Estudio expositivo de Juan capítulo 4
Estudio
Las palabras usadas por Juan sugieren que existía una necesidad que obligaba a Jesús a pasar por una zona que los judíos solían evitar por la enemistad que tradicionalmente tenían con los samaritanos. ¿Cuál era la naturaleza de aquella necesidad? No era geográfica, porque existían otras rutas por las que se podía llegar a Galilea desde Jerusalén, principalmente dirigiéndose hacia el norte por la ribera oriental del río Jordán. Es probable que la obligación fuera de carácter más bien pastoral y espiritual. Jesús tenía pendiente un encuentro muy importante con una mujer en Sicar, aunque ella no lo sabía todavía, y él no podía faltar a la cita. El imperativo de llevar a cabo la misión que el Padre le había encomendado fue tan ineludible para Jesús en el caso de un individuo como lo fue en un sentido mucho más global (Jn. 3:16; Gl. 2:20).
La relación entre judíos y samaritanos, la cual era inestable en el período Persa, se fue haciendo más hostil durante la era Helenística. Sirac (fines del tercer siglo) registra la evidencia más antigua de la hostilidad judía hacia los samaritanos, afirmando que “la estúpida gente que vive en Siquem … ni siquiera merece el nombre de nación” (Eclo 50:25–26 DHH)
26 Hay dos naciones que aborrece mi alma, y una tercera que no es nación:
27 los que habitan en el monte de Samaria, los vecinos de Palestina y el pueblo insensato que habita en Siquem.
Los samaritanos eran una raza mixta, parte judío y parte gentil, que surgió por el cautiverio asirio impuesto sobre las diez tribus del norte en 727 a. de C. Rechazados por los judíos debido a que no podían demostrar su genealogía, los samaritanos establecieron su propio templo y servicios religiosos en el monte Gerizim. Esto sólo sirvió para atizar las llamas del prejuicio. Tan intenso era su aborrecimiento de los samaritanos que algunos de los fariseos oraban que ningún samaritano fuera resucitado en la resurrección. Cuando sus enemigos quisieron insultar a Jesús, le llamaron samaritano (Juan 8:48).
En el proceso de ganar el alma (véase Pr. 11:30; Dn. 12:3; Stg. 5:20) de esta mujer el Señor apela a cada parte de su personalidad para alcanzar su propósito: a su amabilidad (“Dame de beber”), a su curiosidad (“Si conocieras”), a su deseo de satisfacción y descanso eterno (“el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”), y a su conciencia (“Ve, llama a tu marido”).
Entonces la mujer samaritana le dijo: ¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? El acento y la pronunciación de Cristo probablemente bastaron para que aquella mujer notara que el forastero era judío.
¿Ha dudado ella de la superior grandeza del extraño? Jesús indica ahora que, ciertamente, él es mucho mayor que Jacob, puesto que el don que él derrama es infinitamente más precioso que el que heredó la descendencia del patriarca. La contestación de Cristo se debe interpretar en ese sentido: Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna. De esta forma Jesús apela a los deseos en la mujer, de verdadero descanso y máxima satisfacción.
La mujer vive con un hombre. Tiene un amante; no un marido, ni siquiera en un débil sentido legal. Jesús prosigue “… porque has tenido cinco maridos, pero el que ahora tienes no es tu marido; esto lo has dicho con verdad. ¡En qué forma el Señor pone al desnudo, con pocas palabras, toda su vida pasada y presente!
Jesús contesta que lo que importa no es dónde se debe adorar, sino la actitud del corazón y la mente, y la obediencia a la verdad de Dios en cuanto al objeto y el método de adoración. No es el dónde, sino el cómo y el qué lo que realmente importa.
Jesús le dijo: Mujer, créeme. Esto lo dijo para acentuar el carácter sorprendente de la declaración que está a punto de hacer. La expresión la hora viene se encuentra también en 4:34; 5:25, 28; 16:2, 25, 32. El Señor continúa y dice: … cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre; prediciendo así que los elegidos de Dios de toda tribu y nación le servirán (cf. Sof. 2:11; Mal. 1:11). Esta cláusula se puede parafrasear así: “la hora viene cuando ni en este monte exclusivamente ni en Jerusalén exclusivamente adoraréis al Padre (a través de Jesucristo) de la Iglesia Universal”. Esta es la respuesta en cuanto al dónde (que en sí ya contiene indicios del cómo y el qué).