Clase del libro de orden - 2

Sermon  •  Submitted   •  Presented
0 ratings
· 4 views
Notes
Transcript

Introducción:

Introducción:
En nuestra clase anterior, consideramos el prologo de nuestro libro de orden, vimos la importancia de los documentos de orden primario, secundario y terciario en la vida de la iglesia. Recordemos que estos documentos no compiten con la autoridad de las Escrituras, sino que proporcionan normas y directrices que nos ayudan a aplicar la Palabra de Dios de manera efectiva.
Hoy vamos a explorar el primer capitulo. Es interesante notar que el Libro de Orden de nuestra denominación comienza de una manera diferente a otros documentos similares de muchas iglesias.
Mientras que algunos pueden enfocarse en cuestiones administrativas o históricas, el Libro de Orden Presbiteriano comienza con una poderosa declaración teológica: Jesucristo es el Rey y Cabeza de la Iglesia. Este enfoque no es casual. Al contrario, refleja una profunda convicción de que el fundamento del gobierno de la iglesia no se basa en estructuras humanas, sino en la soberanía de Cristo.
Al empezar con esta afirmación, el Libro de Orden establece que todo lo que hacemos en la iglesia está directamente relacionado con la obra y autoridad de Jesucristo.
Este no es simplemente un manual de reglas o procedimientos; es una declaración de que el Señor resucitado es quien dirige, guía y gobierna a Su pueblo. Así como Él tiene toda la autoridad sobre el cielo y la tierra, también tiene autoridad sobre Su iglesia, y esto debe ser la base de cualquier discusión sobre el gobierno eclesiástico.
Nuestro enfoque esta mañana será considerar a Cristo como Rey, Cabeza y Mediador de su iglesia. Veremos cómo Él gobierna espiritualmente a través de su Palabra y Espíritu, y cómo los oficios eclesiásticos que tenemos en la iglesia presbiteriana no son inventos humanos, sino reflejos de su autoridad y gobierno.
En ultimas veremos como todo lo que hacemos como iglesia debe llevarnos a recordar y reconocer que Cristo está en el centro. Él es la fuente de todo gobierno, poder y autoridad en la iglesia. Y nuestra misión como líderes, como siervos, como miembros de la iglesia, es someternos a ese gobierno, recibir sus bendiciones y vivir en obediencia a Su Palabra.
1. Cristo, Rey y Gobernador Supremo
(Isaías 9:6-7; Mateo 28:18-20)
Resumen del Libro de Orden:
El Capítulo I del Libro de Orden de la Iglesia Presbiteriana comienza estableciendo una verdad fundamental: Jesucristo, sobre cuyos hombros descansa el gobierno, es el Rey y Gobernador Supremo de su iglesia. Él es llamado Consejero Admirable, Dios Todopoderoso, Padre Eterno y Príncipe de Paz, y el incremento de su gobierno no tendrá fin. Cristo ha recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra, y todas las cosas han sido puestas bajo sus pies. Jesucristo es la cabeza de la iglesia, y desde su ascensión continúa gobernando mediante su Palabra, su Espíritu y a través de los oficios que ha establecido para la edificación de su cuerpo.
Este comienzo en el Libro de Orden marca una distinción significativa con otros documentos de gobierno eclesial, pues no inicia con una enumeración de procedimientos o estructuras, sino con una afirmación teológica y bíblica del señorío absoluto de Cristo. Esta diferencia refleja el compromiso de la iglesia reformada con el señorío de Cristo como fundamento de todo gobierno eclesial.
Desarrollo bíblico y teológico:
Desde el Antiguo Testamento, encontramos en Isaías 9:6-7 una de las descripciones más gloriosas del Mesías como gobernante divino. Este pasaje no solo nos presenta los nombres de Cristo que reflejan su carácter y atributos—Consejero Admirable, Dios Todopoderoso, Padre Eterno y Príncipe de Paz—sino que también establece que “el gobierno estará sobre sus hombros”. Esta imagen simboliza la plena responsabilidad de Cristo en el gobierno del universo y, particularmente, de su pueblo, la iglesia.
En este contexto, el gobierno de Cristo no es una figura decorativa o simbólica, sino una autoridad real y eficaz. Isaías continúa diciendo que “el aumento de su gobierno y de su paz no tendrá fin”, lo que nos lleva a entender que el gobierno de Cristo es expansivo y continuo. No tiene límites, y su propósito es el establecimiento de la paz y la justicia en su reino. Esta paz no es solo ausencia de conflicto, sino la restauración del orden divino que abarca todos los aspectos de la vida.
El cumplimiento de esta profecía se ve claramente en el Nuevo Testamento, específicamente en Mateo 28:18-20, donde Jesús, tras su resurrección, declara: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. Estas palabras, que introducen la Gran Comisión, no solo hablan de un mandato misionero, sino que establecen a Jesús como el Rey absoluto de toda la creación. A través de esta autoridad, Jesús envía a sus discípulos a hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos y enseñándoles a obedecer sus mandamientos. Este acto refleja la autoridad de Cristo sobre su iglesia, quien gobierna con justicia, poder y compasión.
Efesios 1:22-23 añade una capa más profunda al entendimiento del gobierno de Cristo. “Dios ha puesto todas las cosas bajo sus pies” y lo ha hecho “cabeza sobre todas las cosas para la iglesia, la cual es su cuerpo”. Esto implica que, aunque Cristo es el Rey universal de toda la creación, su gobierno sobre la iglesia es especial e íntimo. Él no solo la gobierna, sino que es la Cabeza de la iglesia, lo que implica que la iglesia depende completamente de Él para su vida, su misión y su existencia misma.
Este concepto de Cristo como Cabeza es clave para la teología reformada. En la iglesia, no hay autoridad superior a la de Cristo, y todos los oficios eclesiásticos deben estar subordinados a su autoridad. Él gobierna no con una mano dura, sino como un Pastor que cuida y guía a su rebaño. El Salmo 23 ofrece una imagen poderosa de cómo Cristo, el buen Pastor, lleva a su pueblo por caminos de justicia, proveyendo para sus necesidades espirituales y físicas. Este cuidado pastoral es una parte esencial del reinado de Cristo sobre su iglesia.
Chad Van Dixhoorn, en su obra God’s Ambassadors, destaca cómo la Asamblea de Westminster afirmaba la supremacía de Cristo en el gobierno de la iglesia como una respuesta directa a los errores del papado. El reinado de Cristo era un gobierno basado en la Palabra y el Espíritu, no en instituciones humanas. Van Dixhoorn subraya que el gobierno de Cristo es inseparable de su obra como Mediador, y su reinado espiritual asegura que la iglesia siempre esté bajo su dirección soberana.
Cristo como Cabeza de la Iglesia:
El Libro de Orden nos recuerda que Cristo es el único y supremo Rey y Cabeza de la iglesia. Esta afirmación no es solo retórica, sino que define cómo la iglesia debe entender su relación con Cristo y su misión en el mundo. Efesios 1:22-23 nos enseña que Cristo ha sido dado como cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, lo cual subraya la absoluta dependencia de la iglesia de Cristo para su vida y misión.
El gobierno de Cristo no es como los gobiernos terrenales, que a menudo se caracterizan por la injusticia y el abuso de poder. Cristo gobierna su iglesia como un Pastor, cuidando de sus ovejas y guiándolas por caminos de justicia. Juan 10:14-16 nos muestra que Cristo no es solo un rey distante, sino un pastor que conoce a sus ovejas por nombre y las guía con amor y cuidado.
Este contraste con la teología católica romana, que sostiene que el Papa es el vicario de Cristo en la tierra, es clave. En la teología reformada, Cristo gobierna a su iglesia directamente a través del Espíritu Santo, quien actúa como el verdadero vicario de Cristo. El Espíritu Santo es quien aplica la obra de Cristo en la vida de la iglesia, guiándola en toda verdad (Juan 16:13).
Cornelis Van Dam, en The Deacon: Biblical Foundations for Today’s Ministry of Mercy, subraya que la autoridad en la iglesia reside únicamente en Cristo y es ejercida por el Espíritu Santo a través de los oficios de la iglesia. Los ministros, ancianos y diáconos no son figuras de autoridad autónomas, sino siervos que operan bajo la dirección de Cristo, dependiendo de su Palabra y de su Espíritu.
El Gobierno Espiritual de Cristo:
Una de las claves del gobierno de Cristo es que su reino es de naturaleza espiritual. En Juan 18:36, Jesús declara que su reino no es de este mundo. Esto significa que el gobierno de Cristo no se basa en la coerción o el poder militar, sino en la obra regeneradora del Espíritu Santo, que transforma los corazones y las vidas de su pueblo.
El Libro de Orden enfatiza que Cristo gobierna su iglesia mediante su Palabra y que todas las estructuras de gobierno, las ordenanzas y la disciplina deben estar en plena sumisión a las Escrituras. Esta idea refleja el principio de Sola Scriptura, que establece que las Escrituras son la única regla infalible de fe y práctica en la iglesia. En áreas donde las Escrituras no son explícitas, la iglesia debe guiarse por principios generales que promuevan el orden y la edificación del cuerpo de Cristo, como se enseña en 1 Corintios 14:40: “Todo debe hacerse decentemente y en orden”.
Este gobierno espiritual es, en última instancia, una expresión del carácter de Cristo. Su gobierno no es opresivo, sino liberador. No impone cargas pesadas sobre su pueblo, sino que ofrece descanso y paz (Mateo 11:28-30). Cristo, como Rey, trae verdadera libertad a su iglesia, no una libertad basada en la autonomía, sino en la sumisión a su señorío perfecto y amoroso.
Aplicación práctica y pastoral:
La afirmación de que Cristo es el Rey y Gobernador Supremo tiene profundas implicaciones para la vida de la iglesia y de cada creyente.
1. Sometimiento total: Como miembros del cuerpo de Cristo, debemos someternos completamente a su gobierno. Esto significa reconocer que Cristo define lo que es correcto, justo y verdadero, y que nuestras opiniones o preferencias no tienen la última palabra. Su Palabra debe ser nuestra guía en todo aspecto de la vida eclesial y personal.
2. Confianza en su liderazgo perfecto: En momentos de confusión o discordia en nuestras congregaciones, debemos recordar que Cristo es nuestro Rey perfecto. Aun cuando no comprendamos todas las circunstancias, podemos confiar en que su plan para su iglesia es sabio y bueno.
3. Misión bajo su autoridad: La Gran Comisión en Mateo 28:18-20 no es solo un mandato para hacer discípulos, sino un llamado a cumplir nuestra misión bajo la autoridad de Cristo. Él es el Rey que nos envía al mundo para proclamar su evangelio, y su autoridad nos respalda en esta tarea.
Conclusión:
Cristo, como el Rey y Gobernador Supremo, no solo dirige su iglesia desde su trono celestial, sino que guía, cuida y alimenta a su pueblo mediante su Palabra y su Espíritu. Esta verdad nos debe llenar de confianza y gratitud, sabiendo que no estamos a merced de nuestras propias limitaciones. Cristo es nuestro Rey, y bajo su gobierno la iglesia encontrará su dirección, misión y propósito.
El Libro de Orden nos recuerda que, aunque las estructuras de gobierno eclesiástico son importantes, no son el fin en sí mismas. Son medios por los cuales Cristo, nuestro Rey, ejerce su gobierno sobre su iglesia para su edificación y para la gloria de su nombre. Como iglesia, debemos siempre recordar que no seguimos a líderes humanos, sino a Cristo, quien gobierna con autoridad, poder y amor inigualables. Él es nuestro Rey y Cabeza, y a Él le debemos toda nuestra obediencia y lealtad. ¡Que vivamos y sirvamos bajo su reinado, confiando en su gobierno perfecto y en su poder redentor!
“Así como Cristo es Rey de toda la creación, tiene una relación especial con su iglesia. Ahora vamos a profundizar en su rol como Cabeza de la iglesia.”
2. Cristo, Cabeza de la Iglesia
(Efesios 1:20-23)
Resumen del Libro de Orden:
El Libro de Orden continúa enseñándonos que Jesucristo es la Cabeza de la Iglesia, la cual es Su cuerpo. Este gobierno no es simbólico ni una metáfora vacía, sino una realidad profunda. Como cabeza, Cristo tiene autoridad suprema sobre su Iglesia, y desde su ascensión continúa gobernando, proveyendo los oficios, los dones y la dirección necesaria para la edificación y el perfeccionamiento de Su pueblo. En su función de cabeza, Cristo no es un observador distante, sino que gobierna su iglesia mediante su Palabra y Espíritu, actuando activamente en la vida de la comunidad de fe.
En este punto, el Libro de Orden destaca que la iglesia no puede existir ni funcionar correctamente sin reconocer y someterse a Cristo como su única cabeza. Toda la estructura de gobierno de la iglesia, el ejercicio de los oficios y la administración de los sacramentos, están bajo la autoridad directa de Cristo, quien gobierna su iglesia de manera espiritual. La iglesia es Su cuerpo, y depende completamente de su cabeza para vivir, moverse y cumplir su misión.
Desarrollo bíblico y teológico:
El concepto de Cristo como cabeza de la Iglesia se desarrolla ampliamente en el Nuevo Testamento, y uno de los pasajes clave es Efesios 1:20-23. En este texto, Pablo describe cómo Dios el Padre ha puesto todo bajo los pies de Cristo y lo ha dado como cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia. Este acto de colocar todas las cosas bajo el señorío de Cristo tiene una relevancia especial para la iglesia, porque Cristo no solo tiene poder y dominio sobre toda la creación, sino que ejerce su autoridad de manera particular sobre su pueblo.
En el pensamiento de Pablo, la iglesia no es una institución humana, sino el cuerpo vivo de Cristo. Efesios 1:22-23 nos dice que Cristo es dado como cabeza “sobre todas las cosas” para la iglesia. Esto significa que la iglesia no es autónoma ni está diseñada para funcionar de manera independiente. Como el cuerpo depende de su cabeza para cada movimiento y acción, la iglesia depende completamente de Cristo para su vida, dirección y misión.
Este tema de la dependencia absoluta de la iglesia en Cristo se refuerza en otros textos como Colosenses 1:18, donde Pablo también enfatiza que Cristo es la cabeza del cuerpo, la iglesia, y que tiene la preeminencia en todas las cosas. Este concepto de la preeminencia de Cristo implica que no hay área en la vida de la iglesia que esté fuera de su control o autoridad. Cada aspecto de la vida y misión de la iglesia debe estar alineado con la voluntad de Cristo, quien la guía y provee todo lo necesario para su crecimiento y edificación.
En cuanto a la teología reformada, esta visión de Cristo como cabeza de la Iglesia tiene profundas implicaciones. Como explica Cornelis Van Dam en The Deacon: Biblical Foundations for Today’s Ministry of Mercy, la autoridad de Cristo en la iglesia es total y soberana, y es ejercida a través de los oficios que Él mismo ha establecido. Esto es importante porque nos recuerda que los pastores, ancianos y diáconos no son los verdaderos gobernantes de la iglesia, sino siervos de Cristo, que ejercen su autoridad solo en cuanto están sujetos a su Palabra y Espíritu.
La iglesia, al ser el cuerpo de Cristo, no solo está bajo su gobierno, sino que también participa de su vida. Esta idea se extiende más allá de la organización eclesial para incluir la unidad vital que existe entre Cristo y su iglesia. La iglesia está llamada a crecer en semejanza a su Cabeza, en santidad y obediencia, cumpliendo así su misión en el mundo.
Cristo, fuente de vida y crecimiento para la Iglesia:
Además de gobernar a su iglesia, Cristo es también la fuente de vida y crecimiento. Efesios 4:15-16 nos enseña que el cuerpo, bajo la dirección de la Cabeza, crece y se edifica en amor, y cada parte del cuerpo tiene un papel específico que desempeñar para que el todo crezca conforme a la voluntad de Dios. La iglesia no solo está llamada a someterse a Cristo como su autoridad, sino que también recibe de Él todo lo necesario para llevar a cabo su misión en el mundo. Cristo da dones a su iglesia para su edificación y perfeccionamiento (Efesios 4:11-12), y estos dones son el medio por el cual el cuerpo de Cristo crece en unidad y madurez.
Esta dependencia de la iglesia en Cristo se relaciona estrechamente con el concepto reformado de los “medios de gracia”. Cristo, como cabeza, no solo dirige su iglesia de manera general, sino que también provee los medios a través de los cuales su gracia fluye al cuerpo. A través de la predicación de la Palabra, la administración de los sacramentos y el ejercicio de la disciplina eclesiástica, Cristo ministra a su iglesia, asegurándose de que reciba el alimento espiritual que necesita para crecer en santidad y cumplir su misión en el mundo.
El gobierno de Cristo a través de los oficios:
El Libro de Orden establece claramente que Cristo gobierna su iglesia no solo directamente, sino también mediante los oficios que Él ha establecido para su edificación. Estos oficios no son invenciones humanas, sino una provisión divina para el bienestar de la iglesia. Efesios 4:11-12 nos enseña que Cristo ha dado a su iglesia “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros” para la edificación de los santos y la obra del ministerio. Cada uno de estos oficios tiene un propósito particular dentro del cuerpo de Cristo, y su función es edificar a la iglesia para que crezca en unidad y madurez.
El gobierno de Cristo no es autoritario en el sentido negativo, sino que es un gobierno de amor, justicia y gracia. Cristo ejerce su autoridad a través de líderes que están llamados a ser siervos, no señores, del rebaño. Como escribe Chad Van Dixhoorn en God’s Ambassadors: The Westminster Assembly and the Reformation of the English Pulpit, 1643-1653, el llamado al ministerio pastoral es un llamado a representar a Cristo en el servicio y la enseñanza, no en la dominación. Esto refleja el carácter de Cristo como Cabeza, quien no solo gobierna, sino que también cuida y alimenta a su iglesia.
El gobierno presbiteriano, como lo expresa el Libro de Orden, está diseñado para reflejar esta estructura bíblica. No es un sistema en el que unos pocos tienen todo el poder, sino un sistema de gobierno en el que Cristo, a través de sus siervos llamados y capacitados, gobierna a su pueblo de manera justa y equitativa. Los pastores y ancianos, como subpastores bajo la dirección de Cristo, tienen la responsabilidad de guiar a la iglesia según los principios de la Palabra de Dios, siempre reconociendo que la autoridad final reside en Cristo.
Aplicación práctica y pastoral:
La afirmación de que Cristo es la Cabeza de la iglesia tiene profundas implicaciones para la vida cristiana y la comunidad de fe. En primer lugar, nos llama a una profunda humildad y dependencia. Como miembros del cuerpo de Cristo, no podemos actuar de manera independiente o autónoma. Dependemos completamente de Cristo para nuestra dirección, nuestra vida espiritual y nuestro crecimiento. Esta verdad nos debe llevar a una constante comunión con Cristo, buscando su guía y dirección en cada aspecto de nuestra vida personal y comunitaria.
En segundo lugar, la comprensión de Cristo como cabeza de la iglesia nos llama a valorar y respetar los oficios que Él ha establecido. Los pastores, ancianos y diáconos no son meros administradores, sino representantes de Cristo en su iglesia. Debemos orar por ellos, respetar su autoridad y colaborar con ellos en el ministerio, reconociendo que su llamado es una parte vital del gobierno de Cristo sobre su iglesia.
En tercer lugar, la vida de la iglesia debe estar marcada por un espíritu de unidad y crecimiento. Efesios 4:15-16 nos enseña que, bajo la dirección de Cristo, la iglesia debe crecer en amor y en semejanza a su Cabeza. Esto significa que cada miembro tiene un papel que desempeñar en la edificación del cuerpo, y que debemos esforzarnos por cultivar la unidad en la fe y la obediencia a Cristo.
Conclusión:
Cristo, como Cabeza de la Iglesia, es la fuente de autoridad, vida y crecimiento para su pueblo. Él no solo gobierna su iglesia de manera soberana, sino que también la alimenta y la edifica mediante su Palabra, su Espíritu y los oficios que ha establecido. Esta verdad nos llama a vivir en total dependencia de Cristo, reconociendo que sin Él, la iglesia no puede cumplir su misión ni crecer en santidad. La iglesia, como cuerpo de Cristo, está llamada a someterse a su Cabeza, buscando su dirección y proveyendo para el bienestar de todos sus miembros. Como iglesia, debemos vivir bajo su señorío, confiando en su cuidado y en su plan perfecto para su pueblo.
“Entender que Cristo es nuestra Cabeza nos lleva a considerar también su papel como Mediador. No solo es nuestro Rey y Gobernante, sino también el único Mediador entre Dios y los hombres.”
3. Cristo como Mediador y Gobernador Espiritual
(1 Timoteo 2:5; Hebreos 8:6)
Resumen del Libro de Orden:
El Libro de Orden subraya que Cristo no solo es Rey y Cabeza de la Iglesia, sino también el único Mediador entre Dios y los hombres. Su mediación no es meramente simbólica o ceremonial, sino una función activa y esencial en el gobierno de su iglesia. Jesucristo gobierna espiritualmente a través de Su Palabra y Espíritu, y lo hace de manera continua desde su trono de gloria. A través de su ministerio mediador, Cristo ejerce su autoridad sobre su iglesia y establece sus propias leyes, revelando su naturaleza a través de las Escrituras. Ninguna autoridad terrenal puede reemplazar o competir con el gobierno espiritual de Cristo, quien utiliza su propio ministerio y los oficios eclesiales para guiar a su pueblo.
El concepto de Cristo como mediador es clave en la teología reformada. A diferencia de las tradiciones que han delegado esta función a otros intermediarios humanos, como los sacerdotes o el Papa, el gobierno presbiteriano sostiene firmemente que Cristo es el único mediador, y que su Espíritu es quien ministra y gobierna la iglesia en su nombre.
Desarrollo bíblico y teológico:
La Escritura nos enseña claramente que Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres. 1 Timoteo 2:5 lo establece de manera inequívoca: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. Este pasaje refuerza la exclusividad de Cristo en su función mediadora. No hay otro intermediario que pueda cumplir este rol; ningún ser humano, por santo o digno que sea, puede interceder entre Dios y los hombres de la misma manera que lo hace Cristo. La teología católica ha sostenido la función mediadora del Papa y los santos, pero la teología reformada insiste en que sólo Cristo tiene el derecho y la capacidad de ser mediador porque solo Él es tanto Dios como hombre. Como mediador perfecto, Cristo se presenta ante Dios en favor de su pueblo, y trae la reconciliación entre un Dios santo y una humanidad pecadora.
Además de su función como mediador, Cristo también actúa como Gobernador espiritual. Hebreos 8:6 nos habla de cómo Cristo ha obtenido un ministerio más excelente, ya que Él es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Este mejor pacto es el Nuevo Pacto, instituido a través de la muerte y resurrección de Cristo, que reemplaza el antiguo sistema de sacrificios y mediaciones humanas. A través de este nuevo pacto, Cristo gobierna a su pueblo de una manera espiritual, ejerciendo su autoridad no por medio de un gobierno visible o terrenal, sino por medio del poder del Espíritu Santo y la Palabra.
En este sentido, Cristo, como Mediador y Gobernador espiritual, establece un gobierno que no se basa en la fuerza, el poder político o la influencia humana, sino en la verdad de las Escrituras y la obra regeneradora del Espíritu Santo. Juan 18:36 refuerza esta idea cuando Jesús afirma que su reino “no es de este mundo”. Esto significa que, aunque Cristo tiene todo el poder y autoridad sobre la creación, su reino se manifiesta de manera espiritual, en el corazón de los creyentes y en la comunidad de la iglesia.
La mediación y el gobierno de Cristo en contraste con el sacerdocio humano:
Un contraste crucial que surge de esta doctrina es la diferencia entre el sacerdocio humano y el sacerdocio de Cristo. En la Iglesia Católica Romana, se ha enseñado que el Papa es el “Vicario de Cristo” en la tierra, un representante que actúa en nombre de Cristo, y que el sacerdocio humano tiene un rol especial en la mediación de la gracia a través de los sacramentos. Sin embargo, la teología reformada rechaza esta noción, sosteniendo que el Espíritu Santo es el verdadero vicario de Cristo, y que el sacerdocio humano no tiene poder para mediar entre Dios y los hombres.
Como señala John H. Leith en An Introduction to the Reformed Tradition, el único mediador es Cristo, y el rol de los ministros en la iglesia es el de siervos y predicadores de la Palabra, no intermediarios. La función del ministro no es actuar como un mediador entre Dios y los hombres, sino guiar a la iglesia en su adoración y servicio a Cristo, quien es el único mediador y gobernador. Esto tiene importantes implicaciones para la comprensión reformada del ministerio. Los pastores y ancianos no son sacerdotes en el sentido de ser mediadores de la gracia de Dios, sino proclamadores de la Palabra y guías espirituales que ayudan al pueblo de Dios a acercarse directamente a Cristo.
Este entendimiento del ministerio también se ve reflejado en The Deacon: Biblical Foundations for Today’s Ministry of Mercy de Cornelis Van Dam, donde se describe cómo los oficiales de la iglesia, incluidos los diáconos, no son mediadores de la gracia, sino siervos que reflejan el carácter de Cristo en su servicio. Los diáconos, en particular, están llamados a modelar el ministerio de misericordia que Cristo ejerció mientras estuvo en la tierra, ayudando a los necesitados y cuidando de los más vulnerables. De esta manera, reflejan el gobierno espiritual de Cristo, que se ejerce no a través del poder, sino del servicio sacrificial.
El gobierno espiritual de Cristo:
El gobierno espiritual de Cristo es otro aspecto fundamental de su función como mediador. A diferencia de los gobiernos terrenales, que dependen de estructuras visibles, leyes humanas y coerción, el gobierno de Cristo se manifiesta a través del poder transformador de su Palabra y su Espíritu. Cristo no necesita establecer un reino político o militar porque su gobierno se extiende directamente sobre los corazones de su pueblo. Este gobierno espiritual es efectivo, no por imposición, sino por la obra regeneradora del Espíritu Santo, que transforma el corazón de los creyentes para que vivan en obediencia a su Rey.
El Libro de Orden refleja este principio al enfatizar que Cristo gobierna su iglesia “mediante su Palabra y Espíritu”. Esto significa que la autoridad de Cristo se ejerce principalmente a través de la predicación fiel de las Escrituras y la obra interna del Espíritu Santo. Los ministros y ancianos, que son los líderes de la iglesia, no tienen autoridad por sí mismos, sino que son instrumentos a través de los cuales Cristo gobierna a su pueblo. Su función es asegurarse de que la iglesia esté siempre alineada con las enseñanzas de la Palabra de Dios y que el Espíritu Santo sea quien guíe cada aspecto de la vida y el ministerio de la iglesia.
Este gobierno espiritual también se manifiesta en la administración de los sacramentos, que no son simplemente rituales simbólicos, sino medios de gracia a través de los cuales Cristo ministra a su pueblo. En la Cena del Señor, por ejemplo, Cristo no está presente físicamente, pero su presencia espiritual es real y efectiva, nutriendo a su pueblo y uniendo a la iglesia en comunión con Él.
Aplicación práctica y pastoral:
La afirmación de que Cristo es nuestro Mediador y Gobernador Espiritual tiene varias aplicaciones prácticas para la vida de la iglesia y para nuestra vida personal como creyentes.
1. Acceso directo a Dios: Una de las implicaciones más importantes de la mediación de Cristo es que, a través de Él, tenemos acceso directo al Padre. No necesitamos intermediarios humanos para acercarnos a Dios, porque Cristo ha abierto el camino para nosotros. Esto debe llenarnos de confianza y gratitud, sabiendo que podemos acercarnos a Dios en oración y adoración con la certeza de que Él nos escucha.
2. Dependencia del Espíritu Santo: Como iglesia, debemos depender del Espíritu Santo para guiar todas nuestras decisiones y acciones. Cristo gobierna su iglesia espiritualmente, y es a través del Espíritu que recibimos la sabiduría, la fortaleza y la dirección para cumplir nuestra misión. Esto nos llama a buscar constantemente la obra del Espíritu en nuestras vidas y en la vida de la iglesia.
3. Servicio sacrificial: El gobierno de Cristo es un gobierno de servicio. Como su cuerpo, estamos llamados a reflejar este gobierno en nuestras propias vidas y en nuestra comunidad de fe. Esto significa que debemos estar dispuestos a servir a los demás con humildad y amor, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien vino “no para ser servido, sino para servir” (Mateo 20:28).
4. Sumisión a la Palabra: Cristo gobierna su iglesia mediante su Palabra. Esto significa que debemos someternos a las enseñanzas de las Escrituras en todo lo que hacemos. La iglesia no tiene la libertad de adaptarse a las modas culturales o a las preferencias humanas, sino que debe estar firmemente anclada en la Palabra de Dios, que es la norma suprema de fe y práctica.
Conclusión:
Cristo, como Mediador y Gobernador Espiritual, ejerce su autoridad sobre la iglesia de manera única y poderosa. Él no es solo el Rey de la creación, sino el único Mediador entre Dios y los hombres, el único que puede reconciliar a una humanidad pecadora con un Dios santo. A través de su ministerio espiritual, Cristo gobierna su iglesia con justicia y gracia, guiándola mediante su Palabra y Espíritu, y edificándola a través de los oficios que ha establecido.
Este gobierno espiritual debe inspirarnos a vivir en completa dependencia de Cristo, reconociendo que Él es suficiente para satisfacer todas nuestras necesidades espirituales. Su mediación nos asegura que tenemos acceso directo a Dios, y su gobierno nos guía a vivir en obediencia a su Palabra, confiando en que Él continúa reinando sobre su iglesia hasta el día en que regrese en gloria.
“Con este entendimiento de Cristo como Mediador y Gobernador espiritual, vamos a reflexionar sobre cómo el gobierno presbiteriano refleja este modelo de autoridad bajo la dirección de Cristo.”
4. El Gobierno Presbiteriano como Reflejo del Gobierno de Cristo
(1 Corintios 14:40)
Resumen del Libro de Orden:
El Libro de Orden destaca que el gobierno de la iglesia debe ajustarse al patrón bíblico establecido por Cristo. Este gobierno no es un invento humano, sino un reflejo de la manera en que Cristo ha ordenado su iglesia. El Libro de Orden subraya que Cristo gobierna su iglesia mediante Su Palabra y Espíritu, y ha establecido un patrón claro en las Escrituras sobre cómo deben organizarse los oficios, las ordenanzas, el gobierno y la disciplina en su iglesia. Todo debe hacerse “decentemente y en orden”, como dice 1 Corintios 14:40. Aunque el gobierno presbiteriano no es esencial para la existencia de la iglesia visible, es necesario para su buen orden y edificación.
Desarrollo bíblico y teológico:
El gobierno de la iglesia está fundamentado en el principio de que Cristo es el Rey y Cabeza de la iglesia, y que toda estructura de gobierno eclesiástico debe reflejar este señorío. 1 Corintios 14:40 nos instruye a que “todo debe hacerse decentemente y en orden”, y este mandato es una guía clave para entender cómo debe organizarse la iglesia. El apóstol Pablo, en este contexto, se refiere a la adoración y a la vida comunitaria en la iglesia de Corinto, donde había caos y desorden. La solución de Pablo no es imponer una estructura rígida, sino animar a que todo se haga de manera que refleje el carácter de Dios como un Dios de paz y orden (1 Corintios 14:33).
Este principio de orden no solo se aplica a la adoración, sino también a la estructura y el gobierno de la iglesia. Desde los primeros días del cristianismo, la iglesia ha reconocido la necesidad de una organización clara y bíblicamente fundamentada para asegurar que las necesidades del cuerpo de Cristo sean atendidas y que el evangelio sea proclamado fielmente. El modelo presbiteriano de gobierno surge de esta convicción de que la iglesia debe ser gobernada de manera ordenada y en sumisión a Cristo, su Cabeza.
El gobierno presbiteriano se distingue por su estructura representativa y plural de liderazgo. En lugar de depender de un solo líder o jerarquía centralizada, como en el modelo episcopal, el gobierno presbiteriano sigue el patrón bíblico de liderazgo plural. Este modelo se basa en el ejemplo de los ancianos en el Nuevo Testamento, quienes gobernaban las iglesias locales en conjunto (Hechos 14:23; Tito 1:5). Este liderazgo colegiado garantiza que las decisiones en la iglesia sean tomadas por un grupo de hombres espiritualmente cualificados y no por una sola persona, lo que refleja el deseo de Cristo de que su iglesia esté gobernada de manera justa y sabia.
El principio de la pluralidad de ancianos es un reflejo del carácter de Cristo como el gran Pastor, quien cuida de su iglesia a través de hombres llamados y capacitados para liderar en su nombre. Como dice el apóstol Pedro en 1 Pedro 5:1-4, los ancianos son llamados a “apacentar la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey”. Aquí vemos un modelo de liderazgo que imita el ejemplo de Cristo, que es el Pastor supremo (v. 4).
El modelo presbiteriano en contraste con otros modelos:
A diferencia del modelo episcopal, que centraliza el poder en una figura jerárquica, el gobierno presbiteriano distribuye la autoridad entre un cuerpo de ancianos. Esta estructura refleja el gobierno de Cristo sobre su iglesia, que no se basa en la dominación de una sola persona, sino en el servicio y el liderazgo compartido. Este modelo también contrasta con el congregacionalismo, que deposita todo el poder en la congregación misma. Aunque la congregación tiene un papel crucial en el gobierno de la iglesia, el modelo presbiteriano reconoce que el liderazgo espiritual debe ser ejercido por hombres llamados y capacitados por Cristo para este propósito.
En God’s Ambassadors: The Westminster Assembly and the Reformation of the English Pulpit, Chad Van Dixhoorn describe cómo la Asamblea de Westminster, que formó el marco teológico del gobierno presbiteriano, veía la estructura de la iglesia como un reflejo del gobierno de Cristo sobre su pueblo. Los teólogos de la Asamblea creían que Cristo no solo gobierna a su iglesia de manera espiritual, sino que también ha establecido un patrón visible para su gobierno que debe ser seguido en la organización y vida de la iglesia. Esta estructura asegura que la iglesia funcione de manera ordenada y que su misión de proclamar el evangelio y edificar a los creyentes sea cumplida con fidelidad.
El papel de los oficios en el gobierno de la iglesia:
El gobierno presbiteriano se basa en la convicción de que Cristo ha dado a su iglesia los oficios necesarios para su edificación y perfeccionamiento. Efesios 4:11-12 nos dice que Cristo “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. Estos oficios no son meras posiciones de autoridad, sino dones de Cristo a su iglesia, dados para guiar, enseñar y cuidar al pueblo de Dios.
En el modelo presbiteriano, los principales oficios son los de ministro de la Palabra, anciano gobernante y diácono. Cada uno de estos oficios tiene un papel particular en el gobierno de la iglesia:
Ministro de la Palabra: El ministro es llamado a predicar la Palabra, administrar los sacramentos y guiar a la congregación en su crecimiento espiritual. Su autoridad no reside en su persona, sino en la Palabra de Dios que proclama y los sacramentos que administra.
Anciano gobernante: Los ancianos gobiernan la iglesia junto con el ministro. Son responsables de supervisar la vida espiritual de la congregación y de tomar decisiones relacionadas con la disciplina y la organización de la iglesia. Su liderazgo es un reflejo del cuidado pastoral de Cristo por su iglesia.
Diácono: Los diáconos están llamados a servir a la iglesia en sus necesidades físicas y materiales. Como enseña Cornelis Van Dam en The Deacon: Biblical Foundations for Today’s Ministry of Mercy, el ministerio de los diáconos es un reflejo del amor de Cristo por los necesitados y su compromiso con el bienestar de su pueblo. Los diáconos no son simplemente administradores de fondos o recursos, sino siervos que modelan el ministerio de misericordia de Cristo.
Esta estructura de liderazgo plural y representativo refleja el gobierno de Cristo sobre su iglesia. Cada uno de estos oficios es un don de Cristo, y su función es guiar a la iglesia hacia una mayor obediencia y dependencia de su Cabeza. Como afirma John H. Leith en An Introduction to the Reformed Tradition, el gobierno presbiteriano asegura que el poder en la iglesia esté distribuido de manera equitativa y que las decisiones se tomen de manera colectiva, lo que refleja el carácter de Cristo como el único gobernante y Cabeza de su iglesia.
Aplicación práctica y pastoral:
El gobierno presbiteriano, como reflejo del gobierno de Cristo, tiene implicaciones prácticas para la vida de la iglesia y sus miembros:
Sumisión al gobierno de Cristo: Como miembros de la iglesia de Cristo, estamos llamados a someternos a su gobierno. Esto significa respetar y apoyar a los líderes que Cristo ha dado a su iglesia. Los ancianos y ministros no son perfectos, pero han sido llamados por Cristo para guiar a su pueblo, y debemos orar por ellos y seguir su liderazgo con humildad.
Participación en la vida de la iglesia: Aunque el gobierno presbiteriano es representativo, cada miembro de la iglesia tiene un papel importante que desempeñar. Estamos llamados a participar activamente en la vida de la iglesia, contribuyendo con nuestros dones y talentos para el bien del cuerpo de Cristo.
Vivir en orden y paz: 1 Corintios 14:40 nos llama a hacer todo decentemente y en orden. Esto no se refiere solo a la adoración, sino a toda la vida de la iglesia. Debemos esforzarnos por vivir en paz y unidad, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien es el príncipe de paz y el pastor de nuestras almas.
Conclusión:
El gobierno presbiteriano, como reflejo del gobierno de Cristo, es una bendición para la iglesia. A través de la pluralidad de ancianos, el ministerio de la Palabra y la obra de los diáconos, Cristo guía, edifica y protege a su pueblo. Este gobierno no es solo una estructura humana, sino un reflejo del orden divino establecido por Cristo en las Escrituras. Como miembros de su iglesia, estamos llamados a vivir en sumisión y obediencia a este gobierno, sabiendo que Cristo es el Pastor supremo que nos guía y cuida con sabiduría, justicia y amor. ¡Que vivamos bajo su gobierno con gratitud y gozo, confiando en que Él siempre será suficiente para guiarnos hacia la verdad y la vida!
“Finalmente, es esencial entender cómo Cristo continúa su gobierno en la iglesia a través del Espíritu Santo, dado tras su ascensión.”
5. La Ascensión de Cristo y el Ministerio del Espíritu Santo
(Juan 14:16-18; Hechos 2:33)
Resumen del Libro de Orden:
El Capítulo I del Libro de Orden de la Iglesia Presbiteriana concluye señalando que, tras su ascensión, Cristo continúa presente en su iglesia a través del Espíritu Santo, a quien ha enviado. Por medio del Espíritu, Cristo sigue ejerciendo su poder salvador y gobernante en la enseñanza de su Palabra y la administración de las ordenanzas. El gobierno de la iglesia y los oficios que Cristo ha establecido no operan bajo su propia autoridad, sino bajo el poder del Espíritu Santo, quien capacita a los hombres para servir en los roles que Cristo ha asignado en su iglesia. Solo mediante el poder del Espíritu Santo la iglesia puede llevar a cabo su misión y cumplir con el llamado que Cristo le ha dado.
Desarrollo bíblico y teológico:
La ascensión de Cristo y el envío del Espíritu Santo son eventos fundamentales en la historia de la redención y el gobierno de la iglesia. En Juan 14:16-18, Jesús promete a sus discípulos que, aunque pronto se irá al Padre, no los dejará solos. Él enviará al Espíritu Santo, el Consolador, para estar con ellos para siempre. El Espíritu Santo no solo es un reemplazo temporal de la presencia física de Jesús, sino que es la manifestación continua de la presencia de Cristo en su iglesia. A través del Espíritu, Cristo sigue gobernando y guiando a su pueblo.
La ascensión de Cristo es un acto de glorificación. Al ascender, Cristo toma su lugar a la diestra del Padre, donde reina con poder y autoridad sobre toda la creación (Efesios 1:20-23). Sin embargo, su ascensión no significa ausencia. Más bien, como enseña el Libro de Orden, Cristo continúa presente en su iglesia a través del Espíritu Santo, quien es el verdadero vicario de Cristo en la tierra. Este envío del Espíritu, descrito en Hechos 2:33 como el cumplimiento de la promesa de Cristo, marca el comienzo de la era del Espíritu en la iglesia.
En God’s Ambassadors, Chad Van Dixhoorn señala que la ascensión de Cristo y el envío del Espíritu marcan un cambio en la administración del reino de Dios. Mientras que Cristo estaba físicamente presente con sus discípulos durante su ministerio terrenal, ahora gobierna su iglesia desde el cielo a través del Espíritu Santo, quien aplica las bendiciones de la redención y capacita a la iglesia para cumplir su misión. La ascensión de Cristo no es una retirada, sino una expansión de su gobierno, ya que ahora reina sobre todas las cosas y llena todas las cosas (Efesios 4:10).
El Espíritu Santo no solo es el agente de la presencia continua de Cristo en la iglesia, sino también el medio por el cual Cristo equipa y capacita a su iglesia para el ministerio. En Hechos 2:33, vemos que el Espíritu es dado a la iglesia como un regalo de Cristo, derramado para fortalecer y guiar al pueblo de Dios. A través del Espíritu, Cristo sigue gobernando y enseñando a su iglesia, no solo a través de la predicación y los sacramentos, sino también mediante los dones espirituales que distribuye a los creyentes para la edificación del cuerpo (1 Corintios 12:4-11).
Cristo gobierna mediante su Palabra y Espíritu:
El gobierno de Cristo sobre su iglesia es inseparable de la obra del Espíritu Santo. A través del Espíritu, Cristo administra su Palabra y ordena su iglesia. El Libro de Orden subraya que el Espíritu Santo es quien capacita y llama a los hombres a los diferentes oficios en la iglesia, y que estos oficios no operan por su propia autoridad, sino por el poder del Espíritu. Sin el Espíritu, la iglesia no podría funcionar ni cumplir con su misión.
Cornelis Van Dam, en The Deacon: Biblical Foundations for Today’s Ministry of Mercy, enfatiza la necesidad del Espíritu Santo en el ministerio de la iglesia. Tanto los diáconos como los ancianos y los ministros dependen del Espíritu para llevar a cabo sus responsabilidades. No es suficiente tener una estructura de gobierno o procedimientos en su lugar; la vida y el poder de la iglesia vienen del Espíritu. Esto subraya la importancia de la dependencia del Espíritu en cada aspecto del ministerio de la iglesia.
La obra del Espíritu en la iglesia no es meramente un soporte o una ayuda, sino que es la fuente de todo poder espiritual y ministerial. El Espíritu Santo es quien guía a la iglesia en toda verdad (Juan 16:13), quien da entendimiento a los creyentes para que comprendan la Palabra de Dios (1 Corintios 2:12-14), y quien distribuye dones espirituales para el crecimiento y la edificación del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:7-11). El Espíritu también es quien capacita a los ministros para predicar la Palabra con poder y autoridad, y quien hace efectiva la predicación para la salvación y el crecimiento espiritual de los oyentes.
La presencia del Espíritu Santo en la iglesia también significa que Cristo sigue gobernando activamente a su pueblo. Aunque Cristo está sentado a la diestra del Padre, su Espíritu está presente en la iglesia, guiando, corrigiendo, edificando y consolando a los creyentes. Como el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo garantiza que la iglesia nunca esté sin la dirección y el gobierno de su Señor. Este gobierno espiritual es una manifestación del reino de Cristo en la tierra, y es por medio de su Espíritu que Cristo expande su reino a través de la predicación del evangelio y el testimonio de su iglesia.
La ascensión de Cristo y el don del Espíritu en el gobierno eclesiástico:
La ascensión de Cristo y el don del Espíritu Santo no solo afectan la vida espiritual de los creyentes de manera individual, sino que también tienen un impacto profundo en la estructura y el gobierno de la iglesia. El gobierno eclesiástico en el modelo presbiteriano, tal como lo describe el Libro de Orden, es una expresión de la obra de Cristo a través de su Espíritu en su iglesia. A medida que los ministros, ancianos y diáconos son llamados y capacitados por el Espíritu, se convierten en instrumentos a través de los cuales Cristo gobierna su iglesia.
Este gobierno, como hemos visto, no es una mera estructura humana. Es una estructura diseñada por Cristo mismo, implementada y guiada por el Espíritu Santo. En este sentido, el gobierno presbiteriano refleja la naturaleza del reino de Cristo: un reino espiritual donde Cristo gobierna por su Palabra y Espíritu, no por la fuerza o el poder humano (Zacarías 4:6). Este es un gobierno que lleva a la edificación y al crecimiento espiritual, ya que es el Espíritu quien distribuye los dones necesarios para la vida y misión de la iglesia.
La obra del Espíritu en el gobierno de la iglesia también garantiza que la iglesia esté siempre bajo el control soberano de Cristo. Aunque los oficiales de la iglesia tienen autoridad para gobernar, esta autoridad es derivada y dependiente de Cristo. El Espíritu Santo es quien los capacita para ejercer esta autoridad de manera que refleje el carácter y la voluntad de Cristo. En lugar de ser un sistema de poder humano, el gobierno presbiteriano es un sistema de servicio, donde los oficiales de la iglesia sirven al cuerpo de Cristo en dependencia del Espíritu.
Aplicación práctica y pastoral:
La ascensión de Cristo y el envío del Espíritu Santo tienen implicaciones prácticas para la vida de la iglesia. Como creyentes y miembros del cuerpo de Cristo, debemos:
1. Confiar en la presencia de Cristo: Aunque Cristo ha ascendido al cielo, no nos ha dejado solos. Él ha enviado su Espíritu para estar con nosotros y guiarnos. Como iglesia, debemos vivir en la confianza de que Cristo sigue presente con nosotros a través del Espíritu, guiándonos y gobernando nuestras vidas y nuestra comunidad.
2. Depender del Espíritu en el ministerio: El ministerio de la iglesia no puede llevarse a cabo en nuestras propias fuerzas. Tanto los líderes como los miembros de la iglesia deben depender del Espíritu Santo para llevar a cabo la obra del evangelio. Debemos orar constantemente por la dirección y el poder del Espíritu en todo lo que hacemos, desde la predicación y la enseñanza hasta el cuidado pastoral y el servicio.
3. Reconocer el gobierno espiritual de Cristo: El gobierno de la iglesia no es solo una cuestión administrativa o formal. Es una manifestación del gobierno espiritual de Cristo sobre su pueblo. Debemos someternos a este gobierno con humildad y reverencia, reconociendo que Cristo es quien está en control de su iglesia, y que su Espíritu es quien dirige y guía a sus oficiales.
4. Vivir en la presencia continua de Cristo: La iglesia no está huérfana ni abandonada. Cristo ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Debemos vivir en la realidad de su presencia, sabiendo que Él está guiando y cuidando de su iglesia a través del Espíritu.
Conclusión:
La ascensión de Cristo no es un evento de separación, sino de glorificación y expansión de su gobierno sobre la iglesia. A través del Espíritu Santo, Cristo sigue presente en su iglesia, guiándola, edificándola y capacitándola para cumplir con su misión. El gobierno de la iglesia, tal como lo enseña el Libro de Orden, es una expresión de la obra del Espíritu en el pueblo de Dios, y es por medio de este gobierno espiritual que la iglesia es edificada y preservada en la verdad.
Debemos vivir en dependencia del Espíritu, confiando en que Cristo sigue siendo nuestro Rey y Gobernador Supremo, presente con nosotros en todo momento a través de su Espíritu. En todo lo que hacemos, ya sea en el ministerio, la adoración o el servicio, debemos hacerlo bajo la dirección y el poder del Espíritu, sabiendo que Cristo está edificando su iglesia y que las puertas del Hades no prevalecerán contra ella (Mateo 16:18). ¡Que vivamos bajo la dirección del Espíritu Santo, reconociendo la autoridad de Cristo y sirviendo con gratitud y humildad a nuestro Rey resucitado!
Conclusión General
Resumen y Reflexión:
“Hemos visto hoy cómo Cristo es nuestro Rey, Cabeza y Mediador. Su gobierno no es un gobierno distante o autoritario, sino uno basado en su Palabra, Espíritu y amor por su iglesia. El modelo presbiteriano refleja este gobierno espiritual, asegurando que Cristo siempre sea la Cabeza de su iglesia.”
Aplicación Pastoral:
“Debemos vivir bajo la autoridad de Cristo en todo lo que hacemos como iglesia, confiando en su dirección, sometiéndonos a su Palabra y buscando siempre la guía del Espíritu Santo. Que en todo lo que hagamos, recordemos que Cristo es nuestro Gobernador, Mediador y Rey, y que todo lo que hacemos debe ser para su gloria y el bien de su pueblo.”
Preguntas para reflexión:
¿Cómo afecta la realidad de que Cristo es Rey y Cabeza de la iglesia en la manera en que vivimos nuestra vida comunitaria y tomamos decisiones como iglesia?
¿De qué manera este entendimiento de Cristo como Rey, Cabeza y Mediador transforma la forma en que nos relacionamos con la autoridad en la iglesia?
Related Media
See more
Related Sermons
See more