Sermón sin título (16)
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Introduccion
Introduccion
La última vez vimos cómo el autor de Hebreos nos exhortaba a perseverar en la fe, animándonos a vivir en santidad y a cuidarnos mutuamente. Se nos advirtió sobre el peligro de permitir que alguien en la comunidad se convierta en una raíz de amargura, contaminando a otros, o que alguno, como Esaú, desprecie las promesas eternas por lo temporal. Hoy, avanzamos en esa advertencia, llegando a un punto decisivo: la seriedad de escuchar la voz de Dios.
Vivimos en un mundo constantemente sacudido por crisis e incertidumbres, pero la Escritura nos recuerda que todo esto es solo un preludio de un sacudimiento aún mayor: el día en que todo lo creado será conmovido, y solo lo que pertenece al reino inconmovible de Dios quedará firme. La pregunta clave es: ¿dónde estamos parados? ¿Estamos escuchando y respondiendo a la voz de Dios?
El pasaje que veremos hoy nos presenta un contraste dramático. En el pasado, Israel se acercó al monte Sinaí, un lugar de terror y separación, donde Dios habló a través de Moisés, y el pueblo, temblando, pidió no oír más esa voz. Pero nosotros, en Cristo, hemos sido traídos al monte Sión, donde tenemos acceso pleno a Dios, donde el temor ha sido reemplazado por la gracia. Sin embargo, este acceso viene con una mayor responsabilidad. Si aquellos que rechazaron la voz de Dios en Sinaí no escaparon del juicio, ¿cómo escaparemos nosotros si despreciamos la voz que ahora nos habla desde los cielos?
Hoy veremos tres razones por las cuales no podemos ignorar esta voz. Como pueblo pactual, debemos estar atentos, no solo por nuestra salvación individual, sino para perseverar juntos en la fe. Nuestra respuesta a esta voz es crucial, y determina no solo nuestro presente, sino nuestra eternidad.
Vivimos en un mundo constantemente sacudido. A diario somos testigos de crisis políticas, colapsos económicos y tensiones sociales. Parece que nada es permanente o estable. Sin embargo, todo esto no es más que un anticipo de lo que está por venir. La Palabra de Dios nos advierte que, al final, no solo serán sacudidos los elementos de este mundo, sino que todo lo que ha sido creado será conmovido de tal manera que solo lo inconmovible permanecerá. Ante esta realidad, la pregunta clave para cada uno de nosotros es: ¿Dónde estamos parados? ¿Hemos respondido a la voz de Dios que nos llama a su reino inconmovible? Porque la respuesta al evangelio no es opcional ni secundaria; es determinante para nuestra vida presente y para la eternidad.
El pasaje de Hebreos 12 nos lleva al clímax de una exhortación que corre a lo largo de toda la carta: la exhortación a no apartarnos de la fe. Los destinatarios de esta epístola, cristianos que enfrentaban persecución, estaban tentados a volver al judaísmo, a las sombras del antiguo pacto. Querían regresar al monte Sinaí, donde la ley les fue dada a través de Moisés, un lugar de temor y separación de Dios. El autor de Hebreos, en su esfuerzo por advertirlos, les muestra que lo que ahora tienen en Cristo es infinitamente superior a lo que ofrecía el antiguo pacto. Les recuerda que todo lo que Moisés representaba —la ley, los sacrificios, el templo— era solo una sombra de lo que ahora disfrutamos a la luz del evangelio. Al volver al judaísmo, estarían rechazando la realidad y abrazando nuevamente las sombras.
El monte Sinaí, donde Israel recibió la ley, era un lugar de terror: fuego, tinieblas, tempestad, y una voz tan aterradora que el pueblo suplicó que no se les hablara más directamente. Incluso Moisés temblaba de miedo. El mensaje era claro: ¡No te acerques! Pero el autor de Hebreos señala que los cristianos no han sido llamados a ese monte de separación, sino al monte Sión, al monte celestial, donde no hay distancia entre Dios y su pueblo. En Cristo, hemos sido acercados a la presencia misma de Dios, junto con los ángeles, los justos perfeccionados, y Jesús, el mediador del nuevo pacto. Su sangre, que habla mejor que la de Abel, no clama por justicia, sino que nos ofrece redención y paz.
Este contraste entre el monte Sinaí y el monte Sión es crucial. Mientras que el antiguo pacto era uno de temor y separación, el nuevo pacto en Cristo nos otorga acceso pleno a Dios. Y con este acceso viene una enorme responsabilidad. El autor de Hebreos nos advierte: Si aquellos que rechazaron la voz de Dios en el Sinaí no escaparon del juicio, ¿cómo escaparemos nosotros si despreciamos la voz que ahora nos habla desde los cielos? Ya no se trata de la voz de Moisés, sino de la voz de Cristo, el Hijo de Dios, quien nos llama a perseverar en la fe, a no volver atrás. Ignorar esta voz no es una opción; es jugar con nuestra eternidad.
En este contexto histórico-redentivo, nosotros hoy gozamos de mayores privilegios que los que Israel tuvo en Sinaí. No vivimos bajo la ley, sino bajo la gracia. Hemos sido llevados al monte celestial y estamos destinados a un reino inconmovible. Sin embargo, con estos privilegios viene una responsabilidad aún mayor: no podemos permitirnos despreciar la voz de Dios, que ahora nos llama desde los cielos. Y no debemos ser como aquellos que endurecieron sus corazones, que al enfrentar el juicio de Dios en Sinaí no pudieron soportar su voz. Hoy, Dios sigue hablando a través de Cristo, y nuestras vidas dependen de cómo respondemos.
En un mundo que se sacude y que será finalmente sacudido, debemos recordar que nuestra esperanza no está en lo que es temporal, sino en el reino eterno que hemos recibido en Cristo. Este texto nos desafía a no menospreciar la gracia, sino a responder con gratitud, obediencia y reverencia, sabiendo que nuestro Dios es fuego consumidor. El llamado de Hebreos es claro: No podemos volver atrás, no podemos regresar a las sombras. Hemos sido traídos a la luz, a la plenitud de las promesas de Dios en Cristo, y debemos perseverar en esa fe hasta el final.
Hoy veremos tres razones por las cuales no podemos menospreciar la voz de Dios. Pero antes de entrar en el texto, leamos juntos Hebreos 12:18-29, oremos para pedir la guía de Dios, y comenzaremos con el primer punto.
Después de haber leído este pasaje tan solemne y habernos acercado a Dios en oración, es importante que consideremos con atención lo que acabamos de escuchar. El texto nos sitúa entre dos realidades poderosas: el monte Sinaí, símbolo de la antigua alianza, y el monte Sión, lugar de la nueva alianza en Cristo. Ahora, el autor de Hebreos nos lleva a entender cómo debemos responder a esta revelación.
Comencemos observando la primera razón por la cual no debemos menospreciar la voz de Dios: porque hemos sido acercados al monte Sión, la ciudad del Dios vivo.
Punto 1: Porque hemos sido acercados al monte Sión, la ciudad del Dios vivo
Introducción al contraste:
La primera razón por la que no debemos menospreciar la voz de Dios es que, en Cristo, hemos sido acercados al monte Sión, la ciudad del Dios vivo. Este acceso es el cumplimiento glorioso de las promesas de Dios, y es fundamental entender cómo este privilegio trasciende las experiencias que el pueblo de Israel vivió bajo el antiguo pacto en el monte Sinaí. Hebreos 12:18-24 presenta un contraste dramático entre las dos montañas, señalando no solo la superioridad del nuevo pacto en Cristo, sino también el acceso pleno y glorioso que ahora tenemos a Dios. Esta progresión teológica es clave para captar la magnitud de lo que significa vivir a la luz de la gracia en el nuevo pacto.
1.1 El acceso restringido en Sinaí: Un pacto de temor y separación
En Hebreos 12:18-21, el autor describe cómo el pueblo de Israel, bajo el antiguo pacto, experimentó la santidad de Dios en el monte Sinaí con temor y temblor. Hebreos 12:18 afirma que ellos se acercaron a “lo que se podía tocar”, es decir, un monte físico, pero marcado por fuego ardiente, oscuridad, tinieblas y tormenta. Este escenario es un eco de Éxodo 19:12-13, donde Dios advirtió al pueblo que nadie debía acercarse ni tocar el monte, pues hacerlo significaba la muerte. La presencia de Dios en Sinaí manifestaba su santidad absoluta, y esto generaba una separación insalvable entre Dios y su pueblo debido al pecado.
Incluso Moisés, el mediador del pacto, experimentaba este temor, como Hebreos 12:21 nos dice: “Y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando” (cf. Deut. 9:19). Este acceso restringido reflejaba la naturaleza temporal e insuficiente del antiguo pacto. Aunque la ley era justa y revelaba el carácter de Dios (Éxodo 20:1-17), también señalaba la incapacidad del hombre para cumplirla. Los sacrificios de animales, los rituales repetidos año tras año (Levítico 16), solo cubrían temporalmente el pecado, pero no podían abrir el camino definitivo hacia la presencia de Dios (Hebreos 10:1-4).
1.2 El monte Sión: El acceso pleno en Cristo
En contraste con la experiencia de Sinaí, Hebreos 12:22 nos introduce al monte Sión, al cual los creyentes en Cristo hemos sido acercados. El texto dice: “Os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial”. Aquí vemos un cambio total de escenario. Ya no estamos en un monte de juicio y terror, sino en un monte celestial, símbolo de la nueva Jerusalén, donde habita Dios. Este monte representa la morada eterna de Dios y el lugar donde se cumplen todas las promesas del pacto de gracia.
Este acceso pleno es un eco del cumplimiento de la promesa de Jeremías 31:31-34, donde Dios prometió un nuevo pacto, no como el pacto de la ley, sino uno escrito en el corazón de su pueblo. En Cristo, este nuevo pacto es una realidad, pues su sangre ha abierto el camino hacia la presencia de Dios (Hebreos 10:19-22). A través de Jesús, quien es el mediador del nuevo pacto, tenemos un acceso pleno y definitivo al trono de la gracia (Hebreos 4:16).
1.3 El desarrollo progresivo del pacto de gracia: De las sombras a la realidad
A lo largo de la Escritura, podemos ver cómo Dios ha revelado progresivamente su plan redentor. Desde el pacto con Abraham, cuando Dios le prometió que todas las naciones serían bendecidas a través de su descendencia (Génesis 12:3; Gálatas 3:8-9), hasta el pacto con Moisés en Sinaí, cada uno de estos pactos apuntaba hacia una consumación futura. El apóstol Pablo describe este desarrollo en Gálatas 3:24, señalando que la ley fue nuestro “ayo” para llevarnos a Cristo.
El monte Sinaí y el pacto mosaico sirvieron para demostrar la necesidad de un salvador, pues nadie podía cumplir la ley de manera perfecta (Romanos 3:19-20). Sin embargo, en Hebreos 12, el autor nos muestra que todo este sistema era una sombra de lo que habría de venir (Hebreos 10:1). La plenitud de este desarrollo llega en Cristo, quien es la culminación del pacto de gracia, el cumplimiento de todas las promesas de Dios (2 Corintios 1:20).
Hebreos 12:24 resalta que Jesús es el mediador de este nuevo pacto, y su sangre “habla mejor que la de Abel”. Mientras que la sangre de Abel clamaba por justicia (Génesis 4:10), la sangre de Cristo clama por perdón y reconciliación, trayéndonos acceso completo a Dios.
1.4 Los siete contrastes entre Sinaí y Sión
El autor de Hebreos emplea un contraste claro entre las dos montañas para subrayar la grandeza del nuevo pacto sobre el antiguo. Veamos los siete contrastes que surgen del texto:
1. Lo tangible contra lo espiritual (v. 18-22): Sinaí era un monte físico, palpable, mientras que Sión es una realidad espiritual y celestial. En Sinaí, el enfoque estaba en lo que se podía ver y tocar, pero en Sión nos acercamos a lo que es eterno e invisible (2 Corintios 4:18).
2. El fuego consumidor contra la fiesta celestial (v. 18-22): Mientras que Sinaí estaba envuelto en fuego y terror (Éxodo 19:18), Sión es un lugar de gozo, donde los ángeles se reúnen en “fiesta” y el pueblo redimido de Dios celebra su presencia.
3. La separación contra el acceso pleno (v. 18-22): En Sinaí, nadie podía acercarse al monte sin enfrentar la muerte (Éxodo 19:12-13). En Sión, gracias a Cristo, el acceso a Dios es libre y completo (Hebreos 10:19-22).
4. La ley contra el evangelio (v. 18-24): La ley, dada en Sinaí, revelaba el pecado y condenaba (Romanos 7:7-12). El evangelio proclamado en Sión trae vida y reconciliación (Romanos 8:1-2).
5. La mediación de Moisés contra la mediación de Cristo (v. 18-24): Moisés temía ante la presencia de Dios (Hebreos 12:21; Deuteronomio 9:19), mientras que Cristo, como mediador del nuevo pacto, nos ha traído paz con Dios (Colosenses 1:20).
6. El temor de muerte contra la vida eterna (v. 18-24): Acercarse a Sinaí significaba muerte (Éxodo 19:12), pero en Sión, la cercanía a Dios trae vida eterna (Juan 17:3).
7. El pacto temporal contra el reino inconmovible (v. 18-28): El pacto en Sinaí era temporal y preparatorio (Hebreos 8:13), mientras que el reino que hemos recibido en Cristo es eterno e inconmovible (Hebreos 12:28).
1.5 La gloria del acceso pleno: Vivir bajo el nuevo pacto
Lo más glorioso del monte Sión es el acceso pleno que ahora tenemos a Dios, sin las barreras y restricciones que marcaban la adoración bajo el antiguo pacto. Hebreos 10:19-22 nos dice que, por la sangre de Cristo, tenemos plena libertad para entrar en el lugar santísimo. Esta libertad no solo transforma nuestra relación con Dios, sino también nuestra adoración, que ahora es en espíritu y en verdad (Juan 4:23-24). Ya no estamos atados al temor y la condenación, sino que hemos sido llamados a acercarnos con confianza al trono de la gracia (Hebreos 4:16).
Conclusión del punto 1 y transición al punto 2
Hemos sido acercados al monte Sión, la ciudad del Dios vivo, no por nuestras obras, sino por la obra perfecta de Cristo. Este acceso nos llama a responder con reverencia, gratitud y obediencia. Ya no estamos bajo la condenación de la ley, sino bajo la gracia del evangelio. Pero además de ser acercados a Sión, hemos recibido un reino inconmovible, y eso es lo que veremos en el siguiente punto.
unto 2: Porque hemos recibido un reino inconmovible
Introducción: La naturaleza y seguridad de este reino
La segunda razón por la que no debemos menospreciar la voz de Dios es que, en Cristo, hemos recibido un reino inconmovible, una realidad que sobrepasa todas las expectativas humanas y es el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios. Este reino no es como los reinos de este mundo, que son sacudidos y destruidos, sino que es firme, eterno y permanece para siempre (Hebreos 12:28). Para los primeros destinatarios de esta epístola, que vivían bajo la amenaza de persecuciones y la tentación de volver al judaísmo, esta promesa de un reino inconmovible ofrecía consuelo y fortaleza. Igualmente, para nosotros hoy, viviendo en un mundo que se sacude constantemente, esta promesa nos llama a confiar en la solidez del reino de Cristo, que no puede ser conmovido.
Hebreos 12:26-27 nos recuerda la profecía de Hageo (Hageo 2:6-7), donde Dios promete sacudir los cielos y la tierra una vez más. Esto no es una simple metáfora, sino una declaración del juicio final, en el que todo lo que es temporal y corruptible será removido, dejando únicamente lo eterno e incorruptible: el reino de Dios. Aquí se cumple el principio de promesa y cumplimiento, que hemos visto a lo largo de toda la revelación bíblica .
2.1 La sacudida de lo temporal: Un reino inestable contra un reino eterno
El pasaje de Hebreos nos lleva a comprender que todo lo creado, todo lo que pertenece a este mundo temporal, será sacudido. Este concepto de “sacudida” apunta a la fragilidad de los reinos de la tierra y de toda la creación caída. Dios ya sacudió la tierra en el monte Sinaí (Éxodo 19:18), y el autor de Hebreos nos dice que Él volverá a sacudir no solo la tierra, sino también los cielos (Hebreos 12:26). Esta es una imagen poderosa del juicio divino, donde lo corruptible será removido, y solo lo que es inmutable y eterno permanecerá .
Este acto de sacudida también está conectado con las promesas del reino en Daniel 7:18, donde se nos dice que “los santos del Altísimo recibirán el reino y poseerán el reino para siempre”. Aquí es donde entramos en el tema central de este punto: el reino que hemos recibido no puede ser sacudido. Mientras que los imperios del mundo suben y caen, mientras que las instituciones humanas son temporales, el reino de Dios permanece inmutable, firme y eterno .
2.2 La seguridad del reino inconmovible: La certeza del pacto eterno
El autor de Hebreos destaca que este reino inconmovible es una promesa que ya estamos recibiendo. El verbo “recibir” en Hebreos 12:28 indica que, aunque aún estamos esperando la plenitud de este reino en la segunda venida de Cristo, ya estamos participando de él en el presente. Este reino es una realidad presente y futura. Esta tensión del “ya, pero todavía no” refleja la dinámica del pacto de gracia, donde ya hemos sido hechos ciudadanos de este reino celestial, pero aguardamos su consumación final cuando Cristo vuelva .
Bajo el antiguo pacto, la experiencia del reino de Dios era parcial y restringida. Los creyentes del Antiguo Testamento vivían bajo un sistema que estaba destinado a pasar, como una sombra de lo que habría de venir. La adoración en el tabernáculo o el templo era temporal y limitada, esperando la llegada del verdadero Rey, Jesucristo, quien establecería un reino que no puede ser conmovido (Hebreos 9:11). Esta es la razón por la que Hebreos 12:28 nos insta a dar gracias a Dios, porque ahora tenemos acceso a este reino eterno .
2.3 La naturaleza del reino inconmovible: La comunidad eterna y justa
Este reino no solo es inconmovible por su naturaleza divina, sino también por el tipo de comunidad que lo habita. Hebreos 12:22-24 describe este reino como la “ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial”, donde están los “espíritus de los justos hechos perfectos” y donde Cristo es el mediador. Aquí encontramos la culminación de la promesa de Dios de habitar en medio de su pueblo, una realidad que comenzó en el Jardín del Edén, fue prefigurada en el tabernáculo y el templo, y ahora se cumple plenamente en la comunidad celestial .
La imagen de la Jerusalén celestial no es simplemente simbólica. Representa la verdadera morada de Dios con su pueblo, donde no habrá más pecado ni corrupción. Los ciudadanos de este reino son aquellos que han sido lavados por la sangre del Cordero (Hebreos 12:24), y que han sido traídos a esta comunidad por la obra redentora de Cristo. Este es el reino donde la justicia, la paz y la gloria de Dios reinan para siempre (Isaías 9:7; Apocalipsis 21:1-4) .
2.4 La respuesta del creyente: Gratitud y adoración reverente
Dado que hemos recibido un reino que no puede ser sacudido, nuestra respuesta debe ser una de gratitud y adoración reverente. Hebreos 12:28 nos exhorta a “tener gracia” o “ser agradecidos”, lo cual implica una vida de adoración que no es superficial ni circunstancial, sino profundamente arraigada en la reverencia y el temor de Dios. Este temor no es un miedo servil, sino un asombro reverente ante la grandeza de Dios, sabiendo que Él es un “fuego consumidor” (Hebreos 12:29). La referencia a Dios como fuego consumidor retoma la imagen de la santidad de Dios en el monte Sinaí (Deuteronomio 4:24), pero ahora bajo el nuevo pacto, esa santidad no es motivo de separación, sino de adoración y comunión .
Este llamado a la adoración tiene profundas implicaciones para nuestra vida diaria. La verdadera adoración no se limita a los momentos formales de culto, sino que abarca toda nuestra vida, vivida en respuesta a la misericordia y la gracia de Dios. Así como Romanos 12:1 nos llama a ofrecer nuestros cuerpos como sacrificio vivo, Hebreos 12:28 nos insta a adorar a Dios con una vida que refleje nuestra gratitud por su reino inconmovible .
Conclusión del punto 2 y transición al punto 3
Este reino que hemos recibido no solo es una promesa futura, sino una realidad presente en la que ya participamos. A medida que vivimos en medio de un mundo sacudido por el pecado, las crisis y las incertidumbres, debemos recordar que hemos sido traídos a un reino que no puede ser conmovido. Esta es una razón poderosa para no menospreciar la voz de Dios, sino para responder con gratitud, adoración y fidelidad.
Pasemos ahora al tercer punto: Debemos responder con temor y reverencia porque Dios es un fuego consumidor.
Punto 3: Debemos responder con temor y reverencia porque nuestro Dios es fuego consumidor
Tras haber reflexionado sobre la inmensa gracia de recibir un reino inconmovible, el autor de Hebreos nos lleva a una conclusión solemne y poderosa: Debemos responder con temor y reverencia a Dios, porque Él es fuego consumidor (Hebreos 12:29). Esta es una advertencia que no debemos tomar a la ligera, sino como un llamado a vivir con plena consciencia de la santidad de Dios y de la seriedad de Su voz. Aunque hemos sido acercados a un reino lleno de gracia, la naturaleza de Dios sigue siendo la misma: Él es santo, justo y digno de reverencia.
El autor utiliza aquí una imagen fuerte, evocada desde Deuteronomio 4:24, donde Dios es descrito como fuego consumidor para recordar a Israel la importancia de no desviarse de Su pacto. Este fuego no solo quema, sino que purifica, y es una advertencia de que no podemos tratar la gracia con despreocupación ni con una actitud ligera. Al ser parte de su reino, nuestra vida debe reflejar una adoración genuina, marcada por una reverencia profunda ante su santidad. Este temor reverente no es un miedo paralizante, sino un asombro santo que nos impulsa a vivir de acuerdo con los mandatos de Dios, reconociendo que todo lo que hacemos lo hacemos en Su presencia.
3.1 El temor reverente: Un llamado a la obediencia
Este temor reverente es esencial para la vida cristiana. No es un temor que proviene de la condenación o del juicio, ya que en Cristo hemos sido liberados de la culpa, sino un temor que surge de la grandeza de Dios y del reconocimiento de Su majestad. En Proverbios 9:10 leemos que “el temor de Jehová es el principio de la sabiduría”. Este tipo de temor es lo que lleva al creyente a vivir en sumisión a la voluntad de Dios, sabiendo que Él es soberano sobre todas las cosas. En Hebreos 12:29, el autor nos recuerda que Dios, siendo fuego consumidor, requiere una respuesta seria y comprometida por parte de Su pueblo.
La idea de que Dios es fuego consumidor no está separada de Su amor y gracia; más bien, es una manifestación de Su carácter santo que no tolera el pecado y la rebelión. Este concepto nos lleva a reflexionar sobre el llamado de Dios a la santidad. Como ciudadanos de un reino inconmovible, debemos vivir vidas que reflejen el carácter de ese reino, marcadas por obediencia y reverencia a Dios. Este llamado a la santidad no es un peso, sino una respuesta natural al privilegio de ser parte de su reino.
3.2 El peligro de despreciar la voz de Dios
El pasaje de Hebreos 12 nos ha estado advirtiendo repetidamente sobre el peligro de despreciar la voz de Dios. Si los israelitas que se rebelaron en el desierto y no escucharon Su voz en Sinaí no escaparon al juicio, ¿cuánto más nosotros, que hemos oído la voz de Su Hijo desde los cielos? El mensaje es claro: la voz de Dios requiere una respuesta. No podemos ignorar ni minimizar lo que Él nos ha hablado a través de su Palabra y por medio de Cristo, el mediador del nuevo pacto.
El texto nos advierte que Dios no pasará por alto a aquellos que desprecian Su voz. Si bien somos salvos por gracia, la gracia no es una licencia para la indiferencia espiritual. Al ser ciudadanos de un reino inconmovible, nuestra respuesta a la voz de Dios debe ser de reverencia, ya que la advertencia es clara: despreciar su voz tiene consecuencias eternas. El autor de Hebreos no solo nos está llamando a ver la gracia, sino también a entender la seriedad de la respuesta que esta gracia demanda.
3.3 El fuego consumidor: La santidad de Dios y el llamado a la adoración
El hecho de que Dios sea un fuego consumidor también subraya la santidad de Dios. Su santidad es absoluta, y aquellos que se acercan a Él deben hacerlo con una actitud de adoración que esté a la altura de quien Él es. En el Antiguo Testamento, cuando Dios revelaba Su presencia en el monte Sinaí, la tierra temblaba, y nadie podía acercarse a Él sin morir (Éxodo 19:18-19). Bajo el nuevo pacto, hemos sido acercados a un Dios que, en Cristo, nos recibe con gracia y misericordia, pero eso no cambia la realidad de Su santidad.
Esta imagen del fuego consumidor también tiene un propósito purificador. El fuego no solo destruye, sino que purifica. Al igual que el oro refinado en el fuego, Dios está purificando a Su pueblo. Somos llamados a acercarnos a Él con corazones limpios y manos santas, sabiendo que su obra en nosotros es una obra de transformación, de santificación (Hebreos 12:10-11). Esta purificación no es solo individual, sino también colectiva: la Iglesia misma, como el cuerpo de Cristo, debe reflejar una adoración pura y reverente.
3.4 Nuestra respuesta: Adoración con temor y reverencia
A lo largo de este pasaje, hemos visto un llamado claro: hemos recibido un reino inconmovible, y debemos responder a ese regalo con adoración, gratitud y una vida que refleje el carácter de Dios. Pero esta adoración no puede ser superficial ni ritualista. Debe ser una adoración genuina que nace de un corazón transformado, un corazón que reconoce la grandeza de Dios y se rinde completamente a Él.
El autor de Hebreos nos llama a adorar a Dios “con temor y reverencia”, entendiendo que el Dios a quien servimos es santo y justo. Este temor no es un terror que nos aleje, sino un temor reverente que nos acerca a Él con humildad y obediencia. Cuando entendemos que Dios es fuego consumidor, comprendemos que Su santidad requiere una respuesta seria y completa de nuestra parte. Este temor reverente nos lleva a vivir no solo como individuos, sino como una comunidad que refleja el carácter de un Dios santo y justo.
Conclusión del punto 3 y transición al final
En conclusión, debemos responder con temor y reverencia porque nuestro Dios es fuego consumidor. Esta realidad nos llama a vivir en obediencia, conscientes de Su santidad, y a no tomar a la ligera el inmenso privilegio de haber sido acercados a Su reino inconmovible. Nuestra adoración debe ser sincera, reflejando un corazón agradecido y reverente.
Hemos sido llamados a escuchar Su voz y a responder con todo nuestro ser. Que vivamos con gratitud, obediencia y temor reverente, sabiendo que el Dios a quien servimos es santo y digno de toda nuestra adoración.
Con esto en mente, oremos y pidamos a Dios que nos ayude a vivir vidas que reflejen este llamado, mientras nos preparamos para recibir Su reino eterno
onclusión del Sermón
Hemos recorrido un pasaje profundamente solemne y lleno de advertencias amorosas. Hemos sido llamados a no menospreciar la voz de Dios, y hemos visto tres razones fundamentales para no hacerlo:
1. Hemos sido acercados al monte Sión: Ya no estamos en Sinaí, llenos de terror y separados de Dios. En Cristo, hemos sido traídos a la ciudad celestial, la morada de Dios, un privilegio que Israel nunca tuvo en su plenitud.
2. Hemos recibido un reino inconmovible: Mientras el mundo a nuestro alrededor se sacude y todo lo temporal cae, el reino de Dios permanece firme para siempre. Nosotros, en Cristo, hemos sido hechos ciudadanos de este reino que no puede ser destruido.
3. Nuestro Dios es fuego consumidor: La santidad y justicia de Dios requieren una respuesta de temor reverente. No podemos ignorar Su voz ni tomar Su gracia a la ligera. Estamos llamados a vivir vidas que reflejen la gloria y santidad de nuestro Dios.
Cada uno de estos puntos nos conduce a un llamado de acción. Hemos recibido tanto en Cristo, y nuestra respuesta no puede ser la indiferencia o el desprecio. Debemos vivir con gratitud, obediencia y temor santo.
Hoy, el Señor nos llama a responder a Su voz. Nos llama a adorarle con corazones sinceros y a vivir como hijos e hijas de un reino eterno. No dejemos que estas verdades se queden en la mente, sino que penetren en nuestros corazones, moldeando la manera en que vivimos y adoramos.
Oremos:
“Señor, gracias por habernos acercado a tu monte santo, por hacernos parte de tu reino inconmovible. Ayúdanos a vivir con temor reverente, reconociendo tu santidad y tu gracia. Que nuestras vidas reflejen tu gloria y que nunca tomemos a la ligera la voz que nos habla desde los cielos. Danos corazones humildes, llenos de gratitud, y vidas consagradas a tu voluntad. En el nombre de Cristo, nuestro mediador, te lo pedimos. Amén.”