16. El Libro del Génesis: La sentencia a los pecadores y gran misericordia de Dios

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Introducción

Agradezcamos al Señor por el libro de Génesis, ya que nos declara de forma concisa no solo cómo se creó todo lo existente, sino que nos describe al hombre tal como es.
En estos 15 sermones hemos venido meditando de forma detallada sobre la creación perfecta de Dios y ahora nos encontramos describiendo el terrible proceso por el que la humanidad ha perdido los privilegios de comunión con su creador y de dominio sobre las criaturas.
En nuestro anterior sermón vimos cómo la serpiente fue maldecida a vivir humillada y se profetizó su derrota por parte del mesías, no si sufrimiento la simiente de la mujer pisaría la cabeza de la serpiente para así deshacer sus obras 1 Jn3:8.
Con la ayuda del Señor hoy meditaremos en las sentencias dadas a la mujer y al hombre por su pecado, y la afectación al orden creado por la irrupción del pecado. (breve exhortación de la gravedad del pecado título del sermón)

Exposición Bíblica

A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces, con dolor darás a luz los hijos; y para tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti.
Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol del que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida,
espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo;
con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás.
Y llamó Adán el nombre de su mujer Eva, por cuanto ella fue la madre de todos los vivientes.
Y Jehová Dios hizo para el hombre y para su mujer túnicas de pieles, y los vistió.
(Gn 3:16-21)
Estamos en frente de la primera sentencia dada a la humanidad por haberse atrevido a traicionar a su creador y sustentador. Pero veremos que aún en medio de todo este terrible escenario el Señor tiene misericordia de nuestros primeros padres dándoles la fe en la simiente prometida y cubriéndoles de su vergüenza, señalando con ello la cobertura de la justicia de Cristo.

La sentencia a la mujer

A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces, con dolor darás a luz los hijos; y para tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti.
A la mujer se la condena a dos cosas: a un estado de dolor y a un estado de sujeción, unos castigos adecuados al pecado por medio del cual había satisfecho su deseo y orgullo.
Leemos en Gn3.6 que la mujer vio con agrado el fruto del árbol prohibido, ahora ese agrado se convertirá en dolor Aprendamos que todo lo que llamamos agradable fuera de Dios a posterior solo es dolor.
El pasaje que leímos también declara que la mujer al ver el fruto prohibido deseo más sabiduría, lo cual expresa el orgullo tremendo en su corazón de ser como Dios, ahora ese orgullo será humillado. La mujer fue creada para ser ayuda idónea para el hombre pero su orgullo la llevará a que sea enseñoreada por su marido.

El dolor en la mujer como sentencia por su pecado

Génesis La sentencia de Eva (4004 a. C.) (Génesis 3:16)

cada dolor y cada gemido de la mujer que pare proclaman las funestas consecuencias del pecado

A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces, con dolor darás a luz los hijos...
Los dolores de las preñeces son multiplicados, pues incluyen no solo los dolores de parto, sino las indisposiciones anteriores a él (es dolor desde la concepción) y la fatiga de la lactancia y las inquietudes posteriores; y después de todo, si los hijos demuestran ser impíos y necios, son, más que nunca, la pesadumbre de aquella que los alumbró. De este modo, se multiplican los dolores en este mundo, cuando uno termina, surge otro. (Ap. el pecado trajo el dolor al mundo Rom8:22; fue esto lo que convirtió el mundo en un valle de lágrimas, puso incontables problemas sobre nuestras cabezas e hizo fluir ríos de aflicción en nuestros corazones y, de este modo, inundó el mundo: si no hubiésemos conocido la culpa, no habríamos conocido la aflicción)

La mujer es enseñoreada por su marido como sentencia por su pecado

y para tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti.
Bajo esta sentencia a la mujer se la coloca en un estado de sujeción. Todo el sexo femenino, que fue creado igual al hombre, por el pecado es constituido secundario y se le prohíbe usurpar la autoridad. (1Tim2:11-14)
Esta sentencia solo vale para ese mandamiento: Las casadas estén sujetas a sus propios maridos (Ef. 5:22); pero la introducción del pecado ha convertido este deber en un castigo que de otra forma no hubiera existido. (Ap. Si la mujer no hubiese pecado, habría obedecido siempre con humildad y mansedumbre; y entonces el señorío habría sido sin agravio, pero vemos que eso no es así)
A la esposa en particular se la sitúa por esto bajo el dominio de su esposo y no a la propia disposición de la esposa, de lo cual vemos un ejemplo en esa ley en Números 30:6–8, donde se le da poder al esposo, si le place, para anular los votos hechos por la esposa.
Aquellas esposas que no solo menosprecian y desobedecen a sus esposos, sino que los dominan, no piensen que no solo violan una ley divina, sino que estropean una condena divina.
Si Eva no hubiese comido el fruto y no hubiese tentado a su esposo a comerlo, nunca se habría quejado de su sujeción; pero de lo que debemos quejarnos es del pecado que hizo que las cosas fueran de este modo.
Pero aún dentro de esta sentencia contra la mujer por causa de su pecado, el Señor muestra misericordia y totalmente inmerecida
La mujer tendrá dolor, pero será al tener hijos, y el dolor se olvidará por el gozo del nacimiento de un hijo (cf. Jn. 16:21).
Estará sujeta, pero lo estará a su propio marido que la ama, no a un extraño, tampoco a un enemigo: la condena no era una maldición para llevarla a la degradación, sino una disciplina para llevarla al arrepentimiento.
Convenía no interponer la enemistad entre el hombre y la mujer, como existía entre la serpiente y la mujer.

La sentencia al hombre

Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol del que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida,
espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo;
con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás.
Lo primero que debemos mencionar en cuanto a la sentencia al hombre por su pecado es que fue tan grave que el prefacio de todas la calamidades que vendrían fue porque el hombre obedeció otra voz, la voz de su mujer, sabiendo que él solo debía obedecer la voz de Dios su hacedor y sustentador. (Ap. Esposos, tengan mucho cuidado de obedecer a priori a sus esposas ya que un disgusto o llanto de ellas no son tan amargos como la disciplina del Señor)
El Señor sentencia al hombre con 3 cosas:
Se maldice la morada o residencia del hombre.
Sus ocupaciones en la tierra serán amargas.
Su vida física es limitada en la tierra.

La maldición de la morada o residencia del hombre como sentencia por su pecado

maldita será la tierra por tu causa...
Como han podido notar a la mujer se la sentencia por su pecado al dolor en las preñeces y a la sujeción a su marido, pero, no leemos que fue maldecida. Eso es porque la palabra maldición en el contexto de las escrituras tiene que ver con la transgresión al pacto. Con esto podemos declarar que es al hombre a quien se le hace responsable del quebrantamiento del pacto de obras. Pero...
Adán no es condenado como lo fue la serpiente (cf. v. 14), sino que solo lo fue la tierra por su causa. Dios le había concedido bendiciones, incluso la santa simiente: No lo desperdicies, porque bendición hay en él (Is. 54:8). Y guardaba bendiciones para él; por tanto, no es condenado directa e inmediatamente, sino, por decirlo así, de segunda mano.
La morada de hombre será cambiada; ya no habitará en un notable, bendito paraíso, sino que será trasladado a un terreno natural y además maldito.
El terreno, o la tierra, se extiende a la totalidad de la creación visible que, por el pecado del hombre, está sometido a la inutilidad, diversas de sus partes no son tan buenas para el refrigerio y felicidad a las que estaban destinadas cuando fueron creadas y lo habrían sido si él no hubiera pecado.
Dios entregó la tierra a los hijos de los hombres, la destinó a ser un lugar confortable donde viviera. Pero el pecado ha alterado su propiedad. Ahora está maldita a causa del pecado del hombre; es decir, es un lugar infame, indica el destino del hombre, que su origen es el polvo; es un lugar árido y estéril, sus productos silvestres son ahora maleza y espinos, cosas asquerosas y nocivas; los buenos frutos que produce deben ser arrancados de ella por medio del ingenio y la actividad del hombre. (Ap. Esta condena sobre la tierra corta toda esperanza de felicidad en las cosas en este mundo, esto para que el Señor por gracia pudiera dirigirlo y apremiarlo a buscar la felicidad y satisfacción solo en las cosas de arriba.)

Las ocupaciones del hombre en la tierra son amargas como sentencia por su pecado

con dolor comerás de ella todos los días de tu vida,
espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo;
con el sudor de tu rostro comerás el pan
Su tarea se convertirá en adelante en fatiga y sudor en su rostro (cf. v. 19). Su tarea, antes de pecar, era de constante deleite para él, el huerto era entonces cultivado sin labor pesada alguna y mantenido sin cuidado trabajoso; pero, ahora su tarea se haría con cansancio y agotamiento de su cuerpo; su tarea sería angustiosa y entristecería su mente. (Ap. Aquellos hombres que son fatigados por el trabajo recuerden Ese desvelo y cansancio por el trabajo son nuestro justo castigo, al cual nos debemos someter con paciencia y no quejarnos, pues son inferiores a los que nuestra iniquidad merece)
Su comida se convertirá en adelante (comparada con lo que había sido) en desabrida.
[1] La materia de su comida se cambia; debe ahora comer hierbas del campo y ya no podrá deleitarse con los manjares exquisitos del huerto de Edén. Tras hacerse semejante a las bestias que perecen (Sal. 49:12), es justamente convertido en uno de sus compañeros naturales y destinado a comer hierba como los bueyes hasta que sepa que el cielo gobierna (Dn. 4:26).
[2] Hay un cambio en la forma de comer: con dolor (v. 17) y con el sudor de tu rostro (v. 18) debe comer. Adán no podía sino comer con dolor todos los días de su vida recordando el fruto prohibido que había comido y la culpa y la vergüenza que había contraído al hacerlo. (Ap. Esto debía llevar al hombre a buscar un mejor alimento, uno que permanezca y ese es el Pan de Vida)

La vida física del hombre es limitada en la tierra como sentencia por su pecado

hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás.
Esto señala bien al primer origen de su cuerpo; fue hecho del polvo, mejor dicho fue hecho de polvo; y seguía siéndolo; por tanto, solo requería que su inmortalidad fuera revocada y retirar el poder empleado que la sustentaba y luego, por supuesto, volvería al polvo.
El hombre es una pobre y débil criatura, como el polvo.
El pecado trajo la muerte al mundo. Si Adán no hubiese pecado, no habría muerto (cf. Ro. 5:12). Dios entregó a Adán una chispa de inmortalidad, la cual él, mediante la paciente continuidad del beneficio, podría haber henchido en una llama eterna; pero la apagó tontamente con su pecado deliberado: y ahora la paga del pecado es muerte (Ro. 6:23) y el aguijón de la muerte es el pecado (1 Co. 15:56).
Pero… Aún con este panorama tan desolador por causa del pecado del hombre, cada sentencia fue puesta sobre el segundo Adán en favor de sus escogidos, ya que:
Génesis Génesis 3:17–19

2. Cuán admirable reparación la que hizo nuestro Señor con su muerte y sufrimientos de la condena decidida sobre nuestros primeros padres.

(1) ¿Empezaron las aflicciones con el pecado? Leemos de las aflicciones del alma de Cristo (cf. Is. 53:11); y a los dolores de la muerte a los cuales estaba sujeto se les llama odinai (cf. He. 2:14), los dolores de una mujer de parto.

(2) ¿Empezó la sujeción con el pecado? Cristo nació bajo la ley (cf. Gá. 4:4).

(3) ¿Empezó la maldición con el pecado? Cristo fue hecho maldición por nosotros, murió una muerte maldita (Gá. 3:13).

(4) ¿Empezaron a aparecer los espinos con el pecado? Le pusieron una corona de espinas por nosotros (cf. Mt. 27:29).

(5) ¿Empezó el sudor con el pecado? Por nosotros sudó, por decirlo así, grandes gotas de sangre (cf. Lc. 22:44).

(6) ¿Empezó el dolor con el pecado? Él fue varón de dolores (Is. 53:3), su alma estuvo muy triste, hasta la muerte. (Mt. 26:38).

(7) ¿Empezó la muerte con el pecado? Él se hizo obediente hasta la muerte (Fil. 2:8). El apósito es tan ancho como la herida. ¡Bendito sea Dios por el Señor Jesucristo!

La gran misericordia de Dios

Y llamó Adán el nombre de su mujer Eva, por cuanto ella fue la madre de todos los vivientes.
Ya la había llamado Ishah-mujer como esposa; aquí se la llama Eva-vida, como madre.
La bendición del Redentor, la simiente prometida, a quien Adán tenía en mente al llamar a su esposa Eva-vida; pues en él tendrían vida todos los vivientes y en él serían benditas todas las familias de la tierra (Hch. 3:25), en la esperanza de lo cual así triunfa.
Y Jehová Dios hizo para el hombre y para su mujer túnicas de pieles, y los vistió.
Los ropajes empezaron con el pecado. No habría habido motivo para hacerlo, bien por protección o por pudor, si el pecado no nos hubiese desnudado para vergüenza nuestra. Pocas razones tenemos, por tanto, para sentirnos orgullosos de nuestras ropas que son tan solo símbolo de nuestra pobreza y deshonra.
Adán y Eva se hicieron túnicas de hojas de higuera, una cobertura demasiado estrecha para envolverlos (cf. Is. 28:20). Así son todas nuestras propias justicias, como trapos de inmundicia (Is. 64:6). Pero Dios les hizo túnicas de pieles: grandes, fuertes y duraderas y adecuadas para ellos; así es la justicia de Cristo. Por tanto, vestíos del Señor Jesucristo (Ro. 13:14).
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