SANTIAGO 5:12

SANTIAGO PARTE 3  •  Sermon  •  Submitted   •  Presented
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EL JURAMENTO

EL JURAMENTO
Santiago 5:12
El juramento prohibido (5:12a)
Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo ni por la tierra, ni con ningún otro juramento…
Este versículo es muy sorprendente. ¡Sobre todo no juréis! ¿A qué viene esta idea en este contexto? ¿Y ese “ante todo”? ¿Acaso no hay delitos mucho más graves que el juramento? Para algunos comentaristas, aquí tenemos sencillamente otro salto más en el pensamiento mal ordenado de Jacobo. De repente, nos habla de los juramentos, pero el tema no viene a cuento. Se trata de un dicho aislado. Nuevamente, pues, nos preguntamos: ¿Es Jacobo realmente tan torpe, o es que estos comentaristas no han entendido la línea de su pensamiento? ¿qué posible vinculación puede tener el tema de los juramentos con la necesidad de paciencia (5:7–11) y con las situaciones de injusticia social que Jacobo acaba de denunciar (4:13–5:6)?
Los juramentos suelen emplearse en situaciones de apuros, cuando la persona en cuestión se siente arrinconada y necesita dar a sus palabras un énfasis de credibilidad y una solemnidad. De todas estas situaciones, sobresalen dos: (1) cuando la persona quiere defender su inocencia ante acusaciones injustas: Te juro que no lo hice; (2) cuando determina tomar represalias contra alguien que la ha ofendido: Te juro que haré esto o aquello. La primera de estas situaciones no parece encajar bien en el contexto de nuestro pasaje; pero la segunda, sí. Veamos:
• Las situaciones de injusticia social, de la opresión de los pobres por parte de los ricos (5:4–6), provocan en las víctimas fuertes sentimientos de enojo y un gran deseo de venganza. Al menos, es así en el caso del hombre carnal. No debería serlo en el caso del creyente, pero desgraciadamente a veces lo es.
• Esta situación conduce fácilmente, por un lado, al enojo de la víctima y a su irritabilidad con los que la rodean, expresada en murmuraciones y quejas (5:9).
• Por otro lado, conduce a sentimientos de odio hacia los opresores y deseos de venganza expresados por medio de juramentos. El juramento suele manifestarse en momentos de ira y pérdida de control. Incluso en el caso de Dios mismo, el juramento suele brotar de su santa ira: Juré en mi ira que no entrarían en mi reposo (Salmo 95:11).
• El juramento, pues, es la exteriorización de sentimientos que no deben tener cabida en los hijos de Dios, o bien porque son malos en sí, o bien porque el hombre caído no sabe manejarlos correctamente: el odio, la envidia, la impaciencia, la ira, la venganza… Precisamente a causa de nuestra ineptitud, Dios exige que dejemos en sus manos la venganza (Romanos 12:19; Hebreos 10:30) y que no permanezcamos mucho tiempo en un estado de ira (Efesios 4:26–27).
Dios sabe controlar bien estos sentimientos; nosotros, no. Muchas personas que han hecho juramentos o promesas solemnes en un momento de exaltación o enojo, lo han lamentado después. Pensemos en Jefté (Jueces 11:30–34) o en Pedro (Mateo 26:33–35, 74–75).
• Este no es el camino cristiano, porque, en vez de alterarse de esta manera, el creyente debe aprender a confiar en Dios, a dejar en sus manos justas la retribución y a esperar nuestra vindicación en el día de la venida del Señor en juicio (5:7–8).
• Todo el empeño de Santiago o Jacobo es inculcar la pacienciacristiana; en cambio, el juramento suele ser un signo de impaciencia.
Entendida de este modo, la idea de Jacobo (“ante todo”) no es que el juramento sea el peor de todos los pecados posibles, sino que, cuando somos víctimas de claras injusticias, la peor manera de responder es con enfados y deseos de venganza expresados por medio de juramentos. Finalmente, el juramento, aunque en sí puede parecer una cosa pequeña, puede ser también una evidencia de incredulidad que demuestra que, lejos de confiar en la justicia de Dios, nos estamos desviando de una actitud de verdadera fe, buscando la retribución por medio de nuestra propia justicia humana. En todo caso, delata que estamos respondiendo con la misma impaciencia, irritación, impetuosidad y espíritu de venganza que caracterizan a los que no conocen a Dios.
Es como si Jacobo dijera: “Nos esperan grandes bendiciones si ejercemos la paciencia y esperamos en Dios. Pero ¡ojo! Aquel mismo Señor que, en su parusía, trae bendición, también trae juicio. Y podemos perder las bendiciones si nuestra forma de actuar y hablar delata que, en el fondo, somos incrédulos. ¡Cuidado, pues, con la murmuración (5:9) y cuidado con los juramentos (5:12)! Estas cosas pueden colocarnos entre los acusados en aquel día, en vez de entre los vindicados”. Notemos que los pecados de la lengua nunca están muy lejos del pensamiento de Jacobo.
Veracidad y transparencia (5:12b)
… sino que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no, para que no caigáis bajo acusación.
El juramento parece haber sido una costumbre muy extendida en el trato social del siglo I. Por referencias en los Evangelios, deducimos que los judíos tenían toda una serie de juramentos y que estos eran empleados no tanto para reforzar la verdad como para evitarla. En el Sermón del Monte, Jesús mismo denunció estas prácticas, y Jacobo ahora se hace eco de sus enseñanzas. De hecho, sigue tan de cerca la enseñanza de Jesús en este punto que es prácticamente seguro que está repitiendo la enseñanza del Señor de forma consciente, aunque de una manera más escueta y resumida:
Oísteis además que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies, ni hacia Jerusalem, porque es la ciudad del gran Rey; no jures ni por tu cabeza, pues no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no. Porque lo que es más de esto procede del maligno (Mateo 5:33–37).
Podemos tabular de la manera siguiente las similitudes entre la enseñanza de Jesús y la de Jacobo:
Mateo 5:34–37
Jacobo 5:12
No juréis de ningún modo
Ni por el cielo…
Ni por la tierra…
Ni por Jerusalem…
No jures por tu cabeza…
Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no
Porque lo que es más de esto procede del maligno
No juréis
Ni por el cielo
Ni por la tierra
Ni con ningún otro juramento
Sino que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no
Para que no caigáis bajo acusación
La principal diferencia entre los dos textos está en la conclusión: Jesús habla de la procedenciade los juramentos vanos, mientras que Jacobo habla de su consecuencia. Posteriormente, en su denuncia de las hipocresías cometidas por los líderes religiosos, Jesús volvió al tema de los juramentos:
¡Ay de vosotros, guías ciegos!, que decís: Todo el que jure por el santuario, eso no es nada, pero quien jure por el oro del santuario, debe. ¡Insensatos y ciegos!, porque ¿qué es mayor: el oro, o el santuario que santificó el oro? También: Todo el que jure por el altar, nada es; pero quien jure por la ofrenda que está sobre él, debe. ¡Ciegos!, porque ¿qué es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? Así pues, el que juró por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Y el que juró por el santuario, jura por él y por el que habita en él. Y el que juró por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él (Mateo 23:16–22).
Los dos textos de Jesús indican que había varios abusos en torno al empleo de juramentos en la sociedad de su día:
1. Existía toda una “escala” de juramentos, desde los pequeños hasta los muy serios. A los judíos les parecía de poca importancia quebrantar los juramentos menores.
2. Como consecuencia, hacían trucos lingüísticos para eludir sus compromisos: “¡Pero me lo juraste!” “Ah sí, pero solo juré por el altar, no por el sacrificio sobre el altar. Por tanto, mi juramento no cuenta”.
3. Específicamente, los judíos evitaban jurar por Dios mismo a fin de no quebrantar el mandamiento de Levítico 19:12: No jurarás por mi Nombre en falso, profanando así el nombre de Dios (cf. Éxodo 20:7; Deuteronomio 5:11). Pero, a la vez, cometían la hipocresía de descuidar la exigencia de que el hombre fuera fiel al juramento que había hecho (Salmo 24:4). Utilizaban Levítico 19:12 como si un juramento que no incluyera el nombre de Dios se prestara a ser quebrantado.
4. Habían neutralizado la esencia del noveno mandamiento (No declararás testimonio falso contra tu prójimo) haciendo que la obligación de decir la verdad no estaba vigente si no intervenía un juramento, cuando está claro que Dios espera de su pueblo que hablen siempre con sencillez y veracidad. Ellos distinguían entre juramentos obligatorios y no obligatorios.
5. Como consecuencia, la gran ironía del caso es que el juramento, que en principio tenía que servir para garantizar la veracidad de una afirmación, se había convertido en un siniestro juego que servía para justificar la mentira y el engaño.
Es probable, pues, que tanto Jesús como Jacobo tuvieran mucho más en mente de lo que nosotros solemos entender por “jurar”: todo un sistema complejo de lenguaje en el que se practicaba y justificaba el engaño. Detrás de la denuncia de nuestro texto hay un mundo de duplicidad, engaño y mentira.
Por tanto, la esencia de lo que Jacobo quiere decirnos es que nuestra palabra debe ser siempre absolutamente veraz y fiable. Es importante comprender esto, porque quizás nunca empleemos juramentos, pero no por eso estamos exentos del mal que él pretende corregir. Los de su día empleaban el juramento, pero hay otras muchas maneras de usar la lengua para engañar y mentir: podemos comunicar una falsa impresión, emplear una mentira “piadosa” para salir de un apuro, o decir las cosas de tal manera que, a pesar de no utilizar ninguna mentira explícita, exponemos una versión sesgada o errónea de los hechos.695 En todos estos casos y otros, nos revelamos como “un pueblo de labios inmundos” (Isaías 6:5).
¿De qué es evidencia este uso engañoso del lenguaje? De doblez, el tema favorito de Jacobo. Con nuestras medias verdades demostramos que nuestro corazón no se halla donde decimos que está: puesto solamente en Dios y en su verdad. No somos sencillos. Decimos “sí” cuando en realidad sabemos que la estricta verdad es “no”, o un “sí” muy matizado. Pero el mandamiento de Jesús, repetido aquí por Jacobo, es que nuestro sí sea siempre sí.
El problema es que quien empieza con estos enredos en el habla acaba engañándose a sí mismo. Y, en el caso de quien tiene doblez en sus compromisos, cuya palabra no es fiable, ¿cómo podemos saber si dice la verdad cuando afirma que cree el evangelio? ¿Acaso lo sabe él mismo?
Jacobo acaba este versículo (y también esta sección de su carta) con un nuevo aviso acerca del juicio venidero. Nos ha dicho que “la venida del Señor está cerca” (5:8) y que “el Juez está a las puertas” (5:9); ahora nos anima a que no juremos “para no caer en acusación”. “Caer en acusación” es prácticamente lo mismo que “ser condenados”, así que cada frase va un poco más allá: el día del juicio se acerca; el juez ya está a la puerta; la sentencia es pronunciada. El apóstol quiere enfatizar la importancia aun de los pecados supuestamente “pequeños”.697 Una vez más, vienen a la mente las palabras de Jesús: De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio (Mateo 12:36).
Tomemos, pues, la decisión de controlar nuestra boca, incluso en situaciones en las que somos las víctimas de claras injusticias, renunciando a juramentos o expresiones fuertes de venganza o de murmuración. Determinemos decir, por la gracia de Dios, sencillamente la verdad, sin pretensión de encubrir nada, sin motivaciones interesadas, sin ningún tipo de engaño. Rechacemos toda clase de doblez e hipocresía. Quitemos toda máscara. Que nuestro sí sea sí y nuestro no, no.[1]
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