Primeros discípulos

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Hoy en día todos tenemos acceso a todas las tendencias ideológicas, filosóficas y religiosas de toda la historia de la humanidad. Y además, siguen surgiendo, continuamos generando propuestas. ¿Qué es lo que hace que una persona se decida a identificarse con determinada tendencia? ¿Qué conduciría a alguien a abandonar su posición cultural o aquella que heredó de su familia para reconocerse como seguidor de otra manera de pensar, vivir y proceder?
¿A quién sigues tú? ¿A quién reconoces como tu líder o maestro? Porque en realidad, todos, de una manera u otra, seguimos a alguien y acompañamos tendencias.
¿Cambiaste alguna vez?
Consideremos cómo fue que algunos hombres pasaron a definirse como seguidores o discípulos de Jesús, y veamos si podemos identificarnos con alguna de sus experiencias.
El anzuelo de la curiosidad
35El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. 36Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. 37Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. 38Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras? 39Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora décima. (Juan 1:35-39)
Juan había empezado su evangelio refiriéndose directamente a la identidad de Jesucristo como el Hijo de Dios y cómo esta fue presentada por Juan el Bautista. El propio Juan había sido discípulo de Juan el Bautista. Contó acerca de la entrevista del Bautista con los enviados de los fariseos de Jerusalén y el momento de su encuentro personal con el propio Jesús y lo que contó de su experiencia.
Lo que cuentan estos versículos sucedió “el siguiente día”. Juan está contando su testimonio personal, sabiendo lo que los otros evangelistas ya habían relatado, y expresa sus recuerdos tal como constaban en su corazón, incluyendo referencias de tiempo. Juan el Bautista les habría contado aquella experiencia del bautismo del Hijo de Dios, y esto sucedió al día siguiente:
…estaba Juan, y dos de sus discípulos. 36Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. (Juan 1:35-36)
Allí estaban, Juan el Bautista y dos de sus discípulos que muchos sospechamos que eran Juan (el autor del evangelio) y Andrés, que se identifica un poco más adelante.
Aquellos discípulos habían escuchado:
Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado. (Marcos 1:7)
Se deben haber llenado de interés y curiosidad al escuchar aquello. Ya Juan les parecía bastante importante y edificante, y resulta que anunciaba a alguien mucho más significativo que él.
Entonces Juan contó que finalmente le había visto personalmente, que había venido a él para ser bautizado, que había visto al Espíritu Santo descender sobre Él… ¡Qué maravilloso! El interés de los discípulos de Juan el Bautista por Aquel que vendría se habría multiplicado.
Entonces llegó el día en que el propio Juan se los señalaría: “Allí está, Él es, el Cordero de Dios”.
¿Te imaginas el entusiasmo de aquellos dos al escuchar aquellas palabras? ¡Allí estaba! ¡Habían escuchado tanto acerca de Él! ¡Habían anhelado tanto conocerle!
Aunque al mismo tiempo… ¡se veía tan normal!
Sin embargo no dudaron. Ellos confiaban en Juan, y si él lo decía, ¡Aquel sería! Así que pasaron a la acción inmediatamente:
37Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. (Juan 1:37)
Sí, así de simple, sencillamente fueron hacia Él.
Los discípulos de hoy en día hemos pasado por la experiencia de haber escuchado hablar acerca de Él. Algunos decidieron creer rápidamente, y a otros les tomó más tiempo. Pero, ¡gracias a Dios por aquel bendito momento en que tratamos directa y personalmente con Jesús para entregarle nuestra confianza y aceptar que fuera nuestro Salvador!
Ahora, considera por un momento la reacción del propio Maestro al ver que aquellos dos le seguían:
38Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? (Juan 1:38)
Cuando alguien está procurando hacer discípulos se alegra al notar que alguien se le acerca y se dispone a seguirle. Sin embargo Jesús parece cuestionarles. Aquel “¿Qué buscáis?” suena como “¿Qué quieren? ¿Por qué me siguen?”. Los discípulos se deben haber quedado un poco dubitativos.
Pero, ¿sabes? Este cuestionamiento es absolutamente sano y necesario. Venimos a Jesús pero, ¿qué buscamos? ¿Qué pretendemos obtener al acercarnos a Él? ¿Qué esperamos que suceda como resultado de ese acercamiento? Todo eso podría haber pasado también por la mente de los discípulos.
El hecho es que a veces las personas pueden procurar acercarse a Jesús por los motivos equivocados. Jesús no es una fuente de seguridad financiera por el resto de la vida, y tampoco la garantía de que ya nunca tendremos problemas. Y sí, a veces en el afán de que las personas crean en Él podemos distorcionar un poco el mensaje: “Vas a ver que si crees en Jesús todo va a estar bien, Él va a solucionarlo todo…”. No, debemos tener cuidado y presentar la verdad objetiva del evangelio, para buscar en Jesús lo que Él mismo promete.
Los dos discípulos no respondieron la pregunta de Jesús (lo que probablemente quería decir que todavía no supieran realmente lo que buscaban en Él), y se dio esta situación:
Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras? 39Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora décima. (Juan 1:38-39)
No, no respondieron qué era lo que buscaban. Respondieron con otra pregunta: ¿dónde viviría este del que Juan hablaba maravillas y que ahora se veía ante ellos como un hombre normal?
Jesús no tenía nada que esconder. Podía haber preguntado por qué querían saber donde vivía, por qué tanto interés, pero en lugar de eso los invitó a su casa: “¿Quieren saber dónde vivo? Pues, ¡vengan y vean!”.
Seamos honestos: nosotros no invitamos a cualquier desconocido a nuestra casa. Tenemos celo por el lugar donde vivimos, por nuestra intimidad y se nos ocurre que compartir nuestro espacio implica una relación que ya deja de ser eventual o superficial.
Sin embargo, el Hijo de Dios inmediatamente les abrió la puerta a aquellos candidatos a discípulos.
El Maestro estaba poniendo en práctica lo que enseñaría algún tiempo después:
37Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. (Juan 6:37)
Esta era la parte que los discípulos todavía no habían logrado distinguir: estaban siendo conducidos por el Padre hacia Jesús. Dios ya estaba obrando en sus vidas y les estaba dirigiendo hacia su Hijo. Y el Hijo no rechaza a aquellos que el Padre le envía.
El Padre sigue obrando hoy en día en las vidas de muchas personas, aunque la mayoría, como le sucedió a Juan y Andrés, no perciben cómo lo está haciendo. Dios no manipula a las personas ni las utiliza como si fueran robots bajo su control. Cada uno sigue teniendo la decisión final con respecto a lo que hace. Aquellos podrían haber dicho que no, que solo les interesaba saber un poco de Él pero que no estaban listos para tanto compromiso (¿no te parecen familiares estas palabras cuando alguien se interesa para saber algo pero afirma no estar listo para ir a la iglesia?). Ellos decidieron acompañar a Jesús, estar con Él.
Más adelante Juan podría decir, con toda propiedad:
Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (1 Juan 1:1)
Ese es el testimonio que tenemos en la Biblia, testimonio personal directo de quienes lo experimentaron en carne propia.
Tal vez hubiera sido muy largo si Juan hubiera escrito una descripción de dónde vivía Jesús y todo lo que hablaron aquel día. Pero no lo hizo. Sin embargo, aquellos discípulos ya no se separaron del Salvador, y caminaron con Él hasta su muerte.
Cuando leemos la Biblia, a veces es importante observar tanto lo que se dice como lo que no se dice. En este caso, Juan no habla de cuáles fueron los temas de conversación, qué comieron juntos, a qué hora se levantaron o si fueron a algún otro lugar. Lo que sí sabemos es que aquel fue el comienzo de una jornada que ocupó el resto de sus vidas.
El hecho es que animados por el testimonio de Juan el Bautista y conmovidos por su propia experiencia personal con Jesús, sus vidas ya no volvieron a ser las mismas. Fueron transformados, conmovidos, tocados, renovados.
No sabemos exactamente cuánto tiempo pasó, si fue solamente un día o fueron más, pero la muestra de cuánto pesó aquella experiencia en sus vidas queda en evidencia por lo que sucedió a continuación.
40Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. 41Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). 42Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro). (Juan 1:40-42)
Juan, como en varias ocasiones a lo largo de su evangelio, no se da el protagonismo aquí, sino que señala a Andrés. Juan, Andrés, Simón y Jacobo eran pescadores, compañeros de trabajo y amigos, y tal vez lo habían sido por toda la vida, desde pequeños. Probablemente para ellos, hablar uno del otro sería como referirse a un miembro de la familia.
Sabemos que por su personalidad Simón se convertiría en el protagonista de varias de las historias del ministerio de Jesús, y por eso aquí se lo presenta especialmente.
Creo que Simón confiaba en su hermano Andrés y supo que lo que le estaba diciendo era realmente importante. Las palabras de Andrés no dejan lugar a dudas.
Hemos hallado al Mesías.
Sin atenuantes. Sin verdades a medias. Sin eludir la verdad. Lo que Andrés le dijo a su hermano era MUY grande. Le estaba diciendo que, sin lugar a dudas, habían encontrado personalmente al Único Salvador, al Prometido de Dios, el cumplimiento de todas las profecías. La suma del testimonio de Juan y la propia experiencia de Andrés lo habían llevado a la valiente declaración que entonces le hizo a su hermano.
Al observar este evento con más detenimiento no podemos evitar percibir que aquí no se menciona ningún milagro, ninguna de las maravillosas enseñanzas del Maestro, nada especial. Andrés aún no había tenido la oportunidad de ver las maravillas de las que poco tiempo después sería testigo, y sin embargo ya SABÍA—ya estaba seguro, lo tenía muy claro—que Aquel a quien habían conocido con Juan era el Salvador.
¿Cómo habrá reaccionado Simón ante aquel loco testimonio?
Tampoco se nos dan detalles de la conversación entre los hermanos. Lo único que conocemos es lo que sucedió a continuación.
Y le trajo a Jesús.
Simón quiso conocer al Mesías. Así como Juan el Bautista se lo había señalado a Juan y Andrés, ahora Andrés le habló de Él a su hermano. Lo cierto es que Dios estaba obrando en la vida de todos ellos, tocando sus corazones para que se reconciliaran con Él creyendo en su Hijo.
¿Qué puede suceder cuando nos encontramos personalmente con nuestro Creador y Salvador? ¿Explota el cielo? ¿Se enciende la tierra a nuestro alrededor?
Observa lo que sucedió en el momento en que Simón conoció a Jesús (o cuando Jesús se encontró cara a cara con Simón):
Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro). (Juan 1:42)
¡Vaya manera de comenzar una relación! Jesús lo miró fijamente, y como siempre, conoció todo lo que había que conocer de la vida de aquel hombre, incluyendo su futuro. Se dirigió a Él con respeto, mencionando su nombre y el de su padre, dando a entender que a pesar de ser la primera vez que Simón lo veía, Jesús lo conocía muy bien. Y entonces le cambió el nombre. Sí, en aquel primer encuentro, sin que hubieran compartido nada más.
Simón ya no sería “el que escucha” y vendría a ser la “roca” que serviría de punto de apoyo para muchos. A lo largo del ministerio de Jesús y a través de varias de sus experiencias todos podemos percibir que era una persona inestable e impulsiva que reaccionaba instintiva y espontáneamente ante lo que ocurría. Sin embargo, luego de la resurrección, Pedro lideró la iglesia con la firmeza que se necesitó para enfrrentar valientemente la oposición y la persecución.
Dios te conoce, así como Jesús conoció a Simón. Dios sabe exactamente como eres, pero también lo que vendrá y lo que va a hacer con tu vida. Deja que Dios te llame como Él quiere, a pesar de que te veas a ti mismo de manera diferente. El Padre sabe lo que está haciendo y por dónde te va a llevar. ¡Confía!
Casi todos los días conocemos personas. Algunos son altos, otros más bajos, algunos hablan en voz bien alta y otros hay que hacer un esfuerzo para escucharlos bien. Somos todos diferentes, pero cada día tenemos oportunidad de conocer a alguien nuevo.
Algunas de las personas que hemos conocido no producen mucho impacto en nuestras vidas, tal vez porque no profundizamos mucho con ellos o porque no sentimos demasiada afinidad. Pero hay otros que sí, acerca de los que podemos decir que ha habido un antes y un después de conocerlos.
Los cristianos hablamos de conocer a Jesús, nuestro Salvador. ¿Qué tipo de impacto produce en una persona conocer al Maestro? No todas las personas corren hacia Jesús en busca de salvación, y hay muchos que luego de escuchar su voz le vuelven la espalda. Pero para quienes le reciben, el cambio es completo y profundo.
La Palabra nos comparte la experiencia de algunas personas al conocer al Salvador. Veamos los ejemplos en este pasaje. Uno de ellos fue Felipe, y el relato con respecto a su encuentro con Jesús es bastante breve y carente de mucho detalle.
43El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme. 44Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. (Juan 1:43-44)
Juan nos sigue contando las cosas tal como las recordaba, en sentido cronológico. Esto sucede al día siguiente del encuentro de Simón con Jesús, cuando el Maestro le cambia el nombre por Pedro. Hasta allí, los primeros discípulos iban llegando a Jesús como resultado del testimonio de alguien más, Juan el Bautista o Andrés, hermano de Simón.
Pero aquí quien toma la iniciativa es el propio Jesús, quien le dirige a Felipe un mensaje de una sola palabra: “Sígueme”.
Ahora, imagínate que eres tú y no Felipe quien se encuentra en aquella situación. Tal vez te encuentras en un momento en un centro comercial o un lugar por donde las personas van y vienen, y de repente pasa junto a ti un desconocido y te dice “Sígueme”. ¿Qué harías? ¿No se llenaría tu corazón de muchas preguntas y bastante desconfianza? ¿Seguirle para qué? ¿Seguirle para llegar adónde? ¿Seguirle con qué propósito? ¿Me conoce? ¿Con qué intención me dirige la palabra?
Sí, creo que es posible que reaccionáramos así. Pero ese no fue el caso de Felipe.
Este no es el único caso en que el Maestro invita a alguien a seguirle.
57Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. 58Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. 59Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. 60Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. 61Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. 62Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. (Lucas 9:57-62)
Este pasaje nos muestra que durante el ministerio de Jesús hubieron personas que se propusieron seguirle y también algunos a quienes Él mismo llamó. También nos queda claro que no todos los llamados respondieron con una consagración completa e inmediata, y tal vez no todos los llamados respondieron afirmativamente.
Esto me ha llevado a preguntarme: ¿será que hoy en día las personas siguen escuchando la voz de Jesús invitando a seguirle? He escuchado testimonios de quienes han soñado que el Maestro los llamaba o los invitaba, en otros casos simplemente, inexplicablemente, han percibido interiormente su llamado. Lo cierto es que el contacto con Jesús se produce de muchas maneras diferentes, así como sucedió con aquellos que se convirtieron en sus primeros discípulos.
Felipe escuchó el mensaje de una sola palabra, y algún tiempo después lo encontramos ocupando un lugar entre los doce apóstoles. ¿Qué fue lo que motivó ese nivel de consagración y compromiso en su vida? En realidad no conocemos los detalles, pero lo que sí podemos entender es que Jesús conoce a cada persona a la perfección, y sabe cómo y cuándo tocar su vida. Es probable que Felipe ya alentara la esperanza de la llegada del Mesías, que así como muchos otros israelitas anhelara el cumplimiento de las promesas de Dios. También es posible que hubieran ocurrido cosas en su vida (quién sabe cuáles) que alimentaron esa necesidad del Salvador.
A veces, el llamado del Jesús llega en el momento crítico, en la circunstancia oportuna. Es evidente que eso fue lo que sucedió con Felipe.
Aquí podemos notar también que no se nos aportan muchos detalles de la experiencia de Felipe en su encuentro con Jesús. Solo contamos con el registro de los resultados. Creo que esto es intencional de parte del Espíritu Santo al inspirar la escritura del evangelio. Podría ocurrir que si supiéramos de qué conversaron Jesús y Felipe aquel día o si se nos hiciera saber qué fué lo que hicieron o adónde fueron, que nosotros comparáramos nuestra situación o nuestro acercamiento con Jesús y se nos ocurriera que nuestra experiencia tendría que ser igual a la suya. El hecho es que el Señor trata con cada persona de acuerdo a su necesidad y sus características individuales, que le hacen diferente a todos los demás.
¿Has escuchado la voz de Jesús invitándote a seguirle? ¿Cuál ha sido tu reacción o tu respuesta? Jesús no te invita a ir a la iglesia de vez en cuando, a llenar las expectativas de los demás o a parecer espiritual y cristiano; te llama a un compromiso sincero y completo con Él, uno que dura hasta la eternidad y que involucra todo lo que eres, lo que tienes, cada aspecto de tu vida. Es maravilloso escuchar la voz del Señor llamándonos, y más maravilloso todavía responderle entregándole nuestra vida por completo, sin reservas.
Observa lo que sucedió con Felipe luego de aquel encuentro con el Maestro:
45Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret. 46Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve. 47Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. 48Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. 49Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. 50Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. 51Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre. (Juan 1:45-51)
Aunque no se nos proveen detalles acerca de la experiencia de Felipe con Jesús, se nos muestra el impacto que el Salvador hizo en su vida por medio de su testimonio. Otra vez, tengamos en cuenta que estos primeros discípulos todavía no habían tenido el privilegio de presenciar los milagros y las maravillosas enseñanzas de Jesús, pero ya estaban convencidos de quién es Él y de la necesidad de compartirlo con los demás.
Así como Andrés había encontrado a Simón, su hermano, Felipe encontró a Natanael, quien probablemente fuera su amigo. Cuando uno se encuentra con un amigo, generalmente le pone al día de las últimas novedades en su vida, las cosas que han pasado y que de alguna manera consideran dignas de un relato. Cuando Felipe encontró a Natanel no pudo callar lo que estaba ocurriendo en su vida. En realidad habló en plural, refiriéndose a que no era el único que había encontrado al Salvador, pero los términos con los que lo describió revelan un corazón celoso de Dios y conocedor de la Palabra.
¿A quién habían encontrado? Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret.
Podía haber dicho algo como: “Hemos encontrado un nuevo rabino, un nuevo maestro que enseña la Palabra de Dios. Sus enseñanzas son muy centradas y edificantes, deberías escucharlo”. No, no lo presentó así. Habló directamente del hecho de haber encontrado a la persona que cumplió las promesas de Dios, aquellas promesas cuyo cumplimiento había sido esperado por mucho tiempo. Sus palabras expresan asombro, el asombro lógico de quien realmente cree lo que está diciendo. Uno de nosotros podría haber dicho: “¡No vas a creer a quién hemos encontrado!”. La palabra escrita no nos permite percibir la intensidad con la que aquello fue dicho, pero parece muy claro que había mucho entusiasmo involucrado. La intención directa es: “Esto no te lo puedes perder; aprovecha tú también esta oportunidad única”.
Observa los dos aspectos de la presentación que hace Felipe del Salvador. Por un lado lo presenta como el tan anhelado cumplimiento de las profecías, tanto de Moisés como de los profetas. Entonces lo identifica claramente, “con nombre y apellido” (menciona tanto su nombre propio como el nombre de su padre) y procedencia. Es evidente que Felipe, en su conversacion con Jesús, le había preguntado dónde se había criado e hijo de quien era.
Conocer a Jesús tiene que llevarnos al asombro. No podemos conocer a Jesús y permanecer indiferentes como si nada hubiera ocurrido. Aquel asombro expresado por Felipe al compartir las buenas nuevas con su amigo tiene que ser también el nuestro. ¡ Es maravilloso conocer a Jesús! ¡Él es el cumplimiento de todas las promesas de Dios y la revelación visible del propio Dios! ¡En Él se encuentra la reconciliación con Dios, la vida eterna y el perdón de todos nuestros pecados! ¡Asómbrate! ¡Maravíllate! Encuentra, por favor, en Jesús, algo absolutamente digno de ser compartido con todos a tu alrededor.
Ahora, cuando compartas, no todos van a responder positivamente de inmediato.
Natanael sabía demasiado como para recibir aquella noticia sin cuestionarla.
¿De Nazaret puede salir algo bueno?
¡Wow! Eso sonó a desprecio o a broma. Pero en realidad, esta respuesta refleja el profundo conocimiento bíblico que tenía Natanael. Aquellos hombres se habían criado asistiendo a la sinagoga y escuchando la lectura de las Escrituras.
Natanael recordaba que las profecías señalaban que el Salvador provendría de Belén (Miqueas 5:2), no de Nazaret. No había profecías que hablaran de un Salvador procediendo de Nazaret.
A veces podemos desanimarnos cuando encontramos a quienes cuestionan lo que creemos, aquello que ha sido motivo de asombro y bienestar para nosotros. Sin embargo, tenemos que estar preparados, sin tomar los cuestionamientos como algo negativo. Como en este caso, las preguntas o dudas pueden reflejar celo por el verdadero cumplimiento de la Palabra de Dios. Vivimos en un tiempo en el que se escuchan todo tipo de mensajes, muchos de los cuales no son saludables, por más que muchos se pueden parecer a la verdad. Las personas cuestionan naturalmente lo que escuchan, porque ya han sabido de gurúes, profetas o iluminados que no han señalado hacia el buen camino.
Lo mejor que podemos hacer es lo que hizo Felipe. ¿Tienes dudas, Natanael?
Ven y ve.
Felipe no se desanimó por el cuestionamiento de Natanael. ¿Tenía dudas? Que se acercara y comprobara personalmente. La pregunta de su amigo no hizo que Felipe dudara. Él sabía a Quién había encontrado, y todavía quería compartirlo.
Nosotros también hemos recibido el desafío de llevar a las personas a Jesús. Ojalá siempre tuviéramos el entusiasmo de Felipe para hacerlo e insistir todo lo que podamos con tal de que aquellas personas que Dios pone en nuestro camino crean en el Salvador. Que Dios nos dirija, con mucha frecuencia, a animar a alguien a venir y experimentar lo que a nosotros nos ha transformado.
¿Qué sucedió cuando Natanael estuvo cara a cara con Jesús?
Lo imagino acercándose lentamente, tal vez con cierto recelo, observando desde lejos al anunciado Mesías.
El Maestro no espero a que llegara. Lo vio venir, seguramente con Felipe a su lado, y tuvo algo que decir:
Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño.
A veces, la lectura de estas palabras provoca que se me erice la piel. Era la primera vez que Natanael veía a Jesús, pero Él ya tenía un claro concepto de él. Jesús estaba con otras personas cuando Natanael se acercaba, lo señaló y habló de él, como si dijera “¡Miren quien viene!” y entonces lo describiera. Lo que dijo de él fue bueno, muy bueno. Lo reconoció como israelita, de la nación judía, descendiente de Abraham. Sus palabras también denotan la realidad de que algunos de los que llevaban la misma herencia genética que Natanael en realidad no podrían ser considerados “verdaderos israelitas”, por su falta de fe, por su falta de acercamiento a Dios, por su falta de compromiso con las promesas o la Palabra de Dios. Pero Natanael era de los buenos, y Jesús lo señaló.
Natanael escuchó aquellas palabras, y parece haber respondido con cierto recelo.
¿De dónde me conoces?
Estaba a la defensiva, cuestionando una vez más al presunto Mesías y el hecho de que se tomara la atribución de opinar acerca de su vida.
Señor, ¿de dónde me conoces?
¡Justamente a Jesús iba a hacerle aquella pregunta!
1 Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.
2 Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;
Has entendido desde lejos mis pensamientos.
3 Has escudriñado mi andar y mi reposo,
Y todos mis caminos te son conocidos.
4 Pues aún no está la palabra en mi lengua,
Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.
5 Detrás y delante me rodeaste,
Y sobre mí pusiste tu mano.
6 Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;
Alto es, no lo puedo comprender.
7 ¿A dónde me iré de tu Espíritu?
¿Y a dónde huiré de tu presencia?
8 Si subiere a los cielos, allí estás tú;
Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.
9 Si tomare las alas del alba
Y habitare en el extremo del mar,
10 Aun allí me guiará tu mano,
Y me asirá tu diestra.
11 Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán;
Aun la noche resplandecerá alrededor de mí.
12 Aun las tinieblas no encubren de ti,
Y la noche resplandece como el día;
Lo mismo te son las tinieblas que la luz. (Salmos 139:1-12)
Natanael todavía no había descubierto que se encontraba ante Jehová, su Creador, aunque no demoraría mucho en descubrirlo. Jesús le conocía al detalle, sin excepciones.
Considera cómo se habrá sentido Natanael al escuchar las siguientes palabras:
Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.
Probablemente yo me habría desmayado al escuchar algo así. Jesús se refirió a un momento particular, un evento muy personal que tuvo lugar en un lugar muy definido (debajo de la higuera) y del que muy probablemente Natanael sabía que nadie más había sido testigo. Debe haberse sentido atravesado por la profunda y escudriñadora mirada del Señor.
Instantáneamente, Natanael se supo conocido, realmente, auténticamente, como tal vez nadie más lo conocía. ¿Qué habría estado haciendo debajo de la higuera? No es asunto tuyo ni mío, pero fue algo que Jesús y él sabían. Muchos especulamos que debe haber estado orando, reflejando aquello de que era un verdadero descendiente de Abraham, no solo por su vínculo sanguíneo sino también por su condición espiritual, por su fe. Pero fuera lo que fuera, aquel “te vi” lo dejaba desnudo ante el Salvador. Quedaba absolutamente claro que así como conocía aquel momento en particular también conocía todo el resto, así como lo relataba David en el Salmo 139.
Entiende bien esto: Aquel que vio a Natanael también te ha visto a ti. Aquí y ahora puede mirarte a los ojos y sin que le tiemble la voz decirte: “Te vi”. Nada queda oculto ante su poderosa mirada, ni lo malo ni lo bueno. Tenemos que caer rendidos ante Él para confesar que ante su presencia nada podemos ocultar.
Natanael debe haber bajado la mirada, tal vez más asombrado que el propio Felipe, y listo para hacer una declaración todavía más importante que la que había hecho su amigo al hablarle de Jesús.
Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.
Felipe se lo había presentado como Aquel de quien estaba escrito, el cumplimiento de las profecías y las promesas de Dios. Ahora él mismo lo reconocía como el Hijo de Dios y el Rey de Israel. Por alguna razón imagino una profunda emoción en Natanael al pronunciar estas palabras que jamás en su vida le hubiera dirigido a ninguna otra persona.
El velo se había descorrido, el misterio se había develado, aquel hombre había reconocido la verdadera identidad del nazareno, y ese reconocimiento es lo que conduce a la salvación. Natanael acababa de pasar de muerte a vida. ¡Gloria a Dios!
Tal vez tú también recuerdes el preciso momento en que reconociste que Jesús es el Salvador, el Hijo de Dios, quien entregó su vida y derramó su sangre para limpiarte de todos tus pecados. ¡Cuánta gratitud debe llenar nuestro corazón al recordar ese poderoso momento! Pero al mismo tiempo, al pensar en esto no podemos evitar reconocer que hay muchos a nuestro alrededor que todavía no han creído en Él. Puede ser que algunos necesiten más información, otros están eligiendo vivir la vida loca en lugar de comprometerse con seguir a Jesús, otros se están dejando engañar por vanas filosofías que los alejan de Dios, otros simplemente atraviesan el desierto de la indiferencia. Pero todos ellos necesitan desesperadamente la salvación que solamente el Hijo de Dios puede otorgar. Oremos, por favor, para que más y más personas lleguen al conocimiento de Jesús como Salvador personal, para que sus corazones se llenen con el mismo asombro y emoción que Felipe y Natanel experimentaron al conocerle.
Ahora, resulta bien interesante la reacción de Jesús ante la declaración de fe de Natanael. Imagino a los demás alrededor pensando algo así como “¡Wow! ¡Lo que dijo!”. En especial pienso en Felipe y tal vez alguno más que conociera personalmente a Natanael reaccionando ante el hecho de que para que él dijera semejante cosa tenía que estar verídicamente conmovido y profundamente convencido.
Pero Jesús no estaba impresionado. Aceptó la declaración de Hijo de Dios y Rey de Israel sin pestañear, sin asumir una postura diferente, pero tuvo algo que decir al respecto.
50Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. 51Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre. (Juan 1:50-51)
No importa que tú y yo estemos leyendo esto unos dos mil años después de que haya ocurrido, sigue siendo impactante. El Maestro acababa de manifestar un conocimiento profundo de aquel hombre que nadie más tenía. Todos nos conmovemos ante tal conocimiento, pero Jesús va a decir que “aquello no es nada”. “¿Esto te sorprende y maravilla?”, le diría a Natanael ante el creciente asombro de todos los presentes (incluyéndonos), “pues prepárate para lo que viene”.
Aquel “pequeño” intercambio de palabras habían sido suficientes para que un hombre se dispusiera a un cambio completo en su vida, pero nuestro Señor sabía que aquellos hombres verían mucho más.
Cosas mayores que estas verás.
Tú y yo somos lectores de los evangelios y sabemos que, efectivamente, Natanael vio cosas mayores. Los evangelios nos transmiten el poderoso testimonio de las palabras y acciones que, una y otra vez, revelaron con toda claridad que Jesús es el Hijo de Dios, el Único Salvador, el Mesías prometido de Dios, por medio de quien todo aquel que crea en Él recibirá la salvación y la vida eterna. Nada de lo que hizo Jesús fue en vano, sino que todo tiene la capacidad de transmitir el mensaje de quién es Él, nuestro Salvador.
Los relatos de los evangelios no nos hablan con frecuencia de visiones de ángeles durante el desarrollo de los milagros del Señor, pero Él anunció que aquello representaría el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre (el Maestro, que acababa de ser anunciado como el Hijo de Dios siempre se presentó como el Hijo del Hombre). Realmente, los evangelios son el relato de una incesante actividad espiritual, de esa que nuestros sentidos por lo general no son capaces de percibir.
El Reino de Dios se había acercado, los cielos estaban abiertos.
Jesús es el Hijo de Dios, el Rey de Israel, el Único y suficiente Salvador de todo aquel que cree en Él.
Asegurémonos de que nunca nos abandone el asombro y el entusiasmo ante su persona, y compartámoslo como aquellos primeros discípulos con la mayor cantidad de personas que nos sea posible.
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