Las mascotas no son personas

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«Me gustan más los perros que las personas».
Así dice un eslogan (o alguna variación del mismo) que se puede encontrar estampado en camisetas, tazas de café y adhesivos para vehículos en todas partes.
Honestamente, puedo entenderlo. Quiero mucho a mis perros.
Aunque todas las mascotas tienen necesidades particulares y continuas, no son tan exigentes como las personas. Mis perros no discuten conmigo. Incluso cuando me roban el asiento, se mueven si se los pido (aunque a menudo no lo hago). No eligen películas que no me gustan. No me piden que defienda mi última publicación en las redes sociales ni discuten conmigo sobre elecciones, vacunas, teorías de la conspiración o la expiación penal sustitutiva. No me piden que reseñe sus libros, edite sus ensayos o que tengamos reuniones. No ponen la música demasiado alta ni hacen chistes que no entiendo.
Además, numerosas investigaciones destacan los beneficios para la salud de pasar tiempo con mascotas, como la disminución de la presión arterial, la reducción de la ansiedad y los niveles de colesterol, además de la disminución de los síntomas del trastorno de estrés postraumático. Por todas estas razones, no es de extrañar que la tenencia de mascotas en Estados Unidos haya aumentado significativamente en las últimas tres décadas: este año, el 66 % de los hogares estadounidenses tienen un animal de compañía, frente al 56 % en 1988.
Como amante de los animales que ha experimentado muchas alegrías gracias a las innumerables mascotas que he cuidado a lo largo de los años (junto con algunas de las inevitables tristezas), esta tendencia me alegra el corazón. Los animales (y los perros en particular, en mi opinión) son uno de los mejores regalos que Dios nos ha concedido. Los animales, especialmente las mascotas, nos apoyan, nos enseñan y nos muestran cómo vivir más plenamente en el presente.
Pero los animales no son personas.

No son un reemplazo

Se puede amar a los animales y a las mascotas, como yo lo hago, pero también reconocer que estas criaturas no pueden ocupar el lugar de los humanos. No puedo compartir mis sueños y esperanzas con mis perros. No me preguntan cómo me ha ido en el día. No pueden disfrutar de una pintura conmigo, discutir una novela o compartirme las respuestas del crucigrama. Ellos no ven a Jesús en mí, de manera que al verlo desarrollen el deseo de mostrar a Jesús al mundo o de transmitir la fe a las generaciones futuras. El tiempo con las mascotas no puede sustituir al tiempo con las personas.
Sin embargo, según un reciente informe en The Atlantic sobre los resultados de la encuesta sobre el uso del tiempo en Estados Unidos (American Time Use Survey), una encuesta anual del gobierno sobre cómo pasan el día los estadounidenses, «la socialización en el mundo real ha disminuido tanto en hombres como en mujeres, en todas las edades, en todas las etnias y en todos los niveles de ingresos y educación».
Además, según el artículo, mientras que el tiempo que los estadounidenses pasan cara a cara con las personas ha disminuido de forma constante entre 2003 y 2022, el tiempo que pasan con los animales domésticos se ha duplicado durante el mismo periodo de veinte años. El aumento del tiempo dedicado a las mascotas es especialmente notable entre las mujeres:
En 2003, la mujer dueña de una mascota pasaba mucho más tiempo socializando con humanos que jugando con su perro o gato. En 2022, la situación había cambiado y la mujer promedio que tiene un animal de compañía pasa ahora más tiempo «activamente comprometida» con su mascota que el que pasa cara a cara con otros seres humanos en un día normal.
No es casualidad que este fenómeno se produzca en medio de un drástico descenso en el índice de natalidad en Estados Unidos: cayó casi un 23 % entre 2007 y 2022. Algunas personas se consideran «padres perrunos» y tratan a sus perros como si fueran niños.
Podemos empujar a los perros en cochecitos, vestirlos y cuidarlos como si fueran niños, pero ellos no pueden cuidarnos a nosotros en nuestra vejez y carecen de complejidad emocional. A diferencia de los niños, nuestros perros siempre nos adorarán, y por eso no nos recuerdan que no estamos hechos para ser adorados. Por mucho que lo intentemos, las mascotas no pueden sustituir a las personas.

Distintos en diseño

Las criaturas humanas tenemos, por diseño de Dios, una relación especial con los animales. Dios creó a los animales (el mismo día que creó a los seres humanos, por cierto) para Su gloria y deleite, igual que nos creó a nosotros para lo mismo. Dios encargó especialmente a Adán que diera nombre a los animales. Al cumplir esta tarea, Adán reconoció su propia condición de soledad entre ellos.
Esta parte del relato de la creación indica que los animales son como nosotros y al mismo tiempo que no son como nosotros. Los animales comparten con los seres humanos el aliento de vida, esa fuerza vital mencionada en Génesis 7:15, pero no son portadores de la imagen divina de Dios como se dice en el relato de la creación de Génesis.
Sin embargo, es significativo que, tras el diluvio, Dios hiciera un pacto no solo con Noé y sus descendientes, sino «con todo ser viviente» (Gn 9:9-11). Además, el libro de Jonás termina con Dios reprendiendo al profeta por su falta de compasión hacia la ciudad de Nínive, de la que Dios se apiada tanto por la gente que vive allí como por muchos animales (Jon 4:11). Dios ama a los animales y nos llama a nosotros también a hacerlo.
Pasar más tiempo con animales es probablemente algo bueno en nuestro mundo moderno, excesivamente automatizado, digital y virtual. En las sociedades preindustriales, las personas pasaban mucho más tiempo con los animales, tanto con los que criaban para alimentarse y trabajar como con los que los transportaban antes de la era del automóvil. No se trata de la cantidad de tiempo que pasamos con los animales (ya sea ganado, caballos de carruaje o mascotas), sino del papel que les pedimos que desempeñen en nuestras vidas.

Amores debidamente ordenados

Fuimos creados para la comunión con otros portadores de la imagen de Dios, tal y como muestra el relato de la creación al reconocer que Adán necesitaba una compañera que fuera como él (incluso los animales reconocen a los de su propia especie y responden en consecuencia). Amar bien a las personas significa reconocer que hemos sido creados para estar unos con otros, ofreciéndonos amistad, compasión, afecto y simplemente tiempo.
Del mismo modo, no puedo amar bien a mi perro si lo amo por ser algo distinto de lo que es. No es amar bien a un perro esperar que funcione como una máquina o que maúlle como un gato o que satisfaga una necesidad que solo puede satisfacer una persona. No quiero ser demasiado filosófica, pero amar a un perro es amar a un perro en todo su carácter perruno.
Este principio es verdadero para toda la creación de Dios: animales, personas, rocas, minerales y plantas también. Todo lo que Dios creó, lo creó con un diseño y un propósito. Amarnos bien los unos a los otros y a toda la creación es amar lo que son tal como Dios lo creó. (Así que, por cierto, no hacen falta los acogedores suéteres tejidos para gallinas. Dios las creó perfectamente capaces de soportar el invierno sin ropa).
Como ocurre con todos nuestros amores, el amor a las mascotas debe estar ordenado adecuadamente. Amar bien a las mascotas exige que las queramos por lo que son, y no por lo que no son. Amar bien a las personas significa pasar tiempo con ellas cara a cara, en carne y hueso, abrazándolas con todas sus complejidades, todas sus exigencias e incluso sus cuestionables elecciones cinematográficas.
De las personas es que venimos al principio de la vida, a las personas acudimos a lo largo de toda nuestra vida y son personas las que nos rodearán y amarán al final de nuestras vidas. Quizá la próxima vez que lleves a tu perro al lago puedas pedirle a un amigo con el que hace tiempo que no pasas tiempo que te acompañe. No se trata de aprovechar lo mejor de los dos mundos, sino de aprovechar lo mejor de este mundo glorioso que Dios ha creado.
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