Escuche, señora
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Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Todos queremos lo mejor para las personas que amamos. ¿Es así o no en lo que te respecta? Entre todas las personas que conocemos hay algunas especiales, aquellas que por diferentes razones ocupan un lugar privilegiado en nuestro corazón. Algunos de ellos “han estado siempre allí”, son parte de nuestra familia y nos unen con ellos lazos sanguíneos y afectivos a la vez. Otros se han ido uniendo a nosotros al compartir momentos, experiencias, vivencias, pero han llegado a atravesar las fronteras que usualmente nos separan de los demás y han llegado a importarnos. Para ellos queremos lo mejor. Con ellos procuramos comunicarnos con mucha frecuencia y, si alguno de ellos llega a correr algún riesgo, si está expuesto a algún peligro, nosotros estaremos allí para ayudar, aconsejar, proteger y ayudar.
Una relación muy especial se produce entre aquellos que reciben a Jesús como su Salvador y Señor. De acuerdo a las enseñanzas de Jesús y el relato de su Palabra, el Espíritu Santo produce un vínculo sobrenatural entre los hijos de Dios. Los hijos de Dios compartimos experiencias, vivencias, llegamos a enlazar nuestras almas de una manera más profunda que con otras personas. Nos comunicamos con mucha frecuencia y procuramos estar allí para todo aquello en que nos podamos ayudar los unos a los otros.
En estos versículos encontramos la comunicación entre el apóstol Juan, ya anciano, y un grupo particular de creyentes con los que sintió la necesidad de comunicarse.
A nosotros nos ha tocado vivir en la era de las comunicaciones. Algunas veces he tratado de imaginarme cómo se habrá desarrollado el lenguaje, hablado y escrito en los albores de nuestra historia. Lo cierto es que los seres humanos hemos recibido de Dios una enorme capacidad y necesidad de comunicarnos de diferentes maneras. Hoy en día dedicamos mucho tiempo, de diferentes maneras, comunicándonos unos con otros. Antiguamente las comunicaciones fueron más lentas y elementales, pero desde siempre hemos sentido la necesidad de comunicarnos.
¿Qué tiene para decirle el anciano Juan a esta “señora” con la que se comunica?
El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros:
Esta introducción es diferente a la de otras cartas. Las cartas de Pablo, por ejemplo, se dirigen a los cristianos en determinada ciudad, como Corinto o Filipos. En este caso no se menciona una ubicación en particular. Algunos han pensado que esto convierte esta carta en universal, dirigida a todas las iglesias, y de hecho así la tomamos, aplicándola a cada grupo de creyentes. Pero el hecho es que aquí el autor habla de una conexión muy personal con aquella gente.
Asumimos que cuando habla de la señora se refiere a la iglesia, y sus hijos serían sus miembros, los cristianos que la componen.
En cuanto a ellos, la iglesia y sus miembros, Juan confiesa:
...a quienes yo amo en la verdad...
Presta mucha atención aquí. Juan no está diciendo simplemente que “de verdad les ama” (como una reafirmación de la sinceridad de su afecto por ellos), sino que los ama en la verdad.
Esta declaración es muy diferente.
Juan amaba a aquellos hermanos “en la verdad”, así como los hijos de Dios debemos amarnos unos a otros “en la verdad”.
En estos primeros tres versículos de la carta, la verdad es mencionada en tres ocasiones, siempre con el mismo significado.
La verdad es un concepto importante para Juan. Él fue quien escuchó a Jesús expresar que Él es la verdad.
6Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6)
Juan sabía que Jesús no solamente conoce la verdad: Él ES la Verdad.
Juan había experimentado y enseñado que cuando uno realmente se encuentra con Jesús y le recibe como Salvador y Señor, uno pasa a estar en la Verdad (así, con mayúscula).
¿Recibiste a Jesús como tu Señor y Salvador? ¿Estás en la Verdad?
Las experiencias, la percepción de la vida, las decisiones, el estilo de vida y muchas cosas más cambian para aquellos que pasan a estar en la Verdad. Ya no son “personas comunes y corrientes”, ya no son más “de este mundo”. Quienes están en Jesús son nuevas criaturas.
Por eso Juan podía afirmar que amaba a aquella iglesia y sus miembros en la Verdad, en su experiencia con Jesús, en su relación con Dios, en el plano espiritual de su condición de hijo de Dios.
Observa que Juan afirma que no solamente él amaba a la iglesia y sus miembros, sino todos los que han conocido la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros y estará para siempre con nosotros.
Esta es una afirmación que afecta a todos los que hemos creído en Jesús, y que por tanto estamos en la Verdad. Un nuevo vínculo se establece entre todos aquellos que están en la Verdad.
¿Experimentas ese vínculo con los demás creyentes? ¿Tienes este sentido de pertenencia a Jesús que te vincula con los otros discípulos?
A ellos, Juan les expresa sus mejores deseos:
Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor.
Desea tú también lo mejor para tu iglesia, para aquellos que con tu familia espiritual. Hay un vínculo poderoso que nos une, porque somos uno en Cristo Jesús.
Luego de su saludo, Juan continúa con otra referencia personal. Tiene sus motivos para alegrarse (regocijarse).
Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre.
Juan se “había encontrado” con algunos de “los hijos” de la señora (los miembros de la iglesia). ¿Cuál fue el motivo de su alegría? Que percibió que andaban en la verdad.
A veces me he preguntado, ¿qué sentiría Juan si se encontrara conmigo, o con los miembros de la iglesia? Juan se había relacionado con aquellas personas, tal vez había tenido conversaciones con ellos, se contaron historias de sus vidas, compartieron, y Juan discernió espiritualmente que no se habían apartado, que permanecían tomados de la mano de Jesús, que andaban en la verdad.
No solamente eso, no solo andaban en la verdad, sino que lo hacían conforme al mandamiento que recibimos del Padre.
Estas palabras suenan como un diagnóstico espiritual. ¿Pasaríamos tú y yo ese diagnóstico? ¿Alguien podría decir de nosotros que andamos en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre?
¿Qué nos calificaría para recibir este título?
Seguramente tiene que ver con
El estilo de vida
Las relaciones
Las palabras
Las acciones
Las decisiones
¿Qué tendría un líder tan importante y respetable como el apóstol Juan para decirle a nuestra iglesia?
¿Qué tendría para decirte a ti como cristiano?
Tratándose de un líder tan respetable y profundo, uno esperaría un discurso un poco complicado, un desarrollo de alguna manera desconocido para algunos. Pero no es eso lo que Juan expresa aquí. Es más, estas palabras nos suenan tremendamente conocidas.
Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros.
¡Vaya! Esto suena como...
Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio.Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra.El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas.El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo.Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
Al mismo tiempo, Juan suena haciendo eco de aquellas palabras:
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.
De verdad lo lamento si estás aburrido de escuchar el mismo mensaje, pero no puedo eludir la insistencia que uno encuentra en la Palabra del Señor.
Juan solamente se estaba dedicando a insistir en aquello que había notado que Jesús enfatizaba más. A veces insistimos en que queremos más manifestaciones del Espíritu Santo en nuestras vidas y nuestra congregación, y hacemos bien. Queremos más de Dios, más de su poderosa obra en nuestras vidas. ¡Bien por eso! Pero a veces pensamos que esas manifestaciones se limitan a sanidades milagrosas y expulsión de demonios, siendo que Dios quiere hacer esta otra poderosa obra en nosotros.
¡Que nos amemos!
Para Juan, aquello del “nuevo mandamiento” se había convertido en una especie del refrán. Es probable que se refiriera muchas veces a esto en sus enseñanzas, y que sus oyentes supieran exactamente de qué hablaba cuando se refería al “nuevo mandamiento”.
¿Cuál es ese mandamiento? ¡Que nos amemos!
Entendamos, otra vez, ¡Dios nos está ordenando que nos amemos!
Juan sabía que los miembros de aquella iglesia estaban en la Verdad, pero necesitaba volver a poner el énfasis en que se amaran.
¿Podemos asumir que Dios quiere esto para nosotros también? ¡Sí! Mas que mejores canciones, mensajes llenos de gritos, mejor orden en los servicios, lo que Dios quiere hacer en nosotros es el milagro del amor.
Esa es la señal poderosa de la obra del Espíritu Santo en la iglesia.
Ahora, vuelve a considerar que la Palabra se refiere a esto como un mandamiento. Por lo general consideramos que el amor es algo que “se produce”, que se da espontáneamente sin que nosotros intervengamos. No, aquí se nos ordena que lo hagamos, que decidamos amar, que elijamos voluntariamente conectarnos así.
¿Estarías dispuesto a obedecer los mandamientos de Dios? ¡Tienes que hacerlo! Y aquí tienes un mandamiento con el que Dios insiste una y otra vez en su Palabra, y con el que nos apremia para que lo obedezcamos.
Necesitamos aprender a reconocer que muchas veces Dios ve las cosas de una manera diferente a cómo nosotros las vemos. Y la suya es la manera correcta.
Considera seriamente este aparente juego de palabras:
Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio.
Aquí Dios, inspirando a Juan al escribir esta carta, está definiendo el amor de una manera diferente.
¿Cómo podríamos evitar insistir en algo en lo que Dios insiste tanto?
¿Queremos una mejor iglesia?
¡Aquí está la clave!
La clave no es tener mejor tecnología, mejores luces, mejor música, mejor pastor, mejores mensajes… ¡La clave es que nos amemos, más y mejor!
Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos.
Hubiera esperado otra cosa: que nos dijera que el amor consistía en que nos demos más abrazos, que no nos peleemos, que nos hagamos regalos. Pero no es eso lo que dice.
La Nueva Traducción Viviente lo dice así:
El amor consiste en hacer lo que Dios nos ha ordenado...
No sé si te sucede lo mismo, pero a mí estas palabras me recuerdan estas otras:
Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Definitivamente, Juan estaba enseñando lo que había escuchado enseñar a Jesús.
Observa que en su carta, Juan presenta esto en dos sentidos:
Por un lado señala que el amor consiste en obedecer los mandamientos del Señor.
Luego afirma que su mandamiento (ese que hay que obedecer para manifestar el amor) es que andemos en amor.
¿Quieres la manifestación del Espíritu Santo en tu vida? ¡Ama! ¡Ama especialmente a tus hermanos y hermanas en Cristo!
Por lo general limitamos nuestro amor en nuestra familia y con nuestros amigos. Necesitamos empezar a ver a nuestros hermanos en la fe con otros ojos, con los del Espíritu, con los de Aquel que los amó tanto como para entregar a su Hijo por ellos.
Ese es su mandamiento.
Hay una conexión indivisible entre nuestro amor por Dios y nuestra obediencia.
Necesitamos experimentar esa conexión. Lo que pone de manifiesto a los verdaderos hijos de Dios no es la apariencia sino el amor que los une.
Ninguno de nosotros quiere ser engañado, confundido o conducido por un camino equivocado. Sin embargo, es muy probable que a cada uno de nosotros ya nos haya sucedido. Nuestro mundo está lleno de señales equívocas, las que conducen en un sentido erróneo.
Observa de qué manera Juan definía a los autores de los engaños:
Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo.
Esto ocurría en el mundo y el tiempo del apóstol Juan, a fines del primer siglo. Sin embargo, parece una descripción de lo que sucede a nuestro alrededor en el siglo XXI.
¿Muchos engañadores? Sí, demasiados. El mundo está lleno de ellos. Surgen maestros, profetas, predicadores, maestros, gurúes y toda clase de enseñadores cada día, y todos señalan en diferente dirección.
Eso nos desafía a concentrarnos en afirmarnos en el camino correcto. ¿Cuál es? El mismo que afirmó ser la Verdad es también el Camino.
¿Quienes son los engañadores? Los que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne.
En aquel tiempo habían maestros que señalaban que Jesús había sido solamente una especie de “aparición espiritual”, sin consistencia material o física. Esa no había sido la experiencia de Juan, que señaló haberlo visto, oído y tocado.
Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.
Jesús no fue solamente “un espíritu”, sino que el Hijo de Dios vino en la carne para sufrir en ella para concedernos la salvación.
Hoy en día, son muchos que consideran que todo lo que hablamos de Jesús es pura fantasía, que no es real, que no vale la pena pensar al respecto. ¿Cómo categoriza la Palabra a esas personas? Los llama engañadores y los identifica como el anticristo.
Eso habla de un poder espiritual contrario a la obra de Dios, a lo que Dios quiere hacer por medio de Jesús. Ese mismo poder está manifestándose en el mundo en que vivimos, así como ya se manifestaba en tiempos de Juan.
Se nos está advirtiendo que si hacemos a un lado la enseñanza y el énfasis acerca del amor, estaremos apartándonos de la voluntad de Dios.
El amor entre los hijos de Dios resiste y se opone a la potencia espiritual de los engañadores y el anticristo.
Oponte, y para hacerlo, ama.
Nadie se quiere perder el fruto de su esfuerzo. Es decir, siempre que nos esforzamos por algo, lo hacemos para recibir un premio, una recompensa, un resultado, y no nos queremos perder eso.
En estas palabras hay una profunda advertencia:
Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo.
Ese “Mirad por vosotros mismos” se trata de una advertencia para cuidarnos, para prestar atención, para considerar el camino en el que andamos.
¿Cuál es la advertencia? Si no prestamos atención podríamos quedarnos sin la recompensa por nuestro trabajo y esfuerzo, podríamos perdernos el buen resultado de nuestra lucha. ¡Ten cuidado!
Dios quiere que recibas tu premio completo, sin que te falte nada. Seamos cuidadosos para amar, para andar en los mandamientos del Señor, de manera que cuando llegue el momento de estar en su presencia recibamos el premio que Él nos tiene preparado.
Por lo general prestamos atención a los avisos que nos exhortan a tener cuidado, a prestar atención, de manera que nada salga mal. ¿Lo haremos en este caso?
Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo.
¿Hasta qué punto es importante la doctrina que uno cree? ¿En serio es así de importante?
Bueno, pero, ¿qué es esta doctrina de la que habla aquí?
Juan se está refiriendo a las enseñanzas. Acaba de hacer referencia a los muchos engañadores, representantes del espíritu del anticristo, que están dispersos por el mundo y que procuran influenciar sobre la iglesia. Si alguien cultivara, creyera o aplicara a su vida algo diferente a lo que aprendemos y recibimos en Cristo, aquí se señala que esa persona no tiene a Dios. Esto es algo muy serio.
¿Qué clase de enseñanza estás siguiendo tú? ¿Tienes en tu vida y aplicas lo que Jesús enseñó? ¡Es muy importante!
Observa las señales de advertencia: ¡no te extravíes! ¡Persevera en la doctrina (la enseñanza) de Cristo!
Es bastante interesante que en su primera carta, Juan había señalado algo muy específico que representaba la presencia de Dios en la vida de una persona.
Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
El énfasis es el mismo. Tanto en 1 como en 2 Juan, la Palabra enfatiza el amor como manifestación de la presencia de Dios en una persona.
¿Entiendes lo serio que es esto? La obra de Dios en ti no se manifiesta por el hecho de que participes en las actividades de la iglesia, sino por el hecho de que ames, visible y efectivamente a los demás discípulos de Jesús.
Lo que se añade aquí es la exhortación a perseverar, a permanecer, a insistir en la enseñanza de Jesús. Es algo que tiene que estar presente en la vida del hijo de Dios cada día.
¿Con cuánta frecuencia prestas atención a la enseñanza de Jesús para aplicarla, crecer, servirle y dar fruto para Él?
Tiene que ser hoy, y mañana, y el día siguiente. El que tiene a Dios persevera, insiste, permanece.
Creo que todos sabemos que tenemos que ser cuidadosos en cuanto a cuáles son las personas a las que les dedicamos nuestra confianza. No todos califican para que les abramos la puerta de nuestra casa y nuestro corazón.
Eso también se aplica a cuáles son las personas que consideramos miembros de nuestra familia espiritual y con quienes compartimos como hijos de Dios.
Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras.
Por un lado, presta atención a lo que haces y comprométete individual y personalmente para caminar con Jesús, obedeciéndole y sirviéndole en todo lo que haces. Y al mismo tiempo, ten cuidado con quién compartes tu vida y tus vivencias espirituales.
Evita tratar como hermanos en la fe a las personas que niegan a Jesús, que no caminan con Él. Esas personas si deben permanecer en nuestras vidas para que les podamos dar testimonio de Jesús, pero no son miembros de nuestra familia, y no les podemos conceder el mismo acceso a nuestras vidas que nuestros hermanos.
Celebra a los hijos de Dios, los que transitan la vida de la mano de Jesús, y comparte con ellos.
A pesar de todos los avances de la tecnología y las comunicaciones, las mejores experiencias y la mejor edificación personal siempre se produce cara a cara.
Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido.
Los hijos de tu hermana, la elegida, te saludan. Amén.
Juan quiere tratar con aquella iglesia cara a cara, y seguramente tiene mucho que hablar con ellos. Eso nos indica que se dedicó a escribirles lo fundamental, lo más urgente.
Toma las enseñanzas de esta pequeña carta como vitales, urgentes, necesarias.
Las iglesias, las diferentes iglesias, necesitan aprender a tener relaciones fraternales, amorosas y a comunicarse unas con otras también.