Sermón sin título (19)

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La intención que Juan tenía al escribir el Evangelio es muy clara. Nos dice explícitamente: «Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis vida en su nombre» (20:30, 31). Esta declaración de principios dirige nuestra atención hacia las «señales» que Jesús hizo, al hecho de que Juan hace una selección de «todas ellas» y al propósito teológico y evangelístico que dirige todo el libro. Juan escribe sobre muchos temas: el ministerio de Juan el Bautista, los discursos de Jesús, la magnífica historia sobre lo que aconteció en el aposento alto, la última noche de la vida de Jesús, historias sobre acontecimientos tanto esperanzadoras como decepcionantes, llegando al clímax. con la pasión y la resurrección. 1 Pero al resumirlo todo en una frase, Juan destaca las «señales». Creo que este hecho no implica que Juan considere las señales como la parte más importante del Evangelio. Sin embargo, es evidente que, cuando él quiso aclarar el propósito global, las utilizadas. 2 Las señales Juan tiene su propia forma de utilizar la palabra «señal». Es una palabra importante que indica algo que la trasciende. 3 Cuando se usa para hablar de un milagro, se entiende que el hecho no es un fin en sí mismo. Tiene un significado que se completa con otros aspectos, además del milagro. Por supuesto, Juan no es el único que utiliza este término. Los Sinópticos también lo usan a menudo. (En Mateo lo encontramos trece veces, en Marcos siete y en Lucas once.) 4 Sin embargo, más bien lo utilizan para explicar la «señal» que el ángel dio a los pastores de que encontrarían a un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre (Lucas 2:12), o la «señal» del cielo que los fariseos pedían a Jesús. (Marcos 8:11). Jesús condenó a sus contemporáneos como «generación adúltera y perversa» por buscar una señal, y llegó a decir que la única señal que verían sería la del profeta Jonás. Dios había obrado en Jonás y, por lo tanto, él era una «señal». De igual manera que el reacio profeta estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, Jesús dijo que el Hijo del Hombre estaría «en la tierra tres días y tres noches» (Mateo 12:38–40). En otra ocasión, cuando los saduceos y los fariseos se unieron para pedirle a Jesús una señal, Él les reprochó que podían interpretar la climatología, sabiendo leer en el cielo las señales de buen o mal tiempo, y no pudieron interpretar «las señales de los tiempos». De nuevo, la misma «generación adúltera y perversa» busca una señal, pero no recibirán nada aparte de la «señal de Jonás» (Mateo 16:1–4). Los discípulos de Jesús podían buscar señales. Le preguntaron: «¿Cuándo sucederá esto y qué señal habrá cuando todas estas cosas se hayan de cumplir?» (Marcos 13:4, cf. Lucas 21:7). 5 Mateo lo expresa de la siguiente manera: «¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu venida…?» (Mateo 24:3). En el discurso que Jesús pronunció a continuación no solamente habló de «la señal«, sino de una multiplicidad de grandes señales y maravillas que aparecerían en el tiempo (Mateo 24:24, Marcos 13:22, Lucas 21:25–28), aunque Mateo habla específicamente de «la señal del Hijo del Hombre» que aparecerá en el cielo» (Mateo 24:30). Puede ser importante notar que la demanda siempre es de una señal, no de señales. Nadie le pide a Jesús que realice una multitud de milagros. La razón que puede explicar este hecho es que «la señal» constituiría una prueba irrefutable de que Él venía de Dios. Nadie menciona qué tipo de señal era la que se esperaba, de modo que aparentemente, no esperaban nada específico que la constituyera. Sin embargo, la gente pensaba que si ocurriera algo incuestionable que mostrara como un rayo de luz que Jesús era un ser celestial, las cosas estarían más claras. Ése era precisamente el tipo de señal que Jesús se negaba inmediatamente a dar. Él debía ser reconocido por quién y qué era y por lo que habitualmente hacía. 6 Existían señales para los que tenían ojos para ver, pero no había una actuación deslumbrante que implicara ningún tipo de creencia por parte de los espectadores. La demanda de una señal se fundamenta en la idea de que Dios tenía que actuar de acuerdo con las previsiones de los escribas y de los fariseos, y esto es hacer de él un dios en términos humanos. Por esto Jesús llama a los que demandaban una señal de este tipo una «generación perversa y adúltera». Las señales en el Evangelio de Juan Juan utiliza la palabra semeion 17 veces, de las cuales 11 se refieren a milagros de Jesús. Puede ser una referencia general, como la que tenía Nicodemo en la cabeza: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él» (Juan 3:2). Es importante observar que Nicodemo distingue que los milagros no son un fin en sí mismos (son «señales») y contempla este hecho como una prueba de que Jesús «venía de Dios» (Nicodemo entiende correctamente el significado de «señal»). Encontramos una actitud parecida en algunos fariseos cuando Jesús sanó al ciego de nacimiento. La opinión de uno de ellos era: «Este hombre no viene de Dios porque no guarda el día de reposo». Pero otros compañeros decían: «¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales?» (9:16). Esta opinión no se rebatió, pero aquellos que pensaban de otra manera tampoco cambiaron de idea. Los que exteriorizaron las palabras, entendieron que Dios estaba actuando en Jesús, y esto tenía más importancia de lo que los fariseos, en general, no podían entender sino como una violación del día de reposo. Las señales podían llevar a la gente hacia Jesús, como los 5.000 a los que alimentó con los panes y los peces (6:2). 7 Acercarse a Jesús por ese motivo no es el ideal, pero Él no rechaza a nadie, incluso a los que se le acercan por tales motivos. Incluso más adelante se queja de los que vienen a Él con motivos más bajos: «Me buscáis no porque hayáis visto las señales, sino porque habéis comido de los panes y los peces y os habéis saciado» (6:26). La fe que se apoya en las señales no es la clase de fe más elevada, pero es de lejos mucho mejor que se acerque a Jesús para obtener una buena comida. Las señales deben provocar la fe, y Jesús acoge a los que reaccionan a ellas creyendo en Él. 8 Esto no significa que buscara hacer una señal que no diera posibilidad a la gente de no creer en Él. Un poco más tarde en la misma situación le preguntaron: «¿Qué pues, haces tú como señal para que veamos y creamos?». Pero el Jesús del cuarto Evangelio se negaba a realizar tales señales, igual que el Jesús de los Sinópticos. Las señales podían, y solían, traducirse en fe. Pero nunca fueron el arma que aplastase de manera definitiva a la oposición. 9 Siempre cabía la posibilidad de que la gente se negara a ver la mano de Dios en las señales y que, por lo tanto, no creyeran. Solamente aquellos que estaban abiertos a lo que Dios decía, respondían con fe. Y esas personas querían y respondían de esta manera. La palabra «señal» en sí misma no tiene necesariamente una connotación sobrenatural. Puede ser utilizado como «una indicación en el paisaje que señala direcciones». 10 Utilizando la palabra en estos términos, Pablo escribe a los Tesalonicenses que el saludo con su propia mano es «una señal distintiva en todas mis cartas» (2 Tesalonicenses 3:17). También habla de la circuncisión como una «señal» (Romanos 4:11) y, por supuesto, ésta es una señal divina institucionalizada: Desde antaño Dios instituyó la circuncisión como señal del pacto que hizo con Abraham y sus descendientes (Génesis 17:10). –14). Esto nos lleva al uso más característico del término en la Biblia, su uso en conexión con la presencia de Dios. En este caso, puede referirse, como la circuncisión, a algo que Dios ha ordenado y que tiene importancia para la práctica de la religión, oa algo que Dios mismo hace. Un ejemplo importante y característico es la expresión «señales y milagros» para describir lo que Dios hizo para sacar a Israel de Egipto (Deuteronomio 26:8). Al mismo tiempo que el término no perdió su antigua connotación secular usada para todo aquello que se pueda discernir como importante, llegó a tener un significado especial para los religiosos, una «señal» podía mostrar la actividad de Dios. Es esta «presencia de Dios» la que se busca en los pasajes de Juan donde aparece este término. 11 Nicodemo se dio cuenta porque cuando se acercó a Jesús le saludó con las palabras: «sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él» (3:2). 12 Es este momento de la narración, no sabemos a qué señales se está refiriendo a Nicodemo. Dado que Juan solamente ha mencionado la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, no es probable que el fariseo de Jerusalén se refiera a este incidente rural. Pero Juan nos enseña que Jesús hizo un gran número de señales visibles para los habitantes de Jerusalén (2:23), y, evidentemente, Nicodemo había oído hablar de ellas. No solamente había oído hablar de estas señales, sino que supo reconocer su significado. De esta manera estaba reconociendo el origen celestial de Jesús. Me gustaría pasar a comentar otras cosas que Juan dice sobre Jesús y sobre lo que sus señales nos enseñan. Pero antes de esto, me gustaría recordar que las señales nos dicen mucho sobre Dios. Nadie en su sano juicio intentaría minimizar el papel de Jesús en el cuarto Evangelio, pero lo que debe quedar muy claro es que este Evangelio sitúa a Dios en el lugar más alto. A través de estas señales es Dios mismo el que se muestra y actúa. CK Barret resalta una importante diferencia entre escritores como Filón y los gnósticos por un lado y Juan por otro. Tanto Filón como los gnósticos comenzaron a entender la naturaleza de Dios: Él debe entenderse como pura bondad o un ser puro, como Omnipotente y, en consecuencia, capaz de hacer cumplir su voluntad. Se preguntan cosas como: «¿Cómo puede un Dios así amar y redimir a criaturas que no merecen ser amadas y que, por lo general, no desean salvarse?». De esta forma desarrollan «elaborados sistemas de mediación» para explicar cómo el Dios por el que postulan puede llevar a cabo estas cosas. Pero Juan comienza con el Mediador, el Mediador que acerca al pueblo «al Dios de la tradición bíblica quien, a pesar de estar en las alturas, es el Creador de todas las cosas, siempre activo en las cuestiones humanas y siempre listo para morar en aquel que tenga un espíritu monoadumbrado y contrito. 13 Debe quedar claro que el cuarto Evangelio no es una teoría espiritualizada sobre la naturaleza de Dios y de cómo ese Dios acorta distancias entre Él y su creación. Existe un Mediador, uno que en lo que es y en lo que hace que nos revele al mismo Dios. Y el Dios que encontramos en este Evangelio es un Dios que se interesa por su creación, que ama a su pueblo, que nunca abandona a los que ha creado. Este Dios que actúa consigue su propósito a través de Jesús. En la tumba de Lázaro Jesús oró: «para que crean que Tú me has enviado» (11:42). No estaba buscando nada para Él de la señal que iba a acontecer, buscaba que las personas vieran que Dios le había enviado. Juan hace una vívida descripción de Jesús. Pero también tranquiliza a sus lectores con el Dios vivo. Las señales nos hablan sobre cómo Dios trabaja y cómo la mano de Dios está presente en ellas. Pero también nos muestran algo sobre Jesús. Según la versión de Juan, las señales eran tan especiales que ni siquiera un hombre piadoso podría hacerlas, a no ser que tuviera una relación muy especial con Dios. Son una indicación de la superioridad de Jesús con respecto a los hombres piadosos, no una prueba de que el lugar de Jesús estuviera entre ellos. R. Schnackenburg, tras estudiar el significado teológico de las señales, cree que «finalmente nos conduce a asumir una conexión intrínseca entre la encarnación y la revelación de Jesucristo en “señales”, algo que presenta y hace posible». 14 Las señales nos indican lo que Dios hace, pero su objeto es mostrar lo que Dios hace en Jesús, no en toda la humanidad. Y lo que Dios hace en Jesús es consumar el acto decisivo de la salvación de los pecadores. Se está revelando: gracias a lo que hizo en Jesús sabemos que «Dios es amor» (1 Juan 4:8, 16). Pero también está expiando, porque su amor implicaba entregar a su propio Hijo «para que todo aquel que crea en Él no se pierda, mas tenga vida eterna» (3:16). Las señales apuntan hacia este acto decisivo. Por esto Alan Richardson puede decir de la primera señal que Juan recoge, la transformación del agua en vino, que «implica un simbolismo muy sugerente, y hay un sentimiento como si todo el Evangelio girara en torno a este hecho». Indica también que en el capítulo 3 Nicodemo «aprende lo inadecuado del judaísmo y la necesidad de nacer de nuevo en Cristo. El significado del milagro de Caná es que el judaísmo debe ser purificado (cf. 2:6) y transformado para encontrar plenitud en Cristo, el que trae la nueva vida, la vida eterna de Dios que ahora se ofrece al hombre a través de Su Hijo». 15 El significado de una señal individual sólo puede entenderse dentro del gran plan de salvación que Dios lleva a cabo a través de su Hijo. JDG Dunn insiste en ello. Puede decir: «El significado real de los milagros de Jesús es que apuntan hacia su muerte, resurrección y transformación, hacia la transformación producida por un nuevo espíritu, y por lo tanto nos llevan a creer en Jesús el (crucificado) Cristo, el ( resucitado) Hijo de Dios». 16 Puede que muchos no estén dispuestos a admitir esta visión de las señales, pero no cabe duda de que el hecho de que ellas apunten hacia la obra salvadora de Jesús no ofrece lugar a dudas. Es importante resaltar que, a veces, Juan dice que las personas creyeron simplemente por las señales. Éste fue el caso del milagro de las bodas de Caná. Después de esta señal vemos cómo los discípulos «creyeron en Él» (2:11). No hubo discurso ni enseñanza sobre lo sucedido. Simplemente fue la señal y después, la fe. Exactamente igual que en la sanación del hijo del oficial del rey. Cuando el oficial del rey supo que su hijo había sanado en Cafarnaúm en el mismo momento en el que Jesús pronunció sus palabras en Caná, «creyó él y toda su casa» (4:53). De nuevo, sin discursos, Jesús no explica que Dios está en todo el proceso, y tampoco demanda fe. Simplemente hace la señal, que viene seguida de fe. Había también una diferencia entre algunos de los oponentes de Jesús: los que le preguntaban: «Ya que haces estas cosas, ¿qué señal nos muestras?» (2:18) y los que le decían «¿Qué, pues, haces tú como señal para que veamos y te creamos?» (6:30). 17 El primer ejemplo tiene lugar después de limpiar el templo y es una muestra de que, a través de lo que Jesús hizo ese día, estaba mostrando alguna prueba evidente de su carácter divino. La petición era que Jesús diera pruebas de que Dios estaba en lo que hizo. Si no conseguía probarlo, la conclusión sería que su actividad era meramente humana y por lo tanto no debían prestarle atención. Pero si conseguía producir una «señal», entonces las cosas cambiarían. Sabrían que Dios obraba en Jesús y se darían cuenta de lo que hacía. Ésta era su recuperación. Pero el segundo pasaje hace dudar de la sinceridad de los oponentes porque la demanda de una «señal» se hizo después de la alimentación de los 5.000, como si este milagro no fuese suficiente señal. 18 Lógicamente, Jesús se queja de su actitud en el discurso que pronunció en aquella ocasión cuando dijo, entre otras cosas: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (6:26). La satisfacción física de disfrutar de una buena comida podía atraerles, pero eran incapaces de percibir la «señal» que Jesús estaba haciendo. 19 Lo triste es que, además, esta señal nos enseña una gran verdad: que Jesús provee para nuestras necesidades espirituales más profundas y que esta provisión solo se encuentra en Él. 20 En otra ocasión, Jesús señaló que sus oyentes no creerían a no ser que vieran «señales y prodigios» (4:48). Buscaban actos espectaculares y milagrosos y, hasta que no los vieran, no verían al Mesías. 21 Preferían elegir ese tipo de actos. Uno piensa que la serie de «señales» recogidas en este Evangelio son una prueba suficiente del poder milagroso, pero los enemigos de Jesús no estaban convencidos. Con el tiempo llegaron a reconocer que Jesús hacía milagros, incluso aplicaron la palabra «señal» para describirlos: «Este hombre hace muchas señales» (11:47). Pero aún reconociendo esto, no descubrieron la mano de Dios y seguían dispuestos a enfrentarse a Jesús. Por supuesto, desde la Antigüedad, personas ajenas al pueblo de Dios realizaron milagros (como los magos egipcios en la época de Moisés), e Israel fue advertida de no dejarse engañar por esta gente ni por sus hechos (Deuteronomio 13:1–5). . Evidentemente, los líderes judíos tenían este punto de vista sobre las señales de Jesús: las reconocían como el tipo de cosas que la gente corriente no podía hacer, pero no aprendían nada sobre la persona de Jesús ni sobre su relación con Dios. No acertaron a ver la mano de Dios en todo ello. En otras palabras, no entendieron nada. RT Fortna señala que: «presenciar un milagro, incluso beneficiarse de él y buscar a su autor… y seguir sin entender que se trata de una “señal” es no comprender nada. Una señal, para ser entendida o “vista”, debe ser entendida con todo su sentido teológico». 22 Algunas personas vieron cómo Jesús alimentaba a una multitud con cinco panes y dos peces, e incluso participación de la comida, y aún así seguían insistiendo en pedir una señal (6:30). Habían visto el milagro. Se había beneficiado personalmente de él, pero habían fracasado a la hora de entender su significado; no habían sabido entender que Dios estaba actuando en lo que hacía Jesús. No habían sabido entender la señal. Lo que Juan dice es que deberían haberlo entendido. Lo que Jesús hacía no era simplemente milagroso (Juan nunca utiliza teras , «milagro» para describirlo); era significativa . Los signos o señales no tenían como objetivo mostrar lo bellísima persona que era Jesús, su objetivo era enseñar sobre Dios, mostrar cómo Dios actuaba a través de Jesús, y retarles a responder a esta iniciativa divina con fe. 23 El problema con los líderes judíos es que no podían ver la mano Dios cuando actuaba delante de ellos. Vieron que había una conexión entre los milagros y la fe: «Este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos van a creer en Él» (11:47, 48). Pero negaban tanto la realidad de los milagros como su poder para provocar la fe. Negaban la mano de Dios en ellos. Consideraban solo como obras de poder aquello que debía haberles llevado a la fe (aunque utilizaban la palabra «señal» no entendían su significado). Y dado que los milagros no eran más que obras de poder, el resultado era endurecimiento, no fe. En un pasaje importante, Juan señala este fracaso como el cumplimiento de una profecía. Dice de Jesús: «Aunque había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en Él, para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído nuestro anuncio…?» (12:37, 38). Juan cita Isaías 53:1, y añade Isaías 6:10. Estaba convencido de que las señales de Jesús apuntaban a Dios, y que la gente debía reconocer esto y actuar en consecuencia. Pero también estaba seguro de que la gente malvada nunca se había distinguido por su obediencia a Dios, como los profetas documentan exhaustivamente. Por esto Juan encuentra apoyo en Isaías para sus convicciones sobre la lentitud de muchos judíos en aceptar a Jesús. Simplemente estaban viviendo un ejemplo clásico de incredulidad. A la cita de Isaías le siguen las siguientes palabras: «Esto dijo Isaías porque vio su gloria y habló con Él» (12:41). La idea de la gloria está específicamente entrelazada con algunas de las señales. De este modo, en la primera señal Jesús «manifestó su gloria» (2:11), y cuando le informó sobre la enfermedad de Lázaro, Él dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella» (11:4). Más tarde le dijo a Marta: «¿No te dije que si creías verías la gloria de Dios?» (11:40). En este Evangelio la gloria es compleja e incluye la idea de la gloria que vemos en la bajeza, para que la cruz sea el lugar donde Jesús es glorificado. Pero además de reconocer todo esto, Juan aclara que es en las señales donde el creyente puede discernir la gloria que de verdad pertenece a Cristo. Dios no actúa sólo a través de las obras. El evangelista recoge las palabras «de muchos» que se acercaron a Jesús en la zona del país en la que había tenido su ministerio Juan el Bautista, «Juan no hizo ninguna señal» (10:41). 24 No hay lugar a dudas de que la mano de Dios estaba presente en Juan el Bautista tal y como lo describe el cuarto Evangelio. Dios puede obrar y obra en personas sin necesidad de que tenga que aparecer lo milagroso. Pero Él obró en Jesús de una forma especial; así lo muestran las señales. Y lo que las señales muestran es lo que preocupa especialmente a Juan. Por lo tanto, es muy importante la forma en la que Juan usa el término «señal». Para él, es un modo de resaltar la mano de Dios en el ministerio de Jesús. Juan no intenta ser comprensivo: simplemente recoge un grupo de señales que muestran lo que hizo Dios en Jesús. Es importante que estas cosas no se entiendan simplemente como milagros. Juan nunca describe lo que hizo Jesús como un teras (milagro). Para él, el hecho de que el milagro sea inexplicable no es lo importante. Es cierto que un milagro no se puede explicar con premisas humanas, pero a Juan le preocupa más resaltar que lo de verdad importa en un milagro es que lleva el sello de Dios. No olvidemos que Juan el Bautista, que era sin lugar a dudas un hombre piadoso, no hizo ninguna señal. Las señales eran algo especial. No pertenecen a los hombres piadosos en general, sino a Jesús. Lo que era importante era lo que Dios hacía en Jesús. Él estaba presente en Jesús de una manera en la que no estaba presente en ningún otro ser humano. Esto es lo importante para Juan, y las señales son la prueba de ello. 25 las obras La importancia de las «señales» para Juan es indiscutible. Pero no debemos olvidar que en este Evangelio Jesús casi siempre habla de sus «obras», no de sus «señales». 26 Por supuesto, «obras» es un término general, que no tiene necesariamente una conexión con los milagros (como también sucede con las «señales»). Se puede usar para determinar las obras de Dios (6:28) o las de los hombres (8:39). Cuando se utiliza para obras que hacen los hombres, éstas pueden ser buenas (3:21, 8:39) o malas (3:19, 7:7). Las obras de las personas pueden hacer referencia a terceros, por ejemplo, cuando Jesús contesta a los judíos que reclamaban que «Abraham es nuestro padre», Jesús les respondió: «Si sois hijos de Abraham, hizod las obras de Abraham» (8: 39). Ser hijos de Abraham significaba actuar como él y hacer el tipo de cosas que él hacía. Pero esta gente no vive como Abraham. Hacía las obras de su padre, como dijo Jesús (8:41) al afirmar que éste era el diablo (8:44) y que, por eso, accionaban de ese modo. A la luz de este episodio, no nos sorprende comprobar que las buenas obras sean llamadas «obras de Dios» (6:28, 29). La gente se preguntaba: «¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?» (6:28), una pregunta que busca una respuesta concreta para saber exactamente qué tipo de cosas quiere Dios que hagamos, qué tipo de cosas le agradan. Es interesante observar que Jesús responde en singular, y no en plural: «Ésta es la obra de Dios: que creáis al que Él ha enviado» (6:29). Los judíos buscaban recibir una lista de tareas que agradarían a Dios. Jesús les responde con una declaración sobre la necesidad de tener fe; no deben intentar acumular mérito delante de Dios por sus obras, sino más bien confiar en Dios, lo cual, por supuesto, implicaba confiar en aquel que había sido enviado. Debemos considerar las palabras «de Dios» en este contexto, porque un poco después Jesús dice sencillamente: «Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me envió» (6:44). Jesús muestra cómo la fe es una obra de Dios en los creyentes, una obra que les acerca a Él. Por lo tanto, entendemos que las buenas obras sean de la clase que sean originadas en Dios. Pero, como muestra la enseñanza de Jesús, no estamos solos. Dios ha tomado la iniciativa de mandar a su Hijo, y obra en nosotros de tal manera que podemos hacer las obras correctas. El santo nunca se felicita por sus buenas obras, sino que da gracias a Dios por permitirle aportar su granito de arena. En una ocasión Jesús mira a sus obras proyectándolas hacia el futuro y relacionándolas con lo que sus seguidores harían después de su partida: «el que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre» (14:12). 27 probablemente no se está refiriendo a milagros, sino a actos de conversión y similares. Cuando leemos en el libro de los Hechos, vemos a los primeros cristianos haciendo muy pocos milagros espectaculares, pero, en mi opinión, ninguno de ellos superó los que hizo Jesús. Pero por el poder del Espíritu, los cristianos llevaron a mucha más gente a Jesús de lo que lo habían hecho mientras él vivía. La providencia de Dios está recogida en una frase de Forsyth, que dice que Jesús no vino tanto a predicar el Evangelio, como a que hubiera un Evangelio que predicar. Pero cuando Juan emplea la palabra «obras», normalmente se está refiriendo a las obras de Jesús (18 de las 27 ocasiones en las que aparece hacen referencia a obras de Jesús). A veces se trata de milagros. Son las obras que «ningún otro ha hecho» (15:24). Jesús dijo: «Una sola obra hice y todos os admiráis» (7:21). Esta idea también está en el pasaje sobre las grandes obras que harían sus seguidores, según vimos en el párrafo anterior. Las «obras» son «señales» con otro nombre. Las obras se realizan solamente en conexión muy directa con el Padre. Por supuesto, pueden ser llamadas Sus obras: “El Padre que mora en mí hace sus obras” (14:10). En este Evangelio Jesús nunca dice “mis obras” (aunque sí dice “las obras que hago”, 10:25, 14:12, cf. 5:36, pero en cada ocasión el contexto indica claramente que el Padre está involucrado en las obras de Jesús). No debemos pensar que Jesús actuó por propia iniciativa, independientemente de su Padre celestial. Gracias a esta conexión con el Padre, Jesús puede decir a sus oyentes que crean en él «por las mismas obras» (14:11). No deben creer porque las obras sean milagrosas y levanten admiración (a pesar de ser cierto), sino porque el Padre está en ellas, el Padre las hace. Esto las convierte en una pieza esencial para Jesús, que dice: «mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra» (4:34). Dar vista a un ciego es instructivo. Incluso el terrible dolor de la ceguera está «para que las obras de Dios se manifiesten en él» (9:3), por eso al hablar con el ciego Jesús dice: «Debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día» (9:4). La palabra «debemos» nos indica una necesidad divina forzosa: ya que Jesús ha sido «enviado», es imperativo que cumpla su misión. Por tanto, la «obra» de devolver la vista al ciego debe ocurrir cuanto antes. Jesús debe hacer lo que el Padre le ha mandado. No entenderemos a Juan si vemos a Jesús como un milagrero, una figura humana separada de Dios, moviéndose entre las masas y ganando la aprobación divina por ser quien era y por lo que hacía. Para Juan es desesperadamente importante mostrar que el Padre está en Jesús de una manera activa, tan activa que es el Padre el que hace las obras milagrosas. Nada menos que Dios es el que vive y obra en Jesús. Las mismas obras son testigos de la cercanía entre el Padre y el Hijo. En este Evangelio es imposible contemplar las obras de Jesús como si fueran completamente del Jesús humano o completamente del Padre divino. Ambos participantes, y si no entendemos esto, estamos perdiéndonos un punto importante enfatizado por Juan. Dado que los judíos no entendían esto, se oponían a él enérgicamente, hasta el punto de querer apedrearle en una ocasión, a lo que Jesús respondió: «Os he mostrado muchas obras buenas que son del Padre» (no eran las obras de un hombre). de Galilea, eran las obras en esencia «del Padre») «¿Por cuál de ellas me apedreáis?» (10:32). Cuando uno de sus oponentes le acusó de blasfemia, Jesús le respondió: «Si no hago las obras de mi Padre no me creáis. Pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed en las obras…» (10:37, 38). La fe es una pieza clave en el Evangelio, y las obras pueden ayudarnos a tener fe; evidentemente Jesús está diciendo que las obras pueden ser más efectivas que sus enseñanzas a la hora de producir fe. Desde un punto de vista un tanto diferente Jesús dice: «Porque las obras que el Padre me ha dado para llevar a cabo, las mismas obras que yo hago dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado» (5:36) . El hecho de que las obras dan testimonio aparece de nuevo cuando Jesús responde a las acusaciones de los judíos en el pórtico de Salomón, preguntándole si él era el Cristo: «Las obras que yo hago en el nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí» (10:25). Las obras son un claro testimonio de que el Padre está en aquello que Jesús hace. Muestran que el Padre «ha enviado» a Jesús. Si estos judíos hubieran considerado en realidad lo que Jesús hacía o lo que el Padre hacía a través de Él, no le habrían preguntado tales cosas. Las obras y las palabras tienen una misma función reveladora, por eso Jesús dice: «Las palabras que yo os digo no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí hace las obras» (14:10). También dice: «… que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo esas cosas como el Padre me enseñó» (8:28). Se mueve con facilidad de las palabras a los hechos y de los hechos a las palabras. Rudolf Bultmann probablemente exagera cuando dice: «las obras de Jesús (o en general, todo su ministerio) son sus palabras». 28 No sirve de nada confundir dos cosas diferentes, el hecho de estar íntimamente relacionado no las convierte en idénticas. Pero debemos tener en cuenta esta relación. Las obras son impresionantes, y Jesús en una ocasión habla de hacer cosas más grandes de las que sus oyentes habían visto «para que os admiréis» (5:20). Pero esto es un subproducto, no el elemento esencial de las obras. Lo que nos debe llamar la atención es lo divino, no lo milagroso. Y no solamente debe llamar nuestra atención, sino que también debe reforzar nuestra fe y nuestra obediencia. No debemos perder de vista que las obras son importantes en Jesús debido a su origen en el Padre. Por regla general, la palabra se utiliza en plural: «obras», como hemos comprobado en varios pasajes. Sin embargo, de vez en cuando aparece en singular, refiriéndose no a un milagro en particular, sino a toda la vida de Jesús. Por eso Jesús dijo al comienzo de su ministerio lo importante que era para Él «hacer la voluntad del que me envió, y llevar a cabo su obra» (4:34) Y justo al final pudo decir en su oración: «Yo te glorifiqué en la Tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera» (17:4). Todo su tiempo en la Tierra puede entenderse como una obra de Dios. Jesús no vino a realizar una obra en particular, sino a cumplir, a través de toda su vida, el propósito de salvación de su Padre. Este hecho es una razón más para explicar el uso de la palabra «obra» como lo que hizo Jesús. Es un término que se refiere tanto a lo que es milagroso como a lo que no lo es, y en especial a esto último. Nos indica que, a pesar de que nosotros distinguimos las obras de Jesús, etiquetando algunas como milagrosas, y otras no, para Él la distinción no era importante. Todas eran sus «obras». Es significativo resaltar que, en el Evangelio, Jesús se refiere casi siempre a sus «obras» más que a sus «señales». Juan escribe sobre Jesús utilizando la palabra «señal» en dos ocasiones. La primera ocasión es cuando se refiere a aquellos que no creerían en él sin: «señales y prodigios» (4:48). La segunda es cuando dice a las gentes que vienen a Él porque se saciaron de pan, no por las señales (6:26). Pero en las demás ocasiones, Él habla de «obras». Juan nos describe a un Jesús para el cual las «obras» eran más naturales que las «señales». Las «obras» eran las cosas que hacía fácilmente y con naturalidad. Podemos clasificarlas en naturales y sobrenaturales, pero esa es una clasificación nuestra. Para Jesús, todas eran sus «obras». El uso de esta palabra también nos enseña una gran verdad: la vida de Jesús es un todo indivisible. No podemos decir que hizo cosas como Dios y cosas como humano. No tenía una doble personalidad, cambiando de Dios a hombre y viceversa. Era una persona, aunque se trataba de una persona que hizo de manera natural tanto las cosas que nosotros podemos hacer como las que no podemos hacer. Jesús hizo la obra de Dios de una manera consistente, ya fuera viviendo tranquilamente como un campesino Galileo o haciendo grandes milagros. Y puesto que hacía la obra de Dios, la gloria de Dios se mostraba en todo lo que hacía; desde luego en los milagros, pero también en las pequeñas cosas de cada día. La gloria estaba siempre. Para alguien tan conocedor de las Escrituras del Antiguo Testamento como Juan, hay una característica más en cuanto a las «obras». En el Antiguo Testamento encontramos muchas referencias a «las obras de Dios» y es imposible pensar que Juan no las conociera cuando escribió el Evangelio. Por ejemplo, cuando Jesús habla del agua viva (4:10), nos recuerda pasajes como la «fuente de agua viva» (Jeremías 2:13; 17:13) y la invitación de Dios para que los sedientos se acerquen al agua ( Isaías 55:1). Las referencias al maná (6:31, 49) nos recuerdan el regalo de Dios a su pueblo (Éxodo 16:13–15; 16:33–35) y la luz verdadera que alumbra a todo hombre (1:9) nos recuerda cómo Dios creó la luz (Génesis 1:3) y pasajes como «El Señor es mi luz» (Salmos 27:1). Pero la expresión «las obras de Dios» se utiliza en el Antiguo Testamento particularmente para lo que Dios hizo en la Creación (Génesis 2:2–3, Sal. 8:6, etc.) y en la liberación de su pueblo (Salmos 44:1; 78:4, etcétera). Estos ejemplos se corresponden con dos facetas de las obras de Cristo que fueron importantes para Juan. Este evangelista afirma que todas las cosas fueron hechas por medio de Él (1:3), ya lo largo del Evangelio muestra la nueva vida que Jesús trae a los creyentes. Y todo va encaminado hacia el punto más álgido de esta nueva vida: la liberación que Cristo otorga con su muerte en la cruz. Existe una continuidad entre las obras de Dios en la Antigüedad y las obras de Dios en su Hijo. Es el mismo Dios realizando la salvación. Morris, León. Jesús Es El Cristo: Estudios Sobre La Teología de Juan. Editado por Nelson Araujo Ozuna et al., trad. Ismael López Medel, Colección Teológica Contemporánea. Viladecavallas, Barcelona: Editorial Clie, 2003.
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