Tema: La tristeza y sumisión de Job
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Tema: La tristeza y sumisión de Job
20 Entonces, Job se levantó, rasgó su manto y se rasuró la cabeza; luego, postrado en tierra, adoró
21 y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó: ¡Bendito sea el nombre del Señor!
22 En todo esto no pecó Job ni atribuyó a Dios despropósito alguno.
Introduccion:
El diablo había hecho todo lo que pidió permiso para hacer contra Job, provocándolo para que maldijera a Dios. Había tocado todo lo que tenía, lo hizo con un testigo. Aquel que a la salida del sol parecía el hombre de Oriente más rico de todos se volvió pobre delante de todos antes del anochecer. Si sus riquezas habían sido, como Satanás insinuaba, el único principio de su religión, ahora que había perdido sus riquezas seguramente perdería su religión; pero el relato que tenemos en estos versículos de su comportamiento piadoso en su desgracia demostró suficientemente que el diablo era un mentiroso y Job un hombre honrado.
I. Se comportó con humanidad:
1. Bajo estas desgracias, sin ser necio ni insensible, como si fuera un palo o una piedra, o antinatural e impasible ante la muerte de sus hijos y sus criados.
2. No, sino que se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza (v. 20), las cuales eran expresiones habituales de gran tristeza, para mostrar que era sensible a la mano de Jehová que había salido contra él (Rut 1:13).
3. Sin embargo, no estalló en improperios, ni mostró ninguna furia extravagante.
4. No se desmayó, sino que se levantó, como un paladín que va al combate; no se despojó, en un acaloramiento, de sus ropas, sino que muy solemnemente, según la costumbre del país, rasgó su manto, su capa, o prenda exterior.
5. No se arrancó el cabello apasionadamente, sino que, deliberadamente, rasuró su cabeza (cf. Neh 13:25). Todo ello demuestra que conservó su talante, y valientemente mantuvo el control y reposo de su propia alma en medio de todas estas provocaciones.
6. El momento en que comenzó a mostrar sus sentimientos es digno de tenerse en cuenta. No fue hasta que escuchó acerca de la muerte de sus hijos, y entonces se levantó, y rasgó su manto.
7. Un corazón incrédulo y mundano habría dicho: «Ahora que hemos sido privados de alimento, es mejor que no haya bocas que alimentar; al no haber raciones, lo mejor es que no haya hijos».
8. Pero Job tenía mejor conocimiento, y habría estado agradecido si la providencia hubiera perdonado a sus hijos, aunque no tuviera nada que darles, porque El Señor Proveerá (Gn 22:14 LBLA). Algunos comentaristas, recordando que era normal entre los judíos rasgar sus vestidos cuando oían una blasfemia, conjeturan que Job rasgó sus vestidos por una santa indignación ante los pensamientos blasfemos que Satanás ahora estaba introduciendo en su mente, tentándolo a maldecir a Dios (cf. Mt 26:64–65).
II. Se comportó como un hombre sabio y bueno bajo su aflicción como un hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal (v. 1) del pecado más que de la aflicción externa.
1. Se humilló bajo la mano de Dios (1 P 5:6), y se acomodó a las providencias que estaba sufriendo, como alguien que sabía tener escasez así como tener abundancia (Fil 4:12).
2. Cuando Dios llamó a llanto y a lamento (Is 22:12 LBLA), él lloró y se lamentó, rasgó su manto, y rasuró su cabeza (v. 20); y, como alguien que se humillaba hasta el polvo delante de Dios, se postró en tierra, con un sentimiento penitente de pecado y una sumisión paciente a la voluntad de Dios, aceptando el castigo de su iniquidad (Lv 26:41, 43 BT).
3. De este modo mostró su sinceridad; porque los hipócritas no claman cuando Dios los ata (cap. 36:13). De este modo se preparó para obtener el bien por medio de la aflicción; porque ¿cómo podremos sacar provecho de un dolor que no queremos sentir?
4. Se serenó con pensamientos de paz, para que estos sucesos no lo perturbasen ni lo descompusiesen. Usa como razonamiento la condición común de la vida humana, y la aplica a sí mismo: Desnudo salí del vientre de mi madre [como los demás], y desnudo volveré allá (v. 21), al regazo de nuestra madre común: la tierra, como el hijo, cuando está enfermo o cansado, apoya su cabeza en el pecho de su madre.
5. Polvo fuimos en nuestro origen, y al polvo volveremos en nuestra salida (Gn 3:19); a la tierra, como éramos (Ecl 12:7); desnudos volveremos allá, de donde fuimos tomados, a saber, al barro (cap. 33:6). S. Pablo hace referencia a esto de Job: Nada hemos traído de los bienes de este mundo a este mundo, sino que los recibimos de otros; y sin duda nada podremos sacar, sino que debemos dejarlos a otros (1 Ti 6:7).
6. Entramos en el mundo desnudos; no solo desarmados, sino desvestidos, indefensos, débiles; no tan bien abrigados ni protegidos como las demás criaturas.
7. El pecado en el que nacemos nos ha desnudado, para nuestra vergüenza, ante los ojos del santo Dios. Salimos del mundo desnudos; el cuerpo sale así, aunque el alma santificada sale vestida (cf. 2 Co 5:3).
8. La muerte nos despoja de todos nuestros gozos; el vestido no puede ni calentar ni adornar un cadáver. Estas consideraciones hicieron acallar a Job ante todas sus pérdidas.
9. Él sigue donde estaba al principio. Se considera a sí mismo desnudo, pero no mutilado, ni herido. Seguía siendo él mismo, su propio ser, sin tener nada más, solo que reducido a su primera condición.
10. Él solo se encuentra donde ha de estar al final, y solamente desnudo, o más bien aliviado, un poco antes de lo que esperaba. Si nos quitamos nuestros vestidos antes de acostarnos, esto puede ocasionarnos algún inconveniente, pero si lo hacemos justo antes de ir a dormir, será mucho más cómodo.
11. Dio gloria a Dios, expresando en esta ocasión una gran veneración por la providencia divina, y una humilde sumisión a sus disposiciones.
12. Bien podemos regocijarnos de encontrar a Job en esta buena compostura, porque esta era la misma situación en la que se puso a prueba su integridad, aunque él no lo supiera.
13. El diablo dijo que, en su aflicción, maldeciría a Dios; pero lo bendijo, y demostró así ser un hombre honesto.
14. Reconoció la mano de Dios tanto en las misericordias que había gozado anteriormente como en las aflicciones en las que ahora era ejercitado: El Señor dio y el Señor quitó (v. 21 LBLA). Debemos aceptar la providencia divina:
15. En todas nuestras consolaciones. Dios nos ha dado nuestro ser, él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos (Sal 100:3), nos dio nuestra riqueza; no fue nuestro propio ingenio ni nuestra diligencia la que nos enriqueció, sino la bendición de Dios en nuestros desvelos y esfuerzos. Él nos da el poder para hacer las riquezas (Dt 8:18); no solo hizo a las criaturas para nosotros, sino que nos otorgó nuestro derecho sobre ellas.
16. En todas nuestras cruces. El mismo que dio había quitado; ¿no puede hacer lo que quiera con lo suyo? (Mt 20:15). Véase cómo Job mira por encima de los medios, y mantiene su mirada en la Causa primera. No dice: «El Señor dio, y los sabeos y los caldeos quitaron; Dios me hizo rico, y el diablo me hizo pobre»; sino: «El que dio […] quitó» (v. 21); y por esta razón enmudece, y no tiene nada que decir, porque Dios lo hizo (cf. Sal 39:9).
17. «Cuando te veas privado de algún consuelo, supongamos un hijo quitado por la muerte, o una parte de tu hacienda perdida, no digas apolesa auto (lo he perdido); sino apedoka (lo he devuelto al legítimo propietario).
18. Adoró a Dios por ambas cosas. Cuando lo perdió todo, se postró en tierra y adoró (v. 20). Adviértase: las aflicciones no deben desviarnos de los ejercicios de piedad, sino estimularnos a ellos. El llanto no debe impedir ni la siembra ni la adoración (cf. Sal 126:6).
19. No solo miraba la mano de Dios en sus aflicciones, sino el nombre de Dios, y le daba gloria: Bendito sea el nombre del Señor (v. 21 LBLA). Todavía mantiene los mismos pensamientos grandes y buenos acerca de Dios que siempre había tenido, y sigue tan dispuesto como siempre a hablar de ellos para su alabanza.
20. Está dispuesto a bendecir a Dios tanto cuando le quita como cuando le da. De la misma manera, deberíamos ser capaces de cantar nosotros tanto su misericordia como su juicio (Sal 101:1).
21. Bendice a Dios por lo que le había dado, aunque ahora se lo había quitado. Cuando se nos quitan nuestros consuelos, debemos agradecer a Dios que alguna vez los tuvimos, y que los tuvimos mucho más tiempo de lo que merecíamos.
22. Más aún: Adora a Dios aun cuando quita, y lo honra con una sumisión voluntaria; más aún, le da gracias por el bien que se propone darle por medio de esas aflicciones, por sus misericordiosos apoyos bajo sus aflicciones, y por la confiada esperanza que tenía de un feliz resultado al final.
Conclusion:
Finalmente, aquí tenemos el honroso testimonio que el Espíritu Santo da de la constancia y la buena conducta de Job en sus aflicciones. Superó sus pruebas con aplauso. En todo esto Job no actuó mal, porque no atribuyó a Dios despropósito alguno (v. 22), ni en lo más mínimo puso en tela de juicio su sabiduría en lo que había hecho. El descontento y la impaciencia acusan, en efecto, a Dios de despropósito. Job vigilaba cuidadosamente, pues, contra las inclinaciones de estos; y así debemos hacer nosotros, reconociendo que, así como Dios ha actuado bien, aunque nosotros lo hayamos hecho impíamente, también Dios ha actuado sabiamente, aunque nosotros lo hayamos hecho neciamente, muy neciamente. Los que no solo mantienen su carácter bajo las cruces y provocaciones, sino que mantienen buenos pensamientos acerca de Dios y una dulce comunión con él, vengan o no de los hombres sus alabanzas, vendrán de Dios, como lo fueron las de Job aquí (Ro 2:29).