UNA VEZ Y PARA SIMEPRE

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Introducción

Hebreos 9:11–14 RVR60
11 Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, 12 y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. 13 Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, 14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?
Los judíos apreciaban altamente el pacto que Dios les dio por medio de Moisés en el monte Sinaí; para ellos esta era la palabra final y sin falla. En él encontraban las leyes que gobernaban su sacerdocio, los rituales del templo, los sacrificios, los días santos y cosas similares. Los hebreos cristianos, bajo la presión de la persecución, estaban pensando en regresar al judaísmo con su pacto mosaico. Quizás habrían cometido un error al aceptar el cristianismo y quizás el antiguo pacto era mejor. El autor tiene una respuesta para ellos: “Si aquel primer pacto hubiera sido sin defecto, ciertamente no se habría procurado lugar para el segundo”. El antiguo pacto fue reemplazado no porque fuera imperfecto y cundido de fallas, sino porque era inadecuado e incompleto; sólo era preparatorio. El pacto de Dios por medio de Moisés era básicamente ley, y como tal, tenía dos deficiencias: revelaba el pecado, pero no lo podía quitar; y exigía obediencia perfecta, pero no podía dar el poder para hacerlo
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