno en su vida redimida. De igual manera, muchos antiguos paganos en Tesalónica se habían convertido “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Ts. 1:9).
No es que los recién convertidos comprendan de inmediato todas las implicaciones del evangelio y sepan todo lo que tienen que creer y todo lo que deben y no deben hacer. Esas cosas vienen con el conocimiento siempre progresivo, en la medida en que se crece en el conocimiento de la Palabra y en la comunión con el Señor.
Pero hay una inmediata y nueva orientación espiritual y moral que el Señor da a cada hijo que nace en su familia y su reino. Nadie es salvo sin llegar a ser una nueva criatura, y, por el poder de la presencia interior del Espíritu Santo, la nueva creación produce tales buenas obras como el arrepentimiento, sumisión, obediencia y amor a Dios y a los demás creyentes.
La salvación no produce perfección inmediata, sino una nueva dirección.
La nueva disposición que odia el pecado, ama al Señor y procura conocerlo y obedecer su voluntad, comienza a manifestarse en la conducta.
FALSA COMPASIÓN
15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.
En segundo lugar, Santiago ilustra su punto de vista al comparar la fe sin obras con las palabras de compasión sin las correspondientes obras de piedad.
Esta es una analogía apropiada, ya que puede caracterizarse la fe muerta por la falsa compasión, por un interés verbal por los necesitados, que no es más que una impostura hipócrita.
La construcción griega indica una necesidad de parte de tales creyentes que era de mucho tiempo, no temporal. desnudos no significa literalmente eso, sino más bien con ropas pobres e insuficientes, sugiriendo que tenían frío y se sentían desdichados por la falta de ropas apropiadas.
De igual manera, necesidad del mantenimiento de cada día no indica necesariamente inanición, sino más bien nutrición insuficiente para una vida saludable normal.
La referencia es a aquellos que están privados de las cosas indispensables de la vida. Al proclamar la misma verdad, Juan pregunta retóricamente: “..Pero El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17).
Santiago 2:16 “16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?”
Id en paz, calentaos y saciaos es una declaración notablemente despiadada y necia por medio de la cual Santiago indica una actitud de total desinterés por el bienestar de los demás. Las personas no dicen realmente estas palabras, pero a menudo manifiestan tal sentimiento por el desinterés egoísta que no da a los necesitados las cosas que son necesarias para el cuerpo.
Id en paz es el equivalente del automático: “Dios le bendiga”;
y calentaos y saciaos es equivalente a decir: “Que Dios te cuide”, pero sin tener intención alguna de ser un canal para tal cuidado.
La voz media y pasiva de los verbos griegos traducidos calentaos y saciaos sugiere una actitud aun más indiferente, cruel y sarcástica, que dice realmente, “caliéntate y aliméntate tú mismo”, como si esa persona necesitada no hubiera hecho ya todo lo posible por hacerlo si fuera capaz.
pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?”
La pregunta ¿de qué aprovecha? implica la respuesta. El vergonzoso y fatuo comentario Id en paz, calentaos y saciaos no tiene provecho ni valor alguno. Al igual que la compasión profesada sin bondad y preocupación es falsa, así también lo es la fe que es nada más que un vacío reclamo.
Esta es una analogía bien escogida, ya que la compasión es una de las señales de la verdadera regeneración.
Se cuenta la historia de una reina europea de hace siglos que dejó a su cochero fuera durante el invierno, mientras asistía al teatro. El drama fue tan conm ovedor, que la reina sollozó durante toda la puesta en escena. Pero cuando regresó al coche y descubrió al cochero muerto de frío, ¡no derramó una lágrima! Se conmovió profundamente con una tragedia ficticia, pero permaneció inconmovible por una real, en la que estaba directamente implicada y de la cual era responsable.
Es asombroso que tantas personas puedan motivarse emocionalmente con una película, una obra teatral, una canción popular, un programa de televisión, llorando por las tragedias y encolerizándose por las cosas mal hechas y por las injusticias. Sin embargo, no muestran preocupación o compasión por la situación difícil de un vecino o conocido que está realmente en necesidad. En nuestro mundo artificial, centrado en nosotros mismos, las fantasías a menudo llegan a ser más significativas que la realidad.
La primera iglesia fue ejemplo de la generosidad
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch. 4:32-35).
Jesús habló de este asunto en varias ocasiones, empleando palabras e imágenes que se pueden entender. En la historia del buen samaritano, puso en claro que los que somos de Él estamos obligados a ayudar a cualquier necesitado; amigo o extraño, conciudadano o extranjero, admirado o menospreciado. Y, hasta donde seamos capaces, debemos velar porque la necesidad de esa persona sea totalmente cubierta (vea Lc. 10:30-35).
Con palabras aun más fuertes, Jesús enseñó que su pueblo tiene una obligación especial de ayudarse unos a los otros. En realidad, dijo Él, ayudar a los demás creyentes es servirle a Él; y no servirles es abandonarlo a Él. En el día del juicio, ese servicio, o la ausencia del mismo, será lo que hará la distinción para separar las ovejas de los cabritos; los que tienen fe verdadera y viva, de los que tienen fe falsa y muerta. Los que entran en el reino no serán los que simplemente confesaban el nombre de Jesucristo, sino aquellos cuya vida de obediencia y servicio a Dios mostraron que eran sinceros.
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles… ….De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mt. 25:31-41, 45).
CONVICCIÓN SUPERFICIAL
18 Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. 19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. 20 ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?
Una tercera característica de la fe muerta es una convicción superficial, un reconocimiento de ciertos hechos con relación a Dios y a su Palabra, sin someterse a ninguno de ellos.
Al parecer lo más probable es que alguno se refiera a Santiago mismo, hablando de sí mismo al emplear la tercera persona por modestia. Él no se estaba jactando, tratando de mostrar que su vida cristiana era más ejemplar que la de otros. Él no estaba hablando de lealtad en la fe, sino de la fe misma. Él estaba diciendo a todo el que se oponía a la verdad, que estaba declarando sobre la verdadera salvación: “Ustedes dicen que tienen fe y que nada más es necesario, que su fe puede mostrarse por sí misma ante Dios y producir salvación. Pero la verdad es que ustedes no me pueden [mostrar su] fe sin obras, sin una evidencia práctica, porque la verdadera fe siempre da una evidencia práctica. Ustedes no pueden demostrar el tipo de fe que tienen, porque no tienen con qué demostrarlo”. Tal como se declara en el versículo anterior: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”. Tal fe en realidad no es fe en absoluto, y sin duda no es fe salvadora.
Como se observó antes, la fe viva produce buen fruto, ya que esa es su naturaleza y propósito. La fe muerta no, porque no puede.
Por esa razón una experiencia recordada de entregar la vida a Jesucristo, incluso con una fecha y un lugar específicos, no es en sí misma prueba de salvación. La única prueba cierta es lo que se vive después de hacer tal profesión.
Jesús muchas veces advirtió contra la falsa confianza en la salvación. “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”, Él preguntaba.
“…..Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa” (Lc. 6:46-49).
Tal vez su más severa advertencia se encuentra en el Sermón del Monte: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:21-23, cursivas añadidas).
Pablo declara que “……en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gá. 5:6, cursivas añadidas).
Pedro dice:
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 1:3-11).
Juan nos asegura que:
“El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos” (1 Jn. 2:4-11).
Juan estaba escribiendo aquí de lo que Jesús llamó el segundo más grande mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39).
Santiago 2:19 “19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.”
Tú crees que Dios es uno, sigue diciendo Santiago; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. bien haces tiene un toque de sarcasmo, lanzado contra una ortodoxia imaginaria, pero universalmente común, que está carente de fe salvadora. La doctrina ortodoxa no es garantía alguna de salvación, insiste Santiago. Aun los demonios son ortodoxos en el sentido de conocer y reconocer la verdad acerca de Dios.
La ortodoxia judía siempre estuvo concentrada en la creencia en el único Dios verdadero, expresado brevemente en el Shemá: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Dt. 6:4). En lo que muchos judíos fallaban era en no obedecer el versículo siguiente, que ordena: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:5).
Lo que plantea Santiago, por decirlo así, es que creer en la verdad de Deuteronomio 6:4 sin obedecer a Dt. 6:5 es una creencia vana, como la que tienen los demonios.
En lo que a doctrina objetiva se refiere, los demonios son monoteístas, todos ellos saben y creen que hay un solo Dios verdadero. También están más que conscientes de que las Escrituras son la Palabra de Dios, que Jesucristo es el Hijo de Dios, que la salvación es por gracia mediante la fe, que Jesús murió, fue sepultado y resucitó para expiar los pecados del mundo, y que ascendió al cielo y ahora está sentado a la diestra de su Padre. Saben muy bien que hay un cielo verdadero y un infierno verdadero. Sin duda tienen un conocimiento más lúcido del milenio y de sus verdades relacionadas, que la que tiene incluso el más devoto erudito bíblico. Pero por mucho que ese conocimiento sea ortodoxo, por muy significativo divino y eternamente que sea, no puede salvarlos. Conocen la verdad acerca de Dios, de Cristo y del Espíritu, pero odian la verdad y aborrecen a Dios.
La doctrina ortodoxa es inconmensurablemente mejor que la herejía, por supuesto, ya que es verdad y apunta hacia Dios y el camino de salvación. Pero la simple aceptación de esta verdad no conduce a una persona a Dios y a la salvación.
Phrissō (tiemblan) significa erizarse y estremecerse, y se empleaba por lo general para referirse al temblor asociado con un gran miedo. Los demonios, al menos, tiemblan ante la verdad de Dios con temor, ya que saben que les aguarda el tormento eterno en el infierno (Mt. 8:29-31; Mr. 5:7; Lc. 4:41; Hch. 19:15). En ese sentido, son mucho más realistas y sensibles que los que tienen fe falsa, que piensan que escaparán del juicio de Dios por su fe superficial.
El teólogo puritano Thomas Manton describió la fe no salvadora en términos impresionantes:
[Este tipo de fe] se distingue de la fe temporal, que es un asentimiento a la verdad bíblica o de los evangelios, acompañada con un toque ligero e insuficiente al corazón, llamado “[gustar] del don celestial de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero”, Hebreos 6:4-6. Por este tipo de fe, la mente no solo se ilumina, sino que el corazón siente cierto gozo y la vida hasta cierto punto se reforma, al menos, de los pecados groseros, llamado esto, “[escapar] de las contaminaciones del mundo”,
2 Pedro 2:20; pero la impresión no es lo bastante profunda, ni tampoco el gozo y el deleite están lo bastante arraigados como para encontrar en todas las tentaciones lo contrario. Por lo tanto, este sentido de religión puede ahogarse o desaparecer, por el afán de este siglo, por una vida voluptuosa, por grandes y amargas persecuciones y problemas por causa de la justicia.
Santiago 2:20“20 ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?”
Además de eso, Santiago pregunta: ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? vano tiene la idea de “vacío”o “defectuoso”e identifica a cualquiera que se opone a la verdad de que la verdadera fe salvadora produce obras de justicia.
Argos (muerta) denota el concepto de sin fruto, falto de productividad. “Todo árbol que no da buen fruto”, dijo Jesús, “es cortado y echado en el fuego” (Mt. 7:19). Una vida sin fruto es sin duda prueba de que no es de Dios y que no es aceptable a Dios, ya que no tiene la vida divina en ella.
Lucas informa que varias personas de Samaria, entre ellas un mago llamado Simón, “creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, [y] se bautizaban hombres y mujeres” (Hch. 8:12; cp. los vv. 9, 13). Pero después de ser testigo de varios milagros y de ver:
“que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, [Simón] les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón (vv. 18-22).
Es obvio que la fe de Simón no era para salvación, sino que era un simple reconocimiento de que lo que predicaba Felipe era cierto. Su conocimiento acerca de Dios era correcto, pero Pedro le advirtió que su “corazón no [era] recto delante de Dios” y que, por lo tanto, no tenía parte alguna en la obra del Espíritu que había visto y aclamado. Su fe estaba muerta y era vana.