Eclesiastés 1 - 1
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Buenas tardes iglesia, ¿listos para recibir la enseñanza del día de hoy?
Yo le he puesto por título: Predicando el evangelio.
Cuando entramos al servicio del Señor, cuando somos salvados por él, a nuestro corazón viene el deseo de compartir su evangelio.
Pablo dice lo siguiente en Romanos 1:15-18:
Está ansioso de anunciar el evangelio.
No se avergüenza de él.
El evangelio es poder de Dios para Salvación.
Salvación de los que creen.
Abierto a todo el mundo.
En él se revela la justicia de Dios.
Se revela por fe y para fe.
El justo por la fe vivirá.
La ira de Dios se revela desde el cielo contra los hombres injusto que restringen la verdad.
Así que, por mi parte, ansioso estoy de anunciar el evangelio también a ustedes que están en Roma.
Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío primeramente y también del griego.
Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad.
¿Qué compone?
La razón. En el último versículo que leímos de Romanos vemos el inicio del evangelio: Cristo tuvo que venir a morir porque nuestra injusticia restringía la verdad de Dios en nuestra vida, impidiéndonos conocerle, haciéndonos más impíos, y sin poder escapar de estar expuestos a la ira de un Dios airado, ¿y quién escapará de él?
La venida, vida, enseñanzas, obras, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo.
Hechos 4:2; Hechos 8:5; Hechos 8:35; Hechos 9:20-22; Hechos 17:2-3. Cuando los apóstoles empezaron a predicar el mensaje que les había sido encomendado, no hablaron de otra cosa sino de Jesús. Ellos hablaban de lo que habían visto y oído en su tiempo con Jesús, así como de las escrituras (el antiguo testamento) ya que estas hablan de Jesús de diferente manera.
2 Corintios 4:5-6. Pablo le dice a los Corintos: nosotros predicamos a Cristo porque él ha resplandecido en nuestros corazones, para que veamos la gloria de Dios en Cristo. Recordemos que Cristo es la vida y la luz de los hombres (Juan 1:4-5, 9), y así como en el principio, así también en nuestros corazones: Cuando Dios dijo "Que se haga la luz", su Luz (Cristo), resplandeció en nuestros corazones, nos libró de la potestad de las tinieblas (Colosenses 1:13), y ahora anunciamos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).
La forma en que ahora debemos vivir, de acuerdo a nuestra fe (porque el justo, el que ha sido justificado por la obra de Cristo en la cruz, por la fe vivirá).
1 Pedro 1:13-16. Porque hemos sido rescatados de nuestra vana manera de vivir, debemos dejar atrás esa vida que nos llevó a estar ahogados, enterrados en nuestro propio pecado en inmundicia, y empezar a ser santos, porque el que nos llamó, el que nos rescató, es Santo, Santo, Santo.
Predicar el evangelio es además un mandato de Cristo mismo, en Mateo 28:18-20.
Yo tengo toda autoridad.
Vayan y hagan discípulos
Enséñenles a guardar lo que les he mandado.
Yo estoy con ustedes.
Pablo se lo recuerda a Timoteo en 2 Ti 4:1-2.
Delante de Dios
En todo momento
Amonesta, reprende, exhorta con paciencia e instrucción (doctrina).
Por ello nosotros debemos predicar, predicar, y predicar el evangelio a todos los que podamos, pues está en juego la salvación de sus almas.
Ahora, el día de hoy, predicar el evangelio es más difícil que nunca. Y no es por la situación del mundo, no es por el sentimiento creciente anticristiano, no es porque haya más censura por parte de las autoridades y el mundo entero contra el mensaje del evangelio.
Aunque todo eso va en aumento, todo ha existido siempre, ese no es el problema.
El problema es que antes, los cristianos solían conocer el evangelio. Lo conocían tan profundamente que estaban dispuestos a morir por él. Estaban dispuestos a dar su vida por compartirlo con otros. Estaban dispuestos a ser confrontados con mentiras, y sabían mantenerse en la verdad, aunque les costara todo, familia, amigos, trabajos, amigos, hijos, esposos, esposas, su casa, su alimento, su bienestar.
Conocían el evangelio y lo vivían en cada aspecto de su vida. No se dejaban llevar por influencias externas, por fuertes y allegadas que pudieran ser:
No se dejaban influenciar por sus jefes.
Ni por sus compañeros de trabajo.
Ni por sus mejores amigos.
Ni por lo que leían en los periódicos o veían en las noticias.
Ni por su familia.
Ni por sus hijos.
Ni por sus esposas.
Ni por sus esposos.
Ni por la sociedad.
Ni por las autoridades.
Ni por las circunstancias.
Ni siquiera por ellos mismos.
Todo esto lo tenían por secundario, y algunas de esas cosas, por basura, con tal de conocer a Cristo.
Conocían algo tan sublime que nada en el mundo podía compararse. Es como querer comparar el tesoro más grande, valioso, y hermoso del mundo con un pedazo de estiércol.
Sin embargo hoy, los cristianos no conocen el evangelio íntegramente. Conocen los que les gusta, e ignoran lo que no les gusta. Van haciendo una fe a la medida, una fe fácil de llevar, una fe sin cambios, sin respaldo del poder del evangelio para transformar su vida verdaderamente.
Y ese es el evangelio que predican, del que hablan. Todos predicamos la fe que tenemos, aunque a veces no sea la fe de Cristo. Porque de lo que está lleno el corazón, de eso habla la boca.
Su evangelio está basado en:
Lo que escucha la una o dos veces que vienen a la iglesia en la semana.
Venir a la iglesia, cantar con los ojos cerrados y con emoción, mientras levantan las manos, decir amén, decir aleluya, saludar a los hermanos, y repetir la próxima semana.
Canciones "cristianas" a las que no les ponen filtro ni comparan con la escritura.
Algún podcast que encuentran por ahí.
Tiktoks con pedazos de predicas cristianas, de slogans que suenan bíblicos y de frases motivacionales.
En posts de redes sociales con alguna verdad brevemente resumida.
En "Tres pasos para alcanzar la santidad" o "Viva la vida que Dios quiere en 5 sencillas verdades".
Y ese ese el evangelio que se predican a sí mismos, el que viven en su día a día. Por eso no son capaces de perdonar, por eso hay violencia y maltrato doméstico, de ambas partes, por eso no hay honra a los padres, ni respeto a la autoridad, por eso toman trabajos que les impiden venir a la iglesia, por eso el estrés y la ansiedad, el miedo, son parte de su día a día, por eso llenan sus agendas, para no darse tiempo de sentir la soledad y la monotonía de su vida…
Por eso van a donde el mundo va, oyen lo que el mundo oye, ven lo que el mundo ve, hacen lo que el mundo hacen, suben a redes lo que el mundo sube a redes, trabajan como el mundo trabaja, educan a sus hijos como el mundo educa a sus hijos, toman decisiones como el mundo toma decisiones… etc. Porque creen y viven un pseudo evangelio, mezclando las verdades bíblicas con las ideologías del mundo.
1 Timoteo 4:3-4. Hoy el mundo no aguanta la sana doctrina, y busca por todos lados a los que piensan como ellos o a los que les enseñan cosas que agradan a su oído y a su corazón, que les permitan seguir viviendo de acuerdo a sus decisiones, a su pecado. Que no los insulten, que no los agravien, que no digan nada en contra de ellos porque es odio, porque los están ofendiendo. Creyendo para ellos mentiras que los atarán a su condena en lugar de la verdad que libera, porque la verdad, para poder liberarte, primero tiene que quebrantarte; para poder salvarte, primero tienes que entender lo malo que eres, lo inmundo e impío que es tu corazón y tus pensamientos. ¿A quién le gusta ser quebrantado? ¿A quién le gusta que le digan que su vida es un desastre, inmundicia, que no vale la pena, y que sus propias acciones y decisiones lo llevan a su propia ruina?
La cuestión que eso mismo pasa con los cristianos. Cuando empiezas a hablarles de lo que dice la Biblia, se aburren, se cansan, se duermen, se van, lo ignoran, te sonríen mientras piensan en el partido o la carne asada de la tarde.
Pero de eso se trata el evangelio. El evangelio nos muestra nuestra realidad verdadera, no la que queremos creer, esa que muchos prefieren ignorar y quedarse en la ignorancia, y nos da una salida de ella.
Así, para predicar la verdad de Cristo debemos conocer la verdad de Cristo. Pero nuestro evangelio proviene de todos lados menos de la Biblia.
¿Y cómo podemos predicar un evangelio que no conocemos? Más aún, ¿Cómo podemos vivir un evangelio que no conocemos?
Por ello también nos cuesta llevar a nosotros una vida santa. El evangelio se trata de Cristo, pero nuestra vida se trata de nosotros. Nos hemos tragado la mentira de que hay espacio para pensar en nosotros, que podemos vivir ciertas áreas de nuestra vida a nuestra manera y no pasa nada, que podemos darnos ciertas libertades porque "no tienen nada de malo", porque "no pasa nada", porque "puedo tomar mis decisiones para estar feliz y buscar mi paz mental", porque "es mi forma de ser", porque "Dios así me ama". Y como no vivimos una vida completamente enfocada en Cristo, no podemos predicarles a otros el evangelio de verdad, sino que, cuando hablamos de la Biblia, o justificamos nuestras acciones, lo hacemos con un "yo creo que", "a mí me ha funcionado", "yo vi que", "para mí", en lugar de decir "La Biblia dice que", "Mi Dios quiere", o "mi Señor me ha mandado".
Nos cuesta creer la verdad completa del evangelio porque no la conocemos. No puedo creer que Cristo me es suficiente porque yo estoy viendo con mis ojos otra cosa, porque no tengo mis ojos en Cristo, el autor y consumador de la fe, sino en mi vida y mis circunstancias.
Y como no veo a Cristo, tengo que encontrar una salida por otros medios, y vivo en estrés y ansiedad antes este mundo y su situación.
Entonces, mi vida refleja una verdad a medias, un evangelio mocho, y cuando comparto con otros, simplemente no pueden creer una verdad transformadora porque no ven una vida transformada en mí.
Padres: Nuestros hijos necesitan ver en nuestras vidas el reflejo del Cristo al que predicamos. Varones: nuestras esposas necesitan ver en nuestro trato a ellas el amor del Cristo que nos amó a nosotros. Mujeres: Sus maridos necesitan ver a la mujer virtuosa que refleja la imagen de Dios. Hijos: sus padres necesitan ver al hijo que honra a sus padres. Empleados: Sus jefes y sus compañeros necesitan ver la integridad de Cristo reflejada en sus vidas. Iglesia: su familia, sus amigos, todos aquellos a los que les predican o les dicen que ustedes son cristianos, incluso aquellos que nos topamos en la calle, necesitan ver sus vidas transformadas por el poder del evangelio.
Lo que necesitamos es predicarnos el evangelio constantemente a nuestras vidas. Constantemente ir a las escrituras, constantemente orar, constantemente preguntarme que quiere mi Dios de mí, constantemente meditar en su palabra, continuamente considerar las escrituras en la toma de decisiones, examinar a la luz de la escritura lo que estoy haciendo o voy a hacer.
Y sobre todo, recordar constantemente la obra de Cristo, pues de eso se trata el evangelio, de Cristo y de la transformación de mi vida de inmundicia en una vida santa para la gloria de Dios.
Y ahora sí, ya que hayas creído el evangelio, ve y predícalo, grítalo a las naciones, que todo el mundo se entere que Jesucristo es el Señor, y que tu vida lo refleje.