El peligro de ser amigo del mundo - Santiago 4:1-6

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Santiago 4:1–6 RVR60
1 ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? 2 Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. 3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. 4 ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. 5 ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? 6 Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.
Otro indicador clave de la verdadera fe salvadora es la actitud de uno hacia el mundo. Santiago presentó este asunto en el primer capítulo, diciendo: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg 1:27).
La verdad esencial de este pasaje es: “La amistad con el mundo es enemistad contra Dios” (Stg 4:4). La genuina vida espiritual y la vida cristiana fiel implica separación del mundo y todas sus incontables contaminaciones. Como ha observado Santiago, “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Stg 3:17-18).
La amistad continua y habitual con el mundo, por otra parte, tiene como fundamento la sabiduría humana y es prueba de incredulidad. Tal amistad impía inevitablemente resultará en conflictos personales:
con otros (Stg 4:1a),
con uno mismo (Stg 4:1-3 ),
y, más importante, con Dios (Stg 4. 4-6).
CONFLICTO CON LOS DEMÁS
¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? (4:1a)
El texto griego de esta oración no tiene verbo, y dice más literalmente: “¿De dónde guerras y de dónde pleitos entre vosotros?” Polemos (guerras), de la que se deriva la palabra “polémica”, se relaciona con disputas o combates frecuentes, prolongadas y serias, y se traduce a menudo “guerra” (p. ej. Mt. 24:6; Ap. 11:7). pleitos traduce machē, que se refiere a una lucha o batalla específica. Ambos términos se usan aquí metafóricamente para referirse a las relaciones personales violentas, las cuales, en extremo, pueden resultar incluso en asesinato (Stg 4.2 ). entre vosotros indica que había estas relaciones violentas entre los miembros de las iglesias a las que escribió Santiago. Como analizaremos bajo el versículo 4, es obvio que algunos de esos miembros no eran salvos. Y por lo tanto, como había enemigos de Dios, también había enemigos entre ellos y de los verdaderos creyentes en las iglesias.
Un pastor amigo me dijo una vez que había descubierto que la causa original de las guerras y pleitos entre los líderes de su iglesia era que la mitad de esos hombres eran salvos y la otra mitad no. En tal situación, el conflicto es inevitable. Pablo comprendía esto cuando escribió:
No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Co. 6:14-18).
A veces resulta difícil hacer tal separación, ya que la separación del trigo y la cizaña solo puede hacerla el Señor (Mt. 13:24-30, 36-43).
Pero el conflicto dentro de la iglesia no es la voluntad ni el propósito de Dios. Jesús les dijo a los discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:34-35), y más adelante, en su oración como sumo sacerdote, le pidió a su Padre que todos los creyentes “sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17:21). Después del Pentecostés, “la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hch. 4:32). Pablo les decía a los miembros de los grupos en la iglesia de Corinto: “por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Co. 1:10), y llamó a los creyentes de Filipos a comportarse “como es digno del evangelio de Cristo, para que, o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (Fil. 1:27; 2:1-4 ).
El conflicto fue un problema frecuente en la iglesia primitiva. Después de hacer la exhortación antes mencionada a los creyentes de Corinto, Pablo los reprendió, diciendo: “Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Co. 3:1-3). Y más adelante les escribió: “Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes” (2 Co. 12:20).
Pablo le aconseja a Tito que les diga a los creyentes bajo su cuidado que recuerden su vida anterior sin Dios:
Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres. Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tit. 3:1-3).
Tal conflicto normal entre los inconversos lamentablemente también entra en la iglesia.
CONFLICTO CONSIGO MISMO
¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (4:1b-3)
La amistad con el mundo no solo crea conflicto con otras personas, sino que también lo crea dentro de la propia persona mundana. Las fuentes de los conflictos externos entre las personas invariablemente surgen de conflictos internos dentro de cada persona.
Las evidencias del conflicto interior son muchas en la sociedad actual. La proliferación de psicólogos y psiquiatras, de consejeros y terapeutas de todo tipo; clínicas para el tratamiento de muchos desórdenes emocionales y psicológicos. Los crecientes problemas de drogadicción, violencia doméstica, maltratos, crímenes horrendos, del alcoholismo y del suicidio, ofrecen abundante evidencia de que los desórdenes personales han llegado a un nivel crítico. El incremento de la impaciencia, la frustración, la ira y la hostilidad, no solo se ve en los callejones donde abunda el delito, sino también en las modernas autopistas, donde los conductores usan gestos obscenos, peligrosos actos de intimidación y a veces hasta disparos de armas de fuego para descargar su disgusto por lo que otro conductor hizo o dejó de hacer.
En estos versículos, Santiago señala tres causas del conflicto interior:
el deseo incontrolado (Stg 4:1b),
el deseo incumplido (Stg 4:2a),
y el deseo egoísta (Stg 2-3 ).
EL DESEO INCONTROLADO
¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? (4:1b)
En primer lugar, Santiago afirma que el origen de las luchas internas está en las pasiones.
La palabra pasiones se traduce hēdonōn, de la que se derivan “hedonista”y “hedonismo”. Tiene la connotación de la satisfacción de los deseos sensuales, naturales, carnales. En el Nuevo Testamento se emplea siempre la palabra en un sentido negativo y pagano.
Hedonismo es el deseo personal incontrolado de satisfacer cada pasión y antojo que promete satisfacción y disfrute sensual. El deseo de satisfacer esas pasiones viene, por supuesto, del egoísmo, que es opuesto a Dios y a su Palabra. Los hedonistas, incrédulos e impíos, son “amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Ti. 3:2-4, cursivas añadidas; cp. Jud. 16-18).
Las personas no regeneradas son esclavas de sus deseos y están tiranizadas por sus pasiones (cp. 1 Tesalonicenses 4:3-5).
Por consiguiente, cuando la semilla del evangelio cae entre los espinos de su corazón, “son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto” (Lc. 8:14). Hablando de los miembros no salvados en la iglesia, Pedro los describe mordazmente en detalle como aquellos que:
siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor. Pero éstos, hablando mal de cosas que no entienden, como animales irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia perdición, recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores. Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición… Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre. Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno, es hecho esclavo del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 P. 2:10-14, 17-21).
Cuando las personas se rinden a sus pasiones carnales, entregándose a los pecados antes mencionados, lo hacen, como afirma Pedro, bajo el engaño de expresar “libertad”personal, sin comprender que, en realidad, solo están manifestando que son “esclavos de corrupción”.
Son conducidos por los deseos sobre los cuales perdieron el control, y que con el tiempo llegan a controlarlos a ellos. Y como le vuelven las espaldas a Dios, “detienen con injusticia la verdad”, y “no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos”, Dios “los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, …a pasiones vergonzosas; [y] …a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” (Ro. 1:18, 21, 24, 26, 28).
A pesar de las numerosas advertencias del Ministro de Salud Pública y otros acerca de los peligros de las relaciones sexuales sin protección, los adúlteros, fornicarios y homosexuales a menudo hacen caso omiso de esos peligros, ya que sus pecados se han vuelto obsesiones, y sus decisiones no dependen de su mente, sino de sus emociones y sus deseos sexuales, que han llegado a ser sus amos. Tal escandalosa conducta refleja “una mente reprobada” (Ro. 1:28).
Esas pasiones pecaminosas, en realidad, combaten en vuestros miembros, dice Santiago, refiriéndose NO a los miembros de la iglesia, sino a los elementos físicos y mentales del cuerpo, que encierran la humanidad o naturaleza caída del hombre (cp. Ro. 1:24; 6:12-13; 7:18, 23).
Es el combate de la carne del incrédulo con su alma y conciencia, que, a pesar de la corrupción de la caída, tiene suficiente percepción de Dios y su verdad (Ro.1:18-19) para sentirse intranquilo cuando peca. A pesar de rechazar a Dios y sus normas de justicia, no puede huir fácilmente del sentido de culpa; la ley de Dios escrita en su corazón activa su conciencia acusadora (Ro. 2:14-15).
La caída del hombre corrompió la raza, afectando cada aspecto del ser humano. Pero como el hombre está hecho a la imagen de Dios, retiene cierta nobleza y dignidad que puede reflejarse en aquellos que no son salvos. Muchos inconversos son amables y generosos, amantes de la paz y altruistas. Muchos son en extremo talentosos, crean músicas maravillosas y otras obras de arte, hacen grandes descubrimientos científicos e inventan asombrosas máquinas y tecnología. Pero sin Dios, sus pasiones e impulsos carnales combaten contra esos residuos de nobleza. Y los deseos por los tipos erróneos de pasiones, los tipos erróneos de satisfacción y la realización egoísta, inevitablemente libran una guerra interna, un combate dentro de sus miembros, contra todo lo que se interponga en su camino.
EL DESEO INCUMPLIDO
Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis. (4:2a)
Cuando los deseos por los placer erróneos se frustran y no se realizan, inician, además, una guerra externa.
El verbo epithumeō (codiciáis) se refiere a tener un deseo o anhelo de cualquier tipo, pero el contexto pone en claro que el deseo mencionado aquí es desmedido, mal encaminado y pecaminoso. Santiago no menciona un objeto de deseo específico, sin duda porque el objeto en particular no tiene que ver en lo que respecta al asunto que está tratando aquí. Cuando no se complace alguna codicia fuerte y pecaminosa, la persona terrenal tiende a arremeter en colérica frustración, a veces incluso llegando a matar. Aun los fariseos, que codiciaban la satisfacción personal de tener una reputación de virtud y santidad, mataron al Salvador que desenmascaró su hipocresía.
La palabra matáis traduce el verbo phoneuō, el que en este contexto pudiera incluir un odio sanguinario, una conducta destructiva en extremo e incluso el suicidio. Cuando la persona codiciosa no puede lograr sus anheladas metas, ya sea por reputación, prestigio, satisfacción sexual, dinero, poder, escapar a través de las drogas o el alcohol, éxito, posesiones, el afecto de otra persona, o cualquier otra cosa, el resultado es a menudo catastrófico para otros y siempre destructivo para uno mismo. Aun cuando los ángeles en la casa de Lot hirieron con ceguera a los hombres de Sodoma, estos estaban tan obsesionados con sus pervertidos deseos que, pasando por alto su ceguera, continuaron a tientas hacia la puerta, en un vano intento de entrar y satisfacer sus implacables pasiones (Gn. 19:11).
Absalón estaba tan obsesionado con gobernar a Israel, que estaba dispuesto hasta matar a su padre, David, para lograrlo. Ahitofel, consejero de David y de Absalón, fue también el abuelo de Betsabé (cp. 2 Samuel 11:3; 23:34), con quien David cometió adulterio y con quien luego se casó, después que había conseguido que mataran a su esposo Urías en la batalla. Ahitofel se enfureció tanto por esta injusticia, que se unió a las fuerzas de Absalón en su rebelión contra David. Pero cuando Absalón no hizo caso de su consejo, Ahitofel se sintió tan frustrado e indignado, que se ahorcó y así murió (vea 2 Samuel 15-17).
Aquí zeloō se traduce ardéis de envidia”, es sinónimo de epithumeō, y tiene una connotación aun más fuerte, de un deseo o sentimiento más urgente. Es la palabra de la que se derivan “celoso”y “zelote”. La forma nominal se traduce “celos”en Santiago 3:14,16. Cuando las personas albergan deseos tan impetuosos, pero no pueden alcanzar lo que codician, combaten y luchan. Los conflictos conyugales, familiares, laborales y nacionales; todos estos son resultado de codicia y envidia personal no satisfecha.
El texto griego en el Stg 4.2 dice literalmente: “Codician y no tienen, matan y son envidiosos y no pueden obtener, combaten y luchan”. Pero lo añadido por los traductores indica correctamente la relación causal entre codiciar y matar, y entre envidia y combates y luchas.
Como pone en claro Juan: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2:15-16).
La codicia y la envidia que Santiago menciona en Stg 4:2, son reflejos de “la vanagloria de la vida”, que caracteriza la pasión terrenal que busca la satisfacción personal.
EL DESEO EGOÍSTA
no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (Stg 4:2-3)
Como sería de esperarse, el deseo mundano e impío no solo no se controla ni se cumple, sino que también es egoísta.
Conduciendo a su tema sobre el egoísmo, Santiago dice primeramente que los incrédulos no tienen porque no piden. Muchos de ellos ni siquiera pensaban en pedirle a Dios ayuda alguna, porque se consideraban a sí mismos autosuficientes, completamente capaces de cuidar de ellos mismos. Ellos creían que todas sus necesidades y deseos podían suplirse por medios humanos, a través de su propia sabiduría, poder y diligencia. No creían que “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). Por consiguiente, nunca se les ocurría pedir a Dios alguna cosa. Muchos incrédulos sí piden cosas a Dios, todo tipo de cosas. Sin embargo, continúa explicando Santiago, piden y no reciben porque piden con motivos incorrectos, para gastar en sus deleites.
No piden cosas para magnificar la bondad y la gracia de Dios, o para su gloria y honra. No piden a fin de poder cumplir su perfecta y divina voluntad, sino para cumplir su propia pecaminosa y egoísta voluntad.
Aiteō (pedís) es el mismo verbo empleado en Stg 1:5-6 y denota el concepto de suplicar, rogar, o implorar. Pero en el pasaje anterior es obvio que Santiago está dirigiéndose a los creyentes genuinos, a los que aconseja: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”.
En Stg 4:2-3, el pedir o el no pedir es por parte de los que no son de Dios y no tienen parte con Él. mal traduce la palabra griega kakōs, que tiene el sentido esencial de malo, pecaminoso, o perverso, como a veces se traduce. pedís mal se refiere al deseo de usar el regalo de Dios para deleites personales. Dapanaō (gastar) significa consumir o malgastar por completo, y la empleó Jesús para describir la forma en la que el hijo pródigo malgastó su herencia (Lc. 15:13). Los deleites que se mencionan aquí son del mismo tipo que los mencionados en el versículo Stg:4.1 , los que provocan conflictos internos, deleites que Dios no aprueba. Sin embargo, las personas del mundo viven para tales deleites, por la emoción del momento, tratando inútilmente de satisfacer sus deseos carnales.
CONFLICTO CON DIOS
¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. (Stg 4:4-6)
En estos versículos, Santiago señala tres características de los que están en conflicto con Dios:
enemistad con Dios,
no prestar atención a las Escrituras
y orgullo.
ENEMISTAD CON DIOS
¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. (4:4)
Adulterio es el pecado de violar un pacto matrimonial al tener relación sexual con alguien que no sea el cónyuge. Al referirse a almas adúlteras, Santiago usa el término metafóricamente en forma tal que sus lectores judíos puedan entender claramente (cp. Mt. 12:39; 16:4; Mr. 8:38), que se refiere a hombres al igual que a mujeres.
No está hablando de infidelidad sexual, sino espiritual, tal y como el término se emplea a menudo en el Antiguo Testamento para referirse al pueblo infiel de Dios, Israel. Por medio de Jeremías, el Señor dijo: “Ella vio que por haber fornicado la rebelde Israel, yo la había despedido y dado carta de repudio; pero no tuvo temor la rebelde Judá su hermana, sino que también fue ella y fornicó” (Jer. 3:8; cp. 2 Cr. 21:11, 13; Sal. 73:27). De igual manera, Ezequiel habló de Judá como una “mujer adúltera, que en lugar de su marido recibe a ajenos” (Ez. 16:32). Como una demostración práctica, el Señor le ordenó a Oseas: “Ve, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque la tierra [es decir, Israel] fornica apartándose de Jehová” (Os. 1:2).
En ninguna parte la Biblia emplea los términos adúltero o adúltera haciendo referencia a los gentiles, porque solo Israel tenía una relación de pacto con Dios, al que podían ser infieles, así como los esposos y esposas tienen el pacto del matrimonio. Los gentiles podían ser fornicarios espirituales, por decirlo así, pero no adúlteros; una distinción despreciable reservada para Israel, la esposa infiel. Ya sea que se volvieran a los dioses e ídolos paganos o que simplemente se volvieran al mundo como su amor supremo, hacerlo sería ser infiel al Señor y cometer adulterio espiritual, un nombre alegórico para la apostasía.
Jesús se refirió al incrédulo Israel de su época como una “generación mala y adúltera” (Mt. 12:39; cp. 16:4; Mr. 8:38). Fue debido a que la mayoría de los judíos, aun los religiosos, se habían apartado del Señor y de su Palabra revelada y se había vuelto a dioses que habían hecho y a sus propias tradiciones humanas, que no recibieron a Jesús como su Mesías. Usan sus tradiciones para interpretar las Escrituras, y de esa manera se apartan de las Escrituras, y a menudo la contradicen, volviéndose ciegos ante la verdad de Dios, e incluso de su propio Hijo (Mt. 15:1-9; Mr. 7:1-13; Col. 2:8; cp. Jn. 5:39-40). A pesar de ardientes reclamos de fidelidad al judaísmo y al Dios del judaísmo, eran adúlteros y apóstatas.
Lo mismo puede decirse de los que dicen ser cristianos y se unen a la iglesia, pero no tienen relación salvadora con Dios ni amor a Él ni a su Palabra. Los había incluso en la iglesia primitiva, y Santiago les llama almas adúlteras. No hay avenimiento posible. Como se analizará a continuación, no se puede tener espiritualmente dos dioses, como no se puede tener legalmente dos cónyuges.
Amistad traduce el sustantivo philia, que se emplea solamente aquí en el Nuevo Testamento. Su forma verbal, phileō, a menudo se traduce “amor” (p. ej. Mt. 6:5; 10:37; 1 Co. 16:22) y se usa incluso para el amor del Padre por el Hijo (Jn. 5:20) y para el amor del Padre y del Hijo por los que tienen fe salvadora (Jn. 11:3; 16:27; Ap. 3:19). Aunque se emplean a menudo como sinónimos en el Nuevo Testamento, el verbo más común y más fuerte para referirse al amor (agapaē) parece ser más volitivo, mientras que phileō es más emocional. Santiago emplea philia para describir un afecto intenso y profundo por el malvado sistema mundial.
El sustantivo relacionado philos (amigo) se empleaba para referirse a íntimas relaciones personales. Tal vez la más clara definición de esta palabra se refleje en la enseñanza de Jesús en Juan 15:13-19, donde ambos, el más elevado amor volitivo (agapaē) y el más elevado amor emocional y afectivo (philos) están dispuestos al sacrificio supremo por aquellos que son amados. “Nadie tiene mayor amor [agapaē] que este, que uno ponga su vida por sus amigos [philos]”, aquellos a quienes tiene amor philos (v. 13). Luego explica que el amor a Él se prueba por la obediencia a su palabra: “Vosotros sois mis amigos [philos] si hacéis lo que yo os mando” (v. 14). En su forma superior de verlos, ambos implican lazos de abnegación y obediencia. También implican intimidad personal.
Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé (vv. 15-16).
Los verdaderos amigos de Jesucristo son quienes lo han recibido como Señor y Salvador, quienes comparten una causa común, intereses comunes y objetivos comunes. Y aquellos quienes verdaderamente le aman también se “[aman] unos a otros” (v. 17). Por último, explica que los que le aman verdaderamente no amarán al mundo o serán amados por el mundo, ya que el mundo es el hostil enemigo de Dios.
Jesús confirmó esa realidad cuando dijo: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn 15 18-19; Jn 17:14 ). De esta manera ordenó el apóstol Juan a los creyentes:
No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Jn. 2:15-17).
Por otra parte, los que NO son de Cristo son del mundo. Tienen el anhelo de participar en los impulsos y las atracciones del mundo, y de relacionarse con las personas mundanas, por las que sienten un apego decidido y habitual. Por esa razón, Santiago no puede referirse a los cristianos que son temporalmente atraídos por las cosas del mundo y caen en pecado por algún tiempo. Él no está hablando de debilidad espiritual ocasional en los cristianos, sino de los impulsos continuos, deliberados y placenteros de los inconversos. A un creyente nunca se le llamaría enemigo de Dios.
Kosmos (mundo) no se refiere a la tierra o el universo físico, sino más bien a la realidad espiritual del sistema de esta época, dirigido por Satanás y enfocado en el hombre, y que es enemigo de Dios y del pueblo de Dios.
Se refiere al egoísta e impío sistema de valores y costumbres de la humanidad caída.
La meta del mundo es su propia gloria, su propia realización, sus propios vicios, la autosatisfacción y todas las demás formas de servicio a sí mismo, todas las cuales equivalen a enemistad contra Dios.
Cualquiera, pues, continúa Santiago, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. Boulomai (quiera) tiene una connotación que va más allá de querer o desear que algo se cumpla. Tiene la idea más fuerte de escoger una cosa antes que otra. De igual manera, kathistēmi (se constituye) significa designar, hacer, u ordenar, indicando también una idea consciente. Ya sea que lo reconozca en su mente o no, una persona que quiera ser amiga [del sistema] del mundo, ha optado por hacerse . En lo más recóndito de su corazón, su deseo por el mundo sustituye cualquier presunta idea positiva que pueda tener acerca de Dios. No tiene una relación con Dios neutral, como un curioso imparcial o uno que contempla a la distancia, sino que es en toda la extensión de la palabra su enemigo. Y ser enemigo de Dios es permanecer en tinieblas espirituales, que a diario se hacen más apropiadas para la muerte eterna, y tener al soberano Rey del universo como su enemigo.
Todo el que no es de Dios es del mundo, y todo el que es del mundo, no es ni puede ser de Dios. Los amigos del mundo son controlados por el espíritu del mundo y no tienen parte con el Espíritu de Dios. Por otra parte, Pablo pone en claro que los creyentes “no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios” (1 Co. 2:12).
La amistad con el mundo y la amistad con Dios se excluyen mutuamente.
Pablo pregunta retóricamente: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Co. 6:14).
¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré (2 Co. 6: 15-17 ).
Los cristianos tienen una naturaleza tan distinta de los que aman el mundo, los cuales nunca deben disfrutar de ninguno de los caminos de los incrédulos, ni mostrar lealtad a las cosas que los caracterizan.
Los creyentes no solo deben estar separados del mundo, sino también muertos al mundo.
Como Pablo, deben decir: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gá. 6:14).
A diferencia de Demas, que amó “este mundo”y abandonó a Pablo y a la iglesia (2 Ti. 4:10), debemos renunciar “a la impiedad y a los deseos mundanos, [para que] vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tit. 2:12).
Para los creyentes, el buscar las cosas del mundo va en contra de su nueva naturaleza, y no pueden sentirse bien ni satisfechos hasta que abandonen esas cosas y vuelvan a su primer amor. Es debido a que los creyentes son susceptibles temporalmente a la mundanalidad, que Pablo advierte: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2; cp. 1 P. 1:14-16), y, “Poned la mira en las cosas de arriba no en las de la tierra” (Col. 3:2). Los cristianos no debemos “vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías” (1 P. 4:2-3).
Por otra parte, cuando los incrédulos se identifican externamente con Cristo y con su Iglesia, pero realmente no son de Él, con el tiempo se sienten incómodos. Son como “el que fue sembrado entre espinos”, quien, como explica Jesús, “éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13:22). Como lo aclara Santiago, no pueden dar fruto, las buenas obras, que son pruebas necesarias de la fe salvadora (Stg. 2:17-20). “¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?”Pregunta después: “Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce” (Stg 3:11-12).
El Antiguo Testamento tiene mucho que decir respecto al enemigo de Dios. David dio testimonio: “Ciertamente Dios herirá la cabeza de sus enemigos, la testa cabelluda del que camina en sus pecados” (Sal. 68:21). Y Salomón expresó: “Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo” (Sal. 72:9). Isaías proclamó: “Jehová saldrá como gigante, y como hombre de guerra despertará celo; gritará, voceará, se esforzará sobre sus enemigos” (Is. 42:13). Y Nahum dijo: “Jehová es Dios celoso y vengador; Jehová es vengador y lleno de indignación; se venga de sus adversarios, y guarda enojo para sus enemigos” (Nah. 1:2, cp. el Nah 1: 8). También el Nuevo Testamento tiene mucho que decir acerca del enemigo de Dios. Lucas informa que cuando Pablo, Bernabé y Juan Marcos:
Y habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago, falso profeta, judío, llamado Barjesús, que estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Este, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios. Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre), procurando apartar de la fe al procónsul. Entonces Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? (Hch. 13:6-10).
Elimas era un mago, un brujo que se comunicaba con espíritus demoníacos, entonces tenía el pretexto de evocar a los muertos. Bajo la influencia de Satanás, trataba de socavar la fe de Sergio Paulo, y por eso fue reprendido y condenado por Pablo. Para todos los incrédulos, “¡horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (He. 10:31).
Declarando las bendiciones y beneficios que reciben los creyentes gracias a su salvación y justificación ante Dios, Pablo les dijo a los creyentes de Roma: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro. 5:10). Más adelante en esa carta explicó algo más:
Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro. 8:6-9).
El enemigo de Dios es carnal y por definición carente del Espíritu Santo (Jud. 19).
Esperando con ansias la resurrección futura de los creyentes, cuando el Señor Jesucristo tome a los suyos y los lleve con Él, Pablo escribe: “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Co. 15:23-25; cp. He. 1:13; 10:13; Nah 1:2). Luego Jesucristo reinará durante el milenio, después del cual, en el juicio final, los enemigos que queden, demoníacos y humanos, serán lanzados para siempre en el lago de fuego y azufre (Ap. 20:8-10).
Es sin dudas cierto que la mayoría de los incrédulos no se consideran a sí mismos enemigos de Dios. Muchos creen que, porque no son abiertamente enemigos de Dios, son en realidad amistosos con Él. Pueden incluso tener conocimiento de su existencia y su bondad, veracidad y poder, pero los sentimientos y pensamientos afables sobre una divinidad soberana están muy distantes de una relación salvadora con el Dios verdadero.
La mayoría de los inconversos dicen estar buscando sinceramente a Dios y que simplemente no lo han encontrado todavía.
Pero Pablo, citando a David, aclara que tal reclamo no es cierto, diciendo: “No hay quien busque a Dios” (Ro. 3:11; cp. Sal. 14:2). Tales personas pudieran muy bien estar buscando lo que pueden obtener de Dios, su amor, provisión, seguridad, esperanza y otras bendiciones, pero no quieren a Dios mismo.
Quieren un dios confeccionado por ellos mismos, que cumpla sus deseos, que tolere sus pecados y que los lleve al cielo de todas maneras. No quieren su perdón, su justicia ni su señorío y, por consiguiente, no lo quieren a Él.
Muchos incrédulos que dicen conocer a Dios y ser de Cristo son exteriormente morales, serviciales y amistosos.
Como el joven rico que le dijo a Jesús que había guardado todos los mandamientos desde su juventud (Lc. 18:21), ellos piensan que han vivido vidas buenas y aceptables. Y por esa misma razón, no sienten necesidad de la salvación o de la justicia perfecta de Cristo, que Dios confiere a los que confían en su Hijo. Algunos incrédulos que se disfrazan de cristianos tienen bastante conocimiento del evangelio y hablan bien de él; pero, como se citó antes, Pedro dice de tales personas que “mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 P. 2:21).
Pueden participar regularmente en los cultos de adoración de los cristianos y en otras actividades. Incluso pueden sentirse mal cuando pecan, reconocer sus imperfecciones y, como el gobernador Félix, tener cierta preocupación por su reputación ante Dios, pero nunca desean abandonar sus pecados o reconocer a Cristo como Señor y Salvador (Hch. 24:25). A pesar de lo que parezcan y digan, los “enemigos de la cruz de Cristo” (Fil. 3:18) son todos los que no son redimidos ni regenerados, los que se oponen a Jesucristo, su evangelio y su iglesia, “el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal” (Fil. 3:19).
Antes de la salvación, todos los cristianos fueron “en otro tiempo extraños y enemigos en [su] mente, haciendo malas obras” (Col. 1:21). Pero su salvación los hizo cambiar, de enemigos de Dios, a sus amigos. Las Escrituras no dicen en ninguna parte que los creyentes sean enemigos de Dios. Al principio de esta carta Santiago identificó con toda claridad la fe en Dios con la amistad de Dios, diciendo: “se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Stg. 2:23; cp. Gn. 15:6; 2 Cr. 20:7; Is. 41:8).
Jesús dijo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24; cp. Am. 3:3). Usted no puede, por supuesto, servir a Dios y a otro señor. Por lo tanto, no es posible que un enemigo de Dios sea creyente, ni siquiera un creyente infiel que, a pesar de su infidelidad, será eternamente amigo de Dios. Como creyentes, a menudo tropezamos y hacemos cosas que sabemos no debemos hacer, y dejamos de hacer cosas que sabemos que debemos hacer. Pero al igual que Pablo, aborrecemos los pecados que cometemos y deseamos que nuestra vida sea pura y santa (vea Ro. 7:15-25). Los cristianos podemos ser atraídos por el mundo de formas diferentes, pensar cosas mundanas y hacer cosas del mundo, pero nunca podemos estar contentos o felices allí.
NO PRESTAR ATENCIÓN A LAS ESCRITURAS
¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? (4:5)
Este versículo es difícil de entender, y no todos los eruditos evangélicos están de acuerdo en su sentido preciso. Es arbitrario el escribir con mayúscula “Espíritu”, ya que los manuscritos del original griego no ponían con mayúsculas las palabras. Además de eso, no hay pasaje alguno del Antiguo o del Nuevo Testamento que corresponda con El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente. Cualquier alusión que Santiago esté haciendo a las Escrituras, está refiriéndose a su enseñanza en general, no a un pasaje específico. Y si él estaba hablando a inconversos, como parece ser aquí, está diciendo que el Espíritu que Él ha hecho morar en nosotros no se aplica en el caso de ellos, porque en ellos no mora el Espíritu Santo.
Santiago estaría diciendo en realidad: “¿No saben que ustedes son prueba viva de la veracidad de la Biblia, que enseña con toda claridad que el hombre natural tiene un espíritu de envidia?” Esa interpretación es compatible con el énfasis de Santiago en todo el pasaje.
Es también totalmente compatible con la enseñanza del Antiguo Testamento. Ya en los primeros capítulos de Génesis, leemos que Dios le dijo a Caín: “El pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Gn. 4:7). En algunos capítulos posteriores se nos dice que “vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gn. 6:5) y que “dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (8:21). Como Isaac “tuvo hato de ovejas, y hato de vacas, y mucha labranza; …los filisteos le tuvieron envidia” (26:14), y “viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero” (30:1). El escritor de Proverbios declara que “el alma del impío desea el mal; su prójimo no halla favor en sus ojos” (21:10). Por medio de Jeremías el Señor nos asegura que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9).
Sin embargo, en cualquier forma que se interprete el versículo, Santiago parece estar diciendo que los incrédulos, que están en permanente estado de conflicto espiritual con Dios, no solo son sus enemigos, sino que también reflejan tal enemistad al no confiar ni obedecer su Palabra. Ellos no quieren reconocer su enemistad natural contra el Dios soberano y su separación de Él. Además, a pesar de lo que tal persona afirme, es imposible
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