Sermón EL DIOS QUE NOS CONOCE/ LLAMADO DE NATAHEL

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Jesús llama a Felipe y a Natanael

43El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme. 44Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. 45Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret. 46Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve. 47Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. 48Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. 49Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. 50Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. 51Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre

Versículos 43–51

Llamamientos de Felipe y de Natanael.

I. Felipe fue llamado directamente por Jesús, no como Andrés y Juan, que fueron dirigidos a Cristo por el Bautista, ni como Pedro, que fue conducido a Jesús por su hermano Andrés. Dios usa métodos diversos para llamar los hombres hacia Sí: «Jesús … halló a Felipe» (v. 43). Para dar más viveza al relato Juan usa aquí el presente histórico («halla»). Como en este casó Jesús nos llama porque nos busca antes de que nosotros hagamos pesquisas para hallarle (comp. con Ro. 10:20). «Felipe» es nombre griego, que significa «amigo de los caballos»; a pesar de ser un nombre muy frecuente entre los gentiles, Jesús no le cambió el nombre ni le impuso un sobrenombre como a Simón o a «los hijos del trueno». Este llamamiento lo llevó a cabo Jesús «al día siguiente». Cuando hay que hacer la obra de Dios, es menester no perder un solo día. Jesús, que se hallaba todavía en Betania, la del otro lado del Jordán, decide cruzar hacia Galilea, al dirigirse hacia el noroeste. Felipe fue traído al discipulado por el poder omnímodo de la palabra de Cristo, que le dijo, como a Leví (Mateo): «Sígueme». Se nos dice que Felipe era de Betsaida, de donde también eran Andrés y Pedro (v. 44). Betsaida era un lugar perverso (Mt. 11:21); sin embargo, también allí había un remanente, conforme a la libre elección de la gracia de Dios.

II. A continuación, Natanael es invitado por Felipe a seguir a Cristo. Veamos:

1. Lo que pasó entre Felipe y Natanael:

(A) Las alegres nuevas que Felipe llevó a Natanael (v. 45): «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas». También aquí, el original usa el tiempo presente al inicio del versículo, y dice textualmente: «Encuentra Felipe a Natanael y le dice». Felipe no se contenta con obedecer la invitación de Jesús y seguirle, sino que va en busca de Natanael, de Caná (21:2). Natanael es un nombre hebreo que, como el griego «Teodoro» significa «don de Dios» o «Dios ha dado». Por 21:2 no cabe duda de que Natanael fue uno de los Doce Apóstoles y que es, con toda probabilidad, el Bartolomé de los Sinópticos, pues su nombre (Bar-Tholmay = hijo de Tholmay) es, en realidad, su apellido, como el «Barjonás» de Pedro. Felipe le dice: «Hemos hallado», porque eran israelitas y, por tanto, esperaban al Mesías (v. el contraste en Ro. 10:20–21, donde los gentiles son hallados por Dios sin buscarle, mientras que los israelitas veían el auxilio de Dios y las promesas mesiánicas como cosa dirigida a ellos). «¡Lo hemos hallado, lo hemos hallado!», parece decir, lleno de gozo, Felipe. Es muy de notar el orden que las palabras de Felipe guardan en el original: «Al que describió Moisés en la ley y los profetas, le hemos encontrado; Jesús, hijo de José, de Nazaret». Por eso es por lo que Natanael percibe con más fuerza lo paradójico de que el Mesías proceda de Nazaret. Gran ventaja tenía Felipe en conocer bien las Escrituras del Antiguo Pacto, pues por ellas estaba preparada su mente para recibir la luz del Evangelio. Al decir que Jesús «era (procedía) de Nazaret», Felipe expresaba el lugar donde había pasado Jesús la mayor parte de Su vida terrenal, y donde vivían ya María y José antes del nacimiento de Jesús. Felipe no tenía todavía un conocimiento como el que el propio Natanael adquirió en su primer encuentro con Jesús (v. 49); menos aún, el sentido claramente trinitario de la confesión de Pedro en Mateo 16:16. Nadie sabía o recordaba que Jesús había nacido en Belén a causa del censo y para que se cumplieran las profecías.

(B) La reacción de Natanael: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (v. 46). ¿Por qué era Nazaret tan despreciable? Primero, por su posición, aislada casi del resto de Israel, en un extremo limítrofe con Esdrelón; segundo, porque ni el Antiguo Testamento, ni los Apócrifos, ni Flavio Josefo ni el Talmud hacen mención de ella. De todas maneras, podemos decir: (a) Que la precaución con que hablaba Natanael no estaba del todo exenta de alguna prudencia. El Apóstol dice: «Examinadlo todo; retened lo bueno» (1 Ts. 5:21) pero (b) su objeción nacía de la ignorancia, al pensar que Jesús había nacido en Nazaret.

(C) La respuesta de Felipe. A la objeción de Natanael, Felipe no contesta con argumentos, sino que actúa de una forma que debe servir de pauta a todo creyente que se halle en situación de dar testimonio de Cristo. El mejor argumento es la experiencia personal de un encuentro salvífico con Cristo. Le dice: «Ven y ve». Como si dijese: «Ven a Jesús tú también y ve por tus propios ojos al que es el Mesías, el Salvador del mundo, que puede hacer contigo lo mismo que ha hecho conmigo». Con este argumento se puede silenciar al más erudito filósofo que se oponga a nuestra fe, pues es una inducción totalmente empírica y a salvo de cualquier abstracción metafísica o prejuicio alucinatorio. Es parecido a lo que dijo el recién curado ciego de nacimiento en 9:25: «Una cosa sé, que yo era ciego y ahora veo». Notemos que Felipe no le dice: «Anda y ve», sino: «Ven y ve», como si dijera: «Yo te acompañaré».

2. Lo que pasó entre Natanael y el Señor. No vino en vano Natanael a Jesús, pues le vio, aunque fue visto antes por Jesús.

(A) «Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba …» (v. 47). Los ojos del Señor se fijaron en aquel desconfiado Natanael; pero Jesús dijo de él: «He ahí un israelita de verdad, en quien no hay engaño». No lo dice por adulación, sino para dar a entender que Natanael era un sincero y genuino israelita, sin hipocresía ni duplicidad, cosa excepcional en aquel tiempo entre los judíos. Más aún a la vista del contexto posterior (especialmente, del v. 51), podemos atisbar que Jesús contraponía el sincero Natanael, sin engaño, al suplantador Jacob, quien arrebató con engaño la bendición del primogénito Esaú (Gn. 27:35). Es cierto que Esaú, en un arrebato de imprudencia carnal, había vendido su primogenitura a Jacob por un plato de potaje rojo, pero eso no justifica el engaño de Jacob, quien, en vez de fiarse de las promesas de Dios, se apoyó en su propia astucia (y en la de su madre) para engañar a Isaac y después, a su tío y suegro Labán (Gn. 30:37–43), y de él aprendieron también sus hijos mayores a engañar (v. Gn. 34). Finalmente, nótese que Jesús no dice que Natanael sea «sin pecado», lo cual iría contra Romanos 3:23, sino «sin engaño»: sincero para con Dios y para con los hombres.

(B) La gran sorpresa de Natanael ante estas palabras de Jesús: «¿De dónde me conoces?» (v. 48). Véase aquí: (a) La modestia de Natanael: como si dijese: «¿De qué me conoces, como si yo fuese una persona importante?» Esto era una evidencia de su sinceridad, pues no se jactó como si mereciese ser bien conocido. Cristo nos conoce perfectamente; pero ¿le conocemos nosotros a Él?; (b) la ulterior manifestación que de Sí mismo hizo Jesús a Natanael: «Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Con esto le mostraba Jesús en primer lugar, Su divinidad al ver a Natanael a distancia; segundo, que le conocía antes de que Felipe le llamara. Cristo nos conoce mucho antes de que nosotros podamos percatarnos de ello. Natanael se había extrañado de que Jesús le conociese personalmente: ¿Cuál podría ser la fuente de información de la que Jesús disponía? Pero Jesús le dice que le ha conocido a distancia en la intimidad del santuario hogareño, donde Natanael, como todo buen israelita, hacía su lectura diaria de la Ley: en casa y bajo la higuera del zaguán. No se olvide que en Israel había tres plantas simbólicas de la relación entre Dios y el pueblo escogido: el olivo, símbolo de la presencia del Espíritu de Dios en medio de Su pueblo; la higuera, símbolo de los frutos que Dios esperaba de Su pueblo; y la vid, símbolo de la unión marital del pueblo de Israel con su Dios, para producir fruto agradable por la gracia de Dios y en unión con Él (v. respectivamente Zac. 4:1–6; 1 R. 4:25 y Mt. 21:19 y ss.; Is. 5 y Jn. 15:1 y ss.). Esta alusión a su meditación de la Ley bajo la higuera era algo muy personal que sólo el propio Natanael sabía, de ahí, su exclamación admirativa.

(C) «Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel» (v. 49); en otras palabras: «Tú eres el Mesías». Ante la firme y segura declaración de Jesús, Natanael queda tremendamente impresionado, y se percata inmediatamente de que Jesús es el Mesías prometido. Aun cuando comentaristas de la talla de W. Hendriksen (nota del traductor) opinan que la profesión de Natanael ha de tomarse en sentido trinitario, opino que, lo mismo que en Mateo 4:3; Lucas 4:3, aquí sólo puede deducirse el sentido mesiánico, que comportaba el don profético en el grado extraordinario de vidente especial. Lo confirman dos detalles: (a) El título siguiente («el rey de Israel»), título claramente mesiánico para un judío, como referido a un heredero del trono de David (v. Gn. 49:10, comp. con Lc. 1:31–33). La misma gradación de las frases («el Hijo de Dios … el rey de Israel») perdería su fuerza ascendente (sería un «anticlímax»), si la primera hubiese de ser tomada en sentido trinitario; (b) la diferencia con Mateo 16:16 es notoria ya que allí Jesús declara a Pedro que sólo una revelación del Padre ha podido indicarle el carácter realmente divino de Jesús, mientras que aquí bastaba una inspiración profética. Nótese con qué firmeza confiesa ahora Natanael la mesianidad de Jesús. Lo cree de todo corazón, y lo confiesa entusiasmado con la boca (v. Ro. 10:9–10); confiesa el carácter profético de Jesús, al llamarle «Rabí»; Su misión divina, al llamarle «Hijo de Dios»; y Su realeza mesiánica, al llamarle «rey de Israel».

(D) Al oír esto Jesús levanta la esperanza y la expectación de Natanael, prometiéndole cosas mayores (vv. 50–51):

(a) Primero, Jesús acepta y admira la prontitud con que Natanael ha creído en Él, al decirle: «¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees?» Aquello era señal de que el corazón de Natanael estaba bien dispuesto para creer; de no ser así, el efecto de las palabras de Jesús no habría sido tan rápido.

(b) Le promete además pruebas más fuertes, que le robustezcan y aumenten la fe:

En general: «Cosas mayores que éstas verás», como habían de ser los milagros que Jesús había de llevar a cabo y, en especial, Su resurrección. Quienes, con corazón sincero, creen en el Evangelio, verán crecer y multiplicarse para ellos las evidencias de su fe. Y, en todo caso, por muchas y grandes que sean las manifestaciones que de Sí haga Cristo a los Suyos en este mundo, ¿cuán grandes no serán las que nos haga en la vida venidera?

En particular, le dijo, dirigiéndose ahora a todos los presentes: «De cierto, de cierto os digo: De aquí en adelante veréis el cielo abierto …» (v. 51). Ésta es la primera de las muchas veces que en este Evangelio repite Jesús el arameo amén, amén = de cierto, de seguro. Este vocablo procede del verbo amán = sostener, en el doble sentido de «soporte» y «nutrición». De la misma raíz proceden muchas otras palabras de gran sentido teológico como amón = arquitecto, emún = fiel, emunah = fe o fidelidad, amoz = fuerte, amán = confiar, amanah = confirmación, omnah = columna, emet = verdad. Este último vocablo tiene la particularidad de contener la primera, la mediana y la última letra del alfabeto hebreo o alefato, como para dar a entender que comprende todo el diccionario. La repetición del «amén» en los labios de Jesús indica, por una parte, la plena seguridad de lo que dice; y, por otra, requiere mucha atención por parte de los oyentes, pues introduce una declaración de suma importancia. Aunque los judíos usaban con frecuencia (como lo hacemos los cristianos) ese «amén» al final de una oración, nadie sino Cristo lo usó al principio de una frase. Lo que Cristo promete en esta ocasión es que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre. «El Hijo del Hombre» es un título que Cristo, y sólo Él, se aplica frecuentemente a Sí mismo en los Evangelios. Para conocer bien el sentido de esta expresión, ver Daniel 7:13 y ss. y Mateo 26:64. Los ángeles del cielo habían de subir y bajar varias veces para ministrar al Señor, pero el sentido más probable en esta porción, se remonta mucho más arriba en las Escrituras. Aparte del contraste que ya hemos observado en el versículo 47, donde Jesús parece contraponer el Natanael «sin engaño» al engañador Jacob, es probable que Natanael estuviese leyendo debajo de su higuera, cuando le vio Jesús, el pasaje de Génesis 28:12, en que se narra el sueño de Jacob: una escalera de la tierra al cielo, ángeles de Dios que subían y bajaban por ella, y Dios que promete desde arriba a Jacob que aquella tierra se la daría a él y a sus descendientes, los cuales se habían de extender por los cuatro puntos cardinales, de modo que «todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente» (Gn. 28:14). Con esta última frase, se anticipa el anuncio del Mesías (v. Gn. 3:15; Gá. 3:16). Aquí, en Juan 1:51, Jesús declara que la profecía se ha cumplido, porque en Génesis 28:12, los ángeles subían y bajaban por una escalera vacía, pero ahora suben y bajan «sobre el Hijo del Hombre»; es decir, ya ha aparecido el Mesías, el vínculo de reconciliación entre el Cielo y la Tierra (2 Co. 5:19), el único Mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5), el cual será, según la carne, descendiente de Jacob (Ro. 9:5) y bajará del Cielo para salvarnos (Lc. 19:10).

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