El Espíritu y la Biblia
Sermon • Submitted • Presented
0 ratings
· 1 viewNotes
Transcript
La Biblia misma es un ejemplo excelente de la interacción humana y divina.
Fue redactada tanto por autores humanos, individuales en sus diversos estilos y vocabularios, y por el Espíritu Santo, Quien los motivó a escribir, organizó las circunstancias, guió la formación de sus estilos y vocabularios y supervisó sus escritos para producir un libro exento de error.
Mucho del error en torno a la Biblia, así como de la consejería cristiana, proviene de descuidar ya sea el aspecto divino o el humano. No debemos cometer ninguno.
Cuando el Espíritu produjo la Biblia a través de medios humanos divinamente auxiliados, Él la hizo con un propósito.
No debería ser ignorada, sino que debería ser entendida (a través de Su iluminación) y obedecida (a través de Su poder).
Los muchos mandamientos de la Biblia –dirigidos tanto a los aconsejados como a sus consejeros –deben obedecerse.
El Espíritu no tiene la intención de ignorar la Biblia o que nosotros lo hagamos; más bien, Él tiene la intención de usarlo para los propósitos para los cuales Él hizo que se escribiera, el principal de los cuales es cambiar las vidas de Su pueblo.
También se confirma que el Espíritu Santo opera a través de la Biblia en que lo que la Biblia dice que hace, el Espíritu también dice que lo hace.
Por ejemplo, cada una de las cuatro funciones de la Escritura (enlistadas abajo) se dice que también se llevan a cabo por el Espíritu Santo (en los versículos agregados):
1. “Enseñanza”: compare con 1 Juan 2:27 (La “unción” representa al Espíritu Santo).
Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.
2. “Convicción”: compare con Juan 16:7–11.
Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.
Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
De pecado, por cuanto no creen en mí;
de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más;
y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.
3. “Corrección”: compare con Gálatas 6:1; 5:22, 23.
4. “Formación y disciplina en justicia”: compare con Gálatas 5:16–18; Romanos 6–8.
Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.
Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
En cada caso el Espíritu obra por medio de la Biblia.
Contrario a mucho de lo que se enseña hoy, el consejero debe afirmar que el Espíritu no obra fuera de la Biblia, sino a través de ella.
No debe aceptar ningún misticismo; no existe ninguna autorización bíblica para ello.
No se deben buscar ni esperar la revelación directa o los impulsos y las represiones del Espíritu (como si operara hoy a través de algún Urim y Turim interno).
Algunos, pensando que la voluntad del Espíritu se puede discernir a través de sentimientos u otras indicaciones externas a las Escrituras, se extraviaron lejos de los principios bíblicos.
Los buenos consejeros no permitirán que los aconsejados lo hagan ni ellos mismos ser culpables de ello.
La Biblia no ofrece el menor estímulo para seguir corazonadas extra bíblicas (no importa que tan “espirituales” parezcan) u otros sustitutos de una exégesis y aplicación bíblicas.
Es peligroso apartarse del Libro sólo por medio del cual el Espíritu ha prometido llevar a cabo los cambios que necesitamos hacer.
El Consejero y el Libro
Otra relación que podemos observar es la relación del consejero con la Biblia.
“¡Si la Biblia es lo suficientemente buena para el Espíritu, seguramente es lo suficientemente buena para el consejero!”
Así como el consejero bíblico descubre la relación más estrecha entre la obra del Espíritu y las palabras de Su Libro, así también debe esforzarse en trabajar con la más cercana armonía a la Biblia.
Así es como él trabaja con el Espíritu. El consejero no debe agregar ni quitar a la Palabra de Dios, sino ofrecer a aquellos que necesitan la ayuda “todo el consejo de Dios”, el cual Pablo declaró “útil” para la iglesia (Hechos 20:20, 27).
y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas,
porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.
Mas que buscar ayuda fuera de las Escrituras, el consejero cristiano tiene el privilegio y la obligación de buscar las Escrituras continuamente hasta que aprenda la mente del Espíritu.
Su búsqueda debe ser en oración y su estudio debe ser docto, exacto y lleno de devoción.
Él debe pedir al Espíritu, Cuya Palabra se está esforzando en comprender y aplicar, que le permita hacer ambos.
Pero no debe esperar que la interpretación llegue mágicamente, sin ningún esfuerzo de su parte.
En otras palabras, así como el aconsejado, el consejero tiene un trabajo que hacer, entendiendo y actuando de acuerdo a la Biblia, reconociendo siempre que el Consejero detrás de toda su consejería es el Espíritu mismo.
El Consejero y el Aconsejado
Una vez más, lo humano y lo divino deben ser primordiales en nuestro pensamiento. Consejeros humanos que abordan problemas humanos tienden a adoptar enfoques humanistas.
Pero 2 Timoteo 3:16, 17 habla de un consejero que no aconseja en su propia sabiduría o fuerza: se llama “un hombre de Dios.”
Esta frase, la cual Pablo saca del Antiguo Testamento, se usa en las epístolas pastorales para el ministro de la Palabra.
Habla de él como un representante de Dios.
Mientras que él es humano y siempre reconocerá ese hecho, el consejero no ministra en su propio nombre.
Él ministra como uno que representa a Dios, como uno que habla por Él, como uno que conoce la mente del Espíritu y que ministrará del Libro en el cual esa mente se encuentra.
Él engaña al aconsejado cuando hace cualquier otra cosa. Y tergiversa a Dios cuando reparte una mezcla de error humano y verdad divina.
El hombre de (desde) Dios debe ser escuchado puesto que lleva la autoridad de Dios.
Aún cuando un aconsejado puede pedir una opinión de un consejero bíblico, él debe hacerlo sólo sobre la base de las Escrituras.
Los consejeros pueden estar equivocados, pero deben ser escuchados y deben ser obedecidos cuando hacen su argumento de la Escritura correctamente interpretada y aplicada (vea He. 13:17).
Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.
Se debe observar una diferencia importante.
Siempre que el consejero ordena al aconsejado de un pasaje claro de la Escritura (“Usted debe dejar de cometer adulterio”), él ordena con toda la autoridad de Dios mismo.
Pero cuando él pone en práctica el mandamiento con sus propias sugerencias respecto a cómo debe ser obedecido (“Yo sugiero que llame por teléfono a la mujer ahora mismo y le diga que está terminando con ella”), no tiene tal autoridad para ordenar.
Es por esto que en el ejemplo del último paréntesis lo represento a él diciendo: “Yo sugiero.” El cómo no siempre se describe en la Biblia.
Y puede existir una buena razón para cumplir el mismo mandamiento de forma diferente.
Los consejeros no deben confundir el cómo bíblicamente dirigido con el cómo bíblicamente deducido.
Tratar el último con la misma autoridad que el primero es volverse un autoritario en vez de una autoridad bíblica.
A la larga, minimizará también la verdadera autoridad del consejero.
Es importante reconocer en estas relaciones el balance bíblico para el ministerio en el cual lo humano y lo divino, cada uno, juega una parte.
Este balance sólo se puede lograr por medio de un pensamiento teológico correcto. El poder, la sabiduría, la fortaleza, todos emanan del Espíritu, pero la acción debe ser tomada por el consejero y el aconsejado.
Efesios 6:10–11 (RVR60)
Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.
Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.