HAY GOZO EN EL CIELO POR UN PECADOR QUE SE ARREPIENTE
Dios desea recuperar a la humanidad pecadora y perdida 1.El hijo perdido o extraviado 2.Arrepentimiento total y sincero 3.La Reconciliacion y perdon del Padre
Lucas 5:27-32
Reina-Valera 1960
1. El hijo perdido ( pecador )
el Senor Jesus se sentaba con los perdidos
2. La oveja perdida
3. La moneda perdida
Jesús combatió a los líderes religiosos enseñando de nuevo que algunos que se consideraban sin esperanza, así como los pecadores, estarán en el reino. Aquí están tal vez las parábolas mejor conocidas de Jesús: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Las tres enseñan el mismo mensaje: que Dios está vitalmente preocupado por el arrepentimiento de los pecadores. Pero la tercera historia va más allá que las otras, porque aplica esa verdad a la situación en la que Jesús se hallaba: aceptado por los despreciados de la sociedad, pero rechazado por los líderes religiosos.
15:1–2. Para disgusto de éstos últimos, Jesús se relacionaba con aquellos de quienes se pensaba que no tenían esperanza y eran pecadores. La oposición contra Jesús fue una vez más, como casi siempre dice Lucas, de los fariseos y los escribas. Debido a ello, Jesús narró tres parábolas. Las tres hablan de cosas, o una persona que se pierde y luego se halla, y el regocijo que produce cuando se encuentra lo perdido.
Algunos creen que estas parábolas enseñan la restauración de un creyente a la comunión con Dios. Uno no puede perder algo que no le pertenece, razonan ellos, así que las dos primeras parábolas deben representar a hijos de Dios que vuelven a él. Además, puesto que el hijo ya es hijo, la tercer parábola debe enseñar que el creyente puede ser restaurado a la comunión con Dios.
Otros entienden las parábolas como que enseñan que la gente perdida (es decir, los no creyentes) pueden venir a Cristo. Este punto de vista parece preferible por dos razones: (1) Jesús se dirigía a los fariseos que rechazaban el mensaje del reino. Su objeción era que los pecadores venían a Jesús y creían en su mensaje. De ninguna manera podrían estos dos grupos estar representados adecuadamente en la tercera parábola, si es que la enseñanza de ella es la restauración de un creyente a la comunión. (2) El v. 22 indica que el hijo que volvió recibió una nueva posición que no tenía antes. Los judíos eran los “hijos” de Dios en el sentido de la relación especial que tenían con el pacto divino. Pero cada individuo tenía que hacerse creyente en Dios. Era su responsabilidad aceptar el mensaje que Jesús estaba predicando, que él era el Mesías y que implantaría el reino para la nación.
15:3–7. La parábola de la oveja perdida enseña que habrá … gozo en el cielo cuando un pecador … se arrepiente. Jesús no decía que las otras noventa y nueve ovejas no eran importantes. Más bien, hizo hincapié en que la oveja que no estaba en el redil representa a los pecadores con quienes Jesús comía (vv. 1–2). Los noventa y nueve justos se refieren a los fariseos que se estimaban a sí mismos como justos y, por consiguiente, no necesitaban de arrepentimiento.
15:8–10. La parábola de la moneda perdida enseña que hay gozo delante de los ángeles cuando un pecador … se arrepiente. Este es el mismo mensaje de la primera parábola, pero se centra en lo minucioso de la búsqueda. La mujer barrió la casa, y buscó con diligencia hasta encontrar la moneda que le era de gran valor. Una dracma, moneda griega de plata que sólo se menciona aquí en el N. T., equivalía más o menos a la paga de un día. El punto que Jesús quiso enfatizar ha de haber estado claro para sus oyentes: Los pecadores con quienes se relacionaba eran demasiado valiosos para Dios. (Cf. las palabras similares de los vv. 6, 9.)
En seguida, Jesús narró la parábola del hijo perdido y su hermano mayor, para explicar que Dios invita a toda la gente a entrar al reino.
15:11. Un hombre tenía dos hijos; el meollo de la parábola está en el contraste entre ellos.
15:12–20a. Esta sección describe las acciones del hijo menor. Solicitó algo inusitado al pedir a su padre que le diera su parte de los bienes que le corresponderían como herencia. Normalmente, una propiedad no se dividía y repartía a los herederos sino hasta que el padre ya no pudiera administrarla bien. Este padre accedió a la petición de su hijo y le dio su parte. El hijo menor tomó esa riqueza, se fue lejos, y desperdició sus bienes viviendo perdidamente, enredándose probablemente, como lo dijo después su hermano mayor, con prostitutas (v. 30). Los oyentes de inmediato han de haber comenzado a comprender el punto de la historia.
Jesús había sido criticado por relacionarse con los pecadores. Éstos se consideraban gente alejada de Dios, que desperdiciaba su vida de una manera desenfrenada. En contraste con el hijo menor, el mayor siguió junto al padre y no participó de tales prácticas.
Hubo hambre y el segundo hijo se quedó sin dinero, de modo que tuvo que trabajar para un extranjero, alimentando cerdos, algo sumamente detestable para un judío. Tal vez la provincia apartada quedaba al oriente del mar de Galilea donde los gentiles criaban cerdos (cf. 8:26–37). Las algarrobas son las vainas o fruto del siempre verde algarrobo, árbol que se cultiva en todo el litoral del Mediterráneo y que constituye el alimento principal para el ganado. Además, es común que la gente pobre consuma la pulpa de la vaina. Este hijo, debido al hambre, deseaba poder comer las algarrobas con que alimentaba a los cerdos. Como judío, no podía haber caído más bajo.
Estando en esta bajísima condición, volvió en sí (15:17). Decidió volver a su padre y trabajar para él. Seguramente estaría mejor trabajando para su padre que para un extranjero. Realmente esperaba ser aceptado como un jornalero de su padre, no como hijo.
15:20b–24. La tercera sección de la parábola describe la respuesta del padre. Había estado esperando que su hijo regresara, pues cuando aún estaba lejos, lo vio el padre. Lleno de misericordia por su hijo, corrió a él, lo abrazó y lo besó. El padre ni siquiera escuchó lo que el hijo venía preparado para decirle. Más bien, el padre hizo que sus siervos organizaran un banquete para hacer fiesta por su regreso. Le dio una nueva posición con un vestido … un anillo … y calzado. Jesús intencionalmente usó una vez más el tema del banquete. Previamente había hablado de un banquete para simbolizar el reino venidero (13:29; cf. 14:15–24). Los oyentes de Jesús fácilmente han de haber percibido el significado de la fiesta. Los pecadores (a quienes simboliza el hijo pródigo), entraban al reino porque venían a Dios. Creían que necesitaban volver a él y recibir su perdón.
15:25–32. La sección final de la parábola describe la actitud del primogénito que simboliza a los fariseos y escribas. Éstos mostraban la misma actitud hacia los pecadores que el hijo mayor mostró a su hermano menor. El mayor, al volver de trabajar en el campo y oir lo que pasaba, se enojó. De manera similar, los fariseos y los escribas estaban enojados con el mensaje que Jesús proclamaba. No les gustaba la idea de que los gentiles, los desechados y los pecadores, llegaran a ser parte del reino. Como el hijo mayor que no quería entrar a la fiesta, los fariseos se negaban a entrar al reino que Jesús ofrecía a la nación.
Resulta interesante que salió el padre, y le rogaba al hermano mayor que entrase a la fiesta. Asimismo, Jesús comía tanto con los fariseos como con los pecadores porque no deseaba excluir a los fariseos y a los escribas del reino. El mensaje era una invitación para todos.
El primogénito estaba enojado porque nunca había sido honrado con una fiesta a pesar de que, como él dijo: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás (v. 29). Esas palabras dejan ver el hecho de que el hermano mayor pensaba que tenía ciertas prerrogativas debido a su trabajo. Él servía a su padre no por amor, sino porque deseaba una recompensa. Incluso pensaba de sí mismo como que estaba bajo esclavitud con su padre.
Por su parte, el padre hizo ver que el hijo mayor había tenido el gozo de estar en casa todo el tiempo, y ahora debía regocijarse con él por el regreso de su hermano. Las palabras: Tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas, dan a entender la posición privilegiada de los líderes religiosos como miembros del pueblo escogido de Dios. Ellos eran los receptores y guardianes de los pactos y de la ley (Ro. 3:1–2; 9:4). En vez de sentirse enojados, debían regocijarse de que otros se les unían y serían parte del reino.