Santificado sea tu nombre.

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«SANTIFICADO SEA TU NOMBRE»
«Santificado sea tu nombre» (Mateo 6:9).
«Proclámese que tú eres Santo» (Nueva Biblia Española).
INTRODUCCIÓN: Dios es santo en cuanto a su naturaleza y en cuanto a su localización. En un sentido absoluto sólo Dios es Santo y todo lo demás es santificado por Él. Santificar el nombre de Dios es reverenciarlo. Es proclamar que Dios es Santo. Is 6:3.
I. El nombre de Dios se santifica en lo que creemos:
1. Nuestras creencias y enseñanzas deben ser aprobadas por Dios y por su iglesia. Nuestro credo y artículos de fe deben estar basados en lo que el Espíritu Santo revela en la Biblia.
2. Hoy día la iglesia está amenazada con la avalancha de modernas teologías que, de vez en cuando, alguno que otro maestro o predicador que se aleja de lo establecido comienza a promulgar. Algunas de estas enseñanzas son:
Vístete como quieras al fin y al cavo Dios mira el corazón. 1 Timoteo 2:9.
b. Instrucciones sobre el atavío de las mujeres, 2:9, 10. Lo primero que Pablo les indica a las mujeres es que deben vestir con modestia. Esto no significa que debían ser descuidadas en su apariencia, sino que su manera de vestir debería mostrar decencia y ser apropiada para testificar que eran mujeres cristianas. Por lo tanto, no se están prohibiendo las joyas, ni arreglarse o vestirse bien, sino que al hacerlo no se tengan motivaciones incorrectas.
El problema en Éfeso parece haber sido que algunas mujeres cristianas estaban llamando demasiado la atención hacia sí mismas. El problema no eran las joyas, los peinados o los vestidos, sino que eran ostentosos y caros, es decir que se usaban por un deseo de sobresalir o con una actitud de vanidad, soberbia o presunción. Por lo tanto, la instrucción no es una prohibición total y permanente del uso de peinados, joyas o de vestir bien para todas las mujeres cristianas de todas las épocas y de todo lugar. Más bien, se debe recordar que en aquellos días las mujeres de la sociedad romana que podían tener tal apariencia eran las que vivían con un lujo extravagante y lo hacían para exhibirse. Es interesante que este mismo tema también fue tratado por el apóstol Pedro (1 Ped. 3:3, 4).
La danza de David. «Y David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová; y estaba David vestido con un efod de lino» (2 Samuel 6:14). Los exponentes de esta moda cristiana promueven que en las congregaciones se aprenda la danza judía. Muchos creyentes danzan movidos por el Espíritu Santo, pero esta danza de David es aprendida y motivada por la música.
El tabernáculo de David. «Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído…» (Hechos 15:16–18). Sus exponentes hablan de una renovación en la alabanza y la música cristiana. Por el contexto vemos que el tabernáculo de David aquí mencionado es en relación con los gentiles convertidos (Hechos 15:14, 19–21).
II. El nombre de Dios se santifica en lo que practicamos:
1. El evangelio más que una teoría recibida y aprendida, es una forma de vida, una conducta, un cambio y un llamado a ser diferentes.
2. Los creyentes somos las ilustraciones del evangelio ante un mundo que muchas veces no oye, pero ve. Para ellos nosotros seremos signos de interrogación (???), o seremos signos de exclamación (!!!).
3. Se da irreverencia al nombre de Dios cuando nuestro cristianismo no pasa de ser más que fórmulas religiosas y preceptos que sólo se practican detrás de las paredes de un templo. Nuestro cristianismo no sólo es de balcón, es de camino también. Don Miguel de Unamuno decía que había cristianos de balcón y cristianos de camino.
III. El nombre de Dios se santifica cuando le damos al Espíritu Santo el lugar que le corresponde en nuestras vidas:
1. Para santificar y reverenciar el nombre de Dios necesitamos ayuda, la cual nos la puede dar el Espíritu Santo.
2. Quitemos la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas y nos convertiremos en cadáveres religiosos, embalsamados de tradiciones y vestidos de ritualismos.
3. El Espíritu Santo tiene que mover las congregaciones en nuestros días. Eso no se va a lograr con la manipulación ni con el sensacionalismo ni el misticismo que muchas veces está tratando de suplantar la obra del Espíritu Santo.
Necesitamos predicadores explosivos, cultos explosivos, pastorados explosivos y congregaciones explosivas. Pero esas explosiones van a ocurrir cuando el Espíritu Santo arda en nuestros corazones como la zarza ardía en el desierto.
CONCLUSIÓN: Con nuestra vida y palabras demos testimonio de que nuestro Dios es Santo.
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