JESUCRISTO, SALVACIÓN Y GOZO DEL CREYENTE EN PRUEBA

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Que la audiencia vea a Cristo como la fuente de su salvación y alegría, poniendo su confianza en él en medio de las pruebas.

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INTRODUCCIÓN

Qué difícil es entender al ser humano. Algunos se acercan al Señor, porque están pasando por pruebas bastante difíciles. Otros, se apartan del Señor, por esta misma razón. Unos, vienen porque ven las bendiciones de Dios en sus vidas y quieren agradecerles, otros, cuando son bendecidos… se marchan. ¡quien los entienden!
Lo cierto es que las pruebas y aflicciones de la vida nunca pueden ser una excusa para abandonar al Señor.
Ya estamos advertidos de que “en el mundo tendremos aflicción”. Y permítame reiterarles una vez más, si usted está pasando por una prueba, esta carta de 1 Pedro es para usted.
Hoy seguiremos compartiendo, expositivamente, las enseñanzas de esta maravillosa carta, bajo el título “Jesucristo, salvación y gozo del creyente en prueba”, basados en 1 Pedro 1:8-12.

NUESTRA RESPUESTA AL CRISTO QUE SALVA (LEER V. 8-9)

Debemos amarle, aun sin haberle visto.

Una respuesta natural ante la grandeza y belleza de Cristo y su obra, es el amor. Pedro resalta esto sobre los hermanos que estaba siendo “probado por fuego” (v. 7), amaban a Jesús.
El amor de estos creyentes era un amor sincero y el apóstol estaba convencido de esto. Por eso el término que utiliza en “lo aman” es del verbo ἀγαπάω (agapaō).
Para Pedro, este término tiene mucho significado porque él fue confrontado por nuestro Señor, luego de su negación y de la resurrección del Señor, en un encuentro en el que Juan narra en Juan 21:15-17.
Juan 21:15–17 (NBLA) — 15 Cuando acabaron de desayunar, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas (ἀγαπᾷς με) más que estos?». «Sí, Señor, Tú sabes que te quiero (φιλῶ σε)», le contestó Pedro. Jesús le dijo: «Apacienta Mis corderos». 16 Volvió a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas (ἀγαπᾷς με)?». «Sí, Señor, Tú sabes que te quiero (φιλῶ σε)», le contestó Pedro. Jesús le dijo*: «Pastorea Mis ovejas». 17 Jesús le dijo por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres (φιλεῖς με)?». Pedro se entristeció porque la tercera vez le dijo: «¿Me quieres?». Y le respondió: «Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te quiero (φιλῶ σε)». «Apacienta Mis ovejas», le dijo Jesús.
Nosotros de igual manera, no hemos visto al Señor en persona, como estos hermanos a los que en primera instancia Pedro se dirige; nosotros de igual manera estamos atravesando pruebas y aflicciones; a nosotros de igual manera, se nos ha ofrecido la salvación a través de la predicación del evangelio de Cristo Jesús; y de nosotros de igual manera, se espera que respondamos a Cristo amándolo genuinamente, aun en medio de la aflicción y el dolor.

Debemos creer en él, aun sin estar viéndolo.

Otra respuesta que el apóstol Pedro señala de estos hermanos, ante la realidad de la salvación en Cristo que han experimentado, es la fe. Esta fe, que era el medio para que el poder de Dios le protegiera (v.5) y que tenía como resultado la salvación (v.9), estaba siendo probada como el oro (v.7) y se esperaba sea hallada en alabanza, honor y gloria en la revelación de Jesucristo (v.7b).
Judas, que sirvió con Jesús, se perdió. Pedro, quien fue llamado por Jesús, le negó. Tomas, quien vivió con Jesús como 3 años, no creyó tanto a lo que Cristo mismo había anunciado de antemano sobre su resurrección, sino que no creyó al testimonio de sus compañeros y hermanos las buenas nuevas del cumplimiento de esta promesa.
Leer Juan 20:24-29
Juan 20:24–29 NBLA
24 Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. 25 Entonces los otros discípulos le decían: «¡Hemos visto al Señor!». Pero él les dijo: «Si no veo en Sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en Su costado, no creeré» 26 Ocho días después, Sus discípulos estaban otra vez dentro, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino* y se puso en medio de ellos, y dijo: «Paz a ustedes». 27 Luego dijo* a Tomás: «Acerca aquí tu dedo, y mira Mis manos; extiende aquí tu mano y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». 28 «¡Señor mío y Dios mío!», le dijo Tomás. 29 Jesús le dijo*: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron».
Somos bienaventurados, al igual que estos hermanos dispersos en la diáspora, porque se nos ha concedido creer sin ver. La respuesta al evangelio es creer y arrepentirse. Creer en Cristo y lo que ha hecho por nosotros en la Cruz para que nuestro problema de pecado sea solucionado y nuestra relación con Dios sea restaurada.
Juan testifica sobre lo que está escrito: “pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengan vida en Su nombre.” (Juan 20:31, NBLA)
Jesús mismo testifica: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16, NBLA)
Pablo y Silas le dijeron al carcelero: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y toda tu casa.” (Hechos de los Apóstoles 16:31, NBLA)

Debemos regocijarnos en él.

La tercera respuesta de estos creyentes es el gozo o alegría. Este estado del ánimo es una característica de todo creyente, no importando su situación. Pedro señala dos veces que estos hermanos “se regocijan grandemente” (v. 6 y 8).
La fuente de este gran regocijo es Cristo mismo y su salvación.
Nuestro Señor Jesucristo, en una de las bienaventuranzas, dice:
“Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí. Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que ustedes.” (Mateo 5:11–12, NBLA)
El mismo apóstol Pedro, más adelante, dice:
“Antes bien, en la medida en que comparten los padecimientos de Cristo, regocíjense, para que también en la revelación de Su gloria se regocijen con gran alegría.” (1 Pedro 4:13, NBLA)
El apóstol Pablo dice que el gozo es un fruto del Espíritu:
“Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley.” (Gálatas 5:22–23, NBLA)
Existe un gran desafío para nosotros con esta respuesta. No es cuestión fácil tener un estado de ánimo alegre en medio de los diferentes procesos de la vida. Las Escrituras no invitan a experimentar un gozo extraño, porque no está sujeto a las circunstancias favorables ni a nuestro estado de ánimo emocional ambivalente, sino un gozo que surge de la plena convicción de que Cristo es nuestro Salvador y que nos sostendrá y dará algo mucho mejor en la eternidad.

LA RESPUESTA DE LOS PROFETAS AL CRISTO QUE SALVA (LEER V. 10-12)

Una pregunta interesante para responder sería: ¿Cuál era la expectativa sobre esta salvación que es en Cristo Jesús?

En primer lugar, Pedro dice que los ángeles “anhelan mirar” (v. 12c)

Pablo, hablando sobre Cristo, dice: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne, Vindicado en el Espíritu, Contemplado por ángeles, Proclamado entre las naciones, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria.” (1 Timoteo 3:16, NBLA)
Los ángeles tuvieron una participación muy activa en todo lo relacionado con el nacimiento de El Salvador:
Hablaron con José (Mat. 1:18-21).
Hablaron con María (Luc. 1:26-38).
Hablaron con los pastores (Luc. 2:8-21).
Hay gozo en presencia de los ángeles cuando un pecador se arrepiente, dijo el Señor Jesús: “De la misma manera, les digo, hay gozo en la presencia de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.” (Lucas 15:10, NBLA)

En segundo lugar, Pedro dice que le fue revelado a los profetas antes de que se hiciera realidad. Pero no pudieron ver ni experimentar al Cristo vivo, como bien lo dijo el Señor:

“Pero dichosos los ojos de ustedes, porque ven, y sus oídos, porque oyen. Porque en verdad les digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.” (Mateo 13:16–17, NBLA)
¿Cómo respondieron estos hombres de Dios a esta revelación sobre la salvación y la persona de Cristo?
Los profetas profetizaron (v. 10a)
Los profetas diligentemente investigaron (v. 10b-11)
Los profetas sirvieron o ministraron para nosotros (v. 12)

Los profetas profetizaron (v. 10a)

Pedro, al presentar el evangelio en la casa de Cornelio, señala:
“De Él dan testimonio todos los profetas, de que por Su nombre, todo el que cree en Él recibe el perdón de los pecados” (Hechos de los Apóstoles 10:43, NBLA)
También en su segundo sermón puntualiza:
“Pero Dios ha cumplido así lo que anunció de antemano por boca de todos los profetas: que Su Cristo debía padecer.” (Hechos de los Apóstoles 3:18, NBLA)
Los profetas no pudieron quedarse callados con esta buena noticia sobre “la gracia que vendría”, o sea, Jesús y “profetizaron”. Gracias a ellos tenemos el registro del AT. Pero ahora nos corresponde a nosotros profetizar o proclamar sobre Jesús y la salvación en su nombre.

Los profetas diligentemente investigaron (v. 10b-11)

“Ustedes examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio de Mí!” (Juan 5:39, NBLA)
“Estos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así.” (Hechos de los Apóstoles 17:11, NBLA)

Los profetas sirvieron o ministraron para nosotros (v. 12)

Pedro indica que los profetas estaban conscientes de que el trabajo que hacían para el Señor, al anunciar sobre Cristo, era un servicio que, para nosotros, en el Nuevo Pacto, y no para ellos, en el Viejo Pacto.
Nos corresponde a nosotros, igual que estos profetas, responder antes la Grandeza y Belleza de Cristo y su obra de salvación:
Profetizando, o sea, compartiendo con otros sobre el maravilloso mensaje del evangelio glorioso de Cristo.
Investigando, o sea, cada día siendo intensional y diligente en conocer más sobre Cristo y su evangelio.
Sirviendo, o sea, colaborando en esta gran empresa misionera que transforma vidas con el poderoso evangelio de Cristo Jesús.

CONCLUSIÓN

Cristo es el centro de todo lo que hemos hablado. En él está la salvación del hombre pecado. No es lo mismo enfrentar las dificultades de la vida con Cristo que sin Cristo. Por eso hacemos un llamado a los que no son cristianos a que pongan su fe en él y se arrepientan de sus pecados. Porque solo de estos es la salvación que Cristo ha ganado en la Cruz.
Miremos a Jesús mientras caminemos en este mundo lleno de aflicción y dolor y respondamos a su salvación con amor, fe y gozo en él.
Miremos a Jesús mientras nos enfrentemos a nuestras realidades cotidianas y respondamos a su salvación, invirtiendo tiempo en compartir el evangelio con otros, investigando para aprender mas sobre Jesús y su Palabra y entregándonos a un servicio sincero a favor de nuestro Señor.
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