Hebreos 13:1-8 Amor, Santidad y Fe: Tres Marcas Distintivas de la Iglesia de Cristo
Sermon • Submitted • Presented
0 ratings
· 5 viewsNotes
Transcript
Introducción
Introducción
Queridos hermanos, hoy llegamos al capítulo 13 de Hebreos, donde el autor cierra con exhortaciones prácticas.
Recordemos que esta carta fue escrita para animar a una iglesia tentada a abandonar a Cristo y volver al judaísmo. A lo largo de la epístola, se nos ha mostrado que Cristo es mejor:
Él es el cumplimiento perfecto de todas las promesas de Dios: superior a los ángeles, mayor que Moisés, y el Sumo Sacerdote eterno.
En Él, cada sombra y símbolo del Antiguo Pacto encuentra su plena realización.
Solo en Cristo tenemos acceso directo al Padre, porque Su sacrificio fue perfecto. Su sangre transforma nuestras conciencias y nos reconcilia definitivamente con Dios. ¿A quién más podríamos acudir?
Cristo, quien traspasó los cielos, asegura nuestra entrada al reposo eterno.
A la luz de esta gloriosa verdad, el autor de Hebreos nos llama a vivir con gratitud y reverencia en adoración auténtica. Hoy, en Hebreos 13:1-7, veremos cómo esa adoración se refleja en nuestra vida como iglesia, caracterizada por el amor, la santidad y la fe.
Vivimos en tiempos donde las distracciones y tentaciones son muchas. Por eso, es crucial recordar que estamos llamados a no apartarnos de Cristo, sino a reflejar Su amor, santidad y carácter en el mundo.
Leamos juntos Hebreos 13:1-7 y oremos para que Dios bendiga Su Palabra en nuestras vidas.
Leamos juntos la Palabra de Dios.
Permanezca el amor fraternal. No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Acuérdense de los presos, como si estuvieran presos con ellos, y de los maltratados, puesto que también ustedes están en el cuerpo. Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin deshonra, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios. Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé», de manera que decimos confiadamente: «El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Que podrá hacerme el hombre?». Acuérdense de sus guías que les hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imiten su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos.
En Hebreos 12, el autor nos recordó que somos parte de un reino inconmovible, llamados a adorar a Dios con reverencia y temor santo (Hebreos 12:28-29). Noten cómo, en este capítulo 13, el autor comienza a mostrarnos cómo luce esa adoración en la práctica dentro de una iglesia local. Por implicación, lo que tenemos en nuestro texto nos recuerda que la vida cristiana no se vive en aislamiento, sino en el contexto de una comunidad pactual, donde nuestras relaciones deben reflejar el carácter de Dios.
Por esto leemos: “Permanezca el amor fraternal” (Heb. 13:1). Aquí está la primera marca de una iglesia que adora.
1. En una iglesia que adora: Permanece el amor fraternal
1. En una iglesia que adora: Permanece el amor fraternal
El verbo “Permanezca”, en este contexto, está en imperativo. Esta es una demanda a buscar deliberadamente permanecer en el amor fraternal.
De manera que no debemos apartarnos ni desviarnos de este amor. Jesus nos da una razón clara, y es que el amor es lo que define la iglesia:
»En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros».
Si no nos amamos unos a otros, estamos negando nuestra identidad como discípulos de Jesús, al tiempo que ponemos en duda si realmente hemos experimentado Su amor.
Dios nos ha amado con amor eterno. Su amor no depende de ningún mérito en nosotros, sino que fluye de su gracia soberana. El apóstol Pablo puede decir confiado lo siginete:
Romanos 8:35–39 (NBLA)
¿Quién nos separará del amor de Cristo?….. estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Este es el tipo de amor que estamos llamados a reflejar en nuestras relaciones con los demás: un amor deliberado, constante, y que, al igual que el amor de Dios, no está condicionado por las circunstancias.
“permanecer” transmite la idea de estabilidad, firmeza y continuidad. El amor filiar entre nosotros debe ser permanente, debe ser expresado en todo tiempo. Debemos amar como Cristo nos amo y como el Padre amor a Cristo desde al eternidad:
»Como el Padre me ha amado, así también Yo los he amado; permanezcan en Mi amor.
El amor al que estamos llamados a expresar, no es algo que podamos generar por nosotros mismos; fluye directamente de nuestra relación con Cristo y es una manifestación de nuestra unión con Él. De manera que amar a nuestros hermanos no es solo un mandato, sino una consecuencia natural de haber experimentado el amor de Dios. Es la prueba visible de nuestra relación con Él
Si alguien dice: «Yo amo a Dios», pero aborrece a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.
Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
¿cómo se expresa este amor en la vida diaria?
A. No olvidando la Hospitalidad (Heb. 13:2).
A. No olvidando la Hospitalidad (Heb. 13:2).
Hospitalidad, literalmente significa “amor a los extraños”. En la cultura grecorromana, y particularmente en la comunidad cristiana, la hospitalidad era una virtud esencial, ya que los viajes eran peligrosos y los recursos para los viajeros escasos. Mostrar hospitalidad, especialmente a otros creyentes, era una manifestación concreta del amor fraternal.
El autor de Hebreos nos recuerda la importancia de este mandato: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13:2).
Esta es una referencia directa a eventos del Antiguo Testamento, como cuando Abraham, Lot y Manoah recibieron a ángeles sin saberlo. El punto aquí no es que siempre hospedaremos ángeles, sino que a veces las personas a las que mostramos hospitalidad pueden ser más de lo que aparentan.
C. S. Lewis, ofrece una reflexión sobre esto: “La persona más común y poco interesante con la que conversas hoy puede, en el futuro, ser una criatura tan gloriosa que te sentirías tentado a adorarla, o bien un horror tan espantoso como solo se encuentra en las peores pesadillas… No existen personas ordinarias. Nunca has hablado con un simple mortal. Es con inmortales con quienes reímos, trabajamos, nos casamos, ignoramos y explotamos —seres que serán inmortales horrores o esplendores eternos.”
La hospitalidad cristiana es más que una simple invitación a compartir una comida. Es un acto de amor que refleja nuestra conciencia de que los demás son seres eternos, redimidos por la sangre de Cristo, o personas que necesitan ser alcanzadas por su gracia.
Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones.
Amados, estamos llamados por Dios a abrazar con su amor a otros por medio de hospitalidad cristiana.
La Hospitalidad sin duda tiene desafíos.
La gente que recibimos puede abusar de nuestra generosidad, buscando vivir a nuestras expensas. Este problema no es nuevo. La Didaché aconsejaba que los extraños que llegaran en nombre del Señor fueran recibidos, pero que su fe se probara. Si eran viajeros, no debían quedarse más de dos o tres días; si pedían dinero o se quedaban más tiempo, debían ser despedidos. Y si resultaban ser herejes, debían ser rechazados como impostores.
A pesar de estos riesgos, como creyentes estamos llamados a seguir siendo hospitalarios, a confiar en que el amor y la generosidad son mayores que cualquier abuso potencial. La hospitalidad refleja el amor de Cristo hacia nosotros, quienes, sin mérito alguno, fuimos acogidos por Él.
Otra acción concreta esta descrita ver con el vs. 3
B. Acuérdate de los presos y maltratados
B. Acuérdate de los presos y maltratados
En la iglesia primitiva, muchos cristianos fueron encarcelados y maltratados por su testimonio de Cristo. El autor de Hebreos ya había elogiado a sus lectores por su compasión hacia los que sufrían (Hebreos 10:34) y ahora les exhorta a seguir recordando a aquellos que están en prisión, como si ellos mismos estuvieran sufriendo esas injusticias. Como iglesia, estamos llamados a mostrar simpatía hacia los que atraviesan pruebas debido a su fe.
Es fácil olvidar a aquellos que sufren, absorbidos por nuestras propias vidas y desafíos. Por eso, el autor nos exhorta a “acordarnos” de ellos. Vivimos en un mundo egoísta que tiende a centrarse en sus propios intereses, pero como cristianos, somos llamados a recordar que estamos unidos como un solo cuerpo:
“Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él” (1 Corintios 12:26).
Esta unión en Cristo no es simplemente simbólica; es una realidad tangible. Somos miembros los unos de los otros, unidos por la misma sangre del Cordero, que fue aplicada a nosotros por el Espíritu Santo para adoptarnos en la familia de Dios. Este vínculo nos llama a compartir la vida y las cargas de los demás. Por eso nos llamamos “hermanos y hermanas”. Nuestra unión con Cristo, quien tomó nuestra humanidad y compartió nuestro sufrimiento, nos invita a participar tanto en su sufrimiento como en su gloria. Cristo dignificó nuestra humanidad mediante su encarnación, muerte y resurrección. Ahora, en Él, hemos renacido en la familia de Dios:
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado” (Hebreos 4:15).
Si Cristo es el fundamento de nuestra hermandad, también debe ser el fundamento de nuestro amor mutuo. Su amor infinito y sacrificial hacia nosotros no solo nos reconcilia con Dios, sino que también es la fuente y el estímulo de nuestro amor hacia los demás. Así como hemos sido amados y sostenidos por Cristo, estamos llamados a extender ese mismo amor hacia los que están sufriendo.
Al hacerlo, ministramos al mismo Cristo: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25:40).
Los cristianos a quienes se dirigía esta epístola no solo enfrentaban la tentación de abandonar la fe por causa de la persecución, sino que también corrían el riesgo de volverse egoístas y olvidar a los hermanos en necesidad. Este es un recordatorio poderoso de que cuando perdemos de vista la gracia del evangelio, también olvidamos nuestra responsabilidad hacia los demás. Por eso, el autor les exhorta a permanecer en el amor, a no olvidar a los que están presos, y a recordar a los que sufren, como si ellos mismos estuvieran en esas circunstancias.
Hoy en día, puede que no tengamos hermanos encarcelados por su fe en nuestro contexto inmediato, pero eso no significa que no haya formas de practicar este principio:
Podemos acompañar a los que están sufriendo a través de la oración,
visitando a los enfermos,
apoyando a aquellos que enfrentan dificultades económicas,
y estando presentes en los momentos de dolor.
A veces, el simple acto de recordar a alguien en oración,
ofrecer ayuda práctica
o hacer una llamada para animar puede ser un reflejo poderoso de este amor fraternal.
Además, es importante recordar que Jesús mismo se identifica con los que sufren. En Mateo 25, nos dice que lo que hacemos por los más pequeños de sus hermanos, lo hacemos por Él. Al cuidar de aquellos que están en necesidad, estamos sirviendo a Cristo, quien también sufrió y se identificó con nuestras debilidades. Esta es una verdad profundamente consoladora y, a la vez, una llamada a la acción para cada uno de nosotros.
Conclusión:
El amor fraternal no es solo una emoción o sentimiento superficial. Es un amor que persevera, que se expresa en la hospitalidad y en el cuidado de los que sufren. Como miembros de un solo cuerpo, estamos llamados a compartir no solo en el gozo, sino también en las pruebas y sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas. Que el Señor nos conceda la gracia de permanecer en este amor, reflejando así el carácter de Cristo en nuestra comunidad.
Pero el amor fraternal no es el único distintivo de una iglesia que adora al Señor. El autor de Hebreos también nos llama a vivir en santidad, reflejando el carácter santo de Dios en nuestras relaciones más íntimas y cotidianas. Esto nos lleva al segundo punto:
2. Una iglesia que refleja la santidad de Dios en nuestras relaciones.
2. Una iglesia que refleja la santidad de Dios en nuestras relaciones.
La Escritura afirma que Dios es Amor y también que Dios es Santo. Como hijos de Dios, estamos llamados a reflejar ambos aspectos de Su carácter en nuestras vidas. Si enfatizamos solo uno y descuidamos el otro, estamos proyectando una imagen distorsionada del verdadero Dios. Hebreos 13 nos da ejemplos concretos de cómo podemos reflejar la santidad de Dios en nuestras relaciones:
A. Honrando el Matrimonio:
Hebreos 13:4 (NBLA)
en todos, y el lecho matrimonial sin deshonra..…..
Este es un llamado a toda la iglesia a considerar el matrimonio como una institución sagrada establecida por Dios desde el principio (Génesis 2:24). En un mundo caído, el matrimonio ha sido constantemente deshonrado a través de la promiscuidad, la infidelidad, y la trivialización del compromiso. Pero la iglesia, como reflejo del reino visible de Cristo, debe honrar esta institución y rechazar cualquier forma de deshonra.
El matrimonio no solo es para nuestro beneficio personal, sino que es una imagen del amor sacrificial de Cristo hacia Su iglesia (Efesios 5:25-27). Cuando honramos el matrimonio, lo tratamos con la reverencia que merece, reconociendo que es un reflejo de la relación entre Cristo y Su iglesia.
La frase “el lecho sin mancilla” se refiere a la pureza sexual dentro del matrimonio, lo que implica fidelidad en acciones, pensamientos y deseos. En un mundo que promueve la inmoralidad sexual, los creyentes somos llamados a vivir de manera contracultural, guardando la pureza en todas nuestras relaciones. Esta pureza no es solo un mandato para los casados; también es relevante para los solteros, que están llamados a la abstinencia y a orar por los matrimonios dentro de la iglesia, sosteniéndolos en fidelidad.
El autor de Hebreos también nos advierte que Dios juzgará a los inmorales y adúlteros. Esto es una clara advertencia de que nuestra pureza y fidelidad no son solo cuestiones culturales, sino espirituales, con implicaciones eternas. Dios toma la santidad sexual muy en serio, y como iglesia, debemos vivir de acuerdo a este estándar.
El segundo ejemplo de santidad tiene que ver con:
B. Evitar la Avaricia y Cultivar el Contentamiento (Hebreos 13:5)
Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé»,
Vivimos en una cultura que valora a las personas según lo que poseen, lo que estimula el deseo de acumular más. Pero el autor nos recuerda que la vida no consiste en la abundancia de bienes (Lucas 12:15), sino en la confianza en Dios como nuestro proveedor.
Hay una estrecha relación en la biblia entre la inmoralidad y la avaricia.
Pero que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre ustedes, como corresponde a los santos.
El amor por la riqueza abren oportunidades para la indulgencia sensual. De hecho, Pablo advierte a Timoteo:
Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento. Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él. Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos. Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores.
El remedio que nos ofrece el autor de Hebreos es el contentamiento. El avaro nunca está contento: es tacaño y codicioso, siempre quiere más y siempre teme perder lo que tiene. Mientras que el verdadero cristiano sabe que teniendo a Cristo, no le falta nada esencial para su bienestar:
El Señor es mi pastor, Nada me faltará.
Este es el tipo de actitud hacia las posesiones que debemos cultivar, un contentamiento agradecido que brota de la fe. El cristiano que confía en que Dios proveerá, vive con gratitud, sabiendo que tiene todo lo necesario en Cristo. El contentamiento es la expresión práctica de una vida que confía en las promesas de Dios y que valora más a Cristo que cualquier posesión terrenal.
Estar contentos con lo que tenemos no significa conformarnos con la mediocridad o no aspirar a mejorar nuestras circunstancias, sino confiar plenamente en que Dios es suficiente para nuestras vidas y que todas las circunstancias que el provee para nosotros nos ayuda a bien.
Este contentamiento se fundamenta en la promesa de Dios: “Nunca te dejaré ni te desampararé” (Hebreos 13:5, citando Deuteronomio 31:6). Dios es nuestro ayudador, y esta promesa debe impulsarnos a la confianza y a la obediencia. Si Dios es nuestro ayudador, no debemos temer lo que el hombre pueda hacernos.
El llamado a reflejar la santidad de Dios en nuestras relaciones —en el matrimonio y en nuestra actitud hacia las posesiones— es un llamado a confiar en Dios y a vivir conforme a Su Palabra. Honramos el matrimonio cuando lo tratamos como una institución sagrada y mostramos contentamiento cuando vivimos sin avaricia, confiando en que Dios es suficiente.
Que el Señor nos conceda corazones santos y confiados, que reflejen Su carácter en un mundo que necesita desesperadamente ver Su luz.
Ahora que hemos visto cómo el amor y la santidad son marcas esenciales de una iglesia que adora a Dios, vamos a considerar el tercer distintivo:
3. La iglesia es una comunidad que vive por Fe
3. La iglesia es una comunidad que vive por Fe
El versículo 7 de Hebreos 13 nos invita a recordar a nuestros líderes espirituales: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.”
Este texto nos exhorta a reflexionar sobre aquellos que nos han enseñado la Palabra de Dios y nos han mostrado, no solo con sus palabras, sino con sus vidas, lo que significa caminar en fe y obediencia a Cristo.
Un pastor debe ser un modelo práctico de confianza y dependencia en Dios, especialmente en medio de las pruebas y los desafíos del ministerio.
El llamado a “imitar su fe” reconoce el poder transformador del ejemplo. En la vida cristiana, mucho de lo que aprendemos viene no solo de lo que escuchamos, sino de lo que observamos. Los pastores y ancianos que fielmente nos han guiado han dejado un testimonio palpable de cómo la fe sostiene en las dificultades, cómo la confianza en las promesas de Dios da fuerza en momentos de debilidad, y cómo el amor por Cristo impulsa el servicio sacrificial.
Este mandato no nos llama a idolatrar a nuestros líderes ni a imitarlos en todos los aspectos, sino específicamente en su fe. La fe es el eje central que debe guiar toda la vida cristiana, y es en esa área donde somos llamados a seguir su ejemplo.
En Hebreos, vemos repetidamente el énfasis en la perseverancia en la fe, y aquí el autor nos recuerda que esta perseverancia debe ser visible en nuestras vidas. Los líderes espirituales fieles no solo nos transmiten verdades doctrinales; también nos muestran cómo esas verdades se viven día a día. Nos enseñan cómo es vivir de manera coherente con la fe en Cristo, y al observar el fruto de su conducta, somos motivados a seguir ese mismo camino.
Pablo mismo nos da un modelo claro de este principio en 1 Corintios 11:1, cuando dice: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” El apóstol nunca buscaba ser el centro de atención, sino que siempre apuntaba a Cristo. De la misma manera, los líderes espirituales deben ser imitados en la medida en que reflejan la fe en Cristo. El centro de nuestra imitación no es la persona, sino la obra de Cristo en y a través de ellos.
El versículo 8 añade una verdad central que debe sostener nuestra fe: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.”
Esta declaración es el fundamento que garantiza que, aunque nuestros líderes humanos pueden cambiar, fallar, o eventualmente partir, Cristo nunca cambia. Mientras que las generaciones de líderes pasan, nuestro Señor permanece inmutable.
La estabilidad de nuestra fe no depende de la constancia o perfección de los hombres, sino de la constancia y perfección de Cristo, quien es el mismo en todas las épocas. Esto nos da una confianza firme, incluso cuando las circunstancias cambian o cuando aquellos a quienes hemos admirado enfrentan pruebas o caen.
Vivimos en tiempos donde, tristemente, hemos visto a líderes cristianos caer en pecado y escándalo, algo que puede sacudir nuestra confianza. A veces, es difícil mantener la fe cuando vemos que aquellos a quienes respetamos y admiramos han fallado gravemente como sucedió esta semana. Pero este pasaje de Hebreos nos recuerda que nuestra fe no debe depender de los hombres de Dios, sino del Dios de los hombres.
Los líderes pueden fallar, pero Cristo nunca falla. Él es quien sostiene a su iglesia, incluso en medio de las dificultades y los escándalos.
El escritor de Hebreos nos exhorta a imitar la fe de aquellos que han sido fieles, pero siempre mirando a Cristo como nuestro ejemplo supremo. Esto nos lleva a reflexionar en el poder transformador de la fe. Fue la fe lo que les dio a nuestros líderes poder para predicar, perseverar y ministrar, y será la misma fe la que nos sostendrá en medio de las pruebas que enfrentamos.
El apóstol Pablo nos recuerda en 1 Timoteo 3 que las cualidades más importantes para un líder espiritual no son su riqueza, estatus social o habilidades naturales, sino su carácter piadoso y su fe en Cristo. Al igual que Pablo, debemos esforzarnos por vivir vidas que sean dignas de imitación, no por nuestra propia gloria, sino porque reflejan la obra de Cristo en nosotros. A través de nuestro ejemplo, otros pueden ver la realidad de lo que significa vivir por fe.
Que al imitar la fe de aquellos que nos han precedido, siempre lo hagamos con los ojos puestos en Cristo, el autor y consumador de nuestra fe. Aunque los hombres puedan fallar, nuestro Salvador es inmutable. Su fidelidad nunca cambia, y es esa fidelidad la que nos llama a vivir con confianza y perseverancia, sabiendo que el mismo Cristo que sostuvo a nuestros líderes es el mismo que nos sostendrá a nosotros hoy y siempre.
En conclusión, amados hermanos, somos llamados a vivir como una comunidad que adora a Dios en espíritu y verdad, reflejando Su amor, Su santidad y nuestra fe en Cristo. Que el amor fraternal permanezca en medio de nosotros, que honremos nuestras relaciones con santidad, y que imitemos la fe de aquellos que han caminado antes de nosotros, siempre con los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Cristo es inmutable, su gracia es suficiente, y en Él encontramos todo lo que necesitamos para vivir fielmente como Su iglesia. Que Él sea nuestra fuerza, esperanza y seguridad, hoy y siempre.
oremos