Un siervo que enseña la palabra

1 Timoteo: La casa puesta en orden  •  Sermon  •  Submitted   •  Presented
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Una de las cosas fáciles de observar en el comportamiento humano es la tendencia que tenemos a ser pendulares; es decir, en las situaciones que requieren una posición, somos rápidos en irnos a un extremo u otro, y aunque poco a poco se trabaja en buscar el equilibrio, no siempre es la primera forma de reaccionar.
No vamos a discutir las razones psicológicas o sociológicas que influyen en esto, pero lo cierto es que se ve con marcada frecuencia en aspectos políticos, económicos, opiniones sobre deportes o hasta gastronómicas, —como si el mote de ñame con queso lleva o no tomate—.
Y aunque no siempre en el equilibrio está la sabiduría, pues en ocasiones debemos tomar un partido que pudiera ser completamente opuesto a otro, en la mayoría de elecciones encontramos que es muy beneficioso, para las relaciones, fijarnos en un punto medio.
En cuanto al oficio de liderazgo, una tentación podría ser pensar que solo tiene que ver con la conducta, pero poco con la enseñanza; otros pueden ver a un líder idóneo como alguien que tiene carisma o que puede enseñar, independientemente de su carácter. Lo cierto es que el liderazgo idóneo, el que es conforme a Cristo, es la medida justa de carácter y la capacidad de enseñar con claridad la palabra de Dios.
De hecho, la relación es tan clara que es de esperarse que un líder que enseña fielmente y de manera comprometida la palabra de Dios tenga como resultado un carácter piadoso y maduro, digno de imitar.
En los versículos anteriores, hemos visto cómo Pablo ha recomendado a Timoteo que debe ser alguien con carácter, una persona que los otros vean y quieran imitar; pero ahora va a dejarle claro que, para liderar eficazmente, va a requerir un poco más: enseñar la Palabra de Dios.
Es importante que Pablo haya empezado primero con carácter y luego con enseñanza, no es una mera coincidencia; vimos ese patrón también en el capítulo 3, cuando dio los requisitos de los pastores, porque el carácter, tal como lo mencionamos, es el reflejo que se espera de los que enseñan fielmente.
En eso consiste este último bloque de recomendaciones directas a Timoteo acerca de cómo debía conducirse en la casa de Dios y cómo debía cuidar de su liderazgo. Hasta ahora, Timoteo debía ser firme en poner en orden ciertas cosas propias del culto, frenar la enseñanza de los falsos maestros, cuidar de su propio carácter y disciplinas espirituales, y ahora le hablará de cómo debía comprometerse con una de las prácticas fundamentales de su ministerio: la enseñanza.
Y ese es justamente el argumento que quiero proponerles:
Un líder digno de Cristo es uno que se ocupa en enseñar fielmente la Palabra de Dios.
Y vamos a ver las distintas formas en las que debía verse ese compromiso de Timoteo con la enseñanza de la Palabra de Dios:
El cuidado del mensaje (v. 13)
El cuidado del mensajero (v. 14-15)
El cuidado de los receptores del mensaje (v. 16)

El siervo debe cuidar el mensaje

A veces lo obvio es lo menos obvio. Un líder debe tener como prioridad que la Biblia sea leída y enseñada en la iglesia, pero parece ser que hacía falta dejarlo claro, entonces y ahora también.
Pablo tenía planes de volver a ver a Timoteo y visitar Éfeso, y es por eso que le dice a Timoteo que, en lo que él llega para dar nuevas instrucciones, debía ocuparse de lo fundamental: la lectura, exhortación y enseñanza de las Escrituras.
Estas tres palabras no son meros sinónimos, sino descripciones de lo que debía hacerse en el culto y cómo debían emplearse las Escrituras:
Lectura: No se refiere a la lectura personal, sino a la lectura pública de la Palabra de Dios, incluyendo el Antiguo Testamento y las cartas que ya se habían escrito y que se pedía fueran leídas públicamente, como la carta a los Efesios (Col. 4:16; 1 Ts. 5:27; Ap. 1:3). Debido a que las personas no tenían una Biblia, la sola lectura de la Palabra de Dios era fundamental para la iglesia.
Exhortación: Esto incluye advertencias correctivas y también ánimo; es la aplicación de la Palabra de Dios a la vida de las personas.
Enseñanza: Tenía que ver con la explicación de la Palabra, ayudando a los hermanos a entender el significado de la Palabra y las instrucciones doctrinales que esta incluye.
Como vemos, todo líder bíblico debe estar comprometido con leer, explicar y aplicar la Palabra de Dios a la congregación.
Los Apóstoles modelaron esto desde el principio cuando, en medio del desafío de tener que atender logísticamente a tantas personas que se habían convertido de repente (Hechos 6), pidieron que buscaran ayudantes porque ellos se dedicarían a la oración y al ministerio de la Palabra.
Nada debe sustituir el lugar de la predicación de la Palabra de Dios en el culto, ni los programas, ni la música, ni ninguna otra actividad.
Más adelante, Pablo advierte a Timoteo sobre la importancia de este ministerio al decir que los ancianos o pastores dedicados a la predicación debían ser dignos de doble reconocimiento o sustento, con el fin de que nada interfiriera en su compromiso con la predicación (1 Tim. 5:17-19).
Este pasaje también nos deja ver cómo era la predicación del primer siglo. El texto era leído, explicado y aplicado. No hay una mejor forma de definir la predicación que eso.
Algunos predicadores solo se concentran en una de esas partes más que en otras.
Pero si solo nos dedicamos a leer, eso no es necesariamente predicar. Si solo leemos y explicamos, eso podría ser solo una clase académica. Y si solo se lee y se aplica, pero sin explicar el sentido del pasaje, eso puede llevar a alegorizar y a una mala asimilación de la palabra. Por lo tanto, los tres elementos importan: la Palabra de Dios se lee, se explica y se aplica.
Ahora bien, ese grado de compromiso requiere de alguien con los dones necesarios para hacerlo; por lo tanto, en el mismo sentido en que debía cuidarse el mensaje, también debía cuidarse el mensajero, lo que nos lleva al segundo encabezado:

El cuidado del mensajero

Pablo era consciente, y Timoteo también, de que el ejercicio de su liderazgo venía de algo más allá de su habilidad, que venía del Señor. Entendemos estas palabras como que el don para enseñar y exhortar ya estaba en Timoteo; Dios se lo había dado, pero él tenía el deber y la responsabilidad de avivarlo, de mantenerlo siempre en ejercicio.
Pablo describe al mismo tiempo la forma en la que este don le fue confirmado.
En Hechos 16, Pablo conoce a Timoteo en Listra y recibe muy buenas referencias, y puede ser que algunas de ellas fueran de parte de hombres de Dios que daban testimonio de sus dones y su llamado.
Pablo entendía muy bien esto porque fue lo mismo que sucedió con su llamado en Antioquía, donde había profetas y maestros que confirmaron que él estaba siendo apartado para el ministerio.
No se nos dice exactamente de qué manera se dieron estas profecías, pero todo parece indicar que estaban relacionadas también con los sufrimientos y las batallas que tendría que enfrentar (ver capítulo 1:18) y cómo el Señor le sostendría.
Pero además se nos dice que su llamado fue confirmado por el presbiterio, o lo que sería mejor entendido como el consejo de ancianos o pastores que le reconocieron y le impusieron las manos.
En efecto, esta idea de “imponer las manos” es un eco de Hechos 6, donde los apóstoles usaron este símbolo como señal de respaldo y confirmación de que el don de Dios estaba presente y listo para ejecutarse.
Aquí no debe entenderse que hubo alguna transferencia de poder o algo por el estilo; es una ceremonia de endoso, de respaldo, como quien encomienda a alguien para una misión. Es lo que llamamos el proceso de ordenación.
Como se ve, Timoteo no fue puesto en el ministerio por accidente y tampoco por alguna preferencia personal o favoritismo; él fue llamado por el Señor por medio de la iglesia y confirmado por los líderes de la misma.
Hoy Dios usa a su iglesia para observar y con objetividad determinar si los dones de enseñanza y liderazgo están en una persona y, luego de eso, esto debe ser confirmado por pastores u hombres que puedan validarlo y respaldarlo; es así como funciona.
Y es precisamente por esa certeza del llamado que Timoteo no debía confiarse; más bien, debía trabajar con mayor compromiso para sacar el mayor provecho a sus dones y que estos pudieran traer mayor edificación a la iglesia.
Lo que los líderes deben entender es que entre más trabajen en pulir y mejorar los dones que Dios les ha dado, mayor impacto tendrán en la edificación de los que oyen.
En cierto sentido, un pastor o líder, alguien que sirve, siempre debe estar creciendo en sus habilidades y servicios. Eso es multiplicar, ganar réditos a lo que Dios nos ha dado; es parte de ser un siervo fiel, en contraste con el perezoso y el negligente.
Un pastor perezoso es una afrenta para la iglesia y para el evangelio.
El ministerio pastoral requiere sacrificio, esfuerzo, trabajo duro, diligencia. Esto es más que solo saber predicar o tener buena habilidad para enseñar; es mantenerse en constante crecimiento para la edificación de la iglesia, estudiando, aprendiendo, conociendo más al Señor en su Palabra.
Los dones que se descuidan se hacen poco provechosos, y eso no es honrar lo que Dios ha confiado en nuestras manos.
Tener dones del Señor debe llevarnos a un mayor esfuerzo para fortalecerlos y crecer en ellos.
Los dones son habilidades únicas dadas por Dios con el fin de edificar a Su iglesia, y quienes los tienen no deben ser negligentes en capacitarse para usarlos mejor.
El llamado al ministerio nunca funciona en piloto automático, y por eso no debemos olvidar que a quien más se le da, más se le demanda.
He estado pensando estos días en Elí, el sacerdote de Israel en los primeros días de Samuel. Era un hombre viejo, entrado en años, pasmosamente resignado, no muy preocupado por lo que sus hijos hacían y con muy poco discernimiento; tenía problemas de salud avanzados, era un hombre muy pesado y sin vista. Posiblemente alguien que en su momento estuvo lleno de mucho vigor, pero que había caído en el conformismo de ser sacerdote y morir así, sin mayores esfuerzos.
Así es como terminan muchos la vida de ministerio, y aunque es cierto que las fuerzas físicas se van diezmando con el paso del tiempo, no así la sabiduría y el hombre interior, el cual se revitaliza aún más. Creo que es de eso de lo que se trata el no descuidar el don, en estar conscientes de nuestro llamado a terminar la carrera bien.
Ahora bien, Timoteo no solo debía cuidar del mensaje y su don como mensajero; también debía enfocarse en aquellos a quienes servía y quienes lo escuchaban, la iglesia del Señor, lo cual nos conduce al tercer y último encabezado:

El cuidado de los receptores del mensaje

“Ocúpate… no descuides… reflexiona… ten cuidado.” Todos estos son pedidos expresos, imperativos, como si fueran llamados urgentes de Pablo a Timoteo, y este último parece cerrar toda la sección de instrucciones acerca del cuidado que debía tener de su conducta y modo de andar, y también de su enseñanza, porque esto iba a tener un impacto o repercusión en quienes le oían.
Ten cuidado de ti mismo es todo lo relacionado con el versículo 6-12: su dieta espiritual, sus disciplinas espirituales, su confianza en el Señor, su testimonio personal, su integridad y su ejemplo como un siervo digno de Cristo.
Ten cuidado de la doctrina es todo lo relacionado con los versículos 13-15: su enseñanza, su exhortación, su trabajo diligente, su deber de poner en ejercicio sus dones, su fidelidad al mensaje.
Este versículo es el cierre de ambas secciones, pero Pablo deja claro el motivo de todas estas instrucciones tan enérgicas: es que haciendo TODO (incluya allí todo lo que se le ha dado como recomendación), se salvará a sí mismo y también a otros.
Pablo no se está refiriendo a la salvación del alma aquí; ya eran hermanos, y Timoteo también. La idea queda más clara como “ser librado”, en este caso de la falsa doctrina o de una conducta que no es digna de Cristo.
Los líderes deben comprometerse con la enseñanza fiel porque es eso lo que Dios usa para formar a Cristo en los que oyen..
Es por eso que un creyente nunca debería privarse a sí mismo del regalo que es ser expuestos a las Sagradas Escrituras en la congregación.
Algunas personas suelen ver la predicación como la parte aburrida del culto, el momento en donde se sientan a esperar mientras que el culto se acaba; pero la verdad es que es allí donde Dios está hablando por medio de la humanidad de un hombre caído, para traer salvación a los que no creen y santificación a los que ya son creyentes.
No nos olvidemos de esto: el principal medio que Dios ha dado para la edificación de la Iglesia es la predicación de Su Palabra, la cual actúa en el poder del Espíritu Santo.
Es por eso que quiero también animar aquí a los creyentes que son padres y que lideran sus familias. Es bueno que expongan a los suyos a las Escrituras, pero es también su deber proveer cuidado a su familia por medio de la lectura de la Palabra de Dios.
Estas personas a quienes Timoteo tenía que pastorear dependían solo de lo que se les podía leer y enseñar el domingo, porque no contaban con Biblias en sus casas; pero nosotros no tenemos excusa. Debemos tener un elevado compromiso por llevar a los que Dios puso bajo nuestro cuidado, diariamente, a la Palabra de Dios.
Y amigo que estás aquí, hoy has escuchado la importancia que tiene exponerse a la Palabra; no menosprecies ese privilegio. Dios te ha permitido hoy escuchar Su Palabra, y esta es la única que puede producir salvación para nuestras almas. Yo podría contarte aquí muchas historias para tratar de mover tus emociones y llevarte a una decisión, pero de eso no es de lo que se trata el evangelio; se trata de que conozcas a Dios por medio de las Escrituras, en la medida en que ellas te muestran y te conducen a Cristo.
Una vez ves tu pecado, también podrás ver al Salvador y entonces esta Biblia tendrá sentido para ti. La querrás todos los días de tu vida y la desearás como un tesoro.
¡No te vayas de aquí sin Cristo!
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