La cabeza victoriosa de la Iglesia
Sermon • Submitted • Presented
0 ratings
· 1 viewNotes
Transcript
Apocalipsis capítulo 5 es una representación poderosa de la soberanía y el amor sacrificial de Jesucristo, reforzando su papel como la cabeza de la Iglesia y el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
El capítulo comienza con una escena dramática en el cielo, donde Juan ve un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos, en la mano derecha de Dios. Un ángel poderoso proclama: "¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?" Nadie en el cielo ni en la tierra es hallado digno de abrir el libro ni de mirarlo, lo que hace que Juan llore mucho.
Sin embargo, uno de los ancianos le dice a Juan que no llore porque "He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos." Aquí vemos la primera conexión con Jesús como el triunfante cabeza de la Iglesia, el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, y el único con la autoridad y el poder para ejecutar el plan redentor de Dios.
Juan entonces ve un Cordero, como inmolado, que estaba en pie, en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos. Este Cordero es Jesucristo, quien, a pesar de su apariencia de haber sido sacrificado, está de pie y victorioso. Esta imagen subraya la paradoja de la fe cristiana: Jesús venció a la muerte a través de su propia muerte y resurrección.
La dignidad del Cordero está arraigada en su muerte sacrificial. Apocalipsis 5:9-10 captura esto: "Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra." Este versículo destaca que el sacrificio de Jesús no fue solo para unos pocos elegidos, sino para personas de todo el mundo, estableciendo una Iglesia diversa e inclusiva.
Jesús, como la cabeza de la Iglesia, dio su vida en la cruz, soportando un inmenso dolor físico y espiritual. La crucifixión fue una muerte espantosa y extenuante, marcada por la agonía física de los azotes, las bofetadas y los clavos atravesando sus manos y pies. Más allá del tormento físico, Jesús también experimentó una profunda angustia espiritual, cargando con el peso del pecado de la humanidad y experimentando la separación del Padre.
En medio de su sufrimiento, Jesús extendió el perdón a quienes lo crucificaron, diciendo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Este acto de perdón, incluso frente a un dolor inimaginable, ejemplifica su gracia y amor sin límites.
Debido a su muerte sacrificial y resurrección, Jesús es digno de ser adorado como el Cordero de Dios. Apocalipsis 5:12-13 captura la adoración celestial: "que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos."
Apocalipsis 5 pinta un cuadro vívido de la dignidad suprema de Jesucristo, arraigada en su papel como el Cordero sacrificial y la cabeza victoriosa de la Iglesia. Su dolor y sufrimiento en la cruz fueron soportados por amor a la humanidad, ofreciendo perdón y redención. Esto lo hace eternamente digno de toda adoración y alabanza.