Como quién ser y de quién rodearse
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Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo;
Y amigo hay más unido que un hermano.
Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.
Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra. Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa.
Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa.
Unos días después… El relato anterior es el de la sanidad del leproso. Jesús está desarrollando su ministerio con todo el despliegue de su gracia, sabiduría y poder. Juan Marcos, como testigo presencial y quien tomó nota de las anécdotas relatadas por Simón Pedro, lleva relación del tiempo que transcurre entre un evento y otro. No, no son eventos al azar ni fábulas acumuladas sin una relación de tiempo. Son anécdotas, testimonios personales de lo que efectivamente sucedió.
…cuando Jesús entró de nuevo en Capernaúm… Capernaúm era una de las ciudades con costa sobre el Mar de Galilea, en la provincia del mismo nombre. Jesús había sido criado en Nazareth, también en Galilea, y ahora había establecido lo que podemos llamar como su “centro de operaciones” en Capernaum, de donde eran algunos de sus discípulos, como Pedro, Andrés, Juan y Jacobo, los pescadores.
…se oyó que estaba en casa… Juan Marcos habla con familiaridad, lo que conduciría a la conclusión de que esta era una memoria compartida entre él y su tío Simón Pedro. Se corrió la voz en la ciudad que Jesús estaba. Dada la magnitud de los milagros que estaban acompañando el ministerio de Jesús, era natural que la gente se agrupara a su alrededor. Al hacerlo, sabían que verían cosas nunca vistas por ellos ni por nadie más en el planeta. Aquella sería probablemente la casa de Simón Pedro, y allí Jesús estaba “en casa”.
E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra.
…se juntaron muchos, de manera que ya no cabían… Esto es lo que sucede cuando se producen eventos fuera de lo normal. Era cierto entonces y sigue siendo cierto hasta el día de hoy. Cuando cierto equipo deportivo está teniendo resultados “fuera de lo común” y la habilidad de sus jugadores llama la atención, las multitudes se reúnen a la hora de los encuentros, para verlos. Todos quieren ver lo diferente, lo que se sale de la norma. Además Jesús estaba siendo reconocido como profeta, como alguien que estaba por encima de la gente común, superando aún el alcance de los rabinos. Jesús enseñaba con autoridad, y muchos querían escucharlo. El evangelio de Lucas nos revela que habían llegado para aquella ocasión fariseos y doctores de la ley, los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén. Lo que Marcos quiere destacar es que había mucha gente, la casa “había quedado chica” y no había forma de acomodar más personas.
Aquel era, ciertamente, un evento importante y especial para aquella humilde casa de pescadores. Muchas personas, incluyendo “grandes personalidades” se habían reunido allí para escuchar a Jesús.
…y les predicaba la palabra. Es interesante: aquí no se nos indica qué era lo que enseñaba (podemos decir esto de los tres evangelios sinópticos, en los que se encuentra este relato). Las enseñanzas de Jesús siempre son importantes, profundas y llamativas, pero en este caso el énfasis está en lo provocativo del milagro que se produjo en aquel lugar. Puedo imaginar aquella casa completamente llena, con personas asomándose por las puertas y ventanas, con la multitud en el silencio más profundo que podían hacer, escuchando atentamente a las enseñanzas del Maestro. Aquello era digno de recordarse, sin lugar a dudas.
Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro.
Hasta ahora, los personajes de esta historia eran:
- Jesús.
- La gente de la ciudad de Capernaum, incluyendo los maestros de la Ley.
- Los fariseos, escribas y maestros que habían viajado desde Judea y Jeruusalén para escucharle.
Ahora se añaden estos nuevos protagonistas de la historia. Eran cuatro, digamos que amigos o familiares entre sí, que traían un paralítico.
Pongámonos en la situación de aquellos cinco hombres por un momento. Así como todos en la ciudad, habían escuchado que Jesús venía y sabían dónde iba a estar. También habían escuchado de las cosas que sucedían cuando Jesús estaba presente, de los milagros y maravillas que se producían por sus manos.
¿Puedes imaginar el diálogo que tuvo lugar entre ellos mientras la gente ya empezaba a llenar aquella casa? Alguien debe haber dicho algo así como: “Oigan, ¿ya se enteraron? Jesús, el profeta, el que sanó al leproso y que anda haciendo milagros poderosísimos por todas partes, llegó a la ciudad, y se queda en lo de Simón Pedro”. Alguno de ellos, entonces, miró al paralítico, y tal vez entonces se miraron entre ellos. Probablemente por años habrían lamentado la situación de postración de su familiar o amigo, y es muy probable que hubiera orado por él. Trataban de apoyarle, a él y a su familia, de la mejor manera. Pero… entonces la fe comenzó a crecer en su interior hasta que se preguntaron, primero en sus pensamientos y luego en voz alta: ¿No sería esta la oportunidad para que el paralítico fuera sanado? ¿No podría este que había sanado al leproso y liberado al endemoniado de Gadara hacer caminar a su amigo? Alguien debe haber llegado a la conclusión de que no perdían nada con probar, y más de uno, seguramente los cuatro, se llenaron con la seguridad de que aquella era LA OPORTUNIDAD. Era probable que no tuvieran otro momento como aquel.
Jesús estaba en la ciudad.
Podían llegar ante Él.
Jesús tenía el poder.
Sí, definitivamente, aquel era el momento.
No había lugar para las dudas o las protestas del paralítico. Aquel era el gran día.
Así, con esa intención lo levantaron entre todos con su camillla y recorrieron esperanzados la distancia que los separaba de la casa de Simón Pedro.
¿Dónde estamos tú y yo en esta historia?
Permíteme decirte que en algún momento, tanto tú como yo, fuimos el paralítico. Cada uno de nosotros hemos estado paralizados por la desagradable, tediosa y paralizante enfermedad del pecado. Sí, ya sea que lo reconociéramos o no, estábamos enfermos, paraliticos, incapaces de vivir en la verdadera libertad. Sí, pensábamos que éramos libres y creíamos hacer lo que se nos antojaba, cuando en realidad éramos tristes marionetas de nuestras propias pasiones, de nuestra propia carne, y del mundo que nos envolvía y seducía constantemente. ¿Y entonces qué? Alguien nos llevó a Jesús. Alguien se compadeció de nuestra condición caída y alejada de Dios y nos compartió lo que a su vez había recibido.
También somos — o tal vez tenemos que ser — los amigos del paralitico. Mira a tu alrededor. Considera a las personas con las que tratas. Sí, gracias a Dios que conoces a algunos que han sido sanados por Jesús, a quienes Jesús hizo libres cubriéndoles con la misericordia de Dios. Pero también hay muchos, a tu alrededor, a tu alcance, que todavía están imposibilitados, que todavía son esclavos del mal, que todavía no han recibido la milagrosa sanidad que los puede hacer verdaderamente libres. Hay ocasiones en las que tenemos que concluir, como concluyeron aquellos en aquel momento, que el día es hoy, que ya es el momento de llevar a nuestro amigo, a nuestro familiar, a la persona que Dios ha puesto en nuestro camino, a los pies de Jesús.
Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico.
Esta es la escena: estos cuatro están trayendo a su amigo en problemas para presentárselo a Jesús, con la convicción de que Jesús tiene la solución para sus problemas. Lo que habían escuchado de Jesús les llenaba de fe y les otorgaba la seguridad de que así como su poder se había manifestado para ayudar a otras personas, también lo podía hacer con aquel paralítico.
Así que venían haciendo el esfuerzo de cargar a su amigo y se encontraron con “aquel” panorama: la casa estaba absolutamente llena, y ya no cabía nadie más dentro.
Habían llegado un poco tarde y “la reunión” ya había comenzado. El Maestro estaba rodeado por los grandes personajes que conocían las Escrituras, y estaba enseñando.
¿Te puedes imaginar aquella situación? Los cuatro llegaron, cargando a su amigo en la camilla. Había mucha gente allí, y la puerta estaba bloqueada por la multitud. “Con permiso, ¿nos permiten pasar? Traemos un enfermo”, deben haber dicho. Lo que recibieron como respuesta fue un rotundo no. Ya no se podía. No había espacio. No había camino. No había manera. Aquel era un momento muy especial, muy delicado, muy importante, y nada podía ser tan urgente como para interrumpir la enseñanza de Jesús en aquel momento.
Detente a meditar en aquella palabras: …no podían…. ¿Las has escuchado o pronunciado alguna vez? “No se puede”, ese puede ser el argumento que en algunas ocasiones te haya detenido.
Es cierto qué hay cosas que los humanos no podemos. Tenemos limitaciones, y hay cosas que no podemos evitar considerar imposibles. Sí, “imposible” es una palabra desagradable, pero muchas veces nos hemos visto limitados por ella. A veces no hay suficiente dinero para lo que queremos o se necesita. En otras ocasiones las limitaciones pasan por la ausencia de otros recursos, la falta de fuerza, la ausencia de la capacidad para hacer algo, y la lista puede continuar.
En aquel caso, la multitud estaba en el camino, y los presentes no estaban de ánimo como para dejar de escuchar a Jesús y dejar pasar a aquel grupo con el enfermo.
¿Qué hacemos cuando la palabra “imposible” se cruza en nuestro camino? Una de las alternativas es volver atrás, dejar el emprendimiento. En el caso de aquellos hombres, podrían haber esperado a ver si se les presentaba otra oportunidad.
Pero existe otra alternativa, y la de rendirse no es la única.
Es por eso que estamos tomando a aquellos hombres como un ejemplo a seguir.
No se podía, pero ellos no se rindieron, no renunciaron a aquella fe que les llenaba el pecho cuando su intención de acercarse a Jesús fue rechazada por las personas que bloqueaban en camino. No había voluntad. Pero ellos no iban a permitir que su amigo volviera a casa tal como había salido, con su necesidad sin atender.
Aquellos hombres utilizaron su creatividad. ¡Vaya si fueron creativos! ¿A quién se le hubiera ocurrido?
Pero, ¿no será justamente ese el camino? ¿No tendremos que ser también nosotros así de creativos al enfrentar nuestras limitaciones?
Ellos encontraron “que no se podía lograr por los medios tradicionales” (entrar por la puerta, contar con la amabilidad de los que les rodeaban, llegar simplemente ante Jesús y presentar su pedido de ayuda).
Estos hombres nos enseñan que en muchas ocasiones nos rendimos con demasiada facilidad. Me siento avergonzado por no haberlo intentado más, por no haber buscado otra manera de hacerlo.
Y esto se aplica específicamente a la situación en que necesitamos llevar a alguien ante Jesús.
Sí, no se ha podido. La persona no se ha mostrado interesada, su familia no apoya, no tiene tiempo…. Pero, por favor, todavía no te rindas, no renuncies, busca otra manera, especialmente insistiendo en oración.
Considera lo que hicieron aquellos por la necesidad de su amigo. Sabían que fuera de Jesús no había otra esperanza, y tenían que llevar a su amado ante el Poderoso.
Ya sabes lo que hicieron. Subieron al techo de la casa (¿cómo? Ni preguntemos por los detalles). Subieron al enfermo con la camilla también al techo. ¿Imaginas el terror del paralítico? “¡Ay, amigos! ¡Me van a tirar!”; y no, no lo dejaron caer. Se dedicaron a romper el techo de la habitación donde Jesús estaba enseñando. No se trataba de un pequeño orificio, algo pequeño. Necesitaban una abertura lo suficientemente grande como para que pasara la camilla con su amigo por allí.
Aquellos hombres estuvieron dispuestos a pagar el precio. Estaban destruyendo propiedad privada. Iban a tener que pagar el arreglo, hacerse cargo de los gastos. Además, aquello era un atrevimiento. ¿Vas tú a la casa de alguien y le rompes la pared o el techo? No, esas cosas no se hacen, ni anones ni ahora.
Lo que hicieron requirió de mucho valor, mucha determinación y muchísima destreza. Cuando el techo fue despejado (ante los ojos asombrados de todos los que estaban allí, especialmente Simón, Juan Marcos y toda la familia), ¿los puedes imaginar parados sobre el techo, habiendo atado cuerdas a los cuatro extremos de la camilla, coordinando sus movimientos para no dejar caer a su amigo mientras lo bajaban hasta donde estaba Jesús? ¡Asombroso!
¿Asombroso? Pero lo hicieron. Dos testigos presenciales y un investigador escribieron al respecto.
¿Qué haces o has hecho tú por quienes viven a tu alrededor y necesitan ser llevados ante Jesús?
Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.
¿Qué vio la gente? Vio a un grupo de atrevidos haciendo lo que no se hace.
Y, ¿qué vio Jesús?
Sabemos que Jesús ve lo que otros no ven. Jesús puede ver el corazón de las personas y conoce sus intenciones antes de que hablen. Sí, Jesús lo sabe todo.
Al ver Jesús la fe de ellos…
Jesús vio fe. Tú y yo podríamos opinar que la fe es algo invisible, algo que se lleva en el corazón, y que por esa razón no se ve.
Pero creo que aquí se refiere lo evidente. Aquellos hombres no hubieron hecho lo que hicieron si hubieran sido motivados por su fe.
No solamente Jesús vio la fe de aquellos. Todos la vieron, aunque no todos le llamarían así.
Esto es un llamado de atención para nosotros. ¿De qué manera se ve tu fe? Porque tienes fe, ¿verdad? ¿Cómo se ve tu fe?
Aquí no dice que los hombres hayan dicho nada, pero ni deben haber necesitado. Su petición quedaba a la vista. Jesús escuchó su petición, aunque no se hubieran escuchado palabras.
Jesús ve la fe en tu corazón. También ve la fe que se pone de manifiesto en tus acciones. Sí, porque como dijo Santiago, “la fe sin obras es muerta”.
Ahora, lo que sucedió a continuación es impresionante. El Maestro le podía haber hablado a los poseedores de aquella fe tan motivadora, pero no lo hizo.
…dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.
Puedo imaginar el silencio. Y el asombro. Sí, creo que todos, los que estaban en la habitación y los que miraban desde el techo, quedaron sorprendidos.
Jesús pronunció lo impronunciable.
Ahora está hablando directamente con el paralítico.
Imagínalo, por favor. Cuando la camilla finalmente se apoyó en el suelo, Jesús miró directamente a los ojos del paralítico, que ya se sentiría avergonzado y asustado al mismo tiempo. Jesús lo miró, con esa mirada. ¿La conoces? Sí, Jesús me ha m orado así a mi también. Esa mirada generó un diálogo muy personal e íntimo entre Jesús y el paralítico. Debe haber sido como si todos hubieran desaparecido y quedaran solo Jesús y el hombre enfermo.
Hijo, tus pecados te son perdonados.
¡Qué momento tan especial!
Jesús llama “Hijo” a aquel hombre. Hay aquí una ternura impresionante.
Jesús, el Hijo de Dios, Dios mismo, está hablando con este hombre acerca de sus pecados — que aquel hombre supo, sin lugar a dudas, que Jesús cononcía al detalle — y le llama “Hijo”. Aquel hombre se sintió desnudo, descubierto, y al mismo tiempo amado, muy amado. Nunca más, nunca jamás olvidaría aquel momento, aquella voz, aquella dulzura, aquel confrontamiento.
¡Escucha tú también! ¡Si hoy estás aquí, cargando con tus pecados, Jesús te quiere hablar de ello!
Jesús le habló a aquel hombre de sus pecados, para decirle que habían sido perdonados. Jesús moriría por ellos poco tiempo después. Jesús recibiría el castigo que correspondería a aquellos pecados. Aunque para él la crucifixión permanecía en el futuro, Jesús declaró el perdón de los pecados de aquel hombre.
Eso no era, de ninguna manera, lo que los amigos en el techo esperaban. Ellos esperaban que Jesús se refiriera directamente a la necesidad del hombre, y que lo sanara. Esperaban el “¡Levántate!” Que Jesús le había dicho a otros.
Sin embargo, Jesús se refirió a sus pecados.
¿Por qué? Porque los pecados de aquel hombre lo habían dejado como estaba. Sus pecados eran la razón para su parálisis, y el hombre lo sabía.
Los pecados muchas veces producen tristes y nefastos resultados en las vidas de las personas.
Observa que Jesús se refirió primero a la necesidad más importante del hombre. Claro que podía sanarlo, pero era más importante que fuera perdonado, que tuviera la vida eterna, que se reconciliara con Dios.
Hagamos con Jesús, y llamémosle importante a o que Él le llama importante.
El silencio reinaba sobre el lugar. El hombre sintió algo que hacía mucho que no sentía. Se sintió perdonado. Puedo imaginarlo llorando, profundamente conmovido.
En aquel momento hubo gozo en el cielo, y un nombre más fue escrito en el Libro de la Vida.
Si aquel hombre volvía a salir de la casa siendo llevado en su camilla, el milagro más grande igual ya se habría producido.
El perdón es nuestra necesidad más importante.
Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?
No sé si a ti te ha pasado, pero a mí muchas veces me ha llamado la atención la reacción de las personas ante ciertos eventos.
Pero, ¡espera! ¡Tú y yo también somos de esas personas! Es decir, tú y yo también reaccionamos ante lo que sucede, ante lo que les ocurre a otros. Y puede suceder que cualquiera de nosotros tenga algunas reacciones de las que no son muy positivas.
Bueno, eso fue lo que sucedíó aquel día. Un grupo de amigos había llevado al paralítico ante Jesús, a todo precio, sin que importaran los obstáculos, finalmente lograron que su amigo estuviera frente a Él. Y entonces sucedió lo inesperado. El Maestro lo miró, mientras todos contenían el aliento esperando que lo sanara, y le anunció que sus pecados quedaban perdonados.
El silencio debe haber sido mortal, mientras pesadas lágrimas empezaban a rodar por las mejillas del hombre.
El silencio externo, pero los corazones volarían con mil pensamientos.
Marcos nos relata lo que estaban pensando los escribas.
Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla este así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?
¿Te puedes imaginar sus rostros? ¿Puedes imaginar cómo miraban a Jesús y al paralítico luego de escuchar aquella frase del Maestro?
Sus labios no se movieron, pero sus corazones se agitaron. Nunca habían escuchado que un hombre le dijera aquello a otro. Aquello parecía contradecir toda su educación espiritual y religiosa.
¿Por qué hablaba Jesús así?
Nosotros lo sabemos. Jesús había venido justamente a eso, a proveer el perdón de pecados y abrir la puerta a la reconciliación con Dios. Pero aquellos escribas solo veían un hombre, un rabino tal vez, pero no veían al Hijo de Dios. No veían lo que había visto con total claridad el paralítico mientras sus amigos lo llevaban hacia aquel lugar y la fe en el Mesías llenaba su corazón y su alma.
Había algo de lo que pensaban aquellos maestros de la Ley en lo que tenían raz{on:
¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?
Totalmente cierto. El único en todo el universo que puede perdonar pecados es Dios. Y el hecho de que un hombre, un mortal común y corriente, se atribuyera tal capacidad era una blasfemia.
Lo que escapaba al conocimiento de aquellos hombres era que estaban en presencia del propio Dios.
Acababan de anunciar en sus pensamientos que Jesús es Dios.
Aquellos maestros de la ley acababan de presenciar el mayor milagro que una persona puede experimentar, el nuevo nacimiento, el ser perdonado, el quedar limpio, experimentar la reconciliación{on con Dios.
Sin embargo, en lugar de alegrarse por el beneficiario, estaban ofendidos por querer limitar al Hiijo de Dios a la condición de un simple humano.
Jesús acababa de revelar su grandeza, el alcance de su gracia.
Ellos solo se dijeron interiormente: “No, no puede ser”.
Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?
Este debe haber sido un momento maravilloso.
Ahora Jesús le dirige su mirada a los maestros de la Ley, a los escribas. Su mirada ya no comunica ternura sino reproche.
Jesús lo sabía todo, como lo sabe ahora.
…conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos…
Vivimos delante de un Dios que todo lo sabe, para el que no existen los secretos. Podemos intentar fingir, podemos procurar parecer, pero nuestro Señor y Salvador lo sabe todo. Sabe lo que estás pensando en este mismo momento.
Dice en Hebreos 4:13 que todas las cosas están desnudas y abiertas delante de Aquel a quien tenemos que dar cuenta.
Ni más ni menos.
Los corazones de aquellos religiosos estaban abiertos delante de Dios, y Dios estaba en aquella habitación.
Jesús se gira hacia ellos, los mira con intensidad y les dice:
¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?
¡Descubiertos!
¿Y si el Señor hiciera esto en nuestros días, ahora mismo?
En Hechos 5 se nos cuenta de la muerte de Aquilas y Priscila, quienes acordaron ofrecer una ofrenda parcial mientras fingían que era el total de una venta. Simón Pedro supo — por obra y gracia del Espíritu Santo — que le estaban mintiendo a Dios.
Dios conoce los corazones, y sí, conoce el tuyo.
Jesús tenía más para decirle a aquellos escribas:
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?
Mi Señor nunca deja de maravillarme. ¡Jesús, eres lo máximo!
Les está hablando duramente a los maestros de la Ley. ¿Qué era más fácil decir?
Con esto está indicando que en aquel caso podría haber dicho cualquiera de las dos cosas con el mismo resultado.
El hombre sería perdonado y sanado, mal que le incomodara a algunos.
¿Era más fácil una cosa o la otra? Para nosotros los mortales, ninguna de las dos es fácil, pero menos todavía lo es perdonar pecados.
¿Cómo se sentirían los escribas ante aquella confrontación?
Para empezar tenían que haberse sentido desnudos, descubiertos, al notar que Jesús conocía lo que llevaban por dentro, lo que pensaban. Tenían que haberse sentido avergonzados, porque sus pensamientos acababan de ser expuestos.
¿Así que solamente Dios puede perdonar pecados? Pues, Dios está presente. Perdona pecados y sana milagrosamente.
Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.
La reprensión y el asombro no habían terminado.
La obra de Jesús todavía no había llegado a su culminación.
Si bien el Maestro anuncia que va a hacer aquello para demostrar su capacidad de perdonar, Jesús también lo hace por el hombre, que aunque aún no lo sabía, ya estaba sanado.
Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…
Jesús estaba cumpliendo con su función de revelar a Dios.
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación.
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.
Jesús oraría que “esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, y a Jesucristo, a quién has enviado”. ¡Y vaya si lo reveló al Padre!
Ojalá se hayan convertido aquellos maestros de la Ley de sus malos caminos luego de aquella experiencia.
Ahora Jesús le volvería a hablar al hombre, a quien antes había llamado “Hijo”.
…(dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.
Allí está. Lo hizo. Ejerció autoridad sobre un cuerpo tullido, limitado, paralizado. Le dió órdenes a músculos que no sostenían ni movían, le ordenó a huesos que no sostenían.
Esto es histórico.
No hay en la historia otro ejemplo de alguien que haga lo que hace Jesús.
La conclusión aquí es muy simple: Jesús es Dios, y tiene toda la autoridad y el poder.
Al hombre le estaba confirmando que sus pecados habían sido perdonados, pero también recibiría la orden divina de hacer lo que hasta ese momento se había visto imposibilitado de hacer.
Todos contuvieron la respiración. Los amigos en el techo se abrazarían y llorarían. Seguro que querrían saltar de la alegría, lo cuál sería un tanto peligroso.
Jesús le da órdenes a nuestras limitaciones e imposibilidades. Nos da órdenes a nosotros de superarlas y hacer lo imposible ante nuestros ojos.
Escucha la voz de Jesús.
Él tiene el Nombre que es por sobre todo otro nombre. Delante de su Nombre se dobla toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra,
Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa.
Nadie, más que el “paralítico” (que ya no lo era) se movió.
Ante los ojos asombrados de la gente, de Simón y su familia, de los escribas y maestros de la Ley, de los amigos en el techo, el que llegó a la casa siendo paralítico giró sobre sí mismo, se apoyó en sus rodillas y sus manos y se levantó. Creo que lo miró a Jesús una vez más mientras levantaba su lecho, su rostro bañado en lágrimas, mientras movía sus miembros luego de mucho tiempo, mientras su alma disfrutaba una paz que no conoce descripción ni límites. Tomó su lecho y se dirigió a la puerta. Ahora sí, la gente le abrió paso.
Creo que el silencio se empezó a romper en alabanzas. ¿Puedes imaginar los gritos de los amigos mientras saltaban del techo y se abrazaban al hombre sanado? ¿Te imaginas ese abrazo eterno entre ellos? Sí, porque ellos también habían creído, y sus pecados también fueron perdonados.
Pero la gente alrededor, aunque tal vez no los escribas que se deben haber limitado a mirarse de reojo entre ellos, empezó a soltar exclamaciones y alabanzas. ¡Cómo no hacerlo!
Sí, definitivamente, todos se asombraron. Y lo deben haber expresado.
La gente no solo se asombró.
…y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa.
Fe. Testimonio. Alegría.
Ahora tenían una historia asombrosa que contar.
Juan, muchos años después, todavía diría: “Lo que hemos visto y oído”.
Algunos de estos pagaron con sus propias vidas antes que negar a Jesús.
¿Produce Jesús en ti este tipo de compromiso?
¿Despierta Jesús en ti este tipo de asombro?
Tal vez no hayas visto paraliticos levantarse, pero es posible que hayas visto pecadores apartarse de sus malos caminos y volverse a Dios. Ese milagro es más poderoso, mayor que el anterior.
Nosotros también hemos visto lo imposible.
Y lo podemos ver todavía.
¿Y si aceptamos el desafío de llevar a nuestros amigos, conocidos, familiares y a todo el que encontremos delante de Jesús?